La tarea que enfrentan los libertarios

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[Publicado originalmente en el número de marzo de 1968 de The Freeman. Extraído de The Wisdom of Henry Hazlitt]

De vez en cuando a lo largo de los últimos treinta años, después hablar o escribir acerca de alguna nueva restricción a la libertad humana en el campo económico, algún nuevo ataque sobre la empresa privada, se me ha preguntado en persona o he recibido una carta preguntándome: “¿Qué puedo hacer?” para luchar contra tendencia inflacionista o socialista? Otros escritores o profesores reciben a menudo la misma pregunta, según he descubierto.

La respuesta raramente es sencilla. Pues depende de las circunstancias y las habilidades del cuestionante, que pude ser un empresario, un ama de casa, un estudiante, informado o no, inteligente o no, elocuente o no. Y la respuesta debe variar con estas supuestas circunstancias.

La respuesta general es más fácil que la respuesta particular. Así que aquí quiero escribir acerca de la tarea que ahora enfrentamos todos los libertarios considerados colectivamente.

Esta tarea se ha convertido en enorme y parece ser mayor cada día. Unas pocas naciones que ya se han vuelto completamente comunistas, como la Rusia soviética y sus satélites. Intentan, como consecuencia de su triste experiencia, retroceder un poco de su completa descentralización y experimentan con una o dos técnicas cuasicapitalistas, pero la deriva general del mundo (en más de 100 naciones y mininaciones de las 107 que son hoy miembros del Fondo Monetario Internacional) va en dirección de un mayor socialismo y controles.

La tarea de la diminuta mayoría que está tratando de combatir esta deriva socialista parece casi desesperada. La guerra debe librarse en mil frentes y los verdaderos libertarios se ve enormemente superados en prácticamente todos estos frentes.

En mil campos, los defensores del estado de bienestar, estatistas, socialistas e intervencionistas promueven diariamente más restricciones a la libertad individual y los libertarios deben combatirlos. Pero pocos de nosotros tenemos individualmente el tiempo, la energía y el conocimiento especial para poder hacer esto en más de un puñado de temas.

Uno de nuestros problemas más graves es que nos encontramos enfrentados a ejércitos de burócratas que ya nos controlan y con un interés creado en mantener y expandir los controles a aplicar para los que fueron contratados.

Una burocracia creciente

Dejadme que trate de daros una idea del tamaño y extensión de esta burocracia en Estados Unidos. La Comisión Hoover descubría en 1954 que el gobierno federal abarcaba nada menos que 2.133 agencias, oficinas, divisiones y departamentos en funcionamiento. No conozco cuál sería la cuenta exacta hoy, pero la conocida multiplicidad de instituciones de la Gran Sociedad justificaría nuestro redondeo de esa cifra hasta al menos 2.200.

Sí sabemos [en 1968] que los funcionarios permanentes a tiempo completo en el gobierno federal hoy suman unos 2.615.000.

Y sabemos, por tomar un ejemplo concreto, que de esto burócratas 15.400 administran los programas del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano, 10.000 los programas (incluyendo la Seguridad Social) del Departamento de Salud, Educación y Bienestar y 154.000 los programas de la Administración de Veteranos.

Si queremos mirar a la tasa a la que han estado creciendo partes de esta burocracia, tomemos el Departamento de Agricultura. En 1929, antes de que el gobierno de EEUU empezara los controles de cosechas y los apoyos de precios a gran escala, había 24.000 empleados en ese departamento. Hoy, contando los trabajadores a tiempo parcial, hay 120.000, cinco veces más, todos con un interés económico vital (esto es, sus propios empleos) en demostrar que los controles particulares para los que fueron contratados para formular y aplicar deberían continuar y expandirse.

¿Qué posibilidad tiene el empresario individual, el profesor desinteresado ocasional de economía o el comunista o editorialista al realizar una argumentación contra las políticas y acciones de este ejército de 120.000 hombres, aunque tuviera tiempo de aprender los hechos detallados de un asunto concreto? Sus críticas son, o bien ignoradas, o bien ahogadas en las contrarréplicas organizadas.

