Cómo Keynes se hizo cargo del mundo

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La Teoría general de Keynes fue, al menos a corto plazo, uno de los más resplandecientes libros de éxito de todos los tiempos. En unos pocos años, su teoría “revolucionaria” había conquistado la profesión económica y pronto transformaría la política pública, mientras arrasaba la economía pasada de moda, sin honor ni reconocimiento, mandándola al vertedero de la historia.

¿Cómo alcanzó esto? Keynes y sus seguidores responderían, por supuesto, que la profesión sencillamente aceptó una verdad brillantemente evidente. Y, aun así, la Teoría general no era verdaderamente revolucionaria en absoluto, sino solo únicamente falacias mercantilistas e inflacionistas refutadas a menudo, disfrazadas con una nueva ropa brillante, repleta de una jerga recién creada y en buena medida incomprensible. ¿Por qué, entonces, este gran éxito?

Parte de la razón, como ha señalado Schumpeter, es que los gobiernos y el clima intelectual de la década de 1930 estaban maduros para dicha conversión. Los gobiernos siempre buscan nuevas fuentes de ingreso y nuevas maneras de gastar dinero, a menudo no sin desesperación; aun así, la ciencia económica, durante más de un siglo, había alertado desagradablemente en contra de la inflación y el gasto en déficit, incluso en tiempos de recesión.

Los economistas (a quienes Keynes iba a agrupar en una categoría y desdeñaba como “clásicos” en la Teoría general) eran los gruñones del pícnic, lanzando cortinas de pesadumbre sobre los intentos de los gobiernos de aumentar su gasto. Ahora aparecía Keynes, con su moderna economía “científica”, diciendo que los antiguos economistas “clásicos” se había equivocado en todo: que, por el contrario, la tarea moral y científica del gobierno era gastar, gastar y gastar; incurrir en un déficit tras otro para salvar a la economía de vicios como el ahorro y los presupuestos equilibrados y el capitalismo desatado y generar recuperación desde la depresión. ¡Qué bienvenida iba a ser la economía keynesiana para los gobiernos del mundo!

Además, los intelectuales de todo el mundo se estaban convenciendo de que el capitalismo de laissez faire no podía funcionar y de que fue el responsable de la Gran Depresión. Comunismo, fascismo y diversas formas de socialismo y economía controlada se convirtieron en populares por esa razón durante la década de 1930. El keynesianismo era perfectamente apropiado para este clima intelectual.

Pero también había fuertes razones internas para el éxito de la Teoría general. Al vestir su nueva teoría con una jerga impenetrable, Keynes creaba una atmósfera en la que solo valerosos jóvenes economistas podían entender la nueva ciencia: ningún economista de más de treinta años podía entender la Nueva Economía. Los economistas mayores, que, comprensiblemente, no tenían paciencia para las nuevas complejidades, tendían a rechazar la Teoría general como una tontería y rechazaban atacar la obra formidablemente incomprensible. Por el contrario, los jóvenes economistas y estudiantes universitarios, inclinados hacia el socialismo, aprovecharon las nuevas oportunidades y se dedicaron a la provechosa tarea de averiguar qué decía la Teoría general.[1]

Pul Samuelson ha escrito sobre la alegría de tener menos de 30 años cuando se publicó en 1936 la Teoría general, exultante, como Wordsworth, “La dicha era en ese amanecer estar vivo, pero ser joven era estar en el mismo cielo”. Pero es este mismo Samuelson que aceptaba entusiastamente la nueva revelación el que también admitía que la Teoría general

es un libro mal escrito; mal organizado. (…) Tiene abundantes espejismos de confusiones. (…) Creo que no estoy revelando ningún secreto cuando afirmo solemnemente (sobre la base de un recuerdo personal vívido) que nadie más Cambridge, Massachusetts, realmente supo de qué trataba durante doce o dieciocho meses después de su publicación.[2][3]

Debe recordarse que la ahora familiar cruz keynesiana, los diagramas IS-LM y el sistema de ecuaciones no estaban disponibles para quienes intentaban desesperadamente entender la Teoría general cuando se publicó el libro; de hecho, llevó 10 a 15 años de incontables horas de trabajo humano entender el sistema keynesiano. A menudo, como en el caso tanto de Ricardo y Keynes, cuanto más oscuro sea el contenido, más éxito tiene el libro, ya que los investigadores más jóvenes acuden a él, convirtiéndose en acólitos.

