Cómo se produce el ciclo económico

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[Este artículo está extraído de los primeros capítulos de  America’s Great Depression (1963)]

El estudio de los ciclos económicos debe basarse en una teoría de ciclo satisfactoria. Revisar fajos de estadísticas sin “prejuicios” es inútil. Un ciclo tiene lugar en el mundo económico y por tanto debe integrarse una teoría del ciclo utilizable con la teoría económica general. Y aún así, curiosamente, incluso intentar una integración es la excepción, no la regla. La economía, en las dos últimas décadas se ha fracturado en diversos compartimentos herméticos, con cada esfera apenas relacionada con las otras. Sólo en las teorías de Schumpeter y Mises se ha integrado la teoría del ciclo en la economía general.[1]

La mayoría de los especialistas del ciclo, que rechazan cualquier integración sistemática como imposible de deducir y excesivamente simplificada, están por tanto (a sabienda o no) rechazando la propia economía. Pues si se puede forjar una teoría del ciclo con poca o ninguna relación con la economía general, entonces la economía general debe ser incorrecta, al fracasar en explicar tal fenómeno económico esencial. Para los institucionalistas (los recolectores puros de datos), si no para otros, es una conclusión bienvenida. Sin embargo, incluso los institucionalistas deben usar a veces la teoría en el análisis y las recomendaciones; de hecho acaban utilizando un mejunje de presentimientos ad hoc, ideas, etc., recogidos sin sistema de distintos jardines teóricos. Pocos economistas, si es que hay alguno, se han dado cuenta de que la teoría del ciclo económico de Mises no es simplemente otra teoría: de que, en realidad, está íntimamente unida a una teoría general del sistema económico.[2] La teoría de Mises es, de hecho, el análisis económico de las consecuencias necesarias de la intervención en el libre mercado por la expansión del crédito bancario. Los seguidores de la teoría misesiana han mostrado a menudo una modestia excesiva al presentar sus afirmaciones: han alegado ampliamente que la teoría es “solo una de las muchas posibles explicaciones de los ciclos económicos” y que cada ciclo puede ajustarse a una teoría causal diferente. En éste, como en mucho otros ámbitos. El eclecticismo está fuera de lugar. Como la teoría de Mises en la única que deriva de una teoría económica general, es la única que puede ofrecer una explicación correcta. Salvo que estemos dispuestos a abandonar la teoría general, debemos rechazar todas las explicaciones propuestas que no se ajusten a la economía general.

Ciclos económicos y fluctuaciones económicas

Primero es importante distinguir entre ciclos económicos y fluctuaciones económicas ordinarias. Vivimos necesariamente en una sociedad de cambio continuo e inacabable, cambio que nunca puede preverse con precisión por adelantado. La gente trata de prever y anticipar cambios de la mejor manera posible, pero esa previsión nunca puede reducirse a una ciencia exacta. Los empresarios se dedican a prever cambios en el mercado, tanto en las condiciones de la demanda como de la oferta. Los que tienen más éxito obtienen beneficios pari passus con su exactitud de juicio, mientras que los que no lo tienen se quedan en la cuneta. En consecuencia, los empresarios de éxito en el libre mercado serán los más apropiados para anticipar las futuras condiciones económicas. Aún así, la previsión nunca puede ser perfecta y los empresarios continuarán difiriendo en el éxito de sus juicios. Si no fuera así, nunca habría beneficios ni pérdidas en los negocios.

Por tanto, los cambios tienen lugar continuamente en todos los ámbitos de la economía. Cambian los gustos de los consumidores; cambian las preferencias temporales y las consecuentes proporciones de inversión y consumo; cambia la mano de obra en cantidad, calidad y ubicación; se descubren nuevos recursos naturales y otros se agotan; cambios tecnológicos alteran las posibilidades de producción; las incertidumbres del clima alteran las cosechas, etc. Todos estos cambios son características típicas de cualquier sistema económico. De hecho, no podríamos concebir realmente una sociedad sin cambios en la que todos hicieran exactamente las mismas cosas día tras día y no cambiara nunca ningún dato económico. E incluso si pudiésemos concebir una sociedad así, es dudoso que mucha gente quisiera alcanzarla.

Por tanto es absurdo esperar que toda actividad económica sea “estabilizada” como si estos cambios no fueran a tener lugar. Estabilizar y “almidonar” estas fluctuaciones erradicaría en la práctica cualquier actividad productiva racional. Por tomar un ejemplo hipotético sencillo, supongamos que una comunidad tiene cada siete años una plaga de langosta. Por tanto cada siete años mucha gente realiza preparativos para ocuparse de la langosta: fabrican equipo antilangosta, contratan a especialistas de lucha contra la langosta, etc. Evidentemente, cada siete años hay un “auge” en la industria de la lucha contra la langosta que, felizmente, “decae” en los otros seis años. ¿Ayudaría o dañaría que alguien decidiera “estabilizar” la industria de lucha contra la langosta insistiendo en producir la maquinaria por igual cada año, solo para que se oxide y se vuelva obsoleta? ¿Debe obligarse a la gente a construir máquinas antes de que las quiera o a contratar gente antes de que se necesite o, a la inversa, retrasar la construcción de máquinas que se quieren, todo en nombre de la “estabilización”? Si la gente desea más automóviles y menos viviendas que antes, ¿debería obligárseles a comprar viviendas e impedírsele comprar automóviles, todo en nombre de la estabilización? Como ha dicho el Dr. F.A. Harper:

Este tipo de fluctuación se produce todos los días de nuestra vida. Hay una fluctuación violenta, por ejemplo, en la cosecha de fresas en distintos momentos del año. ¿Deberíamos cultivar suficientes fresas en invernaderos como para estabilizar esa parte de nuestra economía a lo largo del año?[3]

Por tanto podemos esperar fluctuaciones económicas concretas todo el tiempo. No hay necesidad de ninguna “teoría del ciclo” especial para explicarlas. Son simplemente los resultados de cambios en datos económicos y la teoría económica los explica completamente. Sin embargo muchos economistas atribuyen la depresión económica general a “debilidades” causadas por una “depresión en la construcción” o una “depresión en el campo”. Pero los declives en sectores concretos no pueden iniciar nunca una depresión general. Los cambios en los datos causarán aumentos en actividad en un campo y declives en otro. No hay aquí nada que explique una depresión económica general (un fenómeno del verdadero “ciclo económico”). Supongamos, por ejemplo que un cambio en los gustos del consumidor y en las tecnologías genere un cambio en la demanda de productos agrícolas hacia otros bienes. No tiene sentido decir, como dicen muchos, que una depresión del campo disparará una depresión general, porque los granjeros comprarán menos bienes, la gente de la industria al vender menos a los granjeros comprará menos, etc. Esto ignora el hecho de que la gente que produce los otros bienes prosperarán: su demanda aumentará.

El problema del ciclo económico es el de los auges y declives generales: no es un problema de analizar sectores concretos y preguntarse qué factores hacen a cada uno de ellos relativamente prósperos o deprimidos. Algunos economistas (como Warren y Pearson o Dewey y Dakin) han creído que no existen las fluctuaciones económicas generales, que los movimientos generales no son sino resultado de los diferentes ciclos que tienen lugar, en diferentes plazos concretos, en las distintas actividades económicas. Sin embargo, el grado en que puedan existir esos distintos ciclos (como el “ciclo de la construcción” de 20 años o el ciclo de siete años de la langosta) resulta irrelevante para el estudio de los ciclos económicos en general o las depresiones económicas en particular. Lo que estamos tratando de explicar son los auges y declives generales en la economía.