Es solo un ejemplo de entre muchos. Algunos podemos sospechar que hay muchos gastos injustificados o estúpidos en el programa de Seguridad Social de EEUU o que los pasivos no financiado ya asumidos por el programa (una estimación acreditada de estos excede el billón de dólares) puede resultar impagable sin una enorme inflación monetaria. Algunos pocos podemos sospechar que todo el principio de seguro público obligatorio para la vejez y los supérstites está abierto a discusión. Pero hay caso 100.000 empleados permanentes a tiempo completo en el Departamento de Salud, Educación y Bienestar para rechazar todos esos miedos como si fueran una tontería y para insistir en que aún no estamos cerca de hacer los bastante por nuestros ciudadanos mayores, nuestros enfermos y nuestras viudas y huérfanos.

Y luego están los millones de quienes ya están en el extremo receptor de estos pagos, que han llegado a considerarlos como un derecho obtenido, que por supuesto consideran dichos pagos como inadecuados y que se enfurecen ante la más mínima sugerencia de un reexamen crítico del asunto. La presión política por una constante extensión y aumento de estas prestaciones es casi irresistible.

E incluso si no hubiera ejércitos enteros de economistas, estadísticos y administradores públicos para responderle, el crítico desinteresado solitario, que espera que su crítica se oiga y respete por parte de otra gente desinteresada y reflexiva, se encuentra obligado a mantenerse actualizado ante montañas de detalles.

Demasiados casos a seguir

Por ejemplo, el Consejo Nacional de Relaciones Laborales genera cientos de fallos cada año con respecto a prácticas laborales “injustas”. En el año fiscal de 1967 aprobó 803 casos “impugnados por derecho o hechos”. La mayoría de estos fallos se inclinan fuertemente hacia los sindicatos y muchos de ellos pervierten la intención de la Ley Taft-Hartley que supuestamente aplican y en algunos de ellos el consejo se arroga poderes que van mucho más allá de los concedidos por la ley. Los textos de muchos de estos fallos son muy largos en sus exposiciones de hechos o supuestos hechos y en las conclusiones del consejo. ¿Cómo va a poder el economista o editor individual mantenerse al tanto de los fallos y comentar informada e inteligentemente sobre aquellos que afectan a un principio importante o al interés público?

O tomemos de nuevo instituciones tan importantes como la Comisión Federal de Comercio, la Comisión de Valor y Cambio, Hacienda, la Comisión de Comercio Interestatal, la Administración de Alimentos y Medicinas, la Comisión Federal de Comunicaciones. Todas estas instituciones tiene funciones cuasilegislativas, cuasijudiciales y administrativas. Emiten normas y regulaciones, conceden licencias, emiten órdenes de cese y desistimiento, reconocen daños y obligan a personas y corporaciones a hacer o dejar de hacer muchas cosas. A menudo combinan la función de legisladores, fiscales, jueces, jurados y burócratas. Sus decisiones no siempre se basan solo en la ley existente e incluso cuando infligen daños a corporaciones o individuos o les privan de sus libertades constitucionales y sus derechos legales, apelar a los tribunales es a menudo difícil, caro o imposible.

Repito, ¿cómo puede el economista, estudiante del gobierno, periodista o cualquier persona individual interesada en defender o conservar la libertad esperar mantenerse al tanto ante esta catarata de decisiones, regulaciones y leyes administrativas? Puede a veces considerarse afortunado de poder dominar en muchos meses los hechos con respecto a incluso una de estas decisiones.

El profesor Sylvester Petro, de la Universidad de Nueva York, ha escrito un libro entero sobre la huelga de Kohler y otro sobre la huelga de Kingsport y las lecciones públicas a aprender de ellas. El profesor Martin Anderson se ha especializado en los absurdos de los programas de renovación urbana. ¿Pero cuántos de entre nosotros, los libertarios, hacemos esta investigación especializada y microscópica, pero indispensable?