También fue importante para el éxito de la Teoría general el hecho de que, igual que una guerra crea un gran número de generales, la revolución keynesiana y su rudo empujón a un lado de la generación mayor de economistas creó un mayor número de vacantes para keynesianos más jóvenes tanto en la profesión como en el gobierno.

Otro factor crucial en el repentino y abrumador éxito de la Teoría general fue su origen en la universidad más aislada del centro nacional económico más dominante del mundo. Durante un siglo y medio, Gran Bretaña se había arrogado el papel dominante en la economía, con Smith, Ricardo y Mill engrandeciendo esta tradición. Hemos visto cómo Marshall estableció su predominio en Cambridge y que la economía que desarrolló era esencialmente una vuelta a la tradición clásica de Ricardo/Mill.

Como eminente economista de Cambridge y alumno de Marshall, Keynes tenía una importante ventaja a la hora de extender el éxito de las ideas en la Teoría general. Podemos decir con seguridad que si Keynes hubiera sido un oscuro enseñante de economía en una pequeña universidad del medio oeste estadounidense, su obra, en el improbable caso de que hubiera encontrado un editor, habría sido completamente ignorada.

En esos días anteriores a la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña, no Estados Unidos, era el centro mundial más prestigioso de enseñanza económica. Aunque la economía austriaca había florecido en Estados Unidos antes de la Primera Guerra Mundial (en las obras de David Green, Frank A. Fetter y Herbert J. Davenport), las décadas de 1920 y principios de 1930 fueron en buena parte un terreno estéril para la teoría económica. Los institucionalistas ant teóricos dominaron la economía estadounidense durante este periodo, dejando un vacío que a Keynes le fue fácil llenar.

También fue importante para su éxito la tremenda talla como líder intelectual y políticoeconómico de Keynes en gran Bretaña, incluyendo su papel como participante y luego severo crítico del Tratado de Versalles. Como miembro del grupo de Bloomsbury, también fue importante en los círculos culturales y artísticos británicos.

Además, debemos darnos cuenta de que en los días anteriores a la Segunda Guerra Mundial solo una pequeña minoría en cada país iba a la universidad y de que en Gran Bretaña su número era pequeño y estaban geográficamente concentradas. Como consecuencia, había muy pocos economistas o maestros de economía británicos y se conocían todos entre sí. Esto creaba un espacio considerable para la personalidad y el carisma que ayudó a convertir a la profesión a la doctrina keynesiana.

La importancia de factores externos como el carisma personal, la política y el oportunismo en la carrera fueron particularmente fuertes entre los discípulos de F.A. Hayek en la London School of Economics. Al principio de la década de 1930, Hayek en la LSE y Keynes en Cambridge estaban en los antípodas en la economía británica, con Hayek convirtiendo a muchos de los principales economistas jóvenes de Gran Bretaña a la teoría austriaca (es decir, misesiana) monetaria, del capital y del ciclo económico.

Además, Hayek, en una serie de artículos, había destrozado brillantemente la obra anterior de Keynes, su tratado sobre la moneda en dos tomos, y muchas de las falacias que había expuesto Hayek se aplicaban igualmente bien a la Teoría general.[4][5][6] Así que, para los alumnos y seguidores de Hayek, debe decirse que ya lo sabían. Nel campo de la teoría, ya habían sido vacunados contra la Teoría general. Y aun así, a finales de la década de 1930 todos los seguidores de Hayek habían saltado al tren keynesiano, incluyendo a Lionel Robbins, John R. Hicks, Abba P. Lerner, Nicholas Kaldor, G.L.S. Shackle y Kenneth E. Boulding.