Al considerar movimientos generales en la economía, resulta por tanto inmediatamente evidente que esos movimientos deben transmitirse a través del medio general de intercambio: el dinero. El dinero constituye el enlace que conecta todas las actividades económicas. Si un precio sube y el otro baja podemos concluir que la demanda ha cambiado de un sector a otro, pero si todos los precios suben o bajan a la vez, debe haber ocurrido algo en la esfera monetaria. Solo los cambios en la demanda o en la oferta de dinero causarán que cambios generales en los precios. Un aumento en la oferta de dinero, si la demanda de éste permanece igual, ocasionará una caída en el poder adquisitivo de cada dólar, es decir, un aumento general de precios; por el contrario, una caída en la oferta monetaria causará una bajada general de precios. Por otro lado, un aumento en la demanda general de dinero, siendo igual la oferta, producirá un aumento del poder adquisitivo del dólar (una caída general de los precios); mientras que una caída en la demanda llevará a un aumento general de precios. Los cambios en los precios en general, por tanto, se determinan por cambios en la oferta y demanda del dinero. La oferta de dinero consiste en las existencias de dinero que hay en la sociedad. La demanda de dinero es, en el análisis final, la voluntad de la gente de mantener existencias de caja y esto puede expresarse como el afán de adquirir dinero en el intercambio y el afán de mantener dinero en el balance de caja. La oferta de bienes en la economía es un componente de la demanda social del dinero: un aumento en la oferta de bienes, en igualdad de condiciones,  aumenta la demanda de dinero y por tanto tiende a rebajar precios. La demanda de dinero tenderá a ser menos cuando el poder adquisitivo de la unidad monetaria sea mayor, pues entonces cada dólar es más efectivo en el balance de caja. A contrario, un bajo poder adquisitivo (precios más altos) significa que cada dólar es menos efectivo y harán falta más dólares para realizar la misma tarea.

Así que el poder adquisitivo del dólar permanecerá constante cuando la existencia y demanda de dinero estén en equilibrio: es decir, cuando la gente esté dispuesta a mantener en sus balances de caja la cantidad exacta de dinero en existencia. Si la demanda de dinero excede las existencias, el poder de compra del dinero aumentará hasta que la demanda deje de ser excesiva y se liquide el mercado; por el contrario, una demanda más baja que la oferta rebajará el poder de compra del dólar, es decir, aumentará los precios.

Aún así, las fluctuaciones económicas en general, en la “relación monetaria” no ofrecen por sí mismas la pista para el misterioso ciclo económico. Es verdad que cualquier ciclo económico general debe transmitirse a través de esta relación monetaria; la relación entre las existencias de dinero y su demanda. Pero estos cambios en sí mismos explican poco. Si la oferta de demanda aumenta y la demanda cae, por ejemplo, los precios subirán, pero ¿por qué debería esto generar un “ciclo económico”? En concreto, ¿por qué debería generar una depresión? Los primeros teóricos del ciclo económico tenían razón en centrar su atención en la crisis y la depresión: pues estas son las fases que confunden y chocan por igual a economistas y gente corriente y éstas son las fases que más necesitan explicarse.

El problema: el grupo de errores

La explicación de las depresiones, por tanto, no se encontrará refiriéndose a fluctuaciones económicas concretas o incluso generales por sí mismas. El principal problema que debe explicar una teoría de la depresión es: ¿por qué hay un repentino grupo generalizado de errores empresariales? Es la primera pregunta para cualquier teoría del ciclo, La actividad empresarial avanza correctamente con la mayoría de las empresas obteniendo bonitos beneficios. De repente, sin avisar, las condiciones cambian y la mayoría de las empresas experimentan pérdidas: se revela repentinamente que han cometido graves errores en las previsiones.

Ahora es necesaria una revisión general del emprendimiento. Los emprendedores están por lo general en el negocio de la previsión. Deben invertir y pagar costes en el presente, con las expectativas de obtener un beneficio vendiendo o bien a los consumidores o a otros empresarios bajando en la estructura económica de la producción. Los mejores empresarios, con mejor juicio en prever las demandas de consumidores u otros productores, obtienen beneficios; los ineficientes sufren pérdidas. Por tanto el mercado ofrece un campo de entrenamiento para recompensar y hacer que se expandan los empresarios de éxito y capaces de prever y eliminar a los empresarios ineficientes. Como regla, solo algunos empresarios sufren pérdidas en un momento dado; la mayoría o quedan igual u obtienen beneficios. Entonces, ¿cómo explicamos el curioso fenómeno de la crisis cuando casi todos los emprendedores sufren pérdidas repentinas? En resumen ¿cómo es que todos los astutos empresarios del país comenten juntos esos errores y por qué se les revela de repente a todos en ese momento concreto? Es el gran problema de la teoría del ciclo.

No es correcto responder que los responsables son los cambios bruscos en los datos. Después de todo, el negocio de los emprendedores es prever cambios futuros, algunos de los cuales son bruscos. ¿Por qué sus pronósticos han fracasado tan abismalmente?

Otra característica común del ciclo económico también requiere explicación. Es el bien conocido hecho de que las industrias de bienes de capital fluctúan más ampliamente que las industrias de bienes de consumo. Las industrias de bienes de capital (especialmente las industrias que proveen materias primas, construcción y equipamiento a otras industrias) se expanden mucho más durante el auge y se ven más severamente afectadas en la depresión.

Una tercera característica de todo auge que necesita explicación es el aumento en la cantidad de dinero en la economía. Por el contrario, hay generalmente, aunque no universalmente, una caída en la oferta monetaria durante la depresión.

La explicación: Auge y depresión

En un mercado puramente libre y no intervenido, no habría grupo de errores, puesto que no todos los expertos emprendedores cometerán errores al mismo tiempo.[4] El ciclo de “auge y declive” se genera por la intervención monetaria en el mercado, en concreto la expansión del crédito bancario a los negocios. Supongamos una economía con una oferta fija de dinero. Parte del dinero se gasta en consumo; el resto se ahorra e invierte en una poderosa estructura de capital en distintos órdenes de producción. La proporción de consumo respecto del ahorro o la inversión está determinada por las preferencias temporales de la gente: el grado en que prefieren las satisfacciones presentes a las futuras. Cuanto menos las prefieran en el presente, menor será su nivel de preferencia temporal y por tanto más bajo y menor será por tanto el tipo puro de interés, que viene determinado por las preferencias temporales de los individuos en la sociedad. Un menor nivel de preferencia temporal se reflejará en mayores proporciones de inversión para el consumo, un alargamiento de la estructura de producción y una generación de capital. Por otro lado, un mayor nivel de preferencia temporal se reflejará en mayores tipos de interés puro y una menor proporción de inversión para el consumo. Los tipos de interés finales del mercado reflejan el tipo de interés puro más o menos el riesgo empresarial y la compra de componentes. Diversos grados de riesgo empresarial generan una estructura de tipos de interés en lugar de una sola y uniforme y los componentes del poder adquisitivo reflejan cambios en poder adquisitivo del dólar, así como en la posición concreta de un empresario en relación con los cambios de precios. Sin embargo el factor crucial es el tipo de interés puro. Este tipo de interés se manifiesta en primer lugar en el “tipo natural” o lo que se califica generalmente como el actual “tipo de beneficio”. Este tipo actual se refleja en el tipo de interés en el mercado del préstamo, un tipo que está determinado por el tipo actual de beneficio.[5]

¿Qué ocurre cuando el banco imprime nuevo dinero (ya sea como billetes o depósitos bancarios) y lo presta a los negocios?[6] El nuevo dinero se abre paso en el mercado del préstamo y rebaja el tipo de interés del préstamo. Parece como si la oferta de fondos ahorrados hubiera aumentado, pues el efecto es el mismo: la oferta de fondos para invertir aumenta aparentemente y se rebaja el tipo de interés. En resumen, los empresarios se equivocan por la inflación bancaria al creer que la oferta de fondos ahorrados es mayor de lo que realmente es. Ahora, cuando aumentan los fondos ahorrados, los empresarios invierten en “procesos de producción más largos”, es decir, se alarga la estructura del capital, especialmente en los “órdenes superiores” más alejados del consumidor. Los empresarios toman sus fondos recién adquiridos y esto estimula un cambio en la inversión de los órdenes de producción “inferiores” (cercanos al consumidor) a los “superiores” (más alejados del consumidor): de las industrias de bienes de consumo a las de bienes de capital.[7]

