Los activistas del calentamiento global quieren hacer más cara la comida

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En una época más civilizada (es decir, durante la década de 1840) reducir el precio de la comida para la gente normal se veía como algo bueno. Sin embargo, hoy aumentar el precio de la comida en nombre de la “sostenibilidad del clima” es de rigueur. El UK Independent informa:

Dinamarca está considerando propuestas para poner un impuesto a las carnes rojas, después de que un think tank público llegara a la conclusión de que “el cambio climático es un problema ético”.

El Consejo Danés de Ética recomendó un impuesto inicial a la carne de vacuno, con vistas a extender la regulación a todas las carnes rojas en el futuro. Dijo que, a largo plazo, el impuesto debería aplicarse a todos los alimentos en niveles variables dependiendo del impacto en el clima. [Cursivas añadidas].

El consejo votó a favor de las medidas por una abrumadora mayoría y la propuesta ahora se presentará para su consideración por el gobierno.

Me pregunto qué quieren decir con “un problema ético”, pero está bastante claro por el contexto que la frase es simplemente un código para “problemas que nosotros, las élites, hemos decidido que tienen prioridad sobre todos los demás problemas”.

Además, si esas regulaciones se adoptaran realmente, se necesitaría la creación de toda una burocracia pública para decidir qué comidas tienen un nivel aceptable de “impacto en el clima” y cuáles no. Los agentes públicos sin duda estarán bien pagados para escribir informes como en cuanto se gravaría el precio de la comida X para reflejar sus sostenibilidad climática o su falta de ella. Habría listados, libros blancos, comisiones, y campañas de propaganda, todo en nombre de dictar una “dieta ética”.

En un tiempo y lugar más sensatos, esa microgestión de las dietas de los seres humanos se vería absurda, pero no en la época de la interminable expansión del poder público en nombre de proteger el status quo climático.

Los defensores de los nuevos impuestos pretenden que los costes no importan

¿Y cuál sería el coste para la gente normal? Dada la importancia comunal y ritual de la comida en la cultura humana, indudablemente no es cero. Tampoco pueden sencillamente  olvidarse las valoraciones subjetivas de miles de millones de seres humanos. Alguna gente prefiere conseguir nutrirse con carne. Otros prefieren nutrirse por otras fuentes. Algunos realizan celebraciones religiosas y culturales en torno a ciertos tipos de comida.

Si se implantaran los nuevos impuestos a la comida, estos aspectos cotidianos de la vida (actividades que están en el mismo centro de la cultura y vida humanas) se verían aún más limitados, sufriendo más los miembros más empobrecidos de la sociedad.

“Bueno, es solo la carne roja”, podrían decir algunos. Pero el impuesto a la comida es simplemente una pequeña parte de un intento global de las élites políticas para apretar el nudo en torno a la gente normal a la que se dice que todos los lujos más básicos de la vida son ahora eco-terrorismo. “Es solo la carne roja” suena tantísimo a “Es solo una pequeña subida de impuestos” como si no hubiera carga fiscal sobre la que acumular la propuesta más reciente. Además, los planificadores del impuesto a la comida ya han dejado claro que nada está a salvo. Se listarían todos los alimentos, reconocen abiertamente, igual que todos los aspectos de la vida humana, como viajes, ocio y condiciones de vida.

¿Os gustan los fines de semana en la playa? Malo, eso requiere combustibles fósiles. ¿Queréis una casa asequible? Malo, solo se os permitirá construir una casa con caras ventanas de triple acristalamiento  y otros dispositivos “energéticamente eficientes”. ¿Queréis jamón en Navidad? Mala suerte, la huella de carbono es demasiado grande.

Oh, no os preocupéis, los millonarios y políticos seguirán pudiendo permitirse sus jets privados y sus comidas de lujo. Sin embargo, para el resto de la humanidad, es importante afrontar “el problema ético”.

Advirtamos que nunca hay ningún coste reconocido para sopesar los efectos de impuestos a la comida e impuestos al carbono frente a las supuestas ventajas de los impuestos.

El coste para la sociedad de aumentar los costes de alimentos, transporte y vivienda son muy reales, aunque no puedan calcularse, dado el número casi infinito de formas en que distintas personas valoran viejas, comida y una lista casi inacabable de otras comodidades. Es decir, los costes reales no pueden conocerse. Por supuesto, este es siempre el problema esencial de toda política pública y de la planificación pública en general. No hay manera de predecir  cómo incontables seres humanos únicos con formas únicas de valorar todo se verán impactados por una nueva regulación o ley. Como explicaba F.A. Hayek en La fatal arrogancia, el problema central de la planificación pública sigue siendo el hecho de que “lo que no puede saberse no puede planearse”.

