Una pequeña revolución

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El Dr. Robert Murphy y yo disfrutamos de una buena discusión sobre el panorama político actual este último fin de semana en la Universidad de Florida Central. Un porcentaje significativo de los asistentes, tal vez la mitad, estuvo de acuerdo con la proposición de que EEUU ha pasado el punto de las soluciones políticas. Todos estuvieron de acuerdo, independientemente de su edad y condición, en que la posibilidad de que EEUU se rompa (violenta o voluntariamente) es muy real.

Mi discurso se centraba en el valor de los estados más pequeños. Dada la terca tendencia a que los gobiernos aparezcan y resistan en sociedades humanas, deberíamos centrar nuestros esfuerzos en crear unidades políticas más pequeñas que permitan más fácilmente una visión misesiana de la autodeterminación democrática. Esto puede no satisfacer a libertarios y anarcocapitalistas, pero tampoco lo hará tratar de persuadir a un electorado ganador de 70 millones de estadounidenses para votar siquiera a un candidato presidencial con una mentalidad más razonable acerca de la libertad.

La democracia de masas, en una nación decididamente diversa de 320 millones de personas, es una receta para el desastre. Y estamos viendo desarrollarse este desastre en la guerra civil fría conocida como la era Trump. Un poder estatal cada vez más generalizado, combinado con nuestras reglas de arriba abajo del ganador recibiendo todo desde Washington, crea resultados terribles de suma cero para millones de personas. Cinco personas en el tribunal supremo disfrutan de poderes extraconstitucionales que crean divisiones culturales profundas y duraderas. 535 miembros del Congreso tienen la capacidad de gastar, gravar, regular, inflar y guerrear dejándonos en el olvido.

Unos pocos puntos importantes de mi presentación:

  • La política de EEUU ahora tiene lugar en una era de supuesta mala fe, lo que el personaje Wismer Stroock de la novela Todo un hombre de Tom Wolfe llamaba “post buena voluntad”. Ambos bandos, en la medida en que izquierda y derecha tengan algún sentido, creen que el otro busca activamente dañarlos y los hace empeorar (esto puede que no sea nada nuevo en historia estadounidense, pero las redes sociales lo intensifican y refuerzan nuestras perspectivas preconcebidas). Por tanto, las elecciones presidenciales de 2020 crearán una atmósfera de antipatía, división y venganza como no hemos visto en nuestra vida.
  • La elección de Trump produjo dos efectos saludables. Primero, millones de progresistas estadounidenses se dieron cuenta de repente de lo que los libertarios han argumentado durante décadas: las elecciones democráticas, incluso cuando se realizan justamente, no confieren legitimación a los candidatos políticos victoriosos o los gobiernos que controlan posteriormente. Segundo, millones de estadounidenses de todos los bandos políticos aprecian ahora con todas sus consecuencias que la democracia no crea un compromiso entre dos bandos, obteniendo ambos algo, pero no todos sus objetivos preferidos.
  • Puede lograrse un alto grado de secesión de hecho entre estados de EEUU sin tratar cuestiones espinosas acerca de terreno federal, protección y bases militares, derechos como la Seguridad Social y el Medicare o la realineación de fronteras físicas.
  • Simplemente permitiendo un federalismo real y siguiendo el sistema suizo de controlar todas las decisiones públicas hasta la subdivisión política más pequeña posible reduciría enormemente las guerras culturales. El sitio web federal suizo indica explícitamente que el federalismo está pensado para mejorar la cohesión social en su sociedad multilingüe.
  • Por ejemplo, los once condados y ocho millones de personas del área de la bahía de San Francisco podrían aplicar toda la panoplia de objetivos legislativos progresistas aquí y ahora (por ejemplo, la atención sanitaria de pago único). Sí, algunas personas preocupadas por la libertad podrían empeorar políticamente (y así sería, ya que los programas progresistas fracasarán inevitablemente). Pero es más fácil abandonar el norte de California que abandonar EEUU.
  • Las encuestas que muestran un apoyo importante a terceros partidos están exageradas. Los estadounidenses tuvieron oportunidad de votar fuera de lo habitual, por ejemplo, por Ron Paul, Rand Paul, Jill Stein y Gary Johnson en las últimas dos elecciones presidenciales, pero buena parte eligieron no hacerlo. Y olvidamos que John Anderson recibió seis millones de votos en 1980, el 6,6% del electorado, y Ross Perot recibió unos asombrosos diecinueve millones de votos en 1992, aproximadamente el 20% de todos los votos. En todo caso, el impulso del tercer partido ha disminuido desde entonces. Así que, aunque los estadounidenses se quejen constantemente acerca de republicanos y demócratas y digan a los encuestadores que quieren un tercer partido viable, sus acciones dicen otra cosa.
  • Las elecciones de 2020 serán una ofensiva total de los progresistas para acabar con Trump. Las candidatas femeninas dominarán tanto la narrativa como las pizarras de candidatas en las votaciones locales, estatales y nacionales. En la medida en que cualquier candidato presidencial de un tercer partido se vea que “toma” votos de Trump, los progresistas lo apoyarán con vigor. Pero si parece quitar votos a un nominado demócrata (una acusación planteada tanto contra Jill Stein como contra Gary Johnson en 2016) esperad ataques salvajes e intentos de amañar los debates.
  • Prácticamente todos los aspectos de la vida humana (desde las organizaciones empresariales al comercio, la comida, las comunicaciones, los viajes, las compras, el dinero y la educación) se hacen cada día más descentralizadas. Las grandes redes de control están muriendo, reemplazadas por redes más ligeras. Solo el gobierno, con su orgullo, se rebela contra esta tendencia dominante de la época digital. De alguna manera, la gobernanza continuará yendo en la dirección incorrecta: de local a regional, de regional a nacional, de nacional a supranacional y de supranacional a global. Y no es sólo Washington: instituciones como la ONU, la UE y el FMI trabajan todos los días para centralizar la gestión de los asuntos humanos. ¿Por qué aguantamos esto, a pesar de que demandamos eficiencia descentralizada en todo lo demás?

Descentralización del poder político, subsidiariedad y “democracia irlandesa ” son todas respuestas pragmáticas y pacíficas a nuestro actual panorama infernal de políticas de identidad y mala voluntad. Pero harán falta más personas que rechacen la noción de que todos los estadounidenses, mucho menos el mundo, deben vivir bajo una disposición política universal. Harán falta personas que no sean “post buena voluntad”.

Si esperamos evitar lo que tanto los conservadores como los progresistas ven como una potencial amenaza para una ruptura desagradable de EEUU, haríamos bien en aplicar una buena dosis de federalismo al estilo suizo al crispado cuerpo político. En este punto, movimiento hacia la subsidiariedad política y la completa secesión parecen las aproximaciones más fructíferas, realistas y humanas para los libertarios. La diversidad, lo realmente importante, nos obliga a entender que millones de estadounidenses no ven el estado como nosotros.


El artículo original se encuentra aquí.

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