Si éste fuera el efecto de una genuina caída en las preferencias temporales y un aumento en el ahorro, todo sería santo y bueno, y la nueva estructura de producción alargada podría sostenerse indefinidamente. Pero este cambio es producto de la expansión del crédito bancario. Pronto el nuevo dinero se filtra hacia debajo de las empresas prestatarias a los factores de producción en forma de salarios, rentas e intereses. Ahora, salvo que hayan cambiado la preferencias temporales, y no hay razón para pensarlo, la gente se dirigirá a gastar sus mayores ingresos en las antiguas proporciones de consumo-inversión. En resumen, la gente restablecerá las antiguas proporciones  y la demanda volverá a cambiar de los niveles superiores a los inferiores. Las industrias de bienes de capital encontrarán que sus inversiones han sido un error: que lo que pensaban que era rentable realmente no tiene demanda por parte de son empresarios clientes. Los órdenes superiores de producción han resultado ser un desperdicio y las malas inversiones deben liquidarse.

Una explicación habitual de la crisis es que deriva del “infraconsumo”, de una aflata de demanda del consumidor de bienes a precios que puedan ser rentables. Pero esto resulta contrario al hecho comúnmente conocido de que son las industrias de bienes de capital, y no las de bienes de consumo, las que realmente sufren en una depresión. La falta es de demanda empresarial de los bienes de orden superior y esto a su vez lo causa el cambio de la demanda de vuelta a las antiguas proporciones.

En suma, los empresarios se ven equivocados por la inflación del crédito bancario para invertir en bienes de capital de orden superior, que solo pueden sostenerse prósperamente mediante menores preferencias temporales y mayor ahorro e inversión; tan pronto como la inflación permea a la masa de la gente, se restablece la antigua proporción de consumo-inversión y las inversiones de negocio en los órdenes superiores resultan ser un desperdicio.[8] Se lleva a los empresarios a este error por la expansión del crédito y su interferencia con el tipo de interés del libre mercado.

Así que el “auge” es realmente un periodo de desperdicio de malas inversiones. Es el momento en que se cometen los errores, debido a la interferencia del crédito bancario con el libre mercado. La “crisis” llega cuando los consumidores restablecen sus proporciones deseadas. La “depresión” es realmente el proceso por el que la economía se ajusta a los errores y despilfarros del auge y restablece el servicio eficiente de los deseos del consumidor. El proceso de ajuste consiste en la rápida liquidación de las malas inversiones. Algunas se abandonarán completamente (como los pueblos fantasmas del Oeste construidos durante el auge de 1816-1818 y dejados desiertos durante el Pánico de 1819), otras se dedicarán a otros usos. El principio siempre será no quejarse de los errores pasados, sino hacer el uso más eficiente de las existencias de capital. En resumen, el libre mercado tiende a satisfacer los deseos libremente expresados de los consumidores con la máxima eficiencia y esto incluye los deseos de la opinión pública relativos al consumo presente y futuro. El auge inflacionista dificulta esta eficiencia y distorsiona la estructura de producción, que ya no sirve adecuadamente a los consumidores. La crisis marca el final de esta distorsión inflacionista y la depresión es el proceso por el que la economía vuelve al servicio eficiente a los consumidores. En resumen, y esto es algo importantísimo de entender, la depresión es el proceso de “recuperación” y el final de la depresión anuncia la vuelta a la eficiencia normal y óptima. Por tanto la depresión, lejos de ser un azote malvado, es la vuelta necesaria y benéfica de la economía a la normalidad después de las distorsiones impuestas por el auge. Por tanto, el auge requiere un “declive”.

Como está claro que toma poco tiempo para que el nuevo dinero se filtre de las empresas a los factores de producción, ¿por qué no terminan rápidamente todos los auges? La razón es que los bancos viene al rescate. Viendo que sus factores se alejan de ellas, a favor de las industrias de bienes de consumo, encontrando que sus costes aumentan y que se ven cortas de fondos, las empresas prestatarias se dirigen nuevamente a los bancos. Si los bancos expanden más el crédito, pueden mantener de nuevo a flote a los prestatarios. El nuevo dinero entre otra vez en los negocios y éstos pueden volver a ganar factores a las industrias de bienes de consumo. En resumen, el crédito bancarios continuamente expandido puede mantener a los prestatarios un paso por delante de la retribución del consumidor. Pues esto, como hemos visto, es lo que son la crisis y la depresión: la restauración por los consumidores de una economía eficiente y el fin de las distorsiones del auge. Está claro que cuanto mayor sea la expansión del crédito y más dure, más durará el auge. El auge acabará cuando finalmente termine la expansión del crédito bancario. Evidentemente, cuanto más largo sea el auge, más desperdicio supondrán los errores cometidos y más largo y severo será el necesario reajuste de la depresión.

Así que la expansión del crédito bancario pone en marcha el ciclo económico en todas sus fases: el auge inflacionista, marcado por la expansión de la oferta monetaria y las malas inversiones; la crisis, que se produce cuando cesa la expansión del crédito y las malas inversiones e hacen evidentes y la recuperación de la depresión, el necesario proceso de ajuste por el que la economía vuelve a los medios más eficientes de satisfacer los deseos del consumidor.[9]

¿Cuáles son en concreto la características esenciales de la fase de recuperación de la depresión? Los malos proyectos, como hemos dicho, deben o bien abandonarse o bien usarse de la mejor manera posible. Las empresas ineficientes, animadas por el auge artificial, deben liquidarse o disminuir sus deudas o entregarse a sus acreedores. Los precios de los bienes de los productores deben caer, especialmente en los órdenes superiores de producción (esto incluye bienes de capital de capital, terrenos y salarios). Igual que el auge viene marcado por una caída en el tipo de interés, es decir, en los diferenciales de precios entre las etapas de producción (el “tipo natural” o tipo actual de beneficio), así como en el tipo de préstamo, así que la recuperación de la depresión consiste en un aumento de este diferencial de intereses. En la práctica esto significa una caída en los precios de los bienes de orden superior en relación con las industrias de los bienes de consumo. No solo deben caer los precios en maquinaria concreta, sino asimismo los precios de todos los agregados de capital, por ejemplo, el mercado bursátil y los valores de la propiedad inmobiliaria. De hecho estos valores deben caer más que los ingresos de los activos, reflejando así el aumento general en los rendimientos del tipo de interés.

Como los factores deben trasladarse de los órdenes de producción superiores a los inferiores, hay una desempleo “de fricción” inevitable en una depresión, pero no tiene por qué ser mayor que el desempleo que se produce en cualquier otro gran cambio productivo. En la práctica, el desempleo se verá agravado por las numerosas quiebras y los grandes errores revelados, pero sigue teniendo que ser solo temporal. Cuando más rápido se el ajuste, más breve será el desempleo. El desempleo progresará más allá de la etapa “de fricción” y se convertirá en realmente severo y duradero solo si los niveles salariales se mantienen artificialmente altos y se impide que caigan. Si los niveles salariales se mantienen por encima del nivel del libre mercado que liquida la demanda y oferta de trabajo, los trabajadores permanecerán permanentemente desempleados. Cuanto mayor sea el grado de discrepancia, más severo será el desempleo.