En julio de 1967, la Comisión Federal de Comunicaciones emitió un fallo extremadamente dañino que ordenaba a la American Telephone & Telegraph Company a rebajar sus tarifas interestatales, que ya eran un 20% inferiores a las de 1940, aunque el nivel general de precios desde entonces había aumentado un 163%. Para escribir solo un editorial o artículo sobre esto (y estar seguro de que entendía bien los hechos), un periodista juicioso tenía que estudiar, entre otro material, el texto del fallo. Ese fallo consistía en 114 páginas mecanografiadas a espacio sencillo.

… Y planes para reformar

Los libertarios tenemos preparado nuestro trabajo.

Para indicar mejor las dimensiones de este trabajo, el libertario no solo tiene que responder a la burocracia organizada: son los individuos privados intransigentes. No pasa un día sin algún encendido reformista o grupo de reformistas sugiriendo alguna nueva intervención pública, algún nuevo plan estatista para cubrir alguna supuesta “necesidad” o alivio de algún supuesto mal. Acompañan su plan citando estadísticas que supuestamente prueban la necesidad o el mal que quieren que alivien los contribuyentes. Así que resulta que los supuestos “expertos” en socorro, seguro de desempleo, seguridad social, atención médica, vivienda subvencionada ayuda exterior y similares son precisamente la gente que defiende más socorro, seguro de desempleo, seguridad social, atención médica, vivienda subvencionada ayuda exterior y todo lo demás.

Pasemos a algunas de las lecciones que debemos recibir de todo esto.

Especialistas en defensa

Los libertarios no podemos contentarnos con repetir simplemente generalidades piadosas acerca de la libertad, la libre empresa y el gobierno limitado. Afirmar y repetir estos principios generales es absolutamente necesario, por supuesto, ya sea como prólogo o como conclusión. Pero si esperamos ser efectivos individual o colectivamente, debemos dominar individualmente una gran cantidad de conocimiento detallado y hacernos especialistas en una o dos líneas, de forma que podamos mostrar cómo se aplican nuestros principios libertarios en campos concretos y poder así discutir convincentemente con los defensores de planes estatistas de vivienda pública, subvenciones agrícolas, mayores ayudas sociales, mayores prestaciones de seguridad social, mayor Medicare, rentas garantizadas, mayor gasto público, más impuestos, especialmente más impuestos progresivos, mayores aranceles o cuotas de importación, restricciones o sanciones sobre inversión extranjera y viajes al exterior, controles de precios, controles de salarios, controles de rentas, controles de tipos de interés, más leyes para la llamada “protección del consumidor” y regulaciones y restricciones aún mayores a los negocios en todas partes.

Esto significa, entre otras cosas, que los libertarios deben formar y mantener organizaciones no solo para promover sus principios generales, sino para promover estos principios en campos especiales.

No tenemos que temer que se formen demasiadas organizaciones especializadas de este tipo. El peligro real es el contrario. Las organizaciones libertarias privadas en Estados Unidos probablemente se ven superadas diez a uno por comunistas, socialistas, estatistas y otras organizaciones de izquierdas que solo han demostrado ser demasiado eficaces.

Lamento informar de que casi ninguna de las asociaciones empresariales de la vieja escuela que conozco es tan eficaz como podría ser. No es solo que hayan sido timoratas o silentes cuando deberían haber hablado o incluso que se hayan comprometido insensatamente. Recientemente, por miedo a ser llamadas ultraconservadoras o reaccionarias, han estado apoyando mensajes dañinos para los mismos intereses a proteger para los que se formaron. Por ejemplo, varias de ellas se han posicionado a favor del propuesto aumento de impuestos a las empresas propuesto por la administración, porque temen decir que esta tendría que recortar su pródigo gasto social.

