¿Qué habría dicho Mises sobre el nuevo bono a 70 años de Austria?

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La semana pasada, Austria emitió un bono a 70 años, el bono soberano de duración más larga de la Eurozona. (Italia había emitido un bono a 50 años el 4 de octubre). La emisión del bono de Austria fue una “transacción dual de tramos”, por un total en torno a 3.000 millones de euros en deuda a 7 años y 2.000 millones en deuda a 70 años. El mundo a junio de 2023 rendiría un -0,191% mientras que el rendimiento para el bono a noviembre de 2086 sería del 1,53%. E incluso con estos míseros rendimientos las órdenes excedieron los 5.400 millones de euros para el bono a 7 años y los 7.800 millones para el bono a 70 años.

En el entorno actual, es como mínimo sorprendente la disposición a invertir en bonos a largo plazo. Con los rendimientos de los bonos constantemente reprimidos por los bancos centrales a niveles artificialmente bajos y condenados aumentar, el riesgo de pérdidas sustanciales de capital para los tenedores de bonos a largo plazo es importante. Además, como los medios utilizados para llevar a cabo esta represión financiera implican una política monetaria inflacionista, el riesgo de que se acelere la inflación de precios del consumo y se erosione el valor real de intereses y principal de los bonos es también importante. Así que la pregunta es: ¿Por qué alguien con una mínima visión de futuro compraría bonos a largo plazo?

Hace casi siete décadas, Ludwig von Mises explicaba el hambre aparentemente racional de los capitalistas por los bonos públicos a largo plazo como algo basado en una ilusión. La ilusión es que de la riqueza una vez acumulada cuidadosamente en empresas arriesgadas puede eliminarse la esfera competitiva incierta del proceso dinámico del mercado y conservarse para simple intacta en un reino inamovible de certidumbre perfecta liderada por un soberano político imaginario que es eterno, todopoderoso e inamovible. Según Mises (p. 226):

Cuando los gobiernos iniciaban sus políticas de préstamos irredimibles y perpetuos a largo plazo (…) el estado (…) esta institución eterna y sobrehumana más allá del alcance de las debilidades terrenales, ofrecía al ciudadano una oportunidad para poner en lugar seguro su riqueza y disfrutar de una renta estable garantizada contra todas las vicisitudes. Abría un camino a la libertad del individuo frente a la necesidad de arriesgar y adquirir su riqueza y su renta de nuevo cada día en el mercado capitalista. Quien invertía sus fondos en bonos emitidos por el gobierno y sus subdivisiones ya no estaba sometido a las leyes inevitables del mercado ni a la soberanía de los consumidores. (…) Estaba seguro, estaba a salvo frente a los peligros del mercado competitivo en el que las pérdidas son la sanción por la ineficiencia; el estado eterno le había puesto bajo sus alas y le había garantizado el disfrute tranquilo de sus fondos. A partir de entonces su renta ya no derivaría del proceso de atender los deseos de los consumidores de la mejor manera posible, sino de los impuestos recaudados por el aparato de compulsión y coacción del estado. Ya no sería un servidor de sus conciudadanos, sometido a su soberanía: sería el socio de un gobierno que regía el pueblo y extraía tributos de este.

Como continuaba señalando Mises, el intento de “encontrar una fuente inagotable de renta” fuera del marco de la economía de mercado es inútil y debe acabar creando problemas. Primero, el valor real de los pagos de intereses sobre la deuda nunca puede fijarse definitivamente, debido a los cambios constantes en el poder adquisitivo del dinero en el que está denominada. Esto es especialmente el caso en un régimen de dinero fiduciario, ya que el gobierno endeudado tiene el incentivo y el poder para aumentar la oferta monetaria y crear deliberadamente inflación para aligerar subrepticiamente la carga real de sus pagos de liquidación de deudas. Segundo, como los fondos invertidos en bonos públicos se usan para gasto corriente, no hay activos productivos generadores de renta en la economía real que se correspondan con la riqueza en papel representada por los bonos públicos. De hecho, estos pedazos de papel difícilmente están exentos de riesgo. Son promesas vacías del régimen político actual por las que un régimen político futuro incierto y posiblemente radicalmente diferente gravará a personas indefinidas para pagar las deudas en las que incurre hoy. Con cambios inevitables en doctrinas políticas y económicas, políticas y regímenes, ni siquiera gobierno más poderoso puede dar garantías frente a un futuro impago (o incluso un repudio) de la deuda pública. En la práctica, por tanto, los bonos públicos representan (independientemente de su vencimiento nominal) lo que Mises llamaba “deuda pública perpetua irredimible”. Pues ningún gobierno que emita bonos a largo plazo formula nunca una clara intención de adquirir los medios necesarios para pagar realmente la deuda pública.