Características secundarias de la depresión: La contracción del crédito deflacionario

Las anteriores son las características esenciales de una depresión. Pueden desarrollarse otras características secundarias. Por ejemplo, no hay necesidad de deflación (disminución de la oferta monetaria) durante una depresión. La fase de depresión empieza con el final de la inflación y puede producirse sin mayores cambios del lado del dinero. Sin embargo la deflación aparece casi siempre. En primer lugar, la inflación tiene lugar como una expansión del crédito bancario; ahora, las dificultades financieras y quiebras entre los prestatarios hacen que los bancos aparezcan y otorguen crédito.[10] Bajo el patrón oro, los bancos tienen otra razón para contraer el crédito: si han acabado con la inflación por una fuga de oro a países extranjeros. Esta amenaza de fuga les obliga a contraer sus préstamos pendientes. Además, la erupción de quiebras de empresas puede generar dudas acerca de los bancos y éstos, estando implícitamente quebrados de todas formas, no pueden permitírselas.[11] Por tanto la oferta monetaria se contraerá ante corridas bancarias reales y porque los bancos reforzarán su posición por miedo a dichas corridas.

Otra característica secundaria de las depresiones es un aumento en la demanda de dinero. Esta “confusión por la liquidez” es resultado de varios factores: (1) la gente espera que los precios bajen, debido a la depresión y la deflación y por tanto mantendrá más dinero y gastará menos en bienes, esperando a que caiga el precio; (2) los prestatarios tratarán de liquidar sus deudas, ahora reclamadas por bancos y acreedores comerciales, liquidando otros activos a cambio de dinero; (3) la aparición de pérdidas empresariales y quiebras hace cautelosos a los empresarios respecto de invertir hasta que termine el proceso de liquidación.

Con la oferta de dinero disminuyendo y la demanda de dinero creciendo, los precios generalmente cayendo son una característica consecuente de la mayoría de las depresiones. Sin embargo una caída general de precios viene causada por las características secundarias de las depresiones, no de las inherentes. Casi todos los economistas, incluso quienes creen que el proceso de ajuste de la depresión debería permitirse que funcione sin intromisiones, tienen una visión muy negativa de la deflación secundaria y la caída de precios y afirman que agrava innecesariamente la severidad de las depresiones. Sin embargo, esta visión es incorrecta. Estos procesos no solo no agravan la depresión, tienen efectos positivamente beneficiosos.

Por ejemplo, no tiene sentido la hostilidad común hacia el “atesoramiento”. En primer lugar, no hay ningún criterio para definir el “atesoramiento”; la acusación inevitablemente se limita a significar que A piensa que B mantiene mayores existencias de caja de los que A considera apropiados para B. Ciertamente no hay criterio objetivo para decidir cuándo un aumento de las existencias de caja se convierte en “atesoramiento”. Segundo, hemos visto que la demanda de moneda aumenta como consecuencia de ciertas necesidades y valoraciones de la gente; en una depresión, los temores a una liquidación de negocios y las expectativas de una caída de precios estimulan especialmente este aumento. ¿Bajo qué patrones pueden calificarse a estas valoraciones como “ilegítimas”? Una caída general de precios es la forma en que puede satisfacerse un aumento en la demanda de dinero, pues precios más bajos significan que las mismas existencias de efectivo tienen mayor eficacia, mayor poder “real” sobre bienes y servicios. En resumen, el deseo de un aumento de las existencias reales de caja se ha satisfecho ahora.

Además, la demanda de dinero disminuirá de nuevo tan pronto como finalicen los procesos de liquidación y ajuste. Pues la finalización de la liquidación elimina las incertidumbres de quiebras inminentes y terminar la búsqueda de efectivo de los prestatarios. Una caída rápida y no entorpecida en los precios, tanto en general (ajustándose a la nueva relación monetaria) como particularmente en bienes de orden superior (ajustando las malas inversiones del auge) acabará rápidamente el proceso de realineación y eliminará las perspectivas de más declives. Así que cuanto antes se produzcan los distintos ajustes, primario y secundario, antes volverá a caer de nuevo la demanda de dinero. Por supuesto, esto es solo una parte de la “vuelta a la normalidad” económica general.

Ni el aumento en el “atesoramiento” ni la caída de precios interfiere en absoluto con el ajuste primario de la depresión. La característica más importante del ajuste primario es que los precios de los bienes de los productores caen más rápidamente que los precios de los bienes de consumo (o, más apropiadamente, que los precios de los bienes de orden superior caen más rápidamente que los de orden inferior); no se interfiere con el ajuste primario si todos los precios caen en cierto grado. Sin embargo es un mito común entre economistas y profanos que los precios a la baja tengan un efecto depresivo en los negocios. Esto no es necesariamente cierto. Lo que importe a los negocios no es el comportamiento general de los precios, sino los diferenciales de precios entre precios de venta y costes (el “tipo natural de interés”). Si los salarios, por ejemplo, caen más rápidamente que los precios de los productos, esto estimula la actividad empresarial y el empleo.

La deflación de la oferta monetaria (vía contracción del crédito) ha sido considerada tan negativamente como el atesoramiento a los ojos de los economistas. Incluso los teóricos misesianos deploran la deflación y no le ven beneficios.[12] Aún así, la contracción deflacionaria del crédito ayuda grandemente a acelerar el proceso de ajuste y por tanto a la finalización de la recuperación económica, de formas aún no reconocidas- El ajuste consiste, como ya sabemos, en un retorno a los patrones de consumo-ahorro deseados. Sin embargo se necesita menos ajuste si cambian las propias preferencias temporales: es decir, si los ahorros aumentan y el consumo decae relativamente. En suma, lo que puede ayudar en una depresión no es más consumo, sino por el contrario menos consumo y más ahorro (y consecuentemente más inversión). Los precios a la baja animan a mayores ahorros y a un menor consumo alimentando una ilusión contable. Las cuentas de las empresas registran el valor de los activos a su coste original. Es bien sabido que los aumentos generalizados de precios distorsionan los registros contables: lo que parece ser un gran “beneficio” puede ser solamente ser suficiente para reemplazar los activos ahora con un precio superior. Por tanto durante una inflación, los “beneficios” económicos están excesivamente aumentados y el consumo es mayor del que sería si no operara la ilusión contable: tal vez incluso el capital se consuma sin conocimiento del individuo. En tiempo de deflación, la ilusión contable se invierte: lo que parecen pérdidas y consumo de capital, puede significar realmente beneficio para la empresa, pues ahora cuesta mucho menos reemplazar los activos. Esta exageración de las pérdidas, sin embargo, restringe el consumo y anima el ahorro: un hombre puede simplemente pensar que está reemplazando capital cuando realmente está realizando una inversión añadida en el negocio.

La contracción del crédito tendrá otro efecto beneficioso en promocionar la recuperación, Pues la expansión del crédito bancario, como hemos visto, distorsiona el libre mercado rebajando los diferenciales de precio (el “tipo natural de interés” o tipo  actual de beneficio) en el mercado.la contracción del crédito, por otro lado, distorsiona el libre mercado en la dirección contraria. El primer efecto de la contracción del crédito es rebajar la oferta monetaria en manos de las empresas, particularmente en las etapas superiores de la producción. Esto reduce la demanda de factores en las etapas superiores, rebaja los precios y rentas de los factores y aumenta los diferenciales de precios y el tipo de interés. Espolea el cambio de factores, en suma, de las etapas superiores a las inferiores. Pero esto significa que la contracción del crédito, cuando deriva de la expansión del crédito, acelera el proceso de ajuste del mercado. La contracción del crédito devuelve a la economía a las proporciones del libre mercado mucho antes que de otra forma.

