Ludwig von Mises como racionalista social

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[Review of Austrian Economics 4 (1990): pp. 26-54]

En su mayor parte, los escritos de Ludwig von Mises sobre la sociedad y la evolución social han sido ignorados por los participantes en el actual resurgimiento tanto de la economía austriaca como de la filosofía política liberal clásica. Cuando se ha tratado su teoría social, Mises aparece para sus críticos (Barry 1987, p. 59) como “un hijo de la Ilustración depositado equivocadamente en el siglo XX”. Esta evaluación es inapropiada por dos razones. Primero, Mises crítica severamente el meliorismo de los liberales de la Ilustración y demuestra que su postura es incoherente con la asignación de la posición central a la razón humana en la evolución social. Segundo, al desarrollar su propia postura racionalista única, Mises tiene mucho que decir acerca de asuntos de importancia esencial para austriacos, libertarios y liberales clásicos modernos, critiquen o acepten el “orden espontáneo” y las posturas evolucionistas sociales mantenidas por Hayek.

Aquí me limitaré una exposición sistemática del pensamiento de Mises acerca de la sociedad y la evolución social. No voy a intentar analizar críticamente el pensamiento de Mises o compararlo explícitamente con el de otros pensadores sociales. Sin embargo, sí empleo ciertas posturas conocidas de la obra de Hayek como complemento para facilitar el desarrollo de los argumentos de Mises y demostrar su relevancia contemporánea.

En la siguiente sección, presento la visión de Mises de que todas las interacciones y relaciones sociales se preparan por adelantado y de que, por tanto, la sociedad se origina y evoluciona como un producto de la razón y el esfuerzo teleológico, como un “modo de actuar creado por el hombre” y una “estrategia” ideada conscientemente. La sección tres muestra el argumento de Mises de que el derecho, las reglas normativas de conducta y las instituciones sociales son al mismo tiempo el producto de un largo proceso evolucionista y el resultado de intentos de los seres humanos individuales de ajustar racional e intencionadamente su comportamiento a los requisitos de la cooperación social bajo la división del trabajo.

La sección cuatro destaca la importancia que Mises atribuye al cálculo económico usando precios del mercado como condición lógica previa para la existencia de la sociedad. Lejos de ser un orden “espontáneo”, la sociedad es, para Mises, un orden “racional”, porque la misma posibilidad de una acción intencionada dentro del marco de la división social del trabajo depende de la facultad del intelecto humano de concebir números cardinales y manipularlos en operaciones aritméticas. Por tanto, como veremos en la sección cinco, desde el punto de vista de Mises la función social del sistema de precios no es facilitar “el uso del conocimiento en la sociedad”, sino hacer posible “el uso del cálculo en la sociedad”. Y son los precios especulativos del mercado futuro y evaluados por los emprendedores y no los precios conocidos de la historia los que sirven a esta función. Mises argumenta asimismo que los precios pasados experimentados praxeológicamente por emprendedores no pueden nunca expresar el conocimiento relevante para sus planes de producción necesariamente orientados al futuro en un mundo real de datos económicos variables. De hecho, yo argumento que esta es la implicación negativa desde hace mucho tiempo olvidada del teorema de la regresión de Mises del origen del dinero.

La sección seis se ocupa de la cuestión de hasta qué punto la postura de Mises en el debate sobre el cálculo socialista se refería realmente a problemas del conocimiento en lugar del cálculo. De hecho, como veremos, la respuesta a esta pregunta está bastante clara. Particularmente en sus posteriores explicaciones del asunto, Mises suponía explícitamente, una y otra vez, el supuesto de que los planificadores socialistas tuvieran pleno conocimiento, no solo de la última tecnología, sino de lo que Hayek llamaba “las circunstancias particulares de tiempo y lugar” en relación con las escalas de valor de los consumidores y las disponibilidades de recursos. Incluso bajo estas condiciones de “información perfecta”, Mises señalaba enfáticamente que el problema del cálculo, “el problema esencial y único del socialismo”, permanecía sin resolverse.

La aproximación misesiana a la evolución social como resultado de una lucha ideológica consciente se explica en la última sección. Aquí presento la hipótesis especulativa de Mises de que una continua ignorancia de las consecuencias más remotas de la actividad cataláctica por las masas lleva a extender los desajustes sociales y a la desintegración social espontánea.

La razón y el origen de la sociedad

Para Mises, la razón es lo “característico” (1966, p. 177) del hombre. La razón humana y la acción humana están inseparablemente ligadas, porque “Toda acción se basa siempre en una idea concreta acerca de las relaciones causales” (Mises 1966, p. 177). Además, razón y acción son congéneres, un doble producto de los intentos del hombre de mantenerse a sí mismo y prosperar en un universo de escasez. Así que los seres que habitaran un “universo de oportunidades ilimitadas (…) nunca habrían desarrollado el razonamiento y el pensamiento. Si existiera alguna vez ese mundo para los descendientes de la raza humana, estos seres afortunados verían desaparecer su poder de pensar y dejarían de ser humanos. Pues la tarea principal de la razón es ocuparse conscientemente de las limitaciones impuestas al hombre por la naturaleza, es luchar contra la escasez. El hombre que actúa y piensa es el producto de un universo de escasez” (Mises 1966, pp. 235-236).

Como fruto del pensamiento consciente y el instrumento de la acción, Mises califica al conocimiento como algo que tiene una “base en la acción”. “El conocimiento es una herramienta de la acción. Su función es aconsejar al hombre cómo proceder en sus intentos de eliminar la incomodidad” (Mises 1987b, p. 35).

Mises (1966, p. 143) define la sociedad como una “acción concertada” o “cooperación” entre seres humanos que es “el resultado de un comportamiento consciente e intencionado”. Como tal, la sociedad es una “estrategia” ideada conscientemente, “un modo de actuar creado por el hombre” en la guerra contra la escasez (Mises 1966, p. 26).[1] La sociedad es por tanto un producto de la razón y la volición humanas: “La razón ha demostrado que, para el hombre, los medios más adecuados para la mejora de su condición son la cooperación social y la división del trabajo. Son la principal herramienta del hombre en su lucha por la supervivencia” (Mises 1966, p. 176).

El origen de la cooperación social, en opinión de Mises, ha de encontrarse en dos hechos fundamentales. El primero es el “fenómeno natural” de que el esfuerzo humano empleado bajo la división del trabajo es más productivo que la misma cantidad esfuerzo dedicado a la producción aislada (1985, pp. 38-39). El segundo hecho es que, a través de un ejercicio deliberado de la razón, las personas son capaces de entender este primer hecho y usarlo conscientemente como medio para mejorar su bienestar (1966, pp. 144-145). Como escribe Mises: “La sociedad humana es un fenómeno intelectual y espiritual. Es el resultado de una utilización intencionada [las cursivas son mías] de una ley universal que determina un resultado cósmico, que es la mayor productividad de la división del trabajo. Igual que en cualquier ejemplo de acción, el reconocimiento de las leyes de la naturaleza pone a estas al servicio de los intentos del hombre por mejorar sus condiciones” (1966, p. 14).

Al identificar la división del trabajo como “la esencia de la sociedad” y “el fenómeno social fundamental”, Mises establece la evolución social como un proceso ontológico susceptible de investigación racional (1969, p. 299; 1966, p. 157). Así que la evolución social se convierte en “el desarrollo de la división del trabajo” y esto nos permite “remontar el origen de todo lo relacionado con la sociedad con el desarrollo de la división del trabajo” (Mises 1969, pp. 301, 303).

Como “el gran principio del resultado y la evolución cósmicos” y “el principio fundamental de todas las formas de vida” (Mises 1985, p. 38; Mises 1969, p. 291),[2] el principio de la división del trabajo tiene aplicación tanto en el mondo social como en el biológico. Esta idea lleva a Mises en sus anteriores trabajos a comparar la sociedad humana con un organismo biológico, identificando la división el trabajo como tertium com­parationis de la metáfora (1969, pp. 289-292).[3]

Sin embargo, lo que distingue la cooperación entre personas dentro del “organismo social” de las interacciones celulares de los organismos animales y vegetales es que solo en el primero razón y voluntad son las fuerzas originadoras y sostenedoras de la unión orgánica. La sociedad humana es por tanto espiritual y teleológica. Mises escribe: “La sociedad es el producto del pensamiento y la voluntad. No existe fuera del pensamiento y la voluntad. Su ser reside dentro del hombre, no en el mundo exterior. Se proyecta desde el interior hacia fuera” (1969, p. 291).

El deseo de mejores niveles de vida en conjunción con el reconocimiento de una mayor productividad de la cooperación social proporciona la motivación concreta que induce al individuo a renunciar a la actividad económica autárquica y a integrarse voluntariamente en la división social del trabajo. Consecuentemente,

Cada paso en el que una persona sustituye la acción aislada por la acción concertada genera una mejora inmediata y reconocible de sus condiciones. Las ventajas derivadas de la cooperación pacífica y la división del trabajo son universales. Benefician inmediatamente a todas las generaciones. (…) Cuando se intensifica la cooperación social aumentando el campo en el que hay división del trabajo (…) el incentivo es el deseo de todos los afectados de mejorar sus propias condiciones. Al luchar por sus propios intereses (correctamente entendidos), las personas trabajan por una intensificación de la cooperación social y la interrelación pacífica. La sociedad es un producto de la acción humana, es decir, de la necesidad humana de eliminar la incomodidad en la medida en que sea posible [Mises 1966, p. 146].

La Ley Torrens-Ricardo del coste comparativo, que identifica las causas del comercio y la especialización entre las naciones, se convierte así para Mises en una inferencia formal de la más general “ley de la asociación”, que explica la universalidad y permanencia de la cooperación social a nivel individual. Para esclarecer los incentivos que inducen a los seres humanos individuales de diversas capacidades productivas y sin un acuerdo explícito a asumir voluntariamente esas acciones que engendran la división social del trabajo y tienden a su progresiva intensificación, la ley de la asociación proporciona la clave para entender la evolución social.

