Las élites globales no se juegan nada

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[The Austrian 4, nº 3, Mayo-Junio de 2018]

[Skin in the Game: Hidden Asymmetries in Daily Life · Nassim Nicholas Taleb · Random House, 2018]

Reseñar Skin in the Game es una tarea arriesgada. El autor desdeña a los críticos de libros, quienes, nos dice, “son malos intermediarios. (…) Las críticas de libros se juzgan de acuerdo con lo plausibles y bien escritas que estén; nunca por cómo describen el libro (salvo, por supuesto, que el autor les haga responsables de malas interpretaciones)”.

Sin embargo, vale la pena asumir el riesgo, porque Skin in the Game es un libro excelente, lleno de ideas. Estas ideas destacan una antítesis central. La gente irresponsable, destacando entre ellos los que C.D. Broad llamaba intelectuales “tontos inteligentes”, defienden políticas temerarias que imponen riesgos a otros, pero no a sí mismos. No se juegan nada y, para Taleb, este es su principal defecto.

La política exterior intervencionista sufre este defecto. “Un grupo de personas clasificadas como intervencionistas (…) que promovieron la invasión de Irak en 2003, así como la destitución del líder libio en 2011, están definiendo la imposición de más cambios de regímenes en otros países, que incluyen a Siria, porque tiene un ‘dictador’. Así que hemos intentado esa cosa llamada cambio de régimen en Irak y hemos fracasado miserablemente. (…) Pero hemos satisfecho el objetivo de ‘acabar con un dictador’. Siguiendo el mismo razonamiento, un doctor inyectaría a un paciente células cancerosas ‘moderadas’ para mejorar sus índices de colesterol y proclamar orgullosamente su victoria después de que muere el paciente, especialmente si la autopsia muestra índices notables de colesterol”.

¿Pero qué tiene que ver esto con el riesgo? La falacia de los intervencionistas, nos dice Taleb, es que no consideran la posibilidad de que sus planes no funcionen como está previsto. Un tema clave en la obra de Taleb es que los resultados inciertos ordenan precaución.

“Y cuando se produce un estallido, invoca la incertidumbre, algo llamado un Cisne Negro (un acontecimiento inesperado de gran impacto), (…) sin darse cuenta de que no debería intervenirse en un sistema si los resultados están cargados de incertidumbre o, más en general, debería evitarse realizar una acción con un enorme inconveniente si no se tiene idea de los resultados”.

La misma concepción errónea del riesgo afecta a la política económica. “Por ejemplo, se produjeron estallidos bancarios en 2008 debido al acumulación de riesgos ocultos y asimétricos el sistema: los banqueros, maestros en la transferencia del riesgo, pueden hacer dinero constantemente a partir de una cierta clase de riesgos explosivos ocultos, usar modelos académicos de riesgo que no funcionan salvo sobre el papel (…) luego invocar la incertidumbre después de un estallido (…) y guardarse las rentas pasadas, lo que he llamado el comercio Bob Rubin”.

En lugar de confiar en modelos matemáticos, los economistas deberían darse cuenta de que el mercado libre funciona. ¿Por qué usar una teoría errónea para interferir con el éxito la práctica? “Bajo la estructura rígida del mercado, un grupo de idiotas genera un mercado que funciona bien. (…) De nuevo Friedrich Hayek ha sido reivindicado. Pero una de las ideas más citadas en historia, la de la mano invisible, parece ser la menos integrada en la psique moderna”.

Molestar a un sistema complejo como el mercado libre puede tener consecuencias desastrosas. A partir de esta verdad, el libertarismo es el curso apropiado de acción. “Los libertarios compartimos un grupo mínimo de creencias, siendo la esencial sustituir el estado de autoridad por el estado de derecho. Sin darse cuenta necesariamente, los libertarios creen en los sistemas complejos”.

Taleb admiraba enormemente a Ron Paul, el principal libertario de la política, y es una de las dos personas a quien está dedicado el libro. (Ralph Nader es la otra). Ron Paul entiende la lección esencial de Taleb de que una teoría errónea no debería suplantar lo que ha resistido la prueba del tiempo. “El perspicaz y afortunadamente no académico historiador Tom Holland (…) escribía: ‘Los romanos juzgaban su sistema político, no preguntándose si tenía sentido, sino si funcionaba’, por eso al dedicarle este libro, he llamado a Ron Paul un romano entre griegos”.

Una objeción común al mercado libre es que permite a las poderosas grandes empresas dominar a la gente. La respuesta de Taleb coincide con la de Murray Rothbard: “Hay dos maneras de mantener a los ciudadanos a salvo de los grandes depredadores, es decir, las poderosas grandes corporaciones. La primera es aplicar regulaciones, pero estas, aparte de restringir las libertades individuales, llevan a otra depredación, esta vez por el estado, sus agentes y sus compinches. (…) La otra solución es jugarse algo en las transacciones, en forma de responsabilidad legal y posibilidad de una reclamación eficiente. El mundo anglosajón ha tenido tradicionalmente predilección por la aproximación legal en lugar de la regulatoria: si me engañas, puedo demandarte. Esto ha llevado al muy sofisticado, adaptativo y equilibrado derecho común, construido de abajo arriba, mediante prueba y error”.