Tal vez la conversión más asombrosa fuera la de Lionel Robbins: Solo Robbins se había convertido a la metodología misesiana al tiempo que a la teoría monetaria y del ciclo económico, sino que asimismo había sido un activista radical pro-austriaco. Converso desde su asistencia al privatseminar de Mises en Viena en la década de 1920, Robbins, altamente influyente en el departamento de economía de la LSE había tenido éxito en traer a Hayek a la LSE en 1931 y en traducir y publicar las obras de Hayek y Mises.

A pesar de ser un crítico desde hacía mucho tiempo de la doctrina keynesiana antes de la Teoría general, la conversión de Robbins al keynesianismo aparentemente se fraguó cuando trabajó como colega de Keynes en la planificación económica en tiempo de guerra. Hay en el diario de Robbins una nota decidida de éxtasis que tal vez contribuyera a su asombrosa humillación al repudiar su obra misesiana, La Gran Depresión (1934).

El repudio de Robbins se publicó en su Autobiografía de 1971: “siempre consideraré este aspecto de mi disputa con Keynes como el mayor error de mi carrera profesional y el libro que escribí como consecuencia, La Gran Depresión, en parte como justificación de esta actitud, como algo que desearía que se olvidara”.[7] Las anotaciones en el diario de Robbins sobre Keynes durante la Segunda Guerra Mundial solo pueden considerarse una visión personal absurdamente entusiasta. Aquí está Robbins en una conferencia preparatoria previa a Bretton Woods en Atlantic City en 1944:

Keynes estaba en su modo más lúcido y persuasivo: y el efecto era irresistible (…). Keynes debe ser uno de los hombres más notables que haya vivido nunca: la rápida lógica, la amplia visión, sobre todo la incomparable sensación del ajuste de las palabras, todo se combina para hacer algo varios grados más allá del límite de los logros humanos ordinarios.

Solo Churchill, continúa diciendo Robbins, es de una estatura comparable. Pero Keynes es mayor, pues él

utiliza el estilo clásico de nuestra vida y lenguaje, es cierto, pero se ve atravesado por algo que no es tradicional, una cualidad única no terrenal de la que uno solo puede decir que es puro genio. Los estadounidenses se sentaban en trance mientras el visitante, como un dios, cantaba y la luz dorada le rodeaba.[8]

Este tipo de adulación solo puede significar que Keynes poseía algún tipo de fuerte magnetismo personal al que era susceptible Robbins.[9]

Esencial en la estrategia de Keynes de engañar con la Teoría general había dos afirmaciones: primero, que estaba revolucionando la teoría económica, y segundo, que era el primer economista (aparte de unos pocos personajes “subterráneos”, como Silvio Gesell) que se concentraba en el problema del desempleo. Todos los economistas anteriores, a los que despreciaba conjuntamente como “clásicos”, decía, suponían un pleno empleo e insistían en que le dinero no era sino un “velo” para los procesos reales y por tanto no era una presencia perturbadora en la economía.

Uno de los conceptos más desafortunados de Keynes fue su errónea interpretación de la historia del pensamiento económico, ya que su devota legión de seguidores aceptó las erróneas opiniones de Keynes en la Teoría general como la última palabra sobre el asunto. Algunos de los errores altamente influyentes de Keynes pueden atribuirse a la ignorancia, ya que tuvo poca formación en la materia y principalmente leía obras de sus colegas de Cambridge. Por ejemplo, es un burdamente distorsionado resumen de la ley de Say (“la oferta crea su propia demanda”), crea un hombre de paja y procede a demolerlo con facilidad (1936: p. 18).

