Notas sobre la convención del Partido Libertario

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En el Instituto Mises no apoyamos candidatos públicos o propuestas de políticas legislativas concretos. Estamos sobre todo interesados en las ideas y la educación. Y muchos de nuestros más fervientes seguidores no creen en las votaciones o el activismo político en absoluto (aunque nada menos que Walter Block ). Pero, como Murray Rothbard, por supuesto mantenemos un “interés enraizado” en ver prevalecer a los candidatos más libertarios (es decir, menos estatistas). Y recientemente he argumentado a favor del “asunto libertarismo” sobre el movimiento libertarismo, a la vista de un panorama político muy duro para terceros partidos.

Rothbard, que ayudó a Lew Rockwell a crear el Instituto fue un seguidor fiel del Partido Libertario durante muchos años: hablaba en las convenciones, escribía partes de los programas, sugería tácticas y en general pedía al partido que se moviera en una dirección más radical. Le gustaba la naturaleza rebelde del PL y sus luchas internas, igual que le gustaban la intriga y los giros y complots en las campañas republicanas y demócratas, campañas que seguía ávidamente y minusvaloraba apropiadamente. El propio Lew estuvo necesariamente implicado con el PL en 1988, ayudando a Ron Paul a conseguir la nominación después de una sorprendente pelea del gran (pero no muy libertario) activista de Lakota, Russell Means. Y muchos socios y compañeros de fatigas del Instituto, como el escritor antibelicista  Justin Raimondo, han estado profundamente implicados con el PL durante años.

La convención nacional del Partido Libertario de este fin de semana mostró muchos de los mismos cismas que han marcado al PL a lo largo de sus aproximadamente 40 años de existencia. La cuestión de si inclinarse por políticas de estilo derechista (impuestos bajos, limitaciones fiscales, gobierno pequeño) o políticas de estilo izquierdista (igualitarismo, drogas y delitos sin víctima, matrimonio gay, etc.) de nuevo se revelaron como el asunto táctico central. La cuestión fundamental, como siempre, se caracterizó por ser de pureza frente a electabilidad. Aun así, sigue siendo un misterio por qué el populismo libertario con principios, sobre temas en que la tendencia pública se ajusta más de cerca al programa del partido, es tan impensable. Las citas ganadoras no tienen que ser intelectuales, siempre que sean correctas: pensad en “Acabad con la Fed” o “Fuera de Oriente Medio”. Y por cierto, los candidatos deberían tratar de no hacer de la Fed un tema tan importante de la campaña, dada la profunda impopularidad de los banqueros centrales entre todos los votantes.

El exgobernador Gary Johnson consiguió ganar la nominación cómodamente, a pesar de llegar a la convención sin empuje y afrontando un ruidoso contingente de #neverJohnson [#nunca Johnson]. Su curiosa elección de otro exgobernador con  William Weld, el característico no libertario querido por los republicanos en torno a Washington ahora tiene sentido: el establishment quiere que su hombre supervise las cosas y temple los excesos del PL. Pero para superar el obstáculo de los “dos blancos viejos”, ambos tendrán que trabajar horas extras para establecer su buena fe de guerreros de la justicia social. Y el propio Johnson no parece muy libertario en absoluto, ya sea cuando habla de sus creencias políticas declaradas (por ejemplo, fabricación de tartas para gays, libertad de asociación, ¡incluso Hiroshima!). Su talón de Aquiles será la percepción de que representa un libertarismo ligero, alejando muchos votos libertarios en consecuencia. Pero es incuestionablemente la elección de los think tanks de Washington y se rumorea que sigue la línea del dinero de la organización de Koch. El si Weld será un activo un pasivo y si presentar una tímida propuesta de “impuesto justo” es inteligente queda por ver. Pero desde una perspectiva puramente activista, Johnson/Weld parece representar la mayor oportunidad para conseguir votos. Ganar un 5 o un 10% del voto popular no será fácil y no deberíamos olvidar que Ross Perot recibió un asombroso 19% del voto popular en 1992, y entonces los votantes de EEUU volvieron silenciosamente a su módulo de dos partidos cuatro años después.

Austin Petersen, que parecía ser el beneficiario del movimiento anti-Johnson dentro de la convención, acabó recibiendo solo en torno a la mitad de votos que el nominado. Era el candidato más de derechas, argumentando en contra del aborto y defendiendo en demasía  el derecho a intervenir en política exterior. También creó polémica con su personalidad abrasiva y ataques personales a algunas celebridades libertarias. El resultado sorprendentemente malo de Petersen demuestra que cualquier ala derecha de la derecha del PL ha sido completamente derrotada a favor de las causa de izquierda/justicia social (cuando muchos en el partido en su momento defendían la neutralidad). No habrá Tea Party o exvotantes de Cruz votando una candidatura del PL liberado por Petersen.

John McAfee, la persona más interesante en la campaña, eralizó la que resultó ser una campaña efímera mostrando algunos hermosos vídeos de campaña creados por su compañero de candidatura Judd Weiss. Admitía sorprendentemente “no haber leído nada desde la universidad” y reconocía no haber oído hablar de Mises y Rothbard. Su enfoque en asuntos tecnológicos y cibernéticos debería haber sido teóricamente atractivo para los milenials, pero no convenció a los activistas de la vieja guardia en la convención (que argumentaban que los oportunidades en los medios de comunicación en un año Trump/Clinton harían poco sensato nominar una bala perdida con un pasado personal).

Sin embargo, lo que no hizo ninguno de los candidatos fue ofrecer un alternativa real al gobierno tal y como lo conocemos. Este año muestra una oportunidad de oro para defender una sociedad que no esté organizada en torno a la política o Washington DC, sino en torno a propiedad, mercados y sociedad civil. Cuando los candidatos del PL hablan de igualdad y derechos gays, los conservadores los rechazan simplemente como liberales. Cuando los candidatos hablan de recortar impuestos, los liberales los rechazan como derechistas. Pero un verdadero partido anti-Washington, anti-guerra y anti-Fed, uno que promueva la descentralización y el control local como antídotos contra las guerras culturales, podría conseguir grandes avances en un mundo político cambiante. Primero el Partido de los Principios tiene que decidir si quiere ser un guerrero light de la justicia social o un Partido Republicano light o una alternativa seria para los millones de estadounidenses que quieren sacudirse a Washington de encima.


Publicado originalmente el 29 de mayo de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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