Según Mises:

La ley de la asociación nos hace entender las tendencias que generaron la progresiva intensificación de la cooperación humana. (…) La tarea que afronta la ciencia con respecto a los orígenes de la sociedad solo puede consistir en la demostración de aquellos factores que pueden y deben resultar en asociación y en su progresiva intensificación. (…) Siempre y en la medida en que la mano de obra bajo la división del trabajo es más productiva que el trabajo aislado y siempre y en la medida en que el hombre sea capaz de darse cuenta de este hecho, la propia acción humana tenderá hacia la cooperación y la asociación: el hombre se convierte en un ser social, no sacrificando sus propias preocupaciones a favor de un dios mítico, la sociedad, sino buscando una mejora en su propio bienestar. La experiencia nos enseña que esta condición (mayor productividad lograda bajo la división del trabajo) está presente porque su causa (la desigualdad innata de los hombres y la desigualdad de la distribución geográfica de los factores naturales de producción) es real. Así estamos en disposición de entender el curso de la evolución social [1966, pp. 160-161].

El funcionamiento de la ley de la asociación da lugar a dos tendencias relacionadas que son detectables en el desarrollo histórico de la sociedad. La primera es la progresiva extensión de la división del trabajo hasta abarcar un mayor número de personas y grupos. La segunda es la progresía intensificación de la división del trabajo, como se ve en el logro de una variedad siempre creciente de objetivos individuales dentro del nexo social. Estas tendencias evolucionistas son descritas por Mises en los siguientes términos:

La sociedad se desarrolla subjetiva y objetivamente: subjetivamente aumentando su membresía, objetivamente aumentando los objetivos de sus actividades. Originalmente confinada a los círculos más estrechos de la gente, a los barrios inmediatos, la división del trabajo gradualmente se hace más general hasta que acabe incluyendo toda la humanidad. Este proceso, todavía lejos de ser completado, lo que nunca ha pasado en ningún momento de la historia, es finito. Cuando todos los hombres de la tierra formen un sistema unitario de división del trabajo, habrá llegado a su objetivo. Al lado de esta extensión de la relación social va un proceso de intensificación. La acción social abarca cada vez más objetivos; el área en la que la persona provee su propio consumo se hace cada vez más pequeña [1969, p. 324].

Esta última tendencia de la división del trabajo de intensificar los efectos hasta “la concentración más alta posible de la producción de cada especialidad” está de acuerdo con factores geográficos como la distribución de los recursos naturales y las condiciones climáticas. En ausencia de esos impedimentos geográficos, la evolución social “resultaría finalmente en la aparición de una sola fábrica suministrando un producto concreto a todo el mundo civilizado” (Mises 1985, p. 23).

El fruto final y completo de la evolución social dirigida por el principio ontológico cósmico de la división del trabajo, la “ecúmene” abarca toda la humanidad cooperando en procesos hiperespecializados de producción. En cualquier punto en la historia, la ecúmene en evolución es el resultado “racional e intencionado” de un proceso intersubjetivo, cuyo propósito es el alivio de la escasez. No existe como algo por sí mismo, sino como un complejo de relaciones sociales que aparece a partir de una orientación común de las acciones humanas individuales, es decir, de usar la división social del trabajo como medio para alcanzar objetivos individuales. Como estas relaciones emanan por tanto de la voluntad, deben ser afirmadas y recreadas diariamente en el pensamiento y la conducta humanos.

Las bases racionalistas de las normas de conducta y las instituciones sociales

Si la sociedad y la evolución social son emanaciones de la voluntad humana, un “fenómeno de la voluntad”, como dice Mises, también lo son las instituciones sociales, costumbres y normas secundarias de conducta que facilitan el establecimiento y el funcionamiento sin fricciones del sistema de relaciones sociales. El derecho, el código moral, el matrimonio y la familia nuclear, la propiedad privada, las ocupaciones y profesiones especializadas, las evoluciones lingüísticas y la propia economía de mercado son el resultado de intentos conscientes de seres humanos de ajustarse más eficazmente a los requisitos de la relación social fundamental y por tanto de hacer un uso más productivo del principio de la división del trabajo para lograr sus objetivos. Aunque esas instituciones no se crearon a partir de una única mente, una orden política, ni un “contrato social”, son realmente productos de una planificación racional e intencionada de seres humanos, cuyos pensamientos y acciones los reafirman y remodelan continuamente a lo largo de la historia (1969, p. 306).

Así que Mises argumenta que “El cumplimiento con las reglas morales que requieren el establecimiento, conservación e intensificación de la cooperación social no se ve como un sacrificio a una entidad mítica, sino como el recurso a los métodos más eficaces de acción, como un precio a pagar por la obtención de retornos más valorados” (1966, p. 883). Para obtener los beneficios de la cooperación social, cada persona debe evitar buscar ventajas efímeras a través de acciones “perjudiciales para el funcionamiento correcto del sistema social” y, por tanto, para sus propios intereses correctamente entendidos (Mises 1966, p. 148).

El derecho evoluciona como parte del sistema a partir de “las reglas de conducta indispensables para la conservación de la sociedad” (Mises 1966, p. 149). El desarrollo de estas reglas de conducta, como el de la propia sociedad, es un proceso evolutivo y racional. Mises rechaza enfáticamente la ingenua explicación racionalista de la sociedad y del orden legal que considera su origen y desarrollo como “un proceso consciente (…) en el que el hombre es completamente consciente de sus motivos, de sus objetivos y de cómo alcanzarlos” (1969, p. 43). A pesar de todo, Mises afirma que la evolución del derecho es crucialmente dependiente del hecho de que la “posición de los fines sociales en el sistema de fines individuales se percibe por medio de la razón del individuo, lo que le permite reconocer correctamente sus propios intereses” (1969, p. 398). Mientras que el racionalista ingenuo afirma que el derecho nació completamente desarrollado a partir de una serie de contratos presociales explícitos, Mises como racionalista social califica al derecho como un “acuerdo, un fin de la discusión” que aparece naturalmente del proceso de la evolución social y de la extensión de la conciencia de la mayor productividad de la interacción pacífica en la división social del trabajo (1969, p. 44). Esto explica demás por qué “La idea del derecho aparece en primer lugar en la esfera en la que el mantenimiento de la paz se necesita más urgentemente para garantizar continuidad económica (…) es decir, en las relaciones entre personas” (Mises 1969, p. 46), es decir, en el ámbito del derecho privado.

Como instrumento pensado para aumentar la prosperidad mutua facilitando la cooperación social, el derecho tiene una base teleológica y racionalista: “Como todas las demás instituciones sociales, el derecho existe para fines sociales” (Mises 1969, p. 77).  Por tanto, “Derecho y legalidad, código moral e instituciones sociales (…) son de origen humano y la única vara de medir que debe aplicarse a ellos es su eficacia con respecto al bienestar humano” (Mises 1966, p. 147).

Sin embargo, la represión de la conducta antisocial de los intelectualmente defectuosos, la gente de poca voluntad o las personas que subestiman enormemente las consecuencias futuras de sus acciones no se logra únicamente, ni siquiera principalmente, mediante los poderes coactivos de las autoridades legales. La moral y las costumbres ampliamente aceptadas evolucionaron como primera línea de defensa contra comportamientos potencialmente destructivos de las relaciones sociales. Como señala Mises:

No toda norma social requiere que se activen de inmediato todas las medidas coactivas más extremas. En muchos casos, la moral y la costumbre pueden sacar de la persona un reconocimiento de los objetivos sociales sin ayuda de la espada de la justicia. La moral y la costumbre pueden ir más allá de la ley del estado en la medida en que pueda haber una diferencia de grado entre ellas, pero ninguna incompatibilidad de principios (1969, p. 399).

Este es el significado que hay detrás de la frase de Mises de que “La moralidad consiste en la consideración de los requisitos necesarios de la existencia social que deben reclamarse a cada individuo miembro de la sociedad. Un hombre que viva aislado no tiene que seguir ninguna regla moral” (Mises 1987b, p. 33).

Como el derecho y las reglas normativas de conducta, la propiedad privada es al mismo tiempo una “derivación de una larga evolución” y “un dispositivo humano” (Mises 1966, pp. 654, 683). Se originó como una respuesta racional a la escasez, cuando, descubriendo que se rebajaba la productividad debido a un aumento en la densidad de población, la gente decidió deliberadamente abandonar los “métodos depredatorios” de la caza y la recolección y apropiarse permanentemente para sí mismos los factores de tierra más productivos (Mises 1966, pp. 656-657). Además, el desarrollo histórico de la propiedad privada estuvo fuertemente condicionado por la ideología, que, como veremos más abajo, es el producto del pensamiento humano consciente.

El matrimonio monógamo y la familia nuclear son también instituciones sociales que evolucionaron como productos del pensamiento racional sobre los requisitos de la división del trabajo. “Como institución social, el matrimonio es un ajuste del individuo al orden social por el que se asignan a este ciertos campos de actividad, con todas sus tareas y requisitos” (Mises 1969, p. 99). En este sentido, es la aplicación del principio de la división del trabajo a esas tareas extra-catalácticas que son el requisito inmediatamente previo al disfrute de los bienes de consumo, ya sean adquiridos en el mercado o producidos dentro del hogar, por ejemplo, la crianza y cuidado de niños. Es una forma elegida de cooperación social ante la persistencia de la escasez en la vida humana.

El matrimonio y la vida familiar no son por tanto productos de impulsos sexuales innatos o instintos naturales. Estas instituciones se originaron y continúan existiendo como una parte integral de la vida social porque la racionalización de los seres humanos individuales afirma sus beneficios. En palabras de Mises, “ni la cohabitación, ni lo que la precede y sigue, generan cooperación social y modos sociales de vida. Los animales también se juntan al aparearse, pero no han desarrollado relaciones sociales. La vida familiar no es simplemente un producto del intercambio sexual. No es en ningún modo natural y necesario que padres e hijos vivan juntos de la manera en que lo hacen la familia. La relación de apareamiento no tiene que generar una organización familiar. La familia humana es un resultado del pensamiento y la acción” (Mises 1969, p. 168).

