Lo que perdimos el 11 de septiembre

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El cliché es cierto: el 11 de septiembre de 2001 representa un momento histórico para Estados Unidos. La generación X y los milenials de repente tenían su propio día de la infamia, igual que sus padres y abuelos tuvieron Pearl Harbor y el asesinato de Kennedy. El 11-S señalo el fin de un periodo relativamente tranquilo en EEUU tras las décadas de 1980 y 1990 y el inicio de giro oscuro que continúa hasta hoy. El optimismo, una característica constante en la psique estadounidense (identificado correcta o incorrectamente como una tontería por Mencken) de repente resultaba escaso.

Se perdieron vidas e inocencia. Pero la inocencia perdida ese día tenía menos que ver con el terrorismo o incluso con la amenaza del terrorismo que con lo que todos sabíamos que iba a venir: un aumento exponencial en el tamaño y ámbito del estado estadounidense. El fantasma de un poder estatal creciente asustaba incluso a quienes querían apoyarlo, como pasó con la mayoría de los estadounidenses en los días siguientes.

Para los libertarios, el 11-S fue especialmente preocupante precisamente debido a la intensa demanda pública de que el Congreso y la administración Bush hicieran algo. Que fuera racional, justo o al menos sirviera los intereses estadounidenses estaba casi fuera de lugar. La gente quería sangre y después de las imágenes de cuerpos saltando desde las torres gemelas, ¿quién puede culpar a los políticos en Washington por complacerla? Si no hay ateos en las trincheras, hay muy pocos libertarios después de los ataques terroristas. Nuestro difícil trabajo era aconsejar razonar y contenerse, aunque eso significara gritar en un túnel de viento.

Todo el aparato de seguridad nacional de EEUU, una empresa de un billón de dólares que se extiende mucho más allá del pentágono y la sopa de letras de agencias de inteligencia como la CIA y la NSA, ha fracasado completamente en su ostensible misión. Toda la seguridad aeroportuaria, misiles nucleares, centros de mando de defensa aérea, bombarderos, cartas, transportes aéreos, destructores, espías, analistas y supercomputadoras no pudieron proteger a un solo estadounidense ante un pequeño grupo de chicos saudíes de clase media con navajas y unas pocas horas de formación en avionetas.

Lo que debería haber sido un momento profundamente embarazoso e introspectivo para el estado nacional de seguridad de EEUU se convirtió en un ejercicio de sacar pecho. Las reuniones bélicas Casa Blanca resultaban buenas para verlas por televisión, pero la humildad más que la arrogancia estaba bajo control. La pregunta de qué hacer no podía responderse sin entender qué se había hecho mal y cuáles eran los motivos de los atacantes. Pero ningún funcionario federal fue despedido debido al 11-S, al menos ninguno que pueda recordar el senador Rand Paul.

Por el contrario, tanto el congreso como la administración Bush reaccionaron de forma predecible al 11-S y lo expresaron así: gastaremos lo que haga falta, haremos lo que haga falta e iremos donde haga falta para atrapar a quienes hicieron esto.

Dieciséis años después, la Guerra contra el Terror™ ha generado cientos de miles de estadounidenses, iraquíes y afganos muertos y heridos, guerras constantes e inextricables disfrazadas de construcción de naciones, la Patriot Act, acciones ilegales del ejecutivo, billones de nueva deuda federal, poderes de supervisión federal enormemente aumentados, órdenes del tribunal de la FISA, la TSA en los aeropuertos, un DHS inútil, hospitales rebosantes de veteranos de guerra y una policía cada vez más militarizada en el interior del país. Lo peor es que ha generado una perturbadora complacencia hacia un grotesco poder federal.

No ha generado paz, ni libertad, ni seguridad. Pero la alternativa no fue nunca libertad o seguridad.

* * *

Un aparte:

Recuerdo con nitidez la mañana del 11 septiembre en Washington. Era soleada y bella, sin ninguna traza de la pasada humedad aplastante de agosto. El personal de Ron Paul llegaba a su oficina en el edificio Cannon en torno a las 8:00, listo para un típico plan de martes de propuestas repetidas de “suspensión” (por ejemplo, propuestas relativas a correos) y preparándose para la semana.

La oficina tenía una televisión para seguir C-SPAN y la actividad de la Cámara. Aunque tanto la Cámara como el Senado tenían sesión ese día, los debates y votaciones habituales no empezarían hasta la tarde. Así que teníamos la CNN emitiendo al fondo cuando en algún momento después de las 9:00 empezaron a emitir imágenes de humo saliendo de una torre del World Trade Center. El presentador de la CNN se preguntaba si alguna pequeña avioneta se había estrellado de alguna manera contra el edificio.

Cuando se enteran de que la causa no era una pequeña avioneta, las cosas se vuelven más tensas, tanto en la CNN como en nuestra oficina: ¿era terrorismo? Empezamos a cambiar canales para buscar más información y es entonces cuando nos damos cuenta de que no iba a ser un martes normal.

En torno a las 9:45, la Policía del Capitolio entraba en el edificio gritando para que evacuáramos. Estaba claro que no había ningún “plan”, solo un grupo de personas gritando, corriendo y golpeando las puertas. Si pasaba algo, los túneles subterráneos por debajo del edificio de oficinas de la Cámara eran más seguros que en las calles en el exterior, especialmente si estaban acechando tiradores o bombas.

Por el contrario, la policía no os escoltó al exterior, para no ir a ninguna parte. El césped que rodeaba a los edificios estaba lleno de personal incrédulo deambulando y haciendo llamadas con sus teléfonos móviles. Las calles en torno al capitolio estaban completamente atascadas con automóviles tratando de salir. Algunos peatones se dirigían a las estaciones de metro, pero este estaba también colapsado. Nadie podía llegar a casa fácil o rápidamente. La licorería de la esquina, Subway y el cercano Taco Bell se mantenían sabiamente abiertos y hacían su agosto.

En ese momento empezaron a aparecer rumores de que el Pentágono había sido atacado, pero por supuesto no sabíamos qué creer. Las leyendas urbanas aparecen tan rápidamente como se desmienten: ¡Un coche bomba ha estallado delante del Departamento de Estado! ¡Foggy Bottom está ardiendo! ¡Más aviones se dirigen a la cúpula del Capitolio! No podemos imaginar cómo reaccionarían hoy las redes sociales.

Tened en cuenta que todo el complejo del Capitolio, que incluye el edificio del propio Capitolio, las oficinas de la Cámara y el Senado, la Biblioteca del Congreso y el Tribunal Supremo tiene como mucho 1 o 2 km². La población durante el día, sobre todo personal, está en torno a las 25.000 personas. Advertid también que el Tribunal Supremo y la Biblioteca del Congreso tienen su propia policía.

Un pueblo típico de 25.000 personas podría tener unos 25 o 30 policías. La Policía del Capitolio, por el contrario, tienen más de 2.000 policías. ¡Su presupuesto es mayor que el del departamento de policía de Atlanta! Y mientras que la policía metropolitana de Washington tiene muchos delitos de los que ocuparse, el complejo del Capitolio es bastante seguro. La Policía del Capitolio sirve realmente como la fuerza de seguridad personal para los miembros del Congreso más que para cualquier otra cosa. Así que algunos animales realmente son más iguales que otros…


El artículo original se encuentra aquí.

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