La revolución digital ha dado poder a los bancos centrales

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Hasta el final de este ciclo no sabremos cuánta mala inversión se ha producido bajo la gran inflación monetaria que empezó en 2010. Sin embargo, podemos ya sospechar que mucha de esta estará en los campos de la “gran tecnología” y relacionados con ella. Cualquier cálculo final debería también incluir el más general daño político y socioeconómico no incluido en un estrecho cálculo económico.

Scott Galloway describe con habilidad y colorido el poder de la historia de las grandes tecnológicas en su recién publicado y muy legible libro The Four: the hidden DNA of Amazon, Apple, Facebook and Google. La crítica general discrepará de su repetido uso de un determinado juramento. La crítica monetaria puede señalar un problema más grande en el libro: una falta de cualquier análisis que enlace la asombrosa extensión de la historia de las grandes tecnológicas con el desorden monetario prevaleciente.

Si los bancos centrales no hubieran creado una hambruna de rentas de intereses, las cuatro grandes indudablemente no habrían cautivado la atención de los inversores en un grado similar al actual. El hambre de rentabilidad significa que los inversores están dispuestos a asumir malas apuestas (valor actuarial altamente negativo, pero alguna posibilidad de un gran beneficio) en lugar de sufrir pérdidas seguras en activos monetarios. Este es un ejemplo de “aversión a las pérdidas” diagnosticado en la obra pionera sobre fallos mentales de los inversores de Daniel Kahneman y ahora preeminente en la teoría conductual de las finanzas.

Una hipótesis todavía no explorada en esa literatura, pero que parece ajustarse a la expansión de la inflación de precios de activos en episodios presentes y pasados, es que a los inversores no les gusta admitir que están asumiendo malas apuestas. Convierten lo malo en bueno otorgando a la irracionalidad una alta probabilidad de verdad para historias especulativas que acompañan a las apuestas. Los fallos de retroalimentación positiva de las ganancias iniciales de capital se suman a su complacencia con la metamorfosis.

De acuerdo con esa hipótesis, Galloway identifica el éxito de las Cuatro Grandes en ser capaces de atraer capital barato articulando una visión general que es fácil de entender.

Para Amazon, la idea es ser la tienda más grande de la Tierra; la estrategia: una enorme inversión en beneficios para el consumidor que soportan la prueba del tiempo, como coste más bajo, mayor selección y envío más rápido. La visión de Google es organizar la información del mundo; la estrategia: con una razón convincente para los inversores para comprar sus acciones, Google tiene más dinero para invertir en informáticos que cualquier empresa de medios en la historia. La visión de Facebook: Conectar el mundo. Y con respecto a Apple, lo que realmente eres se ha convertido en lo que pones en texto.

Como dice Galloway:

La fuerza del capital visionario engendra fuerza competitiva. ¿Por qué? Porque puedes alimentar más pacientemente los activos y poner más apuestas en los bolsillos de las innovaciones. Por supuesto, en último término tienes que mostrar a los accionistas un progreso tangible con respecto a tu visión general. Sin embargo, si eres capaz de hacer el salto a la velocidad de la luz y el mercado te corona como el innovador, la recompensa es una valoración inflada y la profecía autocumplida que proviene del capital barato. El don definitivo en nuestra era digital es un CEO que tenga talento para contar historias que atrapen la imaginación de los mercados mientras se rodean de personas que pueden mostrar un progreso creciente hacia esa visión cada día.

Todas esas historias no pueden esconder el hecho de que esta revolución digital (representada por empresas como Amazon y Google) no ha generado el aumento general de prosperidad de revoluciones tecnológicas anteriores. Las historias han sido cautivadoras, contadas por narradores supuestamente mesiánicos que encuentran alimento en el desorden monetario. Pero los niveles de vida se han estancado o han bajado, salvo en lo más alto (incluyendo aquellos que trabajan en las Cuatro Grandes).

De todos modos, la digitalización ha creado un fuerte ritmo a la baja en los precios durante las últimas dos décadas. El mayor potencial de transparencia y absorción de información significa que consumidores y empresas pueden encontrar con mucho menos coste que antes el proveedor más barato de un bien o servicio concreto (aunque con distorsiones debidas al abuso monopolístico por parte de la máquina de búsqueda de internet). A lo largo de un amplio rango de sectores industriales, la empresa más eficiente ha ganado participación y poder en el mercado. Ha nacido la “empresa estrella”. Y en general la digitalización ha llevado a una presión a la baja sobre los salarios del capital humano al que le falte algún atributo propio de una estrella o alguna conexión especial con las empresas estrella.

La digitalización, al desatar una ola de “transparencia de precios” y “globalización” ha camuflado el proceso de inflación monetaria en los mercados de bienes y servicios. Por eso los bancos centrales han sido capaces de continuar su experimento salvaje con su caja de herramientas no convencionales. Los grandes efectos visibles siguen restringidos en la medida en la que los mercados de los activos y estos disfrutan de una popularidad considerable.

El mecanismo esencial para la extensión de la inflación de activos (la historia de narrativas especulativas que atraen a los inversores para descartar el escepticismo racional) ha ganado fuerza por un aspecto coincidente de la digitalización. La “gran tecnología” ha obtenido una narrativa cautivadora única asociada a un tremendo nuevo poder para su extensión.

Pero hemos reaprendido en este ciclo que las narrativas especulativas que extienden la inflación de precios de activos bajo condiciones de inflación monetaria general no siempre dependen de un aumento de la prosperidad y la productividad. Por el contrario, pueden prosperar en una reorganización transformadora de estilos de vida que provoca mucha agitación y entusiasmo.

Las Cuatro Grandes han dominado esta reorganización: búsqueda en internet en lugar de enciclopedias y visitas a bibliotecas, mensajería instantánea en lugar de fax, compras en dos horas en la puerta de tu casa en lugar de conducir hasta la tienda, empresas de trading obteniendo la última información en fracciones de segundo en lugar de varios segundos. Los defectos poco atractivos de la reorganización no han atenuado el brillo, al menos en los frívolos mercados financieros, ya sea hacking, empoderamiento del Gran Hermano, “mercantilización” de amplias fajas de capital humano o capacidad empeorada de empresarios para monitorizar, controlar y explotar a los empleados, especialmente en el contexto de un creciente poder de monopolio.

El entusiasmo y el ritmo a la baja de los precios podría resultar ser mucho más provisional de lo que muchos imaginan en los mercados financieros.

Una revolución tecnológica que aumenta la transparencia y rebaja los costes de información tiene de una vez por todas una influencia a la baja sobre los precios y salarios, aunque se extienda a lo largo de algunos años y esto es coherente con los mayores beneficios de las empresas estrella. Las fuerzas des inflacionistas tal y como han sido escritas se autolimitan en tiempo y espacio. Al ir menguando y a medida que crece el desorden monetario, el camuflaje de inflación de los mercados de bienes y servicios se va haciendo cada vez más delgado. Entretanto, las narrativas especulativas se vuelven sórdidas en medio de cuentos de monopolios abusivos y rechazos del consumidor. Moraleja: podríamos descubrir que los supuestos beneficios de la inflación aumentan a medida que la inflación de precios de los activos se dirige a su etapa final.


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