La soberanía del consumidor es un problema para los planes de “estímulo” del gobierno

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Es un año nuevo y eso significa que estamos listos para otro año del mismo refrito de partidismo político disfrazado como análisis económico sólido. El último refrito es que la economía de EEUU sigue experimentando la peor recuperación tras una recesión en la historia de la nación (una historia que se vuelve a formular año tras año) y, como es usual, se desempolvan los viejos dichos y se presentan como explicaciones. Las explicaciones habituales adoptan la forma del “empacho de ahorro” y el “déficit de demanda” y la respuesta es normalmente aumentar el gasto en algo y ese algo es completamente dependiente de las inclinaciones partidistas en los dictámenes políticos. En otras palabras, es tarea del gobierno lanzarse al rescate, estimular la economía y complementar la falta de demanda agregada, o el dictamen político keynesiano de que el gobierno debería endeudarse para complementar la falta de consumo por parte de los consumidores en el mercado.

Por supuesto, si funcionara algo de esto, EEUU estaría ya en una vía bastante estable, ya que, a pesar de las argumentaciones, el gasto y la deuda públicos han aumentado significativamente tras el crash financiero de 2007. Para ponerlo en contexto, el aumento en el gasto público anual federal (por no mencionar el nivel estatal) desde final de la recesión es aproximadamente igual a la producción anual total de Canadá y es mayor que la producción económica de todas las naciones excepto nueve. Y es solo el aumento en el gasto. El gasto total pone a las instituciones públicas de EEUU, si se calcularan como un país independiente, en el cuarto puesto en la lista del PIB, a solo un aumento del presupuesto del Departamento de Defensa de sobrepasar a Japón.

Dado este inmenso nivel de gasto, ¿por qué se sigue considerando que la recuperación es relativamente pobre? El problema es que toda la filosofía del estímulo público, ya se exprese en manipulaciones de los tipos de interés o subvenciones y gastos directos, se enfrenta a una dura realidad. Y esa dura realidad es a lo que se refería Mises como soberanía del consumidor.

Como señalaba Mises:

Los jefes reales [bajo el capitalismo] son los consumidores. Estos, con sus compras y sus abstenciones de compra, deciden quienes deben poseer el capital y dirigir las fábricas. Determinan qué debería producirse y en qué cantidad y calidad. Sus actitudes generaran beneficios o pérdidas para el empresario. Hacen ricos a los hombres pobres y pobres a los hombres ricos. No son jefes sencillos. Están llenos de caprichos y modas, mudables e impredecibles. Los méritos pasados les importan un bledo. Tan pronto como se les ofrece algo que les gusta más o es más barato, abandonan a sus antiguos proveedores.

En otras palabras, las nociones de exceso de demanda o empacho de ahorro son completamente ficticias y no es tarea del gobierno tratar de resolver esto.

¿Qué significa esto? Si un déficit de demanda fuera algo real, implicaría que el consumidor, o el lado de la demanda de la mecánica de oferta-demanda, se vería obligado a comprar lo que se ofrece. Esto es exactamente lo contrario de lo que supone esta relación. Aunque es verdad que, por una mala interpretación común de la Ley de Say, es difícil que la demanda se manifieste sin que la oferta se lleve antes al mercado, esto no significa en modo alguno que la demanda tenga ninguna obligación de comprar esa oferta. Si esto fuera verdad, el camino a la riqueza sería tan sencillo como poner una señal en una tienda y ofrecer en el escaparate cualquier basura que se encuentre.

Lo que se ve como un empacho de ahorro o un déficit de demanda no es más que el consumidor soberano diciendo: “No tengo ningún interés en lo que está disponible ahora en el mercado”. Este desinterés puede ser, o bien en lo que se está ofreciendo, o bien en el precio al que se está ofreciendo.

Así que la pelota está en el alero del productor, o de la oferta, para alterarla o ajustarse para atender la demanda. Aquí es donde el proceso emprendedor es muy importante, ya que la demanda frecuentemente no sabe lo que se quiere hasta que alguien asume un riesgo y ofrece un producto o servicio en el mercado. No es culpa del comprador que la tienda de la esquina tenga que abandonar el negocio, sino culpa del dueño de esa tienda por no ofrecer lo que quiere el consumidor o no organizar su capital de tal manera que le permita ofrecer esto al consumidor a un precio razonable. A él le corresponde reorganizar ya sea la oferta o lo que se ofrece o abandonar el negocio y liquidar ese capital para algún otro que pueda tener mejores ideas sobre los deseos del mercado.

