¿Democracia o monarquía?

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El Dr. Hans-Hermann Hoppe es un economista de la Escuela Austriaca y filósofo libertario anarcocapitalista, miembro distinguido del Ludwig von Mises Institute, fundador y presidente de la Property and Freedom Society y editor principal del Journal of Libertarian Studies. Enseñó economía en la Universidad de Nevada-Las Vegas y en la Universidad Johns Hopkins en Bolonia.

Lew Rockwell: Dr. Hoppe, cuéntenos un poco acerca de la democracia y la monarquía.

Hans-Hermann Hoppe: Lo primero que hay que decir es que los estados, ya sean monárquicos o republicanos, no son empresas. No producen nada que se venda en el mercado ni reciben pagos por los bienes que producen, pero viven de los impuestos que hay que pagarles. Así que ni defiendo la monarquía ni defiendo las democracias, sino que, si hay que elegir entre dos males, el estado monárquico y el estado democrático, las monarquías tienen ciertas ventajas. La razón es que los reyes eran percibidos generalmente por la gente como lo que son, es decir, personas privilegiadas que podían gravar a sus súbditos y, como todos sabían que “no puedo ser rey”, había resistencia contra los intentos por parte de los jueces de aumentar impuestos para una mayor explotación de sus súbditos.

Bajo la democracia, aparece la ilusión de que todos nos gobernamos a nosotros mismos, aunque, por supuesto, debería estar perfectamente claro que también bajo una democracia existen gobernantes y personas gobernadas, pero, debido al hecho de que todos pueden potencialmente convertirse en empleado público, aparece la ilusión de que “nos gobernamos a nosotros mismos” y esto lleva luego a la reducción de la resistencia que existía en comparación con los reyes en lo que se refiere a aumentar el ingreso fiscal.

Pero hay un inconveniente todavía mucho mayor en la democracia, en comparación con la monarquía. Se puede imaginar al rey como una persona que considera a un país como su propiedad privada y al pueblo que vive en su país como sus inquilinos, que pagan una especie de alquiler al rey. Por otro lado, si tenemos políticos demócratas, estos no poseen el país como el rey, son cuidadores temporales del país durante cuatro años, ocho años o lo que sea y el papel de un dueño frente al papel de un cuidador es muy diferente. Por ejemplo, podemos imaginar que hacemos a alguien dueño de una casa que puede vender en el mercado, que puede determinar quién será su sucesor, quién será su heredero y, por otro lado, damos una casa y le hacemos su cuidador durante cuatro años. Es decir, no puede vender la casa, no puede determinar quién la heredará, pero puede conseguir tanta renta como le sea posible al usar la casa durante un periodo de tiempo. Esto implicaría que el cuidador temporal gastará el valor de capital encarnado en el país tan rápido como sea posible, porque, después de todo, él no tiene que soportar el coste del consumo de capital, ya que, después de todo, la casa no es suya. Por otro lado, el rey, al ser el dueño de la casa, tiene una perspectiva a más largo plazo, no querrá gastar el valor encarnado en la casa tan rápidamente como sea posible, pues, después de todo, eso se reflejaría en un precio más bajo de la casa o el país y se reflejará, por supuesto, en el menor valor de la propiedad entregada a la siguiente generación. Así que el rey tiene una perspectiva a largo plazo, quiere conservar y posiblemente aumentar el valor del país, mientras que un político demócrata tiene una orientación a corto plazo y quiere maximizar su renta tan pronto como sea posible a costa de pérdidas en el valor del capital.

Lew Rockwell: Una de las cosas que señalaba en su libro, Democracy: God that failed, y que más me ha impresionado, era la diferencia entre guerras libradas por monarcas y por democracias, que hay una razón por la que las guerras monárquicas tendían a ser lo que Mises describía como “soldados en guerra”, mientras que las guerras democráticas incluían matanzas en masa de civiles a una escala, por supuesto, nunca vista antes en la historia humana.

Hans-Hermann Hoppe: Y eso empieza teniendo que ver con el hecho de que los monarcas consideraban a los países como su propiedad y la razón para ir a la guerra eran normalmente disputas sobre propiedades. ¿Soy yo el dueño de este castillo o es otro? ¿Soy yo el dueño de esta provincia o es otro? El objetivo estaba siempre limitado, mientras que las guerras democráticas tienden a ser guerras ideológicas. Se quiere liberar a un país, se les quiere convertir a una ideología distinta y es difícil determinar cuándo se ha alcanzado realmente este objetivo. La única manera segura de determinarlo es matar a toda la población del país que se ha tratado de invadir u ocupar, mientras que una monarquía, por supuesto, nunca tendrá este interés: después de todo, el rey quiere añadir cierta provincia, cierto pueblo, cierto castillo a su propiedad privada y quiere causar el menor daño posible. Así que, para los monarcas, era fácil iniciar una guerra, pero también era siempre muy fácil determinar cuándo se había alcanzado el objetivo y la guerra había acabado. Nunca había un motivo ideológico por el que los distintos reyes iban a la guerra entre sí, mientras que, bajo las democracias, en guerras civiles o religiosas, es una lucha de civilizaciones, una lucha de sistema de valores, y eso hace casi imposible que nunca se llegue a un final en las guerras y, además, los reyes tenían que ser considerados como tales por la gente. Los reyes tenían que apoyarse, en gran medida, en voluntarios que pelearan en sus guerras, mientras que bajo las democracias todo el país y todos los recursos de todo el país que puedan dedicarse a la guerra van a la guerra y normalmente, como la democracia también viene el servicio militar. En EEUU hoy en día no tenemos un servicio militar, pero la situación normal de las democracias es, por supuesto, tener servicio militar, la gente puede ser reclutada para una guerra y ser enviada forzosamente a ella con el argumento de que “ahora que eres parte de la guerra, bajo la democracia, que tienes una participación en el estado, debes asimismo luchar en las guerras del estado”, mientras que bajo la monarquía la gente no participaba en el estado, eso se consideraba un asunto del rey, la gente era algo completamente ajeno al estado y debido a eso, su implicación en la guerra era muy limitada.

Lew Rockwell: El difunto Erik von Kuehnelt-Leddihn, a quien ambos tuvimos el honor de conocer, solía señalar que una de las cosas que le gustaba del gobierno monárquico era que había mucho menos nacionalismo, que es una características del siglo XX y el siglo XXI y que nadie pensaba que hubiera algo malo en que, por ejemplo, un noble alemán fuera empleado por la zarina de Rusia, ni personas luchando en diversos bandos fueran consideradas “traidoras”. Por supuesto, con el auge de la democracia, también llegó el auge de esta filosofía beligerante y desafortunada del nacionalismo.

Hans-Hermann Hoppe: La alta aristocracia es, por decirlo así, el grupo de personas más internacionales. Casi todas las personas de la alta nobleza están casadas entre sí, emparentadas con nobles de otros países. El káiser alemán estaba emparentado con los gobernantes británicos y los rusos, Kuehnelt-Leddihn incluso señalaba que todas las casas gobernantes en Europa estaban también emparentadas de alguna manera indirecta con Mahoma, a través de los países islámicos y debido a estas peleas familiares, por decirlo así, el sentimiento nacionalista era algo imposible que apareciera entre ellos, porque ellos mismos eran las clase más internacional de personas existentes, así que los sentimientos nacionalistas eran completamente extraños e inusuales para una clase como esa.


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