Esta reescritura errónea y engañosa de la ley de Say fue posteriormente repetida (sin citar a Say o a cualquiera de los demás defensores de la ley) por Joseph Schumpeter, Mark Blaug, Axel Leijonhufvud, Thomas Sowell y otros. Una mejor formulación de la ley es que la oferta de un bien constituye demanda de uno o más de otros bienes.[10]

Pero no puede alegarse ignorancia en la afirmación de Mises de que él era el primer economista en tratar de explicar el desempleo o superar la suposición de que el dinero es un mero velo que no ejerce ninguna influencia importante en el ciclo económico de la economía. Aquí debemos atribuir a Keynes una deliberada campaña de mendacidad y engaño, que hoy podría llamarse eufemísticamente como “desinformación”.

Keynes sabía muy bien de la existencia de las escuelas austriaca y de la LSE, que habían florecido en Londres ya en la década de 1920 y más evidentemente desde 1931- Él mismo había debatido con Hayek, el principal austriaco en la LSE, en las páginas de Economica, la revista de la LSE. Los austriacos en Londres atribuían el desempleo a gran escala a mantener los salarios por encima del nivel de mercado al combinar acción sindical y gubernamental (por ejemplo, con pagos de seguro de desempleo extraordinariamente generosos).

Las recesiones y ciclos económicos se atribuían a la expansión monetaria y del crédito bancario, alimentada por el banco central, que ponía los tipos de interés por debajo de los niveles de reales de preferencia temporal y creaban sobreinversión en bienes de capital de orden superior. Éstos tenían que liquidarse luego mediante una recesión, que a su vez se producirá cuando se detenga la expansión del crédito. Aunque no estuviera de acuerdo con este análisis, es inconcebible que Keynes ignorara la misma existencia de esta escuela de pensamiento entonces prominente en Gran Bretaña, una escuela que nunca se hubiera construido ignorando el impacto de la expansión monetaria sobre el estado real de la economía.

Con el fin de conquistar el mundo de la economía con su nueva teoría, era crítico para Keynes destruir a sus rivales dentro de la misma Cambridge. En su mente, quien controlaba Cambridge controlaba el mundo. Su rival más peligroso era el sucesor elegido de Marshall y antiguo profesor de Keynes, Arthur C. Pigou. Keynes empezó su campaña sistemática de destrucción contra Pigou cuando Pigou rechazó su posición previa en el Tratado del dinero, momento en que Keynes también rompió con su antiguo alumno e íntimo amigo Dennis H. Robertson, por rechazar alinearse contra Pigou.

El error más clamoroso de la Teoría general y uno que sus discípulos aceptaron sin cuestionarlo, es la absurda explicación de la opinión de Pigou sobre el dinero y el desempleo en la identificación de Pigou como el principal economista “clásico” contemporáneo que supuestamente creía que siempre hay pleno empleo y que el dinero es meramente un velo que no causa disrupciones en la economía, ¡esto sobre un hombre que escribió Fluctuaciones industriales en 1927 y Teoría del desempleo en 1933, en las que explica extensamente el problema del desempleo! Además, en un libro posterior, Pigou repudia explícitamente la teoría del velo monetario y destaca la esencial centralidad del dinero en la actividad económica.

Así que Keynes arremetió contra Pigou supuestamente por sostener la “convicción (…) de que el dinero no supone ninguna diferencia real excepto friccionalmente y que la teoría del desempleo puede deducirse (…) como si se basara en intercambios ‘reales’”. Todo un apéndice al capítulo 19 de la Teoría general está dedicado a atacar a Pigou, incluyendo la afirmación de que escribía solo en términos de intercambios y salarios reales, no salarios monetarios y en que solo asumía niveles salariales flexibles (Keynes 1936: pp. 19-20, pp. 272-279).

Pero, como apunta Andrew Rutten, Pigou realizó un análisis “real” solo en la primera parte de su libro: en la segunda parte, no solo introducía el dinero, sino que apuntaba que cualquier abstracción del dinero distorsiona el análisis y que el dinero es crucial para cualquier análisis del sistema de intercambio. El dinero, dice, no puede abstraerse ni actuar de manera neutral, así que “la tarea de esta parte debe ser determinar de qué forma el factor monetario hace que la cantidad media y la fluctuación en el empleo sean distintos de los que habrían sido en otro caso”.