Pero, puede objetarse, ¿no puede que la contracción del crédito sobrecompense los errores del auge y cause ella misma distorsiones y necesite corrección? Es verdad que la contracción del crédito puede sobrecompensar y, mientras persiste la contracción, puede hacer que los tipos de interés sean mayores que los niveles del libre mercado y la inversión menor que la del libre mercado. Pero como la contracción no causa malas inversiones no llevará a ningún periodo doloroso de depresión y ajuste. Si los empresarios se ven equivocados a pensar que hay menos capital disponible para inversión de los que realmente hay, no se producirá ningún daño en forma de inversiones desperdiciadas.[13] Además, en la naturaleza de las cosas, la contracción del crédito está severamente limitada: no puede progresar más allá de la inflación precedente.[14] La expansión del crédito no tiene ese límite.

La política de la depresión del gobierno: laissez faire

Si el gobierno desea que una depresión termine los más rápidamente posible y la economía vuelva a una prosperidad normal, ¿qué debe hacer? La primera y más clara orden es: no interferir en el proceso de ajuste del mercado. Cuanto más intervenga el gobierno para retrasar el ajuste del mercado, más larga y penosa será la depresión y más difícil el camino hacia la completa recuperación. La intervención del gobierno agrava y perpetúa la depresión. Aún así, la política de la depresión del gobierno ha agravado siempre (y habría agravado hoy aún más) los mismos males que ostentosamente ha tratado de curar. Si de hecho listamos lógicamente las distintas formas en que un gobierno puede dificultar el ajuste del mercado, encontraremos que tenemos precisamente listado el arsenal “antidepresión” de la política del gobierno. Así que aquí están las formas en que el proceso de ajuste puede dificultarse:

  1. Impedir o retrasar la liquidación. Prestar dinero a negocios tambaleantes, pedir a los bancos que presten más, etc.
  2. Inflar más. Mayor inflación bloquea la necesaria caída de precios, retrasando así el ajuste y prolongando la depresión. Una mayor expansión del créditocrea más malas inversiones, que a su vez tendrán que liquidarse en alguna depresión posterior. Una política de “dinero fácil” impide el retorno del mercado a los necesarios tipos de interés más altos.
  3. Mantener altos los salarios. El mantenimiento artificial de los niveles salariales en una depresión asegura un desempleo permanente. Además, en una deflación, cuando están cayendo los precios, mantener el mismo nivel de salarios significa que los salarios reales se han hecho aún más altos. A la vista de la caída de la demanda empresarial, esto agrava mucho el problema del desempleo.
  4. Mantener altos los precios. Mantener a los precios por encima de sus niveles de libre mercado crea excedentes invendibles e impide el retorno de la prosperidad.
  5. Estimular el consumo y desanimar el ahorro. Hemos visto que más ahorro y menos consumo aceleraría la recuperación: más consumo y menos ahorro agravan aún más la escasez de capital ahorrado. El gobierno puede estimular el consumo con “planes de cupones de comida” y pagos de ayudas. Puede desanimar el ahorro y la inversión con impuestos más altos, particularmente a los ricos y las grandes empresas y propiedades, En realidad, cualquier aumento en los impuestos y el gasto público desanimará el ahorro y la inversión y estimulará el consumo, pues todo gasto público es consumo. Algunos de los fundos privados habrían sido ahorrados e invertidos; todos los fondos públicos se consumen.[15] Cualquier aumento en el tamaño relativo del gobierno en la economía cambia por tanto la relación de consumo-inversión de la sociedad en favor del consumo y prolonga la depresión.
  6. Subvencionar el desempleo. Cualquier subvención del desempleo (vía “seguro” de desempleo, ayudas, etc.) prolongará indefinidamente el desempleo y retrasará el cambio de los trabajadores a los sectores donde haya trabajo disponible.

Por tanto éstas son las medidas que retrasarían el proceso de recuperación y agravarían la depresión. Aún así, son las políticas gubernamentales favoritas de siempre y, como veremos, fueron las adoptadas en la depresión de 1929-1933, por parte de un gobierno considerado por muchos historiadores como una administración de “laissez faire”.

Como también la deflación acelera la recuperación, el gobierno debería favorecer, en lugar de interferir, una contracción del crédito. En una economía bajo un patrón oro, como la que teníamos en 1929, bloquear la deflación tiene posteriores consecuencias desafortunadas. Porque una deflación aumenta los porcentajes de reserva del sistema bancario y genera más confianza tanto en el ciudadano como en el extranjero en que se mantendrá el patrón oro. El miedo al patrón oro precipitará las mismas corridas bancarias que el gobierno está ansioso por evitar. Hay otros valores en la deflación, incluso en las corridas bancarias, que no deberían olvidarse. Los bancos no deberían estar más exentos de pagar sus deudas que cualquier otra empresa. Cualquier interferencia con su merecido a través de corridas bancarias establecería a los bancos como un grupo especialmente privilegiado, no obligado a pagar sus deudas y llevará a posteriores inflaciones, expansiones de crédito y depresiones. Y si, como sostenemos, los bancos están implícitamente quebrados y las “corridas” simplemente revelan esa quiebra, es beneficioso para la economía que se reforme el sistema bancario, de una vez por todas, a través de una dura purga del sistema bancario de reserva fraccionaria. Esa purga eliminaría por la fuerza los peligros públicos del sistema bancario de reserva fraccionaria y, más que cualquier teorización académica, nos aseguraría contra esos males bancarios en el futuro.[16]

El canon más importante de una buena política pública en una depresión sería por tanto evitar inmiscuirse en el proceso de ajuste. ¿Puede hacer algo más activo para ayudar al ajuste? Algunos economistas han defendido una rebaja salarial decretada por el gobierno para favorecer el empleo, por ejemplo, una reducción global del 10%. Pero el ajuste del libre mercado es lo opuesto a cualquier política “global”. No tienen que recortarse todos los salarios: el grado de ajuste requerido de precios y salarios difiere de un caso a otro y solo puede determinarse con los procesos del mercado libre y no intervenido.[17] La intervención del gobierno solo puede distorsionar aún más el mercado.

Sin embargo hay una cosa que puede hacer activamente el gobierno: puede rebajar drásticamente su papel relativo en la economía, recortando sus propios gastos e impuestos que interfieren con el ahorro y la inversión. Reduciendo su nivel de gasto fiscal cambiará automáticamente la relación ahorro-inversión-consumo de la sociedad a favor del ahorro y la inversión, rebajando así en buena medida el tiempo necesario para el retorno a una economía próspera.[18] Reduciendo los impuestos que recaen más severamente en ahorros e inversiones generará preferencias temporales menores.[19] Además, la depresión es un tiempo de tensión económica. Cualquier reducción de impuestos o de cualquier regulación que interfiera con el libre mercado estimulará una sana actividad económica; cualquier aumento de impuestos u otra intervención deprimirán aún más la economía.

En suma, la política gubernamental apropiada en una depresión es el estricto laissez faire, incluyendo un severo recorte presupuestario y unido quizá a un estímulo activo para la contracción del crédito. Durante décadas se ha calificado a un programa así como “ignorante”, “reaccionario” o “Neandertal” por los economistas convencionales. Por el contrario, es la política que dicta claramente la ciencia económica a quines deseen acabar con la depresión tan rápida y limpiamente como sea posible.[20]

Podría objetarse que la depresión sólo empezó cuando cesó la expansión del crédito. ¿Por qué no debería el gobierno continuar indefinidamente con la expansión? En primer lugar, cunado más dure el auge inflacionista, más doloroso y severo será el proceso necesario de ajuste. Segundo, el auge no puede continuar indefinidamente, porque la opinión pública acabará levantándose contra la política gubernamental de inflación permanente y huye del dinero hacia los bienes, haciendo sus compras mientras el dólar valga más ahora que en el futuro. El resultado será un “desboque” o hiperinflación, tan familiar en la historia, y especialmente en el mundo moderno.[21] La hiperinflación, en cualquier caso, es mucho peor que cualquier depresión: destruye la moneda, la sangre de la economía; arruina y destroza la clase media y todos los “grupos de rentas fijas”; crea un caos sin límites. Y además lleva finalmente al desempleo y a menores niveles de vida, pues tiene poco sentido trabajar cuando la renta obtenida se deprecia a cada hora. Se emplea más tiempo en buscar bienes para comprar. Así que para evitar esta calamidad debe acabarse en algún momento con la expansión del crédito y esto traerá una depresión.