Lo triste es que hoy la mayoría de los jefes de grandes empresas en Estados Unidos están tan confundidos o intimidados que, lejos de llevar la discusión al enemigo, no se defienden adecuadamente cuando se les ataca. La industria farmacéutica, sometida desde 1962 a una ley discriminatoria que aplica principios legales cuestionables y peligrosos que el gobierno todavía no se ha atrevido a aplicar en otros campos, ha sido demasiado tímida a la hora de exponer eficazmente su propio caso. Y los fabricantes de automóviles, atacados por un solo intransigente por convertir a los coches en “inseguros a cualquier velocidad”, gestionaron el asunto con una increíble combinación de negligencia e ineptitud que produjo legislación dañina no solo para el sector, sino para todos los conductores.

La timidez del empresario

Es imposible saber hoy dónde va a atacar a continuación el creciente sentimiento antiempresarial en Washington más el ansia de más control público. Solo en los últimos meses, el Congreso, con poco debate, se permitió salir de estampida con una dudosa extensión del poder federal sobre las ventas interestatales de carne. Cuando aparezca este artículo, o poco después, el Congreso puede haber aprobado una ley de “verdad en el préstamo”, que obliga a los prestamistas a calcular y declarar los tipos de interés en la manera en que quieran que se calcule y declare los burócratas federales. También hay pendiente una propuesta de la administración por la que los burócratas públicos prescribirían “estándares” diciéndonos cómo hay que fabricar dispositivos quirúrgicos, como tornillos óseos y catéteres e incluso ojos artificiales.

Y hace unas pocas semanas, el residente anunció súbitamente que iba a prohibir que las empresas estadounidenses realizaran más inversiones directas en Europa, que iba a restringirlas en todos los demás lugares y que pediría al Congreso aprobar alguna ley que restringiera a los estadounidenses viajar a Europa. En lugar de generar una tormenta de protestas contra estas invasiones sin precedentes de nuestras libertades, la mayoría de los periódicos y empresarios deploraron su “necesidad” y esperaban que solo fueran “temporales”.

La misma existencia de la timidez empresarial que permite que ocurran estas cosas es una evidencia de que los controles y el poder del gobierno ya son excesivos.

¿Por qué son tan tímidos los jefes de las grandes empresas en Estados Unidos? Es una larga historia, pero sugeriré unas pocas razones: (1) Pueden depender completamente o en buena parte de contratos militares públicos. (2) Nunca saben bajo qué motivos serían considerados culpables de violar las leyes antitrust. (3) Nunca saben cuándo o bajo que supuestos el Consejo Nacional de Relaciones laborales les considerarán culpables de prácticas laborales injustas. (4) Nunca saben cuándo serán examinadas hostilmente sus declaraciones del impuesto personal de la renta e indudablemente no confían en que dicho examen y sus conclusiones sean completamente independientes de si han sido personalmente amigables u hostiles a la administración en el poder.

Advertiremos que las acciones públicas o leyes a las que temen los empresarios son acciones o leyes que dejan una gran cantidad de discreción administrativa. La ley administrativa discrecional debería reducirse al mínimo: alimenta el soborno y la corrupción y siempre es una ley potencialmente de chantaje o coacción.

Una confusión de intereses

Los libertarios están aprendiendo para su desgracia que no puede contarse necesariamente con que el gran empresario sería un aliado contra la extensión de las intrusiones públicas. Las razones son muchas. Algunos empresarios defenderían aranceles, cuota de importación, subvenciones y restricciones a la competencia, porque piensan, correcta o incorrectamente, que estas intervenciones públicas les interesarían a ellos personalmente o a sus empresas y no les preocupa si puede ser o no costa del público en general. Más a menudo, creo, los empresarios defenderían estas intervenciones porque están sinceramente confundidos, porque no se dan cuenta de cuáles serían las consecuencias reales de las medidas concretas que proponen ni perciben los efectos debilitadores acumulados de las crecientes restricciones a la libertad humana.