El origen de la recuperación prolongada de la recesión no es esta mítica demanda insuficiente, sino las mismas políticas que está aplicando el gobierno en su lucha contra este mítico problema. Al reducir la actividad económica de innumerables transacciones granulares a través de una variedad casi infinita de mezclas de intereses a unos sencillos agregados, el gobierno crea una idea errónea de que puede arreglar las cosas estimulando lo “bruto” del “producto interior bruto”. La única manera en que puede hacerlo es estimulando el consumo de bienes y servicios preexistentes. Esos mismos bienes y servicios que el consumidor soberano ha rechazado.

Hacer esto anula el deseo del consumidor y dirige por la fuerza sus recursos a la compra de aquellos mismos bienes y servicios que previamente no quería y, apoyándose en el sistema fiscal, ni siquiera recibe la pizca de beneficio que podría haber obtenido en caso contrario si se les hubiera obligado a ir por la fuerza a la tienda a comprar un producto. Como el gobierno no puede saber la diferencia entre una Pet Rock y un iPhone, se limitará a suponer que el producto o los servicios que compra o subvenciona son parte de este déficit en demanda y no la perdida de interés del mercado en lo que se está ofreciendo con intentos de rescatar entidades quebradas que llevan a futuros empachos de oferta, algo que se manifiesta de nuevo en los automóviles cuando al mercado no se le permite liquidar para atender los nuevos requisitos de demanda.

Así que el gobierno espera que el mercado sencillamente empiece a funcionar mágicamente de nuevo y que la demanda sencillamente empiece a comprar de nuevo sin preocuparse nunca acerca de qué y por cuánto y usa la revigorización de las ventas de los viejos productos del mercado como una indicación para abandonar la intervención, lo que es una situación que nunca se manifestará. Incluso completamente subvencionados hasta el punto de ser “gratis”, no manifestará necesariamente la demanda, como hace mucho que demostraron los soviéticos con múltiples empachos de oferta bajo su economía planificada.

Tratando de luchar contra este problema ilusorio, el gobierno esencialmente ha garantizado que el problema persistirá casi indefinidamente y requerirá todavía más fortuna y suerte encontrar aquellos productos y servicios que desea el mercado. Esos impuestos, subvenciones y competencia por la deuda en los mercados del crédito hacen poco más que garantizar que los empresarios que tengan ideas vean ahora recortado el capital necesario y el trabajo requerido, ya que estos están ligados a las entidades subvencionadas y artificialmente apoyadas. Incluso si un emprendedor puede encontrar una vía para obtener el capital y personal requeridos para iniciar su nuevo negocio, esos consumidores soberanos se están viendo gravados para apoyar industrias que ya no desean y les faltan los recursos necesarios para completar la transacción.

Si al gobierno le preocupara realmente tener una recuperación económica sostenida y fuerte, empezaría dejando de apoyar a las entidades que no funcionan. Aunque sería doloroso, dado el plazo que se les ha permitido persistir o incluso propagarse a las empresas no valiosas, esos empleos perdidos y negocios cerrados tendrían ahora una vía clara para reasignarse a usos más valiosos. El gobierno pueda hacer esto recortando el gasto y eliminando la inmensa carga regulatoria que sufre la economía en su conjunto.

La economía no puede recuperarse cuando el gobierno está interfiriendo con la capacidad de los productores de reorganizar, reasignar y reinvertir. Porque el lado de la demanda en la ecuación no decidirá de repente empezar a comprar los productos y servicios que ya ha rechazado. Si una sociedad totalitaria brutal como la antigua Unión Soviética no pudo obligar a la gente a consumir productos en las cantidades y mezclas exactas que ordenaba, EEUU tampoco puede hacerlo y no verá ninguna recuperación económica seria, ni crecimiento sostenido, hasta que abandone la expectativa de que los consumidores seguirán las expectativas. Puedes llevar a los consumidores a la tienda, pero no les puedes hacer comprar.


El artículo original se encuentra aquí.

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