Prevención de las depresiones

Prevenir una depresión es claramente mejor que tener que sufrirla. Si la política adecuada del gobierno durante una depresión es el laissez faire, ¿qué debería hacer para impedir que empiece una depresión? Evidentemente, como la expansión del crédito necesariamente siembra las semillas para la próxima depresión, el curso de acción apropiado del gobierno es detener cualquier expansión crediticia que se produzca. No es un mandamiento muy difícil, pues la tarea más importante del gobierno es evitar que él mismo genere inflación. Pues el gobierno es una institución intrínsecamente inflacionista y consecuentemente casi siempre ha iniciado, animado y dirigido el auge inflacionista. El gobierno es intrínsecamente inflacionista porque, con los siglos, ha adquirido control sobre el sistema monetario. Tener el poder de imprimir moneda (incluyendo la “impresión” de los depósitos bancarios) le da poder para abrir el grifo de los ingresos. La inflación es un forma de gravamen, pues el gobierno puede crear dinero de la nada y usarlo para apropiarse recursos de los individuos privados que tienen prohibido bajo severa sanción realizar una “falsificación” similar. La inflación por tanto resulta un agradable sustituto de los impuestos para los cargos oficiales y sus grupos favorecidos y es un sutil sustituto que la opinión pública en general puede no percibir (y puede animársele a hacerlo). El gobierno puede igualmente echar la culpa de los precios al alza, que son una consecuencia inevitable de la inflación, a la población en general o a algunos segmentos no apreciados por la gente, como empresas, especuladores, extranjeros. Solo la improbable adopción de una doctrina económica sólida podría llevar a la opinión pública a echar la culpa a quien corresponde: al propio gobierno.

Los bancos privados, es cierto, pueden inflar la oferta monetaria emitiendo más cédulas de dinero estándar (ya sea oro o papel del gobierno) del que puedan redimir. Un depósito bancario es equivalente a un recibo de almacenamiento de efectivo, un recibo que el banco se compromete a redimir cuando quiera el cliente retirarlo de las arcas del banco. Todo el sistema de “banca de reserva fraccionaria” implica la emisión de recibos que no es posible redimir. Pero Mises ha demostrado que, por sí mismos, los bancos privados no podrían inflar demasiado la oferta monetaria.[22] En primer lugar cada banco encontraría descubierta su nueva emisión, los recibos (no cubiertos en dinero) se transfieren rápidamente a otros bancos que podrían ir al banco a redimirlos. Por tanto, cuanto más estrecha sea la clientela de cada banco, menos especio tendrá para estas pseudo-recetas. Todos los bancos podrían unirse y acordar expandir al mismo ritmo, pero ese acuerdo sería difícil de alcanzar. Segundo, los bancos estarían limitados por el grado en que la gente usara depósitos o billetes bancarios frente al efectivo normal y tercero, estarían limitados por la confianza de los clientes en sus bancos, que podrían desaparecer por corridas en cualquier momento.

En lugar de impedir la inflación prohibiendo la banca de reserva fraccionaria como fraudulenta, los gobiernos han seguido uniformemente la dirección opuesta y han eliminado paso a paso estos controles del libre mercado a la expansión del crédito bancario, poniéndose al mismo tiempo a sí mismos en situación de dirigir la inflación. De distintas formas han reforzado la confianza pública en los bancos, animado al uso del papel y los depósitos en lugar del oro (finalmente prohibiendo el oro) y pastoreado a todos los bancos bajo un solo aprisco de forma que todos puedan expandirse al tiempo. El dispositivo principal para conseguir estos objetivos ha sido la banca central, una institución que Estados Unidos finalmente creó como Sistema de reserva Federal en 1913. La banca central permitió la centralización y absorción del oro en las arcas del gobierno, aumentando grandemente la base nacional para la expansión del crédito:[23] También aseguró la acción uniforme de los bancos al basar sus reservas en cuentas de depósito en el banco central en lugar de en oro. Tras el establecimiento de un banco central, ya ningún banco privado fija su política de acuerdo con su reserva particular de oro: ahora todos los bancos están ligados y regulados por la acción del banco central. Además, el banco central, al proclamar su función como “prestamista de último recurso” a bancos en problemas, aumenta enormemente la confianza de la opinión pública en el sistema bancario. Pues todos asumen tácitamente que el gobierno nunca permitiría que quiebre su nuevo órgano (el banco central). Un banco central, incluso dentro de un patrón oro, tiene que preocuparse de poco acerca de las demandas de oro de sus ciudadanos. Solo las posibles reclamaciones de oro de otros países (es decir, de no clientes del banco central) pueden causarle preocupación.

El gobierno aseguró el control de la Reserva Federal sobre los bancos por (1) otorgando al Sistema de la Reserva Federal (SRF) un monopolio sobre la emisión de billetes; (2) obligando a todos los “bancos nacionales” existentes a unirse al Sistema de la Reserva Federal y a mantener todos sus reservas legales como depósitos en la Reserva Federal[24] y (3) fijando el porcentaje mínimo de reserva de depósitos en la Reserva en depósitos bancarios (dinero propiedad de los ciudadanos). El establecimiento del SRF fue además inflacionista al reducir directamente los requisitos de del porcentaje de reserva.[25] La Reserva podía así controlar el volumen de dinero gobernando dos cosas: el volumen de las reservas bancarias y los requisitos de reserva legal. La Reserva podía controlar el volumen de las reservas bancarias (de maneras que explicaremos más adelante) y el gobierno establecer el porcentaje legal, pero hay que reconocer que el control sobre la oferta monetaria no es perfecto, pues los bancos pueden mantener “reservas extraordinarias”. Sin embargo normalmente, con la garantía de un prestamista de último recurso y obteniendo beneficios maximizando sus activos y depósitos, un banco se mantendrá completamente “prestado” a su porcentaje legal.

Aunque la banca privada desregulada podría controlarse dentro de límites estrechos y sería mucho menos inflacionista que la manipulación del banco central,[26] la forma más evidente de impedir la inflación es prohibir la banca de reserva fraccionaria e imponer una reserva de oro del 100% en todos los billetes y depósitos. Por ejemplo, los cárteles bancarios no son muy probables bajo una banca desregulada o “libre”, pero podrían producirse de todas formas. El Profesor Mises, aunque reconociendo los superiores méritos del dinero en oro al 100% a una banca libre, prefiere esta última porque las reservas del 100% concederían al gobierno control sobre la banca y el gobierno podría cambiar fácilmente estos requisitos por seguir su tendencia inflacionista.[27] Pero un requisito de reserva de oro del 100% no sería solo un control administrativo más del gobierno: formaría parte de la prohibición libertaria general contra el fraude. Todos excepto los pacifistas absolutos conceden que la violencia contra las personas y las propiedades deberían prohibirse y que las agencias, siguiendo esta ley general, deberían defender personas y propiedades frente a ataques. Los libertarios, defensores del laissez faire, creen que los “gobiernos” deberían limitarse a ser solo agencias de defensa. El fraude es equivalente al robo, pues el fraude se comete cuando una parte de un contrato de intercambio no se cumple después de que se ha tomado la propiedad de la otra. Los bancos que emiten recibos sobre oro inexistente están realmente cometiendo un fraude, porque es así imposible que todos los propietarios (de recibos sobre oro) puedan reclamar su derecho de propiedad. Por tanto, la prohibición de dichas prácticas no sería un acto de intervención del gobierno en el libre mercado: sería parte de la defensa legal general de la propiedad contra un ataque que requiere un mercado libre.[28],[29]