Sin embargo, tal vez lo más frecuente sea que hoy los empresarios aceptan los nuevos controles gubernamentales debido a simple timidez.

Hace una generación, en su libro pesimista, Capitalismo, socialismo y democracia (1942), el último Joseph A. Schumpeter mantenía la tesis de que “en el sistema capitalista hay un atendencia hacia la autodestrucción”. Como evidencia de esto citaba la “cobardía” de los grandes empresarios cuando enfrentaban un ataque directo:

Hablan y suplican o contratan a gente para hacerlo por ellos, e agarran a cualquier posibilidad de compromiso, siempre están dispuestos a rendirse, nunca entran en liza bajo la bandera de sus propios ideales e intereses: en este país no hubo ninguna resistencia real en ningún lugar contra la imposición de aplastantes cargas financieras durante la última década o contra la legislación laboral incompatible con la gestión eficaz del sector.

Hasta aquí los problemas formidables que enfrentan los libertarios dedicados. Encuentran extremadamente difícil defender a empresas y sectores particulares del acoso o la persecución cuando esos sectores no se defienden a sí mismos adecuada o competentemente. Pero la división del trabajo es al tiempo posible y deseable en la defensa de la libertad como en otros campos. Y muchos de nosotros, que no tenemos ni el tiempo ni el conocimiento especializado para analizar sectores concretos o problemas complejos especiales, podemos sin embargo ser eficaces en la causa libertaria insistiendo incesantemente sobre algún principio o punto concreto hasta que ganemos.

Principios básicos en los que pueden basarse los libertarios

¿Hay algún principio o punto concreto en el que puedan concentrarse más eficazmente los libertarios? Veamos y puede que acabemos encontrando varios.

Una verdad sencilla que podría reiterarse continuamente y aplicarse eficazmente a nueve de cada diez propuestas estatistas presentadas o aprobadas ahora con tanta profusión, es que el gobierno no tiene nada que dar a nadie si no lo toma primero de algún otro. En otras palabras, todos sus planes de auxilio y subvención son solamente forma de robar a Pedro para apoyar a Pablo.

Así que puede señalarse que el estado social moderno es simplemente una disposición compleja por la cual nadie paga la educación e sus propios hijos, pero todos pagan la educación de los hijos de todos los demás; por la cual nadie paga sus propias facturas médicas, pero todos pagan las facturas médicas de todos los demás; por el que nadie se organiza su seguridad para la vejes, pero todos pagan por la seguridad para la vejes de los demás y así sucesivamente. Bastiat, con una clarividencia sorprendente, exponía el carácter ilusorio de todos estos planes sociales hace más de un siglo con este aforismo: “El estado es la gran ficción por la que todos tratan de vivir a costa los demás”.

Otra forma de mostrar lo que está mal en todos los planes de desembolso estatal es seguir señalando que no se puede conseguir un cuarto de una jarra de una pinta. O, como los programas de desembolso estatal deben pagarse todos a partir de impuestos, con cada nuevo plan propuesto, el libertario puede preguntar: “¿En lugar de qué?” Así, si se propone gastar otros mil millones de dólares en llevar un hombre a la luna o desarrollar un avión comercial supersónico, podría señalarse que estos mil millones, obtenidos mediante impuestos, no podrán atender un millones de necesidades o deseos personales de los millones de contribuyentes de quienes se toman.

Por supuesto, algunos defensores de un poder y gastos gubernamentales siempre mayores saben muy bien esto y como el profesor J. K. Galbraith, por ejemplo, inventan la teoría de que los contribuyentes, si se les deja hacer lo quieren, gastan el dinero que han ganado de una manera muy estúpida, en todo tipo de trivialidades y tonterías y que solo los burócratas, tomándolo previamente de ellos, saben cómo gastarlo sabiamente.