Por tanto, añadía Pigou, “es ilegítimo abstraerse del dinero [y] dejar todo lo demás igual. La abstracción propuesta es del mismo tipo que supondría pensar quitando el oxígeno de la tierra  y suponer que la vida humana continúa existiendo” (Pigou 1933: pp. 185, 212).[11] Pigou analizaba extensamente la interacción de la expansión monetaria y los tipos de interés junto con los cambios en las expectativas y explicaba explícitamente el problema de los salarios monetarios y los precios y salarios “rígidos”.

Así que está claro que Keynes tergiversó seriamente la postura de Pigou y que esta tergiversación era deliberada, ya que si Keynes había leído cuidadosamente a algunos economistas, sin duda leyó a los más importantes de Cambridge, como era Pigou. Aun así, como escribe Rutten, “Estas conclusiones no deberían ser una sorpresa, ya que hay bastantes evidencias de que Keynes y sus seguidores tergiversaron a sus predecesores”.[12] El hecho de que Keynes se dedicara a un engaño sistemático y de que sus sucesores continuaran repitiendo el cuento de hadas acerca del ciego “clasicismo” de Pigou muestra que hay una razón más profunda para la popularidad de su leyenda en círculos keynesianos. Como escribe Rutten:

Hay una posible explicación de la repetición del cuento de Keynes y los clásicos. (…) Es que el cuento habitual es popular porque ofrece simultáneamente una explicación y una justificación del éxito de Keynes: sin la Teoría General seguiríamos estando en la edad oscura de la economía. En otras palabras, el cuento de Keynes y los Clásicos es una evidencia para la Teoría General. De hecho su uso sugiere que puede ser la evidencia más convincente disponible. En este caso, la prueba de que Pigou no sostenía la postura a él atribuida es (…) una evidencia contra Keynes. (…) [Esta conclusión] genera la seria pregunta del estado metodológico de una teoría que de basa tan fuertemente en una evidencia falsificada. (ibíd.: p. 15).

En su crítica de la Teoría general, Pigou fue adecuadamente desdeñoso acerca de la “macedonia de tergiversaciones” de Keynes y aun así fue tal el poder de esta marea de opinión (o del carisma de Keynes) que para 1950, tras la muerte de Keynes, Pigou había realizado el mismo tipo de abyecta retractación en la que se vio envuelto Lionel Robbins, a quien Keynes había intentado por mucho tiempo hacer que luchara a su favor.[13][14][15]

Pero Keynes empleó tácticas en la venta de la Teoría general distintas de la confianza en su carisma y el engaño sistemático. Se ganó el favor de sus estudiantes alabándoles de forma extravagante y les colocó deliberadamente contra los no keynesianos en a facultad de Cambridge ridiculizando a sus colegas delante de sus estudiantes y animándoles a acosar a sus colegas de facultad. Por ejemplo, Keynes incitaba a sus alumnos con particular saña contra Dennis Robertson, su antiguo amigo.

Como Keynes sabía demasiado bien, Robertson era dolorosa y extraordinariamente tímido, hasta el punto de comunicare con su veterano y fiel secretario, cuya oficina estaba contigua a la suya, solo mediante memorandos escritos. Las lecciones de Robertson estaban completamente escritas por adelantado y a causa de su timidez rechazaba responder a cualquier pregunta o implicarse en cualquier discusión con sus estudiantes o sus colegas. Así que era una tortura especialmente diabólica para los discípulos radicales de Keynes, liderados por Joan Robinson y Richard Kahn, perseguir y burlarse de Robertson, acosándolo con preguntas maliciosas y retándolo a debatir.[16]


El artículo original se encuentra aquí.