¿Entonces cuál era la política apropiada del gobierno durante la década de 1920? ¿Qué debería haber hecho el gobierno para impedir el crash? Su mejor política habría sido liquidar el Sistema de Reserva Federal y erigir una moneda con reserva de oro al 100%; a falta de eso, debería haber liquidado el SRF y dejar sin regular los bancos privados, pero sujetos a una rigurosa y rápida quiebra en caso de no poder redimir sus billetes y depósitos. Sin adoptar esas drásticas medidas, y dada la existencia del Sistema de Reserva Federal, ¿cuál debería haber sido su política? El gobierno debería haber ejercido una vigilancia total en no apoyar o permitir cualquier expansión inflacionista del crédito. Hemos visto que la Fed (el Sistema de Reserva Federal) no tiene un control completo sobre el dinero porque no puede forzar a los bancos a prestar todas sus reservas, pero sí tiene un control antiinflacionario absoluto sobre el sistema bancario. Pues sí tiene el poder de reducir las reservas bancarias a voluntad y por tanto a forzar a los bancos a dejar de inflar o incluso a contraer si es necesario. Rebajando el volumen de la reservas bancarias o aumentando los requisitos de reserva, el gobierno federal, en la década de 1920 y hoy, ha tenido poder absoluto para impedir cualquier aumento en el volumen total de dinero y crédito. Es verdad que el SRF no tiene control directo sobre creadores de dinero como las cajas de ahorro, las asociaciones de ahorro y crédito y compañías de seguros de vida, pero cualquier expansión del crédito de estas fuentes puede compensarse por una presión deflacionista sobre los bancos comerciales. Esto es especialmente cierto porque los depósitos de los bancos comerciales (1) forman la base monetaria para el crédito extendido por las demás instituciones financieras y (2) son la parte circulante más activa de la oferta monetaria. Dado el Sistema de Reserva Federal y su poder absoluto sobre el dinero de la nación, el gobierno federal, desde 1913, debe asumir la responsabilidad completa sobre cualquier inflación. Los bancos no pueden inflar solos; cualquier expansión de crédito puede solo tener lugar con el apoyo y aquiescencia del gobierno federal y sus autoridades de la reserva Federal. Los bancos son virtualmente peones del gobierno y lo han sido desde 1913. Cualquier culpabilidad por la expansión del crédito y la consecuente depresión debe atribuirse al gobierno federal y solo a él.[30]


 

 

[1] Varios neokeynesianos han avanzado teorías del ciclo. Sin embargo se integran, no con la teoría económica general, sino con sistemas holísticos keynesianos, sistemas que son realmente muy parciales.

[2] Por ejemplo, no hay ninguna indicación de ese conocimiento en la bien conocida explicación de Harberler. Ver Gottfried Haberler, Prosperity and Depression (2ª ed., Ginebra, Suiza: Liga de las Naciones, 1939).

[3] F.A. Harper, Why Wages Rise (Irvington-on-Hudson, N.Y.: Foundation for Economic Education, 1957), pp. 118-119.

[4] Siegfried Budge, Grundzüge der Theoretische Nationalökonomie (Jena, 1925), citado en Simon S. Kuznets, “Monetary Business Cycle Theory in Germany”, Journal of Political Economy (Abril de 1930): 127-128.

Bajo condiciones de libre competencia (…) el Mercado (…) depende de la oferta y la demanda (…) no podría desarrollarse una desproporcionalidad en la producción de bienes, que pudiera afectar a todo el sistema económico (…) una desproporcionalidad así solo puede aparecer cuando, en algún punto decisivo, la estructura de precios no se base solo en el juego de la libre competencia, de forma que se haga posible alguna influencia arbitraria.

El propio Kuznets critica la teoría austriaca desde su propio punto de vista empirista, contrario a causa y efecto y también considera erróneamente que esta teoría es “estática”.

[5] Ésta es la “teoría pura de la preferencia temporal” del tipo de interés; puede encontrarse en La acción humana de Ludwig von Mises (New Haven, Conn.: Yale University Press, 1949); en Frank A. Fetter, Economic Principles (Nueva York: Century, 1915) e ídem, “Interest Theories Old and New”, American Economic Review (Marzo de 1914): 68-92.

[6] Los “bancos”, a estos efectos, incluyen asimismo cajas de ahorro y préstamos y compañías de seguros, ya que todas crean nuevo dinero a través de la expansión del crédito a los negocios. Ver más adelante para más explicaciones de la cuestión del dinero y la banca.

[7] Sobre la estructura de producción y su relación con la inversión y el crédito bancario, ver F.A. Hayek, Precios y producción (2ª ed., Londres: Routledge and Kegan Paul, 1935); Mises, La acción humana y Eugen von Böhm-Bawerk, “Positive Theory of Capital”, en Capital e interés (South Holland, Ill.: Libertarian Press, 1959), vol. 2.

[8] Aquí “inflación” se define como un aumento en la oferta monetaria que no consista en un aumento en el metal monetario.

[9] Esta teoría “austriaca” del ciclo cierra la antigua controversia de si los cambios en la cantidad de dinero pueden o no afectar al tipo de interés. Apoya la doctrina “moderna” de que un aumento en la cantidad de dinero rebaja el tipo de interés (si entra en primer lugar en el mercado del préstamo); por otro lado, apoya la visión clásica de que, a largo plazo, la cantidad de dinero no afecta al tipo de interés (o solo puede hacerlo si cambian las preferencias temporales). De hecho el reajuste de la depresión es la vuelta del mercado al tipo de interés deseado por el libre mercado.

[10] Se sostiene a menudo que como las empresas pueden encontrar  nuevas oportunidades rentables en una depresión, las demandas de préstamos de las empresas disminuyen y por tanto los préstamos y la oferta monetaria se contraerán. Pero este argumento olvida el hecho de que los bancos, si quieren, pueden comprar valores y por tanto mantener la oferta monetaria aumentando sus inversiones para compensar la caída en los préstamos. La presión contraccionista deriva por tanto siempre de los bancos y no de las empresas prestatarias.

[11] Los bancos están “implícitamente quebrados” porque emiten muchos más recibos de depósito de efectivo (actualmente en forma de “depósitos” redimibles en efectivo a la vista) del que tienen disponible. Por tanto siempre son vulnerables a las corridas bancarias. Estas corridas no son como cualquier otro fallo de negocio, porque simplemente consisten en que los depositantes reclaman su propiedad a la que tienen derecho, que no tienen los bancos. Por tanto, la “quiebra implícita” es una característica esencial de cualquier sistema bancario de “reserva fraccionaria”. Como ha dicho Frank Graham:

El intento de los bancos de conciliar los inconsistentes objetivos de prestar efectivo, o simplemente las reclamaciones multiplicadas de efectivo, y seguir haciendo como que el efectivo está disponible a la vista es más absurdo que (…) comerse el pastel propio y contar con él para el futuro consumo. (…) La supuesta convertibilidad es un engaño dependiente de que los derechos no se ejerciten a su tiempo.

Frank D. Graham, “Partial Reserve Money and the 100% Proposal”, American Economic Review (Septiembre de 1936) p. 436.

[12] En un país con patrón oro (como Estados Unidos durante la depresión de 1929), los economistas austriacos aceptaron la contracción del crédito como un precio quizá necesario a pagar por permanecer en el oro. Pero pocos vieron virtudes curativas en el propio proceso de deflación.

[13] Algunos lectores pueden preguntar: ¿por qué la contracción del crédito no lleva a malas inversiones, al causar una sobreinversión en bienes de orden inferior e infrainversión en bienes de orden superior, invirtiendo así las consecuencias de la expansión del crédito? La respuesta deriva del análisis austriaco de la estructura de producción. No es una elección arbitraria en invertir en bines de orden inferior o superior. Cualquier aumento en la inversión debe hacerse en orden superior, debe alargar la estructura de producción. Una disminución en la cantidad de inversión en la economía simplemente reduce el capital de orden superior. Así, la contracción del crédito no causará un exceso de inversión en los órdenes inferiores, sino simplemente una estructura más corta de la que se habría establecido en otro caso.