El ideal moderno de matrimonio monógamo tampoco es una creación de las directivas eclesiásticas. El matrimonio moderno es un producto de la evolución del derecho contractual y su deliberada extensión a asuntos de la vida familiar. La monogamia se ha impuesto históricamente a la poligamia, ya que el conflicto sobre el control y la disposición de la propiedad de lo que una mujer trae a un matrimonio, incluyendo la identificación de sus herederos adecuados, se resuelve a través del recurso a la idea de contrato. Este proceso es descrito por Mises en el siguiente pasaje:

Así que la monogamia ha sido aplicada gradualmente por la mujer que trae riqueza a su marido y por los parientes de esta, una manifestación directa de la manera en la que el pensamiento y el cálculo capitalista han penetrado en la familia. Para proteger legalmente la propiedad de las esposas y sus hijos se dibuja una gruesa línea de división entre la conexión y la sucesión legítima e ilegítima. La relación entre marido y mujer se reconoce como un contrato.

Cuando la idea de contrato entra en el derecho matrimonial, acaba con el dominio del varón y hace a la esposa un socio con iguales derechos. Desde una relación desequilibrada basada en la fuerza, el matrimonio se convierte así en un acuerdo mutuo: la sirviente se convierte en la esposa casada con derecho a reclamar al hombre todo lo que él tiene derecho a reclamarle a ella. (…)

La evolución del matrimonio ha tenido lugar por medio del derecho en relación con la propiedad de las personas casadas. La posición de la mujer en el matrimonio mejoró al desaparecer el principio de violencia y a medida que la idea del contrato avanzaba en otros campos del derecho de propiedad transformaba necesariamente las relaciones de propiedad entre las parejas casadas. La mujer fue liberada el poder de su marido por primera vez cuando tuvo derechos legales sobre la riqueza que había aportado al matrimonio y que había adquirido durante el matrimonio. (…)

Así que el matrimonio, tal y como lo conocemos, ha aparecido completamente como resultado de que la idea contractual entrara en esta esfera de la vida. Todos nuestros queridos ideales del matrimonio han partido de esta idea. El que el matrimonio une a un hombre una mujer, el que sólo puede realizarse con la libre voluntad de ambas partes, el que impone una obligación de fidelidad mutua, el que las violaciones de un hombre de los votos matrimoniales no han de ser juzgadas de una manera distinta de las de una mujer, el que los derechos del esposo y la esposa son necesariamente los mismos, todos estos principios se desarrollan a partir de la actitud contractual ante el problema de la vida marital [1969, pp. 95-96].

En resumen, la vida familiar en su forma moderna, así como la moral y las reglas de conducta que la sostienen y la hacen posible, son el resultado de un proceso histórico dirigido por la razón y estimulado por la voluntad de los seres humanos individuales de establecer disposiciones vitales compatibles con la mayor satisfacción posible de sus deseos, bajo la evolución de la división del trabajo. Así que, como concluye Mises, el matrimonio moderno “es el resultado del desarrollo capitalista, y no del eclesiástico” (1969, p. 97).

Igual que la moral que subyace en el matrimonio, todos los fenómenos espirituales e intelectuales, incluyendo la religión y la cultura, están poderosamente condicionados por el desarrollo de la división social del trabajo. Como señala Mises, “toda cultura interior requiere medios externos para su realización y estos medios externos solo pueden conseguirse mediante el esfuerzo económico. Cuando la productividad del trabajo decae a través de la retrogresión de la cooperación social, le sigue la decadencia de la cultura interior” (1969, p. 310). Mises ilustra esto históricamente señalando la decadencia del Imperio Romano, que “fue solo el resultado de la desintegración de la sociedad antigua, que después de llegar a un alto nivel de división del trabajo se hundió de vuelta a una economía casi sin dinero” (1969, p. 309). La “desintegración” de la división social del trabajo produjo un revés devastador no solo para la población humana, la productividad y la prosperidad, sino también para los trabajos científicos, técnicos y artísticos. En resumen, “La cultura clásica murió porque la sociedad clásica sufrió un retroceso” (Mises 1969, p. 309).

La evolución lingüística está también íntimamente relacionada con los cambios producidos en la división del trabajo. El idioma es “una herramienta de pensamiento y acción” y, como tal, “cambia continuamente de acuerdo con los cambios que se producen en las mentes de aquellos que lo usan” (Mises 1985, p. 232). Cuando la comunicación entre miembros de un grupo lingüísticamente homogéneo se dificulta o desaparece completamente, la consecuencia es una evolución divergente del idioma entre los grupos aislados a partir de ese punto. Así explica Mises la aparición de los dialectos locales como una “desintegración de la unidad lingüística” que se produce “Cuando las comunicaciones entre las diversas partes del territorio de una nación eran infrecuentes debido a la escasez de división interlocal del trabajo y lo primitivo los medios de transporte” (1985, p. 233).

Junto con el legado genético y el entorno natural, Mises identifica la división social del trabajo como un factor importante que actúa limitando las posibilidades del “ser y convertirse” de la persona en cualquier punto de la historia (1969, pp. 314-315). La persona nace en un entorno social caracterizado por reglas de conducta, convenciones lingüísticas, códigos legales y morales, costumbres e instituciones sociales preexistentes cuya razón de ser es hacer posible la cooperación humana bajo la división del trabajo. Al elegir integrarse en la sociedad, la persona debe adaptarse conscientemente a la división del trabajo, tanto física como espiritualmente: físicamente, eliminando el ejercicio y desarrollo de sus capacidades y habilidades en todo un rango de tareas pensadas para servir directamente a sus propios deseos y buscando una profesión u ocupación altamente especializada orientada a satisfacer los deseos de otros seres humanos; y espiritualmente, adoptando un comportamiento de acuerdo con las normas de instituciones sociales.

Así, según Mises (1969, p. 304), “El efecto más importante de la división del trabajo es que convierte a la persona independiente en un ser social dependiente. Bajo la división del trabajo, el hombre social cambia. (…) Se adapta a nuevas formas de vida, permite que se atrofien algunas energías y órganos y desarrolla otros. Se convierte en unilateral”.

Además, como señala Mises, el mismo concepto de un ser humano aislado es una ficción, un constructo mental útil para el desarrollo de teoría económica, pero de imposible aplicación en la historia (Mises 1966, pp. 243-244; Mises 1969, pp. 291-292). El homo sapiens es necesariamente una criatura de cooperación social bajo división del trabajo, porque el lenguaje, el requisito previo del pensamiento consciente, no puede ser desarrollado por un ser aislado. Como expresa Mises:

El paso biológico de una especie de primates por encima del nivel de una mera existencia animal y su transformación en hombres primitivos implicó el desarrollo de los primeros rudimentos de la cooperación social. El homo sapiens no apareció en la etapa de los acontecimientos terrenales ni como un buscador solitario de comida, ni como un miembro de un rebaño gregario, sino como un ser que cooperaba conscientemente con otros seres de su propio tipo. Solo en cooperación con sus iguales pudo desarrollar el lenguaje, la herramienta indispensable del pensamiento. No podemos ni siquiera imaginar a un ser razonable viviendo en perfecto aislamiento ni sin cooperar al menos con miembros de su familia, clan o tribu. El hombre como hombre es necesariamente un animal social. Algún tipo de cooperación es una característica esencial de su naturaleza [1985, p. 252].

Estas consideraciones llevaban a Mises a concluir que “El desarrollo de la razón humana y la sociedad humana son uno y el mismo proceso” (1969, p. 291). En otro lugar, Mises afirma: “la conexión interna y necesaria entre evolución de la mente y evolución de la sociedad” (1969, p. 300). Pero si la cooperación social es una condición necesaria del origen de la mente humana, la existencia y evolución de la división social del trabajo más allá del nivel rudimentario depende de la capacidad del intelecto humano para trabajar con números cardinales para calcular el resultado de los procesos de producción social. Este es otro sentido en el que, para Mises, la sociedad puede considerarse un fenómeno racional.

Cálculo económico, mercado y sociedad

Mises califica al mercado como “el principal cuerpo social” (1966, p. 315). Como tal, la economía de mercado es “el producto de un largo proceso evolutivo” (Mises 1966, p. 265). Sin embargo, esto no implica que las relaciones de mercado sean un resultado no teleológico o no diseñado de procesos tropistas e irracionales de selección cultural. Por el contrario, Mises argumenta que la economía de mercado es el producto de la razón consciente y la búsqueda teleológica, es “el resultado de los empeños del hombre en ajustar su acción de la mejor manera posible a las condiciones dadas de su entorno que no puede alterar” (1966, p. 265). En este sentido, Mises se refiere a la economía mercado como “un modo de actuar propio del hombre bajo la división del trabajo” y como una “estrategia” para lograr progreso social y económico (1966, p. 265).

Además, el mercado se origina y evoluciona a través de intercambios individuales, que implican “mutualidad intencional” y “cooperación consciente e intencionada” (Mises 1966, p. 194). Como escribe Mises, “La recurrencia de los actos individuales de intercambio genera el mercado paso a paso con la evolución de la división del trabajo dentro de una sociedad basada en la propiedad privada” (1966, p. 327). De esto se deduce por tanto que “la relación de intercambio es la relación social fundamental. El intercambio interpersonal de bienes y servicios teje el hilo que une a los hombres a la sociedad. La fórmula de la sociedad es: do ut des” (Mises 1966, p. 194).

