No más revoluciones de arriba abajo

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He pasado toda mi vida adulta a la sombra de un hombre, Karl Marx.

Con 14 años, me di cuenta de lo importante que había sido Marx en la historia. Empecé a estudiar algunos de sus escritos en mi último año de instituto. Continué estudiándolo seriamente en la universidad y en 1968 se publicó mi libro sobre Marx.

Karl Marx cambió el mundo. Pero no lo hizo solo. Su colega, Frederick Engels, escribió algunos de sus escritos más breves, como artículos en periódicos, y dejó que Marx los firmara. Fue el coautor del inicialmente anónimo Manifiesto comunista (1848). También ayudó económicamente a Marx durante más de 20 años. Fue un capitalista de éxito en el sector textil. Dirigía el negocio familiar en Manchester. Sin Engels, nadie habría oído hablar nunca de Marx. Fue Engels el que le convirtió al materialismo dialéctico. Eso fue en 1843. Pero Engels siempre se ha considerado un segundón. Era mucho mejor escritor que Marx. Se le reconoce algo, pero no lo bastante.

El movimiento comunista era mínimo después de la muerte de Marx en 1883 y hasta 1917. Antes del éxito de la revolución de Lenin, que fue más bien un golpe de estado, en octubre de 1917, Marx era estudiado por muy poca gente. Fue Lenin, no Marx, el que elevó retroactivamente a este al nivel de una figura heroica y un pensador creativo. Marx no fue ni heroico ni un pensador creativo que se enfrentara a los intelectuales poderosos de su tiempo. Escribía pomposos análisis económicos y diatribas contra otros radicales y utópicos izquierdistas alemanes y franceses desconocidos.

Al alcanzar Lenin el poder, un puñado de intelectuales empezó a tomarse en serio a Marx. Las ideas de Marx sobre la lucha de clases y la explotación de la mano de obra consiguieron algunos seguidores, que escribieron tratados y artículos para otros intelectuales. Pero desertaron progresivamente después de la invasión de Checoslovaquia por la URSS. Cuando se desmoronó la Unión Soviética en diciembre de 1991, prácticamente todos estos intelectuales abandonaron al barco. Realmente no hay un movimiento marxista identificable en las universidades actuales.

La ampulosa prosa alemana de Marx sirvió como justificación ideológica y por tanto religiosa para tiranías ateas que controlaron un tercio de la población mundial de 1949 a 1979. Mao alcanzó el poder en China en 1949. Deng Xiaoping abandonó la economía socialista en 1979.

La improbabilidad del triunfo del marxismo

¿Cómo es posible que Marx cambiara el mundo sentándose, un día tras otro, una década tras otra, en una silla del Museo Británico de Londres, leyendo libros polvorientos y escribiendo materiales que nadie leía en sus tiempos? Desde un punto de vista histórico, esto es sencillamente increíble. Pero lo hizo. Este doctor alemán desempleado, cuya letra era tan mala que no pudo conseguir el único trabajo que trató de obtener en Londres y que vivió con la ayuda de un capitalista de éxito, escribió materiales casi ilegibles que cambiaron las ideas del hijo de un funcionario ruso, que a su vez se apropió de Rusia en solo diez días. Esto es sencillamente increíble.

No hay manera de que ningún investigador posterior pueda encontrar un patrón en esta relación histórica. No hay modelo a imitar. Hay decenas de miles de intelectuales en el mundo que producen libros y artículos en serie que son tan ilegibles como cualquier que haya escrito nunca Marx. Hay indudablemente algunos revolucionarios entre ellos. Estos revolucionarios pueden vivir a costa de otros, siendo profesores titulares en alguna universidad. Pero convencen a pocos alumnos. Sus lectores son pocos y sin mucha influencia. La probabilidad de encontrar un Lenin entre ellos es mínima. Incluso en el caso de Lenin, era uno de tal vez 3.000 revolucionarios a tiempo completo en Europa en 1900 y fue el único que sacó adelante una revolución que durara más que unas pocas semanas.

Ha habido unos pocos investigadores que han afectado al pensamiento de intelectuales, que a su vez han influido en el pensamiento de activistas. Immanuel Kant fue uno de ellos. Casi nadie lee sus obras originales, pero ha afectado al pensamiento de varias generaciones de pensadores y maestros que no eran consciente del grado en que son seguidores de Kant. Yo entrevisté a F.A. Hayek en 1985. Me di cuenta el principio de mi carrera de que era un kantiano. Aun así, admitió en la entrevista que no había entendido realmente el grado en que era un seguidor de Kant hasta el libro de John Gray sobre él. Su declaración me asombró.

Charles Darwin tuvo un impacto enorme en el pensamiento de intelectuales de todo el mundo. Pero no tenía la intención de fundar el darwinismo. No tenía una estrategia para reclutar seguidores. Era un recluso. Le disgustaban los enfrentamientos sobre el papel. Fue Thomas Huxley, desde finales de 1859, el que sería conocido como el bulldog de Darwin. Realizó el esfuerzo intelectual y sus ideas se extendieron muy rápidamente. Darwin, creo que estaréis de acuerdo, era un evolucionista. No creía en discontinuidades radicales como modeladoras de la naturaleza. Todo su sistema se oponía a la discontinuidad radical como instrumento explicativo.

La World Wide Web

Hoy, gracias a la World Wide Web, las ideas pueden divulgarse rápido. En nuestros días, Jordan Peterson puede ser el mejor ejemplo. Nadie puede explicar este fenómeno. Pero no está organizando un movimiento. Solo lo representa. Enseña a sus seguidores. Pero habla de transformación individual, no de transformar el mundo a través de acción política organizada. Parece oponerse a planes tan grandiosos. Realmente parece creer en la verdad expresada por Jesús: tienes que quitarte la viga en tu ojo antes de tratar de quitar la paja del ojo ajeno. De otra manera, no puedes ver lo suficientemente claro como para ser de alguna ayuda para el otro. Generarás más mal que bien.

La World Wide Web propicia el cambio individual y tal vez el cambio en la comunidad local, pero hay tantas voces en competencia con tantos programas en competencia que resultaría casi imposible que algún movimiento centralizado se apropiara de algo mayor que un país. No veo cómo la religión de la revolución pueda producir alguna vez el equivalente a las revoluciones comunistas del siglo XX. Sencillamente, las comunicaciones están demasiado descentralizadas.

El cambio social va a venir de abajo arriba. Esta transformación es coherente con las enseñanzas de las grandes religiones del mundo. Es indudablemente coherente con la filosofía política del libre mercado de Adam Smith y la ilustración escocesa. Es igualmente coherente con la filosofía antirrevolucionaria de Edmund Burke, que afianzó el conservadurismo europeo en el siglo XIX. Burke y Smith tenían un gran respeto por los escritos del otro. Eran una sociedad de admiración mutua de dos hombres.

Por eso veo el fin de todo lo que se asemeje al socialismo o el comunismo. Cuando se acabe el dinero del estado-nación, el gran experimento habrá finalizado. En realidad, se acabó el 25 de diciembre de 1991. Pero persiste en el trasfondo. La gente con esquemas grandiosos de transformación está expresando una visión del mundo de una centralización anterior a Internet.

Si un vídeo puede ser viral, también otro. Es una buena noticia para la libertad.


El artículo original se encuentra aquí.

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