Así que Mises (p. 228) argumentaba que la deuda pública es un concepto ficticio que es completamente incompatible con una economía real de mercado en las que la riqueza real se acumula realmente como contraparte a las obligaciones incurridas de deuda:

El crédito público y semipúblico a largo plazo es un elemento extraño y perturbador en la estructura de una sociedad de mercado. Su establecimiento fue un intento inútil de ir más allá de los límites de la acción humana y crear una órbita de seguridad y eternidad fuera de la transitoriedad e inestabilidad de los asuntos mundanos. ¡Qué presunción arrogante resulta prestar y tomar prestado dinero eternamente, hacer contactos para la eternidad, estipular para todo el tiempo futuro! A este respecto importaba poco que los préstamos fueran o no irredimibles de manera formal: intencional y prácticamente eran por norma considerados y tratados como tales. (…) La historia financiera del último siglo muestra un constante aumento en la cantidad de endeudamiento público. Nadie cree que los estados arrastren eternamente la carga de los pagos de estos intereses. Es evidente que antes o después todas estas deudas se liquidarán de una manera u otra, pero indudablemente no por el pago de intereses y principal de acuerdo con los términos del contrato.

Lo que era verdad cuando Mises escribía esto en 1949 hoy es aún más verdad. Austria nunca liquidará sus bonos a 70 años, ni el gobierno de EEUU redimirá nunca su deuda, que actualmente se cifra en 19,6 billones de dólares, de los cuales 14,1 billones se deben al público. La mayoría de la deuda soberana acabará desapareciendo por inflación o directamente por impago. Cuanto antes se rompa el mito de que la deuda soberana de un puñado de naciones desarrolladas liderada por EEUU proporciona un “refugio seguro”, mejor será para los productores de riqueza real. De hecho, la deuda pública irredimible tiene precisamente la misma función que el dinero fiduciario irredimible. La creación de ambos tipos de instrumentos permite a la élite política saquear y empobrecer oculta y repetidamente a ahorradores, capitalistas, empresarios y trabajadores productivos, al tiempo que evita la necesidad de incurrir en la ira de las clases productivas al aumentar los impuestos.

El asunto de los bonos públicos es realmente más insidioso y destructivo de la economía de mercado que la emisión de dinero fiduciario por dos razones. Primera, políticamente, el asunto de los fondos a largo plazo y la constante acumulación de deuda pública estimula y perpetúa perversamente el mito de que el estado es un ente eterno que de alguna manera no está sometido a las perturbaciones e incertidumbres de los asuntos humanos. Y segunda, económicamente, la existencia de la deuda pública como un refugio seguro para la riqueza y fuente inagotable de renta desvía a capitalistas y emprendedores de dedicar toda su atención y recursos a su función vital de asignar recursos escasos a las más urgentes de las demandas anticipadas de los consumidores. En realidad, en un sistema económico que sufriera el dinero fiduciario, sería preferible prohibir completamente que el gobierno tomara prestado. Esto obligaría al gobierno a cubrir todos sus déficits con papel moneda fiduciaria, que no paga intereses. Habría beneficios importantes llevando esto a cabo. Desmitificaría el proceso inflacionista para el ciudadano medio. En lugar de que la Fed camuflara su creación de dinero con las palabras mágicas de “establecer los tipos de interés” a través de la compra y venta de bonos, financiar los déficits presupuestarios públicos conllevaría un funcionamiento completamente transparente, en el que la Fed imprimiría dinero y lo entregaría directamente al Tesoro de EEUU. Asimismo, la Fed se convertiría en una subdivisión del Tesoro y ya no estaría implicada de la manipulación de tipos de interés, que es la causa raíz de los ciclos económicos. Y finalmente, los bancos y otras empresas financieras, que ahora mantienen enormes cantidades de bonos públicos y son un votante poderoso a favor de mantener el status quo político para mantener el flujo de sus pagos de intereses, ya no serían “el socio de un gobierno que regía el pueblo y extraía tributos de este”. Es conocido que Keynes reclamaba la “eutanasia del rentista”; la teoría de la deuda pública de Mises nos lleva a reclamar la eutanasia del parasitario rentista público.


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