En virtud del hecho de que subsiste en la red de intercambios continuamente recurrente entre actores humanos con un propósito, el mercado y su configuración en cualquier momento han de explicarse por los valores y decisiones humanos que dieron lugar a estos intercambios. En este sentido, sin duda la sociedad de mercado es una creación intencionada, una consecuencia pretendida de un comportamiento conscientemente elegido. Según Mises:

El mercado es un proceso, que funciona por la interacción de las acciones de diversos individuos cooperando bajo división del trabajo. Las fuerzas que determinan el estado continuamente cambiante del mercado son los juicios de valor de estos individuos y sus acciones dirigidas por estos juicios de valor. (…) El mercado es totalmente el resultado de las acciones humanas. Todo fenómeno del mercado puede remontarse a decisiones concretas de los miembros de la sociedad de mercado. (…)

Los únicos factores que dirigen el mercado y la determinación de los precios son las acciones intencionadas de los hombres. No hay automatismo: solo hay hombres buscando consciente y deliberadamente los fines elegidos. No hay fuerzas mecánicas misteriosas: solo está la voluntad humana de eliminar la incomodidad [1966, pp. 257-258, 315].

Pero aunque los fenómenos del mercado han de ser explicados completamente en términos de decisiones humanas conscientes, las sucesivas estructuras de precios que aparecen en el curso de los procesos del mercado son fenómenos genuinamente “sociales”. Son sociales en el sentido de que, aunque cada transaccionador individual contribuye a su formación, representan más que cualquier contribución individual concreta. El resultado es que cada individuo cuando planea sus actividades de mercado tiene en cuenta los precios como si no estuvieran influidos por sus propias acciones. Como escribe Mises:

Los fenómenos del mercado son fenómenos sociales. Son el resultado de la contribución activa de cada persona. Pero son distintos para cada contribución. Aparecen a las personas como algo dado que no pueden alterar. (…)

[Los precios] son fenómenos sociales ya que se producen por la interacción de valoraciones de todas las personas que participan en el funcionamiento del mercado. Cada persona, al comprar o no comprar y al vender o no vender, contribuye en parte a la formación de los precios del mercado. Pero cuanto mayor es el mercado, menor es el peso de la contribución de cada persona. Así que la estructura de los precios del mercado se le aparece a la persona como algo dado y a lo que debe ajustar su propia conducta [1966, pp. 315, 331].

Mises destaca que no es ningún precio en concreto, sino el complejo de relaciones que prevalecen momentáneamente entre los precios lo que constituye el aspecto social del mercado:

Sería absurdo observar un precio concreto como si fuera un objeto aislado en sí mismo. Un precio expresa la posición que los hombres que actúan atribuyen a una cosa bajo el estado presente en sus esfuerzos por eliminar la incomodidad. No indica una relación con algo invariable, sino únicamente la posición instantánea en un ensamblaje caleidoscópicamente cambiante. En este grupo de cosas consideradas valiosas por los juicios de valor de hombres que actúan el lugar de cada partícula está interrelacionado con los de todas las demás partículas. Lo que se llama un precio es siempre una relación dentro de un sistema integrado que es el efecto compuesto de las relaciones humanas [1966, p. 392].

Al determinar la estructura de precios, el mercado también determina, como parte del mismo proceso social, la asignación de trabajo y otros recursos en las diversas líneas de producción y la “distribución” de rentas entre las diversas personas que contribuyen a la producción. Mises escribe:

El proceso de precios es un proceso social. Se consuma por una interacción de todos los miembros de la sociedad. Todos colaboran y cooperan, cada uno en el papel particular que ha elegido para sí mismo en el marco de la división del trabajo. Al competir en la cooperación y cooperar en la competencia, toda la gente es importante para producir el resultado, es decir, la estructura de precios del mercado, la asignación de los factores de producción a las diversas líneas de satisfacción de deseos y la determinación de la porción de cada persona. Estos tres eventos no son cosas distintas. Solo son distintos aspectos de un fenómeno indivisible. (…) En el proceso del mercado se logran uno acto [1966, p. 338].

Así es como el proceso del mercado da lugar “no solo a la estructura de precios, sino asimismo a la estructura social, la asignación de tareas concretas a las diversas personas” (Mises 1966, p. 311). Es el mercado y solo el mercado el que permite el desarrollo y persistencia de un orden social con un sentido y un fin. Bajo la dirección del mercado, cada persona elige intencionadamente integrarse en la división social del trabajo con las mayores ventajas para sí y para sus conciudadanos. De esta manera, el sistema social “está dirigido por el mercado. (…) Solo el mercado pone en orden todo el sistema social y le proporciona sentido y significado” (Mises 1966, p. 257).

Por tanto, en la teoría social misesiana, el sello distintivo y sine qua non de la sociedad de mercado y del propio ser social no es su “espontaneidad” (lo que quiera que esto signifique), sino su intencionalidad. Cuando el mecanismo de dirección social del mercado se destruye, como pasa bajo la planificación central socialista, la cooperación social sistemática y con un sentido se convierte en imposible y es remplazada por “un sistema de tanteo en la oscuridad. Lo que se llama planificación consciente es precisamente la eliminación de la acción intencionada consciente” [las cursiva es son mías] (Mises 1966, pp. 700-701).

Mientras que la cooperación humana en la división del trabajo resulta posible por el resultado social de las relaciones de intercambio del mercado, es decir, la estructura de precios, el propio mercado se declara sobre un funcionamiento intelectual originado y realizado conscientemente por la mente humana individual. Esta operación es lo que Mises llamaba “cálculo económico en términos monetarios” o sencillamente “cálculo monetario”. Según Mises, el cálculo monetario es “la base intelectual de la economía de mercado” y “ la luz que guía la acción bajo el sistema social de la división del trabajo” (1966, pp. 229, 259). Es un “método de pensar” intencionadamente creado por el “hombre que actúa”, que “hizo posible calcular sus acciones” (Mises 1966, p. 231).

El cálculo es absolutamente necesario para que un actor determine la asignación más ventajosa de recursos escasos en un mundo en el que los recursos no son, ni puramente inespecíficos, ni absolutamente específicos para una amplia variedad de posibles procesos de producción (Mises 1966, pp. 207-208). Por tanto, bajo estas condiciones, el cálculo monetario:

es la brújula del hombre que se dedica a la producción. Calcula para distinguir las líneas remunerativas de producción de las no rentables. (…) Cada paso de las actividades emprendedoras está sometido a escrutinio por el cálculo monetario. La premeditación de la acción planeada se convierte en un precálculo comercial de costes esperados e ingresos esperados. El establecimiento retrospectivo del resultado de la acción pasada se convierte en contabilidad de pérdidas y ganancias [Mises 1966, p. 229].

El capital, “el concepto fundamental del cálculo económico”, y el concepto correlativo de la renta permiten al actor entender mentalmente la distinción entre medios y fines “con respecto a las condiciones perpetuamente cambiantes de las industrias de procesado altamente desarrolladas y la complicada estructura de la cooperación social de cientos de miles de trabajos especializados y rendimientos” (Mises 1966, pp. 260-261). La contabilidad de capital es por tanto la condición previa indispensable de la expresión de la racionalidad y el propósito individuales, dentro del contexto de la división social del trabajo, porque, sin recurso a esta operación intelectual, hombres y mujeres serían incapaces de evaluar los resultados, ya sean consumados o esperados, de sus acciones. Según Mises: “El cálculo monetario llega a su completa perfección en la contabilidad de capital. Establece los precios monetarios de los medios disponibles y compara este total con los cambios producidos por la acción y la operación de otros factores. Esta comparación muestra qué cambios se produjeron en el estado de los asuntos del hombre que actúa y la magnitud de esos cambios: hace evaluables éxito y fracaso, ganancia y pérdida” (1966, p. 230).

Sin la posibilidad de cálculo económico, incluso un actor humano en aislamiento perfecto encontraría restringido su rango de actividades intencionadas o “intercambios autistas” a menos que el rango completo de posibilidades de producción determinadas por los elementos puramente externos en su entorno (incluyendo sus capacidades laborales). Al calificar las economías del individuo aislado y de la sociedad socialista aislada como “construcciones imaginarias” irrealizables, Mises declara: “Robinson Crusoe, quien (…) puede haber existido y el director general de una comunidad socialista perfectamente aislada que nunca existió no habrían estado en disposición de planificar y actuar, ya que la gente solo puede hacerlo cuando puede recurrir al cálculo económico” (1966, p. 243).

El mercado y por tanto la sociedad son imposibles sin acción calculable. Mises destaca esto: “Las tareas establecidas para actuar dentro de cualquier sistema de división del trabajo no pueden realizarse sin cálculo económico. (…) El que [el mercado] sea capaz de dicho cálculo resultó esencial en su evolución y condiciona su funcionamiento actual. La economía de mercado es real porque puede calcular” [las cursivas son mías]. Así que la lógica indica que un tratamiento del problema del cálculo económico que precede a la elaboración sistemática de una teoría de la economía de mercado. La cataláctica, a su vez, debe preceder al análisis de los sistemas económicos alternativos, como el socialismo, que no ofrecen ningún ámbito para la acción calculable. Estos últimos sistemas de organización económica no pueden ni siquiera ser conceptualizados sin recurrir a los modos calculadores de pensamiento desarrollados dentro de la economía del mercado. Por citar a Mises:

El análisis de los problemas de la sociedad de mercado, el único patrón de acción humana en el que puede aplicarse el cálculo de la acción planeada, abre el acceso al análisis de todos los modos concebibles de acción y de todos los problemas económicos con los que se enfrentan historiadores y etnógrafos. Todos los métodos no capitalistas de gestión económica solo pueden ser estudiados bajo la suposición hipotética de que en ellos pueden usarse también números cardinales a la hora de registrar la acción pasada y planificar la acción futura. Por eso es por lo que los economistas colocan el estudio de la economía pura del mercado en el centro de su investigación [1966, pp. 266-267].