Peor aún es el hecho de que hay un rechazo inmediato a considerar la economía en absoluto a la hora de considerar los efectos de las leyes de control del clima. Esto se demuestra en las mismas palabras que usan los activistas cuando destacan que el calentamiento global ha de tratarse solo como un “problema ético”. Las palabras se usan como una especie de talismán para absolver a los defensores tener que prestar atención a las aburridas viejas advertencias de los economistas que aprecian las desagradables realidades del coste de oportunidad y la escasez. Las consecuencias de esa actitud están a menudo lejos de lo ideal, que es lo que observaba Hayek: “Así que es una traición a la preocupación por los demás, teorizar acerca de la ‘sociedad justa’ sin considerar cuidadosamente las consecuencias económicas de implantar esos puntos de vista”.

Los supuestos beneficios de las regulaciones climáticas tampoco pueden calcularse

No esperéis sin embargo que se realice ningún análisis de coste-beneficio.

El debate del calentamiento global nunca fue más allá de la reclamación de que todos cedan ante la última propuesta contra el calentamiento global o afrontar el Armagedón. Como señalé en mayo de 21015:

El lema “¡Síguenos o muere!” es por supuesto el sueño de un propagandista, pero en la vida real, en la que prevalecen más mentes racionales (de vez en cuando), deben considerarse los costes de cualquier acción pública propuesta frente a los costes de las alternativas. Además, la carga de la prueba está sobre aquellos que desean usar el gobierno, ya que su plan implica usar la violencia del estado para llevar a término las órdenes que proponen.

Por seguir con el argumento, digamos que se está produciendo el cambio climático global y que el nivel del mar está subiendo. Esto todavía deja bastantes preguntas sin responder para los entusiastas del calentamiento global:

  1. ¿Cuál es el coste de vuestro plan para diversas poblaciones en términos de nivel de vida y de vidas humanas?
  2. ¿Es el coste de vuestro plan mayor o menor que el coste de otras soluciones, como la reubicación gradual de poblaciones de las zonas costeras?
  3. ¿Podéis demostrar que vuestro plan tiene una probabilidad muy alta de funcionar y, si no es así, por qué deberíamos implantarlo cuando podríamos gastar esos mismos recursos en otras soluciones más prácticas y necesidades más inmediatas como agua limpia, comida y necesidades básicas?

Demasiado a menudo, la respuesta a preguntas como estas son agrias disputas acerca de cómo debemos actuar ahora. Pero, por supuesto, esa postura es similar a la de una persona que, después de ver que se acerca el invierno, reclama que todos construyan inmediatamente el refugio invernal a la manera que él diga. “¿No veis que está haciendo más frío?”, dice. “Si no construimos el refugio a mi manera, todos nos congelaremos”. Cuando se le plantean preguntas sobre si su plan de refugio es o no realmente la mejor forma de proceder o si podría ser más eficiente en coste un tipo distinto de refugio o si otros podrían construir su propio refugio, declara irritado “a vosotros, negacionistas del invierno, no os importa si morimos todos”.

El supuesto básico es que toda regulación propuesta por los activistas del cambio climático es absolutamente esencial porque cualquier oposición a sus planes produciría la destrucción total de la raza humana.

Bajo circunstancias normales, cualquier persona racional ve inmediatamente que este modus operandi intelectual como obre de peligrosos intolerantes religiosos. Pero entre los defensores modernos de la planificación del clima global, esas disensiones no han de tolerarse y cualquier consideración racional de costes y beneficios reales será disimulada y militantemente ignorada.

En muchos sentidos, este rechazo anti-intelectual de discutir el lado malo de una política pública deriva del hecho de que muchos abogados del impuesto alimentario serían incapaces de demostrar realmente ningún beneficio medible. Esto pasa porque la mayoría de los “beneficios” realmente son solo especulaciones basadas en modelos informáticos.

Al contrario que la ciencia normal, este retoño politizado de la ciencia climática no implica observaciones reales, sino que se basa en modelos hipotéticos. Además, incluso si los constructores del modelo pudieran predecir apropiadamente los efectos precisos del calentamiento global en el futuro distante, tendrían que ilustrar los beneficios concretos de un impuesto concreto a los alimentos o de un impuesto a los viajes aéreos o de una regulación en la producción de viviendas. No existe esa precisión, así que no puede demostrarse ningún “beneficio”. Y volvemos de nuevo al problema del cálculo de Hayek.

De hecho, todos los intentos se basan en una creencia mística en que los parlamentos pueden aprobar leyes y el objetivo declarado se obtendrá mágicamente gracias al poder de los buenos deseos. La mucho más probable realidad (de que los planificadores públicos en realidad están dando palos de ciego en busca de una solución) debe negarse categóricamente.

Así que cualquier cuestionamiento del impuesto a la comida y medidas similares recibirá la respuesta habitual: “Síguenos o muere en el inminente apocalipsis climático”.

Es una postura interesante, pero no tiene sitio en ninguna discusión política racional.


Publicado originalmente el 2 de mayo de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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