 

[1] Harry escribía la estrategia agudamente: “En este proceso, ayuda enormemente dar a viejos conceptos nuevos y confusos nombres. (…) la nueva teoría tenía que tener el grado apropiado de dificultad para ser entendida. Este es un problema complejo en el diseño de nuevas teorías. La nueva teoría tenía que ser tan difícil de entender que los colegas académicos veteranos no la encontraran ni fácil ni digna de estudio, de forma que gastarían sus esfuerzos en tema teóricos periféricos, ofreciéndose así como un mercado sencillo para la crítica y el rechazo por parte de sus colegas más jóvenes y más hambrientos. Al mismo tiempo, la nueva teoría tenía que parecer a la vez lo suficientemente difícil como para desafiar el interés intelectual de los colegas jóvenes y estudiantes, pero en realidad lo suficientemente sencilla para ellos como para dominarla adecuadamente con una inversión suficiente de empeño intelectual. La Teoría general de Keynes conseguía alcanzar estos objetivos: arrincona claramente a los investigadores veteranos y establecidos, como Pigou y Robertson, habilitaba a los más emprendedores de edad media y media-baja como Hansen, Hicks y Joan Robinson para ponerse al frente y dirigir el convoy y permitía a toda una generación de estudiantes (…) escapar del proceso lento y destructor de almas de adquirir sabiduría por ósmosis de sus mayores y la literatura en un ámbito intelectual en el que la iconoclastia juvenil podía recibir rápidamente recompensa (al menos a sus ojos) mediante la demolición de las pretensiones intelectuales de sus mayores y predecesores. La economía, maravillosamente, podía reconstruirse desde cero sobre la base de un poco de comprensión keynesiana y un alejamiento y desdén por la literatura existente, y eso es lo que pasó” (1978, pp. 188-189).

[2] Samuelson, Paul A. 1948 [1946]. “Lord Keynes and the General Theory”, en Harris 1948. Apareció originalmente en Econometrica (Julio de 1946).

[3] Hodge, Ian. 1986. Baptized Inflation. Tyler, Tex.: Institute for Christian Economics.

[4] Hayek, Friedrich A. 1931a. “Reflections on the Pure Theory of Money of Mr. J. M. Keynes”. Economica 11.

[5] Hayek, Friedrich A. 1931b. “A Rejoinder to Mr. Keynes”. Economica 11.

[6] Hayek, Friedrich A. 1932. “Reflections on the Pure Theory of Money of Mr. J.M. Keynes (continued)”. Economica 12

[7] Robbins, Lionel, Autobiography of an Economist. Londres: Macmillan.

[8] Hession, Charles H. 1984. John Maynard Keynes. Nueva York: Macmillan.

[9] El biógrafo de Robbins, D.P. O’Brien trabaja duro para sostener que, a pesar de que admite que es una “elaborada” y “exagerada contricción”, Robbins en el fondo nunca se convirtió al keynesianismo. Pero O’Brien no es convincente, ni siquiera tras tratar de demostrar cómo Robbins farfullaba sobre algunas cosas. Además, O’Brien admite Robbins dejó de lado su postura misesiana en macroeconomía y no menciona el asombroso tratamiento de Keynes como “casi un dios” (O’Brien 1988: pp. 14-16, 117-120).

[10] Hutt, William H. 1974. A Rehabilitation of Say’s Law. Columbus: Ohio State University Press.

[11] Pigou, A.C. 1933. The Theory of Unemployment. Londres: Macmillan.

[12] Rutten, Andrew. 1989. “Mr. Keynes on the Classics: A Suggestive Misinterpretation?” Inédito.

[13] Pigou, A.C. 1950. Keynes’s General Theory: A Retrospective View. Londres: Macmillan.

[14] Johnson, Elizabeth, y Harry G. Johnson. 1978. The Shadow of Keynes. Oxford: Basil Blackwell.

[15] Corry, Bernard. 1986. “Keynes’s Economics: A Revolution in Economic Theory or Economic Policy?” en R.D. Collison Black, ed., Ideas in Economics. Totowa, N.J.: Barnes and Noble.

[16] Johnson, Elizabeth, y Harry G. Johnson. 1978. The Shadow of Keynes. Oxford: Basil Blackwell.

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