Conocer las consecuencias

Otro principio muy importante al que puede apelar constantemente el libertario es pedir a los estatistas que consideren las consecuencias secundarias y a largo plazo de sus propuestas en lugar de simplemente sus consecuencias directas e inmediatas pretendidas. El estatista a veces admitirán bastante libremente, por ejemplo, que no tienen nada para dar a nadie que no deban tomar antes de otro. Admitirán que deben robar a Pedro para pagar a Pablo. Pero su argumento es que solo están apropiándose de lo del rico Pedro para sustentar al pobre Pablo. Como dijo una vez el presidente Johnson muy francamente en un discurso del 15 de junio de 1964: “Vamos a tratar de tomar todo el dinero que creemos que se gasta innecesariamente y tomarlo de ‘los que tienen’ y dárselo a ‘los que no tienen’ y lo necesitan tanto”.

Quienes tengan la costumbre de considerar las consecuencias a largo plazo se darán cuenta de que todos estos programas de compartir riqueza y garantizar rentas deben reducir los incentivos en ambos extremos de la escala económica. Deben reducir los incentivos tanto para los que ganan una renta alta, pero descubren que se la quitan y los que son capaces de ganar al menos una renta moderada, pero encuentran resueltas las necesidades de la vida sin trabajar.

Esta consideración vital de los incentivos es casi sistemática ignorada en las propuestas de agitadores a favor de para más y mayores planes sociales públicos. Deberíamos estar todos correctamente preocupados por las penas de los pobres y desafortunados. Pero la difícil pregunta en dos partes que debe responder cualquier plan para aliviar la pobreza es: ¿Cómo podemos mitigar los castigos del fracaso y la mala suerte sin socavar los incentivos para el esfuerzo y el éxito? La mayoría de nuestros pretendidos reformistas y humanitarios simplemente ignoran la segunda mitad de este problema. Y cuando los que defendemos la libertad de empresa nos vemos obligados a rechazar uno de estos engañosos planes “antipobreza” después de otro sobre la base de que socavarían estos incentivos y a largo plazo producirían más mal que bien, se nos acusa por los demagogos y los irreflexivos de ser obstruccionistas “negativos” y despiadados. Pero el libertario debe tener la fortaleza de no sentirse intimidado por esto.

Finalmente, el libertario que quiera darle duro a unos pocos principios generales puede apelar repetidamente a las enormes ventajas de la libertad comparadas con la coacción. Pero también tendrá influencia y realizará apropiadamente su tarea solo si ha llegado a sus principios mediante un estudio y pensamiento cuidadosos. “la gente común de Inglaterra”, escribió una vez Adam Smith, “es muy celosa de sus libertad, pero como la gente común de la mayoría de los demás países nunca ha entendido correctamente en qué consiste”. Llegar al concepto y definición apropiados de la libertad es difícil, no sencillo. Pero es un tema demasiado largo como para desarrollarlo más aquí.

Aspectos legales y políticos

Hasta hora, he hablado como si el estudio, pensamiento y argumentación libertarios tuvieran que confinarse únicamente al campo de la economía. Pero, por supuesto, la libertad no puede agrandarse o conservarse si no se entiende su necesidad en muchos otros campos y más notablemente en el derecho y la política.

Tenemos que preguntar, por ejemplo, si libertad, progreso económico y estabilidad política pueden preservarse si continuamos permitir a la gente auxiliada (la gente que está principal o solamente soportada por el gobierno y vive a costa de los contribuyentes) ejercite la prestación. Los grandes liberales del siglo XIX y principios del XX expresaban sus recelos más graves sobre este punto. John Stuart Mill, escribiendo en su Gobierno representativo en 1861, no se equivocaba: “Considero como requerido por los primeros principios que la receta del socorro parroquial debería ser una descalificación perentoria de la prestación. Quien no pueda conseguir con su trabajo para su propio sustento no tiene derecho al privilegio de auxiliarse con el dinero de otros”. Y A. V. Dicey, el eminente jurista británico, escribiendo en 1914, también planteaba la pregunta de si era sensato permitir a los receptores de ayuda para los pobres mantener el derecho a unirse a la elección de un miembro del Parlamento.