Pero, como señala Mises, el cálculo económico implica computación aritmética y “la computación requiere un denominador común al que se puedan referir todas las cosas entradas” (1966, p. 214). Por esta razón, el cálculo económico solo puede ser cálculo en términos de precios monetarios y el desarrollo del cálculo económico, así como la aplicación de números cardinales a todas las áreas de la vida humana es lógica e históricamente inseparable de la evolución del dinero y la economía de mercado. Como escribe Mises:

Así que el dinero se convierte en el vehículo del cálculo económico (…) solo porque el dinero es el medio común de intercambio, porque la mayoría de los bienes y servicios pueden venderse y comprarse en el mercado con dinero y sólo mientras sea así podrán los hombres usar precios monetarios a la hora del cálculo. Los tipos de intercambio entre el dinero y los diversos bienes y servicios establecidos en el mercado del pasado y que se espera que se establezcan el mercado del futuro son las herramientas mentales de la planificación económica. Donde no hay precios monetarios no existen las cantidades económicas. (…) No hay manera por la que el hombre descubra qué tipo de acción serviría mejor a sus empeños por eliminar su incomodidad tanto como sea posible [1966, pp. 208–09]. (…)

[El cálculo monetario] desarrollado en ese marco se ha perfeccionado gradualmente con la mejora el mecanismo del mercado y con la expansión del ámbito de las cosas que se negocian en los mercados con dinero. Fue el cálculo económico en el que asignó a la medición, la numeración y el cálculo el papel que desempeñan en nuestra civilización cuantitativa y computadora. Las mediciones de la física y la química tienen sentido para la acción práctica solo porque hay cálculo económico. Es el cálculo económico el que hizo de la aritmética una herramienta para una vida mejor. Proporciona el modo de usar logros de experimentos de laboratorio para la eliminación más eficaz de la incomodidad. (…) Nuestra civilización está inseparablemente ligada a nuestros métodos de cálculo económico. Perecería si abandonáramos esta que es su herramienta intelectual más preciosa para actuar [1966, p 230].

Uso del cálculo frente a uso del conocimiento: La función social de los precios

Así que, en opinión de Mises, la sociedad humana es un fenómeno profundamente racional, un producto de la capacidad del intelecto humano para concebir números cardinales y manipularlos en operaciones aritméticas. Afirmar por tanto que la función principal del sistema de precios de mercado es lograr “el uso del conocimiento en la sociedad” es concebir de forma gravemente errónea la naturaleza del problema social. El problema de la sociedad es primero y ante todo el de calcular el resultado de la acción intencionada asumida dentro del marco de la división del trabajo. Como la única posible herramienta de acción calculadora, los precios monetarios no permiten solamente que la gente utilice su conocimiento individual “de circunstancias particulares de tiempo y lugar” para mejorar la eficiencia con la que los bienes se producen en la sociedad, sino que los precios hacen posible la misma existencia de los procesos sociales de producción. Por tanto, para Mises, el mercado proporciona mucho más que una “división del conocimiento”, produce “la división intelectual del trabajo que consiste en la cooperación de todos los empresarios, terratenientes y trabajadores como productores y consumidores en la formación de los precios del mercado. Sin él, la racionalidad, es decir, la posibilidad de cálculo económico, es impensable” (1985b, p. 75).

De hecho, Mises presenta una crítica mordaz de la opinión de Walras de que, en los planes de los productores, los precios sustituyen al conocimiento de los datos económicos o, más bien, a la comprensión y evaluación empresarial de futuras variaciones de estos datos. La crítica de Mises se basa en el hecho indiscutible de que “los precios del mercado son hechos históricos expresivos de un estado de cosas que prevalecía en un instante concreto de un periodo histórico irreversible” (Mises 1966, p. 223). Como tales, los precios existentes no pueden servir nunca como una guía indiscutible para la producción, que siempre se dirige a suministrar a un mercado en un futuro más o menos remoto, lo que implica una configuración distinta de los datos económicos. De hecho, si los productores tuvieran la seguridad de que los datos subyacentes de los mercados futuros nunca diferirán de los que determinan el estado presente o inmediatamente pasado del mercado, podrían evitar completamente los precios y el cálculo y simplemente llevar a cabo las mismas actividades productivas una y otra vez. Pues, como nos recuerda Mises, “la principal tarea del cálculo económico no es tratar los problemas de situaciones y precios del mercado que no cambian o solo cambian ligeramente, sino tratar el cambio” (1966, p. 212). Paradójicamente, un mundo en el que los precios (de intercambios consumados previamente) conllevaran conocimiento sobre el cual basar decisiones de producción orientadas a futuro sería un mundo en el que el sistema de precios sería, como diría Mises, “supererogatorio y ocioso”.

En el mundo real de acción y cambio, por otro lado, “Las tasas de intercambio están sometidas a un cambio perpetuo, porque las condiciones que las producen están cambiando perpetuamente. El valor que atribuye una persona tanto al dinero como a los diversos bienes y servicios es el resultado de una decisión momentánea” (Mises 1966, p. 217). El resultado, según Mises, es que “El empresario planificador no puede conseguir emplear datos con respecto al futuro desconocido: trata con precios futuros y costes futuros de producción” (1966, p. 224). Además, como los precios pasados no están ligados causalmente a la aparición de los precios futuros, no pueden encarnar conocimiento relevante para la redacción del plan presente de producción. Es una conclusión irrefutable del análisis praxeológico, la olvidada implicación negativa del teorema de la regresión de Mises.

Mises explica:

Al redactar sus planes los emprendedores miran en primer lugar los precios del pasado inmediato a los que se les llama erróneamente precios actuales. Por supuesto, los emprendedores nunca hacen que estos precios entren en sus cálculos sin prestar atención a los cambios previstos. Los precios del pasado inmediato son para ellos solo el punto de partida para deliberaciones que llevan a la previsión de precios futuros. Los precios del pasado no influyen en la determinación de los precios futuros. Es, por el contrario, la previsión de los precios futuros de los productos la que determina el estado de los precios de los factores complementarios de producción. La determinación de los precios, en lo que respecta a las tasas mutuas de intercambio entre diversos productos, no tiene relación causal directa, sean cuales sean los precios del pasado [las cursivas son mías; 1966, p. 336].

En una nota a pie de página para este pasaje, Mises señala que, en el caso de la tasa de intercambio entre dinero y otros bienes económicos, no es aplicable el enunciado destacado. Es una referencia al teorema de la reversión de Mises, de acuerdo con el cual el poder adquisitivo pasado de la unidad monetaria es un factor causal en la determinación de su poder adquisitivo actual (1966, p. 336, nota 2).

Por tanto, está claro que en opinión de Mises la información generada por el sistema de precios no obvia la previsión empresarial y la comprensión interpretativa de la constelación de datos que subyace en los mercados del futuro. ¿Qué papel desempeña entonces el conocimiento de los precios pasados en las decisiones actuales acerca de la asignación de recursos? Según Mises, los precios pasados son útiles para los emprendedores para “evaluar” los precios futuros que aparecerán tras los cambios previstos en los datos. O, dicho de otra manera, los precios de ayer no “economizan conocimiento”, pero ahorran esfuerzo mental gastado por el empresario en tratar de “entender” los efectos del cambio previsto en la estructura de precios de mañana, cuyos elementos sirven como números cardinales en los cálculos económicos de hoy. El recurso a su experiencia de precios pasados elimina la necesidad para los empresarios de reconstruir mentalmente ab initio la estructura de precios y el patrón de asignación de recursos cada vez que se produce un cambio previsto en los datos que requiera el cálculo de nuevas decisiones de producción. La evaluación empresarial se simplifica enormemente cuando puede actuarse estimando los efectos de las variaciones previstas de los datos sobre una estructura preexistente de precios. Como escribe Mises:

Las cifras aplicadas por el hombre que actúa en el cálculo económico no se refieren a cantidades medidas, sino al tipo de cambio que se espera (sobre la base de la comprensión) que se produzcan en los mercados del futuro hacia los que se dirige únicamente toda la acción y los que cuentan únicamente para el hombre que actúa. (…) Como la acción siempre se dirige a influir en el estado futuro de cosas, el cálculo económico siempre trata el futuro. En la medida en que toma en consideración acontecimientos pasados, lo hace solo para entender la acción futura. (…)

Los precios del pasado son para el emprendedor, el autor de la producción futura, solamente una herramienta mental. Los emprendedores no construyen de nuevo cada día una estructura radicalmente nueva de precios, ni asignan de nuevo los factores de producción a las diversas ramas del sector. Se limitan a transformar lo que el pasado ha trasmitido adaptándolo mejor a las condiciones alteradas. Cuánto de las condiciones previas conserven y cuánto cambien depende del grado en que hayan cambiado los datos. (…) Para ver su camino en el futuro desconocido e incierto el hombre tiene a su alcance solo dos ayudas: la experiencia de los acontecimientos pasados y su facultad de comprensión. El conocimiento acerca de los precios pasados es una parte de esta experiencia y al mismo tiempo el punto de partida para entender el futuro [1966, pp. 210, 337].

Como un componente de la experiencia, los precios pasados son por tanto un auxiliar importante, pero en modo alguno indispensable, para la comprensión empresarial del curso futuro de los precios. Sin embargo, como, en el análisis final, los precios que preocupan a los emprendedores son los futuros, Mises concluye que el cálculo económico y la asignación racional de recursos podrían seguir teniendo lugar incluso en caso de un completo olvido de los precios pasados:

Si desapareciera el recuerdo de todos los precios del pasado, el proceso de precios se haría más problemático, pero no imposible, en lo que se refiere los tipos de intercambio mutuo entre los diversos productos. Sería más difícil para los emprendedores ajustar la producción a la demanda del público, pero podría hacerse de todas maneras. Sería necesario que recogieran de nuevo todos los datos que necesitan como base para sus operaciones. No evitarían errores que ahora eluden debido a la experiencia que tienen a su disposición. Las fluctuaciones de precios serían más violentas al principio, se desperdiciarían factores de producción, se dificultaría la satisfacción de deseos. Pero finalmente, tras pagarlo caro, la gente adquiriría de nuevo la experiencia necesaria para un funcionamiento fluido del proceso de mercado [1966, p. 337].