Rothbard tenía la misma opinión. En su innovador trabajo “Ley, derechos de propiedad y contaminación del aire”, señala: “Por supuesto hay innumerables normas y regulaciones que crean ilegalidad además de los agravios de los que se ocupan los tribunales de la ley común.  No nos hemos ocupado de leyes como la Ley de Aire Limpio de 1970 o regulaciones por una sencilla razón: Ninguna de ellas puede ser permisible bajo la teoría legal libertaria. En la teoría libertaria, solo es permisible proceder coactivamente contra alguien si se ha probado que es un agresor y esa agresión debe probarse en el tribunal (o en arbitraje) más allá de cualquier duda razonable. Cualquier norma o regulación administrativa hace necesariamente ilegal las acciones que no sean inicios abiertos de delitos o agravios de acuerdo con la teoría libertaria. Toda norma o regla administrativa es por tanto ilegítima y en sí misma invasiva y una interferencia criminal con los derechos de propiedad de no criminales”.

Otra queja contra el mercado libre deriva de la “economía conductista”. Se dice que los consumidores a menudo actúan de una manera irracional en contra de sus propios intereses. De ahí que se requiera la acción benevolente de los expertos burócratas para “empujar” a la gente a la racionalidad. Taleb responde: “hemos sobrevivido a pesar de riesgos extremos; nuestra supervivencia no puede ser tan azarosa”. (Los acontecimientos extremos son “acontecimientos extremos de baja frecuencia”, es decir, los Cisnes Negros antes mencionados). Los supuestos “errores” que los economistas conductistas alegan que comete la gente, son a menudo buenas maneras de tratar los riesgos extremos.

Taleb ataca a los principales economistas conductistas de una manera mordaz: “Y si soñáis con hacer que la gente use la probabilidad para tomar decisiones, tengo algo que deciros: más del 90% de los psicólogos que estudian la toma de decisiones (que incluye a reguladores como Cass Sunstein y Richard Thaler) no tienen ni idea acerca de probabilidad y tratan de acabar con nuestras eficientes paranoias orgánicas”. En otro lugar, llama a Thaler un “espeluznante intervencionista”.

Taleb extiende su crítica al “pseudo-racionalismo” a la ética. Aquí el enemigo es el “universalismo”: “Así que nos saltamos la aproximación drástica de Kant por una razón principal: el comportamiento universal está bien sobre el papel, pero es desastroso en la práctica. ¿Por qué? Como hemos destacado ad nauseam en este libro, somos animales locales y prácticos, sensibles a las escalas. (…) Deberíamos centrarnos en nuestro entorno inmediato: necesitamos normas prácticas sencillas. Lo que es peor: lo general y lo abstracto tienden a atraer a psicópatas arrogantes. (…) En otras palabras, Kant entendía la noción de escala, pero aun así muchos somos víctimas del universalismo de Kant”. (Sin embargo, en otro lugar, influido por Derek Parfit, Taleb asigna una norma positiva, aunque no exclusiva, a la ética kantiana).

En uno de los pasajes más originales del libro, Taleb “se la juega” al criticar la apuesta de Pascal. “Este argumento (que la vida real es asumir riesgos) revela la debilidad teológica de la apuesta de Pascal, que estipula que creer en el creador tiene un resultado positivo en caso de que exista de verdad y ningún perjuicio en caso de que no. Por tanto, la apuesta sería creer en Dios como opción libre. Si se sigue la idea hasta su fin lógico, se puede ver que propone una religión sin jugarse nada, haciendo de ella una actividad puramente académica y estéril”.

Para Taleb, esto no funciona, ya que olvida completamente la religión. “Por tanto mi opinión es que la religión existe para aplicar una gestión del riesgo extremo a lo largo de generaciones, ya que sus normas binarias e incondicionales son fáciles de enseñar y aplicar”. Aunque estoy en desacuerdo con este autor por mi cuenta y riesgo, me pregunto si esta explicación de la religión es inapropiadamente reduccionista. ¿No implica la religión afirmaciones cognitivas acerca de la naturaleza de la realidad última que deben tratarse directamente, en lugar de verse exclusivamente como herramienta para una supervivencia evolutiva? Por ejemplo, cuando Henry Vaughan escribe: “Hay en Dios, dicen algunos / Una profunda pero resplandeciente oscuridad”, esto parece una afirmación acerca del mundo, en lugar de una norma para conducirse en él.

A los lectores de Skin in the Game les sorprenderá la originalidad, agudeza y erudición de Taleb. Es un pensador de gran valía y sería realmente un riesgo ignorarle.


El artículo original se encuentra aquí.

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