Una moneda decente y un fin de la inflación

Eso me lleva, finalmente, a un asunto más sobre el que todos los libertarios a los que falta el tiempo o la base para un estudio especializado pueden concentrarse eficazmente. Es en reclamar que el gobierno proporcione una moneda decente y que deje de inflarla. El tema tiene la ventaja propia de que puede hacer de forma clara y sencilla porque esencialmente es claro y sencillo. Toda inflación es creación del gobierno. Toda inflación es el resultado de aumentar la cantidad de dinero y crédito y el remedio es sencillamente detener el aumento.

Si los libertarios pierden en el asunto de la inflación, se ven amenazados con perder en todos los demás asuntos. Si los libertarios pudieran ganar el asunto de la inflación, podrían acercarse a ganar en todo lo demás. Si pudieran tener éxito en detener el aumento en la cantidad de dinero, sería porque podrían detener los déficits crónicos que fuerzan este aumento. Si pudieran detener estos déficits crónicos, sería porque habrían detenido en rápido incremento en el gasto social y todos los planes socialistas que dependen del gasto social. Si pudieran detener en aumento constante del gasto, podrían detener el aumento constante del poder público.

La devaluación de la libra británica hace unos pocos meses, aunque pueda sacudir todo el sistema mundial e divisas hasta sus cimientos, puede indirectamente tener el efecto más largo de ayudar a la causa libertaria. Expone como nunca antes la quiebra del estado del bienestar. Expone la fragilidad y completa falta de fiabilidad de sistema monetario internacional el papel-oro bajo el que ha estado funcionando el mundo durante los últimos veinte años. Hay apenas una de entre el centenar o más de divisas en el Fondo Monetario Internacional que no haya sido devaluada al menos una vez desde que el FMI abrió sus puertas a los negocios. No hay una sola unidad monetaria que no compre menos hoy que cuando empezó el fondo.

El dólar al que están ligadas prácticamente todas las demás divisas en el sistema actual, tiene ahora el máximo peligro. Si se quiere conservar la libertad, el mundo debe acabar volviendo a un sistema de patrón oro completo en el que la unidad monetaria de todos los grandes países debe ser convertible en oro a la vista, por cualquiera que la tenga, sin discriminación. Soy consciente de que pueden señalarse algunos defectos técnicos en el patrón oro, pero tiene una virtud que compensa con creces todos ellos. No está, como el papel moneda, sometido a los caprichos cotidianos de los políticos, no puede imprimirse ni manipularse de otra manera por los políticos, libera al tenedor individual de esa forma de estafa o expropiación por los políticos, es una salvaguarda esencial para la conservación, no solo del valor de la unidad monetaria misma, sino de la libertad humana. Todo libertario debería apoyarlo.

Tengo unas últimas palabras. En cualquier campo en que se especialice o en cualquier principio o tema que elija tomar partido, el libertario debe tomar partido. No puede permitirse no hacer ni decir nada. Solo tengo que recordaros la elocuente llamada a la batalla en la página final del gran libro de Ludwig von Mises sobre Socialismo:

Todos llevamos una parte de la sociedad sobre nuestros hombros, nadie está dispensado de sus parte de responsabilidad por otros. Y nadie puede encontrar una vía segura fuera de sí mismo si la sociedad se encamina hacia la destrucción. Por tanto, todos, por su propio interés, deben empeñarse con vigor en el debate intelectual. Nadie puede quedarse a un lado con despreocupación: los intereses de todos dependen del resultado. Lo elija o no, todo hombre está afectado por la lucha histórica real, la batalla decisiva en la que nuestra época nos ha colocado.


Publicado originalmente el 27 de mayo de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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