Dejadme que resuma la postura de Mises sobre la función social de los precios y la adquisición y uso del conocimiento en la sociedad. El sistema de precios no es (y praxeológicamente no puede ser) un mecanismo para economizar y comunicar el conocimiento relevante a los planes de producción. Los precios que ha habido en la historia son un accesorio de evaluación, la operación mental en la que se usa la facultad de comprensión para evaluar la estructura cuantitativa de las relaciones de precios, que se corresponde con una constelación anticipada de datos económicos. Tampoco los precios anticipados futuros son herramientas de conocimiento: son instrumentos de cálculo económico. Y el cálculo económico no es en sí mismo el medio para adquirir conocimiento, sino el mismo requisito previo de la acción racional dentro del establecimiento de la división social del trabajo. Proporciona a las personas, sea cual sea su nivel de conocimiento, la herramienta indispensable para lograr una comprensión y comparación mental de los medios y fines de la acción social. Como dice Mises: “No es tarea del cálculo económico expandir la información del hombre acerca de las condiciones futuras. Su tarea es ajustar sus acciones tan bien como sea posible a su opinión actual con respecto a la satisfacción de deseos en el futuro” (1966, p. 214).

El problema del socialismo: ¿Cálculo o conocimiento?

Está por tanto claro que la crítica de Mises de la posibilidad de socialismo no trata del conocimiento sino del cálculo. Procede ineluctablemente a partir de esta idea de que, aunque los números cardinales y sus propiedades aritméticas son “categorías eternas e inmutables de la mente humana”, el cálculo económico es “solo una categoría propia de la acción bajo condiciones especiales” o lo que la Escuela Histórica Alemana calificaba como una “categoría histórica” (Mises 1966, pp. 199, 201). Así, “El sistema de cálculo económico en términos monetarios está condicionado por ciertas instituciones sociales. Puede funcionar solo en una disposición institucional de división del trabajo y propiedad privada de los medios de producción en la que bienes y servicios de todos los órdenes se compran y venden por medio de un medio de intercambio usado generalmente, es decir, de dinero” (Mises 1966, p. 229). Si estas condiciones previas de la acción calculadora y desaparecieran en el curso futuro de la evolución social, debido, por ejemplo, a la abolición de la propiedad privada de los medios no humanos de producción, la acción social racional se convertiría en imposible y la división social del trabajo se desintegraría literalmente en sus partes componentes, en economías familiares primitivas.

Dicho de forma sencilla y directa, la postura de Mises es que “La cooperación humana bajo el sistema de la división social del trabajo es solo posible en la economía de mercado. El socialismo no es un sistema viable de organización económica de la sociedad, porque le falta algún método de cálculo económico. (…) La alternativa es entre capitalismo y caos” (Mises 1966, pp. 679-680). En otro lugar, Mises declara que el “cálculo económico” es “el problema esencial y único del socialismo” (1966, p. 703).

Mises tampoco ignoraba el llamado “problema del conocimiento” al que se enfrentaban los planificadores centrales. De hecho, en su explicación posterior del socialismo en La acción humana distinguía cuidadosa y repetidamente entre el problema del cálculo y el del conocimiento, suponiendo explícitamente que los planificadores económicos poseyeran conocimiento completo de los datos económicos relevantes (Mises 1966, pp. 689-715).

Por ejemplo, Mises prologa su capítulo sobre la “Imposibilidad del cálculo económico bajo el socialismo” con la siguiente lista de supuestos: “Supongamos que el director tiene a su disposición todo el conocimiento tecnológico de su época. Además, tiene un inventario completo de todos los factores materiales de producción disponibles y una plantilla que abarca toda la mano de obra empleable. En este sentido, el grupo de expertos y especialistas que reúne en sus oficinas le proporcionan información perfecta y responden correctamente a todas las preguntas que pueda hacerles. Suponemos que el director ha aclarado su mente con respecto a la valoración de los fines últimos. (…) Podemos suponer, para seguir con el argumento, que un poder misterioso hace que todos estén de acuerdo entre sí y con el director en la valoración de los fines últimos” (1966, p. 696).

Así que el planificador posee “información perfecta” acerca de las reglas generales de tecnología y acerca de las circunstancias particulares de tiempo y lugar en relación con la escala de valores de cada consumidor y la disponibilidad de cada una de las variedades de factores. Consideremos ahora, como Mises, la decisión del planificador de construir una casa bajo estas condiciones. Mises argumenta que el planificador sigue enfrentándose al problema irresoluble de cuál de los diversos métodos técnicos conocidos para llevar a cabo su proyecto debería seleccionar. Cada uno de los métodos emplea los factores dados en cantidades diferentes, cada uno emplea un periodo distinto de producción y cada uno genera una construcción con una durabilidad física distinta.

Mises desarrolla el problema enfrentando al planificador en esta situación con los siguientes términos:

¿Qué método debería elegir el director? No puede reducir a un denominador común los diversos materiales y diversos tipos de labor a gastar. Por tanto, no puede compararlos. No puede atribuir, ni al tiempo de espera (periodo de producción), ni a la duración de la usabilidad una expresión numérica concreta. En resumen, no puede, al comparar los costos a gastar y las ganancias a conseguir, recurrir a ninguna operación aritmética. Los planes de sus arquitectos enumeran una vasta multiplicidad de distintos tipos de cosas: se refieren a las cualidades físicas y químicas de diversos materiales y a la productividad física de diversas máquinas, herramientas y procedimientos. Pero todos sus enunciados siguen sin estar relacionados entre sí. No hay manera de establecer ninguna conexión entre ellos. (…) Si se elimina el cálculo económico no hay manera de adoptar una decisión racional entre las diversas alternativas [1966, pp. 698-699].

Por tanto, para Mises, “el problema crucial y único del socialismo (…) es un problema puramente económico y, como tal, se refiere únicamente a medios y no a fines últimos (1966, p. 697). En otras palabras, es meramente el problema de la maximización robbinsiana, de decidir cómo se asignan medio dados a la vista de una estructura dada de fines.

Al responder a la crítica socialista de que el cálculo capitalista es falible porque tiene lugar bajo condiciones de incertidumbre, Mises no deja ninguna duda de que la incapacidad de calcular y la falta de conocimiento son problemas lógicamente distintos y que el primero es la roca en la que encalla el barco socialista. Mises escribe:

Toda acción humana apunta al futuro y el futuro es siempre incierto. Los planes elaborados más cuidadosamente se frustran si las expectativas con respecto al futuro caen por tierra. Sin embargo, este es un problema bastante diferente. Hoy calculamos del punto de vista de nuestro conocimiento actual y de nuestra previsión actual de condiciones futuras. No tratamos el problema de si el director será capaz o no de prever condiciones futuras. Lo que tenemos en mente es que el director no puede calcular desde el punto de vista de sus actuales juicios de valor y su actual previsión propia de las condiciones futuras, sean las que sean. Si hoy invierte en la industria de las conservas, puede ocurrir que un cambio en los gustos de los consumidores o en las opiniones higiénicas con respecto a la comida enlatada conviertan algún día su inversión en fallida. ¿Pero cómo puede descubrir hoy cómo crear y equipar una fábrica de envasado más económicamente? [1966, pp. 699-700]

Es por tanto porque al socialismo le faltan los medios para calcular, por lo que Mises niega enfáticamente que los hombres “sean libres para adoptar el socialismo sin abandonar la economía en la elección de medios” o que “El socialismo no conlleva la renuncia a la racionalidad en el empleo de los factores de producción” (1966, p. 702).

Mises se aproxima al problema del conocimiento frente al cálculo desde otro ángulo adicional. Supone que le historia humana, en la práctica, ha llegado a un fin y que ha cesado cualquier cambio adicional en los datos económicos. Supone además que el planificador central socialista está dotado milagrosamente de un conocimiento perfecto con respecto a los datos completos de este estado final de equilibrio. Incluso en esta situación el planificador se enfrenta a un problema que requiere cálculo económico. El planificador debe decidir cómo utilizar más económicamente los medios de producción legados por el pasado, por ejemplo, la estructura existente de capital y las habilidades adquiridas y ubicación de la fuerza laboral, que todavía no están ajustados a sus configuraciones de equilibrio. Pues, como señala Mises,

Mientras no se haya alcanzado todavía el equilibrio, el sistema está en un movimiento continuo que cambia los datos. La tendencia hacia el establecimiento del equilibrio, no interrumpida por la aparición de ningún cambio en los datos que vengan de fuera, es en sí misma una sucesión de cambios en los datos. (…) El conocimiento de las condiciones que prevalecerán bajo el equilibrio es inútil para el director, cuya tarea es actuar hoy bajo las condiciones presentes. Lo que debe aprender es cómo proceder de la manera más económica con los medios hoy disponibles, que son la herencia de una época con valoraciones distintas, un conocimiento tecnológico distinto y una información distinta acerca de los problemas de ubicación. Debe saber qué el paso es el siguiente que debe adoptar. (…) [Así que] incluso si (…) suponemos que una inspiración milagrosa ha permitido al director resolver sin cálculo económico todos los problemas con respecto a la disposición más ventajosa de todas las actividades de producción y que la imagen precisa del objetivo final al que debemos dirigirnos está presente en su mente, siguen existiendo problemas esenciales que no pueden tratarse sin cálculo económico [1966, pp. 712-713].