[14] En una economía de patrón oro, la contracción del crédito está limitada por el tamaño total de las existencias de oro.

[15] En años recientes, especialmente en la literatura sobre “países subdesarrollados”, ha habido una gran cantidad de discusiones sobre le “inversión” pública. Sin embargo no puede existir esa inversión. La “inversión” se define como los gastos hechos no para la satisfacción directa de quienes los hacen, sino para otros consumidores definitivos. Se fabrican máquinas, no para servir al empresario, sino para servir a los consumidores definitivo, que por su parte remuneran a los empresarios. Pero el gobierno adquiere sus fondos apropiándoselos de los individuos privados; por tanto, el gasto de fondos gratifica los deseos de los funcionarios. Los funcionarios han cambiado por la fuerza la producción de satisfacer a los consumidores privados a satisfacerse a sí mismos; por tanto su gasto es consumo puro y no puede tipificarse con la palabra “inversión”. (Por supuesto, en la medida en que los funcionarios no entienden esto, su “consumo” es realmente un gasto desperdiciado).

[16] Para más detalles sobre los problemas de la banca de reserva fraccionaria, ver más adelante.

[17] Ver W.H. Hutt, “The Significance of Price Flexibility”, en Henry Hazlitt, ed., The Critics of Keynesian Economics (Princeton, N.J.: D. Van Nostrand, 1960), pp. 390-392.

[18] Estoy en deuda con Rae C. Heiple II por apuntarme esto.

[19] ¿Podría el gobierno aumentar la relación inversión-consumo aumentando de alguna manera los impuestos? No podría gravar solo el consumo aunque quisiera: puede demostrarse ( y el profesor Harry Gunnison Brown lo ha hecho en buena medida) que cualquier impuesto ostensible sobre el “consumo” se convierte, en el mercado, en un impuesto a las rentas, dañando el ahorro al tiempo que el consumo. Si suponemos que los pobres consumen una mayor proporción de su renta que los ricos, podríamos decir que un impuesto a los pobres utilizado para subvencionar a los ricos aumentará el porcentaje de ahorro-consumo y por tanto ayudará a superar una depresión. Por otro lado, los pobres no tienen necesariamente una mayor preferencia temporal que los ricos y los ricos bien pueden considerar los subsidios del gobierno como un maná especial a consumir. Además, Harold Lubell ha sostenido que los efectos de un cambio en la distribución de rentas en el consumo social sería inapreciable, incluso aunque la proporción absoluta de consumo sea mayor entre los pobres. Ver Harry Gunnison Brown, “The Incidence of a General Output or a General Sales Tax”, Journal of Political Economy (Abril de 1939): 254-262; Harold Lubell, “Effects of Redistribution of Income on Consumers’ Expenditures”, American Economic Review (Marzo de 1947): 157-170.

[20] La defensa de cualquier política gubernamental debe basarse, al final, en un sistema de principios éticos. No pretendemos explicar ética en este libro. Quienes deseen prolongar una depresión, por la razón que sea, por supuesto, apoyarán estas intervenciones públicas, igual que aquéllos cuyo primer objetivo sea el acrecentamiento del poder en manos del estado.

[21] Para el tratamiento clásico de la hiperinflación, ver Costantino Bresciani-Turroni, The Economics of Inflation (Londres: George Allen and Unwin, 1937).

[22] Ver Mises, Human Action, pp. 429-445 y La teoría del dinero y del crédito (Madrid: Unión Editorial, 1997).

[23] Cuando el oro (antiguamente, las reservas del banco) se transfiere a un banco central recientemente establecido, éste mantiene solo una reserva fraccionaria y así la base total de crédito y la oferta monetaria potencial aumentan. Ver C.A. Phillips, T.F. McManus y R.W. Nelson, Banking and the Business Cycle (Nueva York: Macmillan, 1937), pp. 24 y ss.

[24] Muchos “bancos estatales” fueron inducidos a unirse al SRF con apelaciones patrióticas y ofertas de servicios gratuitos. Sin embargo, incluso los bancos que no se unieron están efectivamente controlados por el Sistema, pues para obtener papel moneda deben  mantener reservas en algún banco miembro.

[25] El requisito medio de reserva de todos los bancos antes de 1913 se estimaba en aproximadamente un 21%. A mediados de 1917, cuando ya había tomado forma el SRF, el porcentaje medio requerido era del 10%. Pillips et al. estiman que el impacto inflacionista correspondiente del SFR (apuntando en la Nota 3) triplicó el poder expansivo del sistema bancario. Así que los dos factores (el impacto correspondiente y la rebaja deliberada de los requisitos de reserva) se combinaron para inflar el potencial monetario del sistema bancario estadounidense  multiplicándolo por seis como resultado de la creación del SFR. Ver Pillips et al., Banking and the Business Cycle, pp. 23 y ss.

[26] Los horrores de la “banca salvaje” en Estados Unidos antes de la Guerra de Secesión derivaron de dos factores, ambos debidos al gobierno más que a la banca libre: (1) Desde los inicios de la banca, en 1814 y luego en cualquier pánico subsiguiente, los gobiernos de los estados permitieron a los bancos continuar operando, recibiendo y dando préstamos, etc. sin tener que redimir en metal. En resumen, se privilegió a los bancos en no cumplir con sus obligaciones. (2) Las prohibiciones de sucursales bancarias interestatales (que siguen existiendo), unidas a los malos transportes, impidieron a los bancos acudir a bancos distantes a redimir sus billetes.

[27] Mises, Human Action, p. 440.

[28] Una analogía común dice que los bancos simplemente cuentan con que la gente no redimirá toda su propiedad a la vez y que los ingenieros que construyen puentes operan asimismo bajo el principio de que no todos en una ciudad cruzarán el puente a la vez. Pero son casos enteramente diferentes. La gente cruzando un puente es simplemente una cuestión de servicio: no están tratando de tomar posesión de su propiedad legal, como los depositantes bancarios. Una analogía más ajustada defendería a los desfalcadores que nunca habrían sido pillados si nadie hubiera inspeccionado fortuitamente las cuentas. El delito se comete cuando se comete el robo o fraude, no cuando se acaba revelando.

[29] Tal vez un sistema legal libertario consideraría a los “certificados generales de depósito” (que permiten a un almacén devolver un bien homogéneo al depositante) como “certificados específicos de depósito”, que, como conocimientos de embarque, papeletas de empeño, certificados portuarios, etc. establecen la propiedad de objetos concretos y marcados. Como dijo Jevnos, “Solía mantenerse como regla legal general que cualquier otorgamiento o asignación actual de bienes inexistentes no tiene valor”. Ver W. Stanley Jevons, Money and the Mechanism of Exchange (Londres: Kegan Paul, 1905), pp. 207-212. Para una excelente explicación de los problemas de la reserve fraccionaria, ver Amasa Walker, The Science of Wealth (3ª ed., Boston: Little, Brown, 1867), pp. 126-132, esp. pp. 139-141.

[30] Algunos escritores hicieron un gran trabajo con la ficción legal de que el Sistema de Reserva Federal es “propiedad” de sus bancos miembros. En la práctica, esto significa sencillamente que esos bancos pagan para ayudar en el apoyo a la Reserva Federal. Si los bancos privados realmente “poseyeran” la Fed, ¿cómo podrían ser nombrados sus cargos por el gobierno y obligarse a los “propietarios” a “poseer” el Consejo de la Reserva Federal por imposición legal? Los bancos de la Reserva Federal deberían ser considerados simplemente como agencias del gobierno.

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