Hay una implicación importante de nuestra interpretación de la crítica del socialismo de Mises. Aunque la economía de mercado ha resuelto perfectamente problema del cálculo económico (su misma existencia atestigua la veracidad de esta conclusión) al menos praxeológicamente encaja con el socialismo con respecto al problema del conocimiento. Pues la imperfección del conocimiento derivado de la incertidumbre del futuro es una categoría de toda acción humana, que no puede superarse recurriendo al sistema de precios del mercado, la alerta empresarial, el proceso competitivo de descubrimiento y así sucesivamente. En todo caso, las comparaciones entre las economías planificadas centralizadamente y de mercado sobre la base de sus mecanismos alternativos para el descubrimiento y divulgación de conocimiento tienen poco más que un valor heurístico, precisamente porque, incluso suponiendo condiciones de conocimiento perfecto, calculable y por tanto intencionado, la acción es lógicamente imposible bajo planificación centralizada. Por otro lado, podría seguir existiendo y funcionando una economía de mercado en el que empresarios relativamente obtusos y mentalmente inertes calculen y planeen sobre la base de un conocimiento desigual e inapropiado de las condiciones futuras, porque permitiría los cálculos necesarios para la economización robbinsiana de los factores productivos escasos.

Sobre esta base, se nos lleva a rechazar la “visión del proceso de descubrimiento” revisionista del debate sobre el cálculo socialista, al menos en su aplicación a la contribución de Mises (la de Hayek es otro asunto). Este punto de vista ha sido enunciado recientemente por Israel Kirzner (1988) y Don Lavoie (1985) y concluye básicamente que la postura austriaca en el debate “representa una crítica del socialismo solo y en la medida en que los mercados bajo el capitalismo constituyen realmente ese proceso dinámico de descubrimiento emprendedor” (Kirzner 1988, p. 3) Pero esto ignora la idea clave de Mises de que la teoría del cálculo monetario y la acción calculable no pertenece a la teoría de la cataláctica. Como deducción lógica de la incertidumbre de categoría, “Es parte de la teoría general de la praxeología” (Mises 1966, p. 398, nota 1) y, como tal, es un antecedente lógico de teoremas catalácticos con respecto al papel dinámico del emprendedor-promotor en el funcionamiento del proceso de mercado.

La aproximación de Kirzner-Lavoie también yerra al distinguir las ventajas del cálculo económico del “problema más amplio de las ventajas sociales del sistema de precios” (Kirzner 1988, p. 12). Como hemos documentado antes con gran detalle, Mises nunca hizo sin embargo esta distinción, ni siquiera en su visión más madura del proceso del mercado presentada en La acción humana. En realidad, Mises concebía que la ventaja social del sistema de precios era que hacía practicable la propia sociedad humana al proporcionar los números cardinales para calcular los costes y beneficios de la acción intencionada asumida dentro de la división social del trabajo. Finalmente, Mises, en un agudo contraste con la aproximación de descubrimiento-proceso, negaba que los precios sean directamente relevantes para el descubrimiento emprendedor de información acerca de condiciones futuras del mercado. Por un lado, de acuerdo con el teorema de la regresión, los precios relativos del pasado no están lógicamente relacionados con los precios relativos que aparecerán en los mercados futuros. Por otro lado, los propios precios del futuro deben calcularse a la vista del proceso lógicamente anterior de descubrimiento emprendedor o, más apropiadamente, “comprendiendo” las condiciones del mercado que aún no han aparecido.

La evolución social como lucha ideológica

El reconocimiento de Mises de la capacidad de la razón humana para entender los beneficios de la cooperación social y para identificar e implantar sus condiciones previas intelectuales institucionales le lleva a afirmar que “la propia acción humana tiende a la cooperación y la asociación”  (Mises 1966, p. 160). La extensión e intensificación progresiva de la división del trabajo y el consiguiente florecimiento de la sociedad es solo una tendencia en la evolución social, sujeta sin embargo a refuerzo, retraso o incluso inversión por ideología. Como señala Mises, “no hay evidencias de que la evolución social deba moverse constantemente al alza en una línea recta. La paralización social y la retrogresión social son hechos históricos que no podemos ignorar. La historia del mundo es el cementerio de las civilizaciones muertas” (1969, pp. 309-310).

La ideología, como la define Mises, es la “totalidad en nuestras doctrinas con respecto a la conducta individual y las relaciones sociales” (1966, p. 178). Como todas las interacciones y relaciones sociales implican un comportamiento humano consciente guiado necesariamente por ideas específicas, la propia sociedad humana, en cualquier punto de su historia, es una creación ideológica, lo que equivale a decir racional. Mises destaca este punto, declarando:

La sociedad es un producto de la acción humana. La acción humana está dirigida por ideologías. Así que la sociedad y cualquier orden concreto de asuntos sociales son el resultado de las ideologías. (…)

Cualquier estado existente de asuntos sociales es el producto de ideologías previamente ideadas. Dentro de la sociedad pueden aparecer nuevas ideologías e imponerse a ideologías más antiguas y transformar así el sistema social. Sin embargo, la sociedad es siempre la creación de ideologías temporal y lógicamente anteriores. La acción está siempre dirigida por ideas: pone en práctica lo que el pensamiento previo ha diseñado [1966, pp. 187-188].

Así que, para Mises, el complejo de las relaciones sociales humanas es, en un sentido esencial, el producto de un diseño racional. La sociedad no es una formación “espontánea” o “no diseñada”, porque es inevitable que cada persona excogite y compare de antemano los posibles beneficios y costos de su participación en relaciones de intercambio y la división social del trabajo. Por a pesar de todo, como queda claro de su explicación de la estructura de precios del mercado, Mises no niega que pueda haber algunas consecuencias no pretendidas y, al mismo tiempo, bastante trascendentales asociadas con decisiones deliberadas, aunque descentralizadas, para cooperar catalácticamente:

Cualquier orden social concreto fue pensado y diseñado antes de poder llevarse a cabo. Esta precedencia temporal y lógica del factor ideológico no implica la proposición de que la gente redacte un plan completo del sistema social como hacen los utópicos. Lo que se piensa y debe pensarse por adelantado no es la concertación de acciones individuales en un sistema integrado de organización social, sino las acciones de las personas con respecto a sus conciudadanos y de los grupos ya formados de personas con respecto a otros grupos. (…) Antes de que tenga lugar ninguna acción de intercambio, debe concebirse la idea del intercambio mutuo de bienes y servicios. No es necesario que las personas afectadas sean conscientes del hecho de que esa mutualidad genere el establecimiento de lazos sociales y la aparición de un sistema social. La persona no planifica y ejecuta acciones destinadas a construir sociedad. Su conducta y la conducta correspondiente de otros generan cuerpos sociales [1966, p. 188].

Sin embargo, como racionalista social, Mises no deja ninguna duda de que considera esa ignorancia de las consecuencias más remotas de la actividad cataláctica, no como una virtud a alabar en nombre de la “espontaneidad”, sino como un defecto que puede acabar resultando destructivo de la división social del trabajo. La razón es que el fallo de los participantes en la división del trabajo en entender correctamente las relaciones entre las acciones individuales y los resultados sociales invita a la adopción de ideologías basadas en explicaciones erróneas de la naturaleza de la sociedad y del progreso social. Esas ideologías basadas en falsedades pueden a su vez llevar a conductas incoherentes con el mantenimiento continuado de las relaciones sociales. Por ejemplo, la lucha por privilegios neomercantilistas por los grupos de intereses especiales, basada en la ideología del intervencionismo o la “economía mixta”, constituye, según Mises,

una conducta antisocial que sacude los mismos fundamentos de la cooperación social. (…) es el resultado de una mentalidad estrecha que no consigue entender el funcionamiento de la economía del mercado ni prever los efectos últimos de las acciones propias.

Es admisible argumentar que la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos no está mental ni intelectualmente ajustada a la vida de la sociedad de mercado, aunque ellos mismos y sus padres hayan creado inadvertidamente esta sociedad con sus acciones. Pero este desajuste no es nada más que un fallo en reconocer doctrinas erróneas como tales [Las cursivas son mías; 1966, p. 319].

El desajuste social, que está inspirado por ideologías erróneas, conlleva con su aparición la posibilidad de desintegración social y es más probable que la genere cuanto mayor sea el grado en que las consecuencias de las acciones humanas sean no pretendidas o, por usar el término de Mises, “inconscientes”. En la medida en que las normas, políticas e instituciones sociales no están “diseñadas”, no están pensadas ni explicadas completa y correctamente por adelantado en una ideología lógicamente coherente, en esa medida la existencia continuada de la sociedad se convierte en problemática. Partiendo de esta idea, Mises presenta una teoría especulativa de desintegración social espontánea que relaciona las consecuencias inconscientes con el fracaso ideológico:

La concepción liberal de la vida social ha creado el sistema económico basado en la división del trabajo. La expresión más evidente de la economía de intercambio es el asentamiento urbano, que solo es posible en una economía así. En los pueblos, la doctrina liberal se ha desarrollado en un sistema cerrado y es aquí donde ha encontrado la mayoría de sus apoyos. Pero cuanto más y más rápido crecía la riqueza y más numerosos eran por tanto los inmigrantes del campo a los pueblos, en más fuertes se convertían los ataques que sufría el liberalismo desde el principio de la violencia. Los inmigrantes encontraban pronto su lugar en la vida urbana, adoptaban enseguida externamente las maneras y opiniones del pueblo, pero durante largo tiempo permanecían extraños al pensamiento cívico. No se puede acostumbrar uno a una filosofía social tan fácilmente como a un nuevo traje. Debe ganarse, ganarse con esfuerzo intelectual. Así que encontramos, una y otra vez en la historia, que épocas de crecimiento fuertemente progresista del mundo liberal de pensamiento cuando la riqueza aumentaba con el desarrollo de la división del trabajo, alternan con épocas en las que el principio de violencia trata de conseguir la supremacía, en los que la riqueza disminuía porque decaía la división del trabajo. El crecimiento de los pueblos y de la vida urbana era demasiado rápido. Era más extensivo que intensivo. Los nuevos habitantes de los pueblos se habían convertido superficialmente en ciudadanos, pero no en su manera de pensar. (…) Sobre esta base todas las épocas culturales llenas del espíritu burgués del liberalismo han ido a la ruina. (…) mucho más amenazador que los bárbaros atacando las murallas desde el exterior son los aparentes ciudadanos en el interior, aquellos que son ciudadanos en sus gestos, pero no en su pensamiento [1969, p. 49].

Si la desintegración social puede ocurrir “espontáneamente”, debido a una ignorancia de las consecuencias más remotas de la acción social, el progreso social solo puede asegurarse por la adopción extendida de una ideología de la vida social que explique consciente y correctamente estas consecuencias. Esta ideología es el liberalismo. Según Mises:

En el liberalismo la humanidad se hace consciente de los poderes que guían su desarrollo. Retrocede la oscuridad que cae sobre la historia. El hombre empieza a entender la vida social y le permite desarrollarse conscientemente. (…)

La historia es una lucha entre dos principios, el principio pacífico, que mejora el desarrollo del comercio, y el principio militarista-imperialista, que interpreta la sociedad humana, no como una división amistosa del trabajo, sino como la represión por la fuerza de algunos de sus miembros por otros. El principio imperialista recupera continuamente la mano ganadora. El principio liberal no puede mantenerse en contra de él hasta que la inclinación a favor del trabajo pacífico propio de las masas haya luchado para conseguir un reconocimiento completo de su propia importancia como principio de la evolución social [1969, pp. 48, 302].

La idea de que el progreso social es contingente en la formulación de aceptación de una ideología correcta de la vida social lleva a Mises a rechazar categóricamente el meliorismo social de los liberales antiguos o ilustrados, que preveían con optimismo una mejora continua e ininterrumpida en las condiciones sociales del futuro. Para Mises, esto (y no el intento de diseñar y construir racionalmente el marco institucional adecuado para la naturaleza humana como un cooperador de la división social del trabajo) constituye el abuso supremo de la razón (1966, pp. 864-865). Un abuso similar fue también cometido por los evolucionistas sociales del siglo XIX (y yo añadiría de los evolucionistas sociales posteriores) que “introdujeron la idea de progreso en la teoría la transformación biológica” (Mises 1966, p. 192).

Frente a los melioristas y evolucionistas sociales, Mises, el racionalista social, mantiene que “Los hombres no son infalibles: yerran muy a menudo. (…) La buena causa no triunfará debido a su propiedad y oportunidad para la razón. La civilización solo mejorará si los hombres actúan de forma que finalmente adopten políticas razonables y que sea probable que alcancen los fines últimos buscados voluntariamente. (…) El hombre es libre en el sentido de que debe elegir de nuevo todos los días entre políticas que llevan al éxito y políticas que llevan al desastre, la desintegración social y la barbarie” (1966, p. 193).

La visión racionalista de la evolución social no es por tanto una de mejora plácida y automática asegurada por consecuencias “no pretendidas”, instituciones “no diseñadas”, conocimiento “tácito” y “selección natural” de reglas de conducta. El racionalismo social implica, por el contrario, que la historia humana es el resultado de un conflicto entre ideologías, que son formuladas y adoptadas conscientemente por seres humanos que razonan. El que una época se caracterice por el progreso social, la retrogresión social o incluso la desintegración social depende de qué ideologías concretas se hayan hecho efectivas y qué personas hayan alcanzado “poder” ideológico, definido por Mises como “el poder para influir en las decisiones y la conducta de otras personas” (1966, p. 188). Así, según Mises, “El poder que hace nacer y animar cualquier cuerpo social es siempre poder ideológico y del hecho que hace a una persona miembro de cualquier compuesto social es siempre su propia conducta” (1966, p. 196).

El discurrir de la evolución social y la suerte de la humanidad por tanto están inextricablemente ligados con la suerte de la actual lucha ideológica. Ninguna institución social puede evolucionar ni evoluciona de una manera completamente espontánea e irreflexiva, impoluta, por decirlo así, ante influencias ideológicas.

Un ejemplo es el lenguaje, generalmente citado por los evolucionistas sociales como el arquetipo de una institución social que se desarrolla de una manera básicamente inconsciente. Pero, como argumenta Mises, las reflexiones conscientes del hombre sobre las relaciones sociales y sus intentos de liberados de rediseñarlas de acuerdo con las ideologías a las que dan lugar esas reflexiones tienen un poderoso impacto sobre el desarrollo lingüístico. Es así porque el lenguaje, “el medio más importante de cooperación social”, es en el fondo ideológico: “es una herramienta de pensamiento al ser una herramienta de acción social” (Mises 1969, p. 321; Mises 1966, p. 177). Como tal, los términos abstractos contenidos en un lenguaje vivo son “el precipitado de las polémicas ideológicas de la gente, de sus ideas con respecto a asuntos de conocimiento puro y religión, instituciones legales, organización política y actividades económicas. (…) Al aprender su significado, la siguiente generación se inicia en el entorno mental en el que tiene que vivir y trabajar. Este significado de las diversas palabras es un flujo continuo en respuesta a cambios en ideas y condiciones” (Mises 1985, p. 232).

Además, muchos cambios lingüísticos importantes en la historia son directamente atribuibles a causas ideológicas, como acontecimientos políticos y militares (Mises 1985, pp. 228-230). El gaélico es solo un ejemplo de un idioma que cayó primero en el olvido y luego fue parcialmente reavivado como consecuencia de factores ideológicos (Mises 1944, p. 85; Mises 1985, pp. 229-230). Incluso en el caso en el que un idioma concreto fuera totalmente resultado de una evolución pacífica, seguiría siendo el producto de un compromiso consciente con el liberalismo, que es el marco ideológico necesario para asegurar el desarrollo pacífico de la división social del trabajo. Pues como argumenta repetidamente Mises (1969, pp. 302, 310-311), la propia “sociedad ecuménica”, el producto o el desarrollo histórico de la división social del trabajo, es esencialmente una creación ideológica, que se ha estado “formando lentamente durante los últimos 200 años bajo la influencia de la germinación gradual de la idea liberal. (…) Solo cuando el pensamiento moderno liberal del siglo XVIII hubo suministrado una filosofía de paz y colaboración social se asentaron las bases para el asombroso desarrollo de la civilización económica de esa época”.

Así que, en definitiva, el grado y dirección de la evolución social está gobernado completamente por consideraciones ideológicas. En palabras de Mises, “El florecimiento de la sociedad humana depende de dos factores: el poder intelectual de hombres destacados para concebir teorías sociales y económicas sólidas y la capacidad de estos u otros hombres de hacer estas ideologías aceptables para la mayoría” (Mises 1966, p. 864).

Referencias

Barry, Norman P. On Classical Liberalism and Libertarianism. Nueva York: St. Martin’s Press, 1987.

Butler, Eamonn. Ludwig von Mises: Fountainhead of the Modern Micro­economics Revolution. Brookfield, Vt.: Gower Publishing, 1988.

Kirzner, Israel M. “The Economic Calculation Debate: Lessons for Aus­trians”. The Review of Austrian Economics 2 (1988): 1-18.

Lavoie, Don. Rivalry and Central Planning: The Socialist Calculation Debate Reconsidered. Nueva York: Cambridge University Press, 1985.

Mises, Ludwig von. Omnipotent Government: The Rise of the Total State and Total War. New Haven, Conn.: Yale University Press, 1944. [Publicado en España como Gobierno omnipotente: En nombre del estado (Madrid: Unión Editorial, 2002)].

____ . Human Action: A Treatise on Economics. 3ª ed. Chicago: Henry Regnery, 1966. [Publicado en España como La acción humana (Madrid: Unión Editorial, 2011)].

____ . Socialism: An Economic and Sociological Analysis. Trad. J. Kahane. 2ª ed. Londres: Jonathan Cape Ltd., 1969. [Publicado en España como El socialismo (Madrid: Unión Editorial, 2009)].

____ . Liberalism: A Socio-Economic Exposition. Trad. Ralph Raico. 2nd ed. Kansas City, Kans.: Sheed Andrews and McMeel, 1978a. [Publicado en España como Liberalismo (Madrid: Unión Editorial, 2005)].

____ . The Ultimate Foundation of Economic Science: An Essay on Method. 2ª ed. Kansas City, Kans.: Sheed Andrews and McMeel, 1978b. [Publicado en España como Los fundamentos últimos de la ciencia económica (Madrid: Unión Editorial, 2002)].

____ . Theory and History: An Interpretation of Social and Economic Evolution. Auburn University, Ala.: The Ludwig von Mises Institute, 1985. [Publicado en España como Teoría e historia (Madrid: Unión Editorial, 2004)].


El artículo original se encuentra aquí.

 

[1] Mises emplea este término para calificar en particular a la economía de mercado.

[2] En otro lugar, Mises (1966, p. 145) se refiere a él como “uno de los grandes principios básicos del resultado y el cambio evolutivo cósmico”. Es esta expresión la que Butler (1988, p. 336 n.119) cita como “entre las más evidentes” de los “muchos ejemplos de las dificultades de Mises con el inglés”. No es “una descripción extraña de la división del trabajo”, como sugiere Butler (1988, p. 336, n.119), sino una descripción feliz y perfectamente ajustada de su importancia esencial en las estructuras ontológicas de los mundos biológico y social.

[3] Mises (1966, pp. 143-176) renuncia completamente a la metáfora biológica en su posterior explicación de la sociedad en La acción humana, pero luego la recupera en Teoría e historia (Mises 1985, pp. 252-253) mientras crítica sus diversas malas interpretaciones. En respuesta a la acusación de Butler (1988, p. 108) de que Mises en un momento dado “deriva hacia la falacia orgánica”, habría que decir que Mises usa la metáfora con consciencia completa y con el único propósito de ilustrar que el principio de la visión del trabajo opera tanto en el ámbito biológico como en el social.

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