Nozick y Rothbard en el WTC

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[Publicado originalmente el 26 de enero de 2002]

Solo coincidí con Robert Nozick en una ocasión y conocer hoy su muerte me trae un caleidoscopio de imágenes que rodean ese encuentro.

He aquí cómo la recuerdo, pero, por favor, no se me echen encima si algunas de las fechas y detalles están distorsionados.

Creo que era 1981: el Center for Libertarian Studies pasaba dificultades.

Durante sus primeros cinco años de existencia, el CLS recibió fondos de una gran fundación conservadora, pero un ensayo antibelicista de Murray Rothbard les molestó y nos abandonaron sin ceremonias. (Rothbard, como Mises, era inflexible e intratable, dijeron enfurecidos).

El CLS, libre de sus garras, se encontraba pobre, orgulloso e independiente, una situación que se ha mantenido a lo largo de los años.

Aproximadamente al mismo tiempo, CLS estaba teniendo mala suerte con sus directores ejecutivos. Uno despareció en un trágico suicidio y su sucesor (como descubriría con tristeza el consejo del CLS) era un miembro parcialmente recuperado del Jugadores Anónimos.

Unos meses después, Richard (llamémosle así) desapareció y dos compañeros con corbatas pintadas a mano, que representaban a una empresa de basuras de nueva Jersey, llegaron a las oficinas de NLS buscándole. (Hoy podrían actuar en “Los Soprano”).

A pesar de su elegante domicilio en Park Avenue South en Manhattan, las oficinas del CLS eran adecuadamente cutres. Los dos “recaudadores” vieron con decepción los muebles empobrecidos. Se dieron cuenta de que no iban a poder recaudar ninguna deuda impagada de juego en ese basurero y después de dar una vuelta, dieron al CLS una contribución de 5$. (Todo es verdad, menos la donación).

Tened paciencia. No he olvidado a Robert Nozick.

Los billetes de apuestas de caballos y loterías no fueron el único legado del anónimo Sr. Jugador. Este había decidido que el Center for Libertarian Studies celebraría el 100º aniversario del nacimiento de Ludwig von Mises con un festejo en el elegante “Windows on the World” en lo alto del World Trade Center. Sí, el evento de Richard no se olvidaría pronto y pudo haber hecho quebrar al CLS.

El consejo del CLS estaba aterrorizado. Yo era un miembro nuevo en esa reunión del agosto, un empresario solitario entre una bandada de académicos. Solo mi amigo Lew Rockwell, a punto de fundar el Instituto Mises, estaba ahí para desactivar los planes grandiosos de Richard.

Pronto descubrí que los contratos con Windows on the World ya se habían firmado. El Center estaba previendo 250 invitados y un menú suntuoso. Cuando advertí que el suflé sorpresa del postre costaba él solo 12,50$, temí que estuviésemos condenados.

Pero el pecado de Richard era más profundo. Se sabía en círculos libertarios que Murray Rothbard había superado una serie de fobias. Le costó muchos esfuerzos, pero el pobre Murray ahora podía soportar aviones, túneles y puentes, pero persistía un miedo: no iba a entrar en un ascensor de un rascacielos, un ataúd móvil y sellado que transportaba cuerpos 100 pisos más arriba en unos pocos segundos.

Dado el reciente atentado del 11-S es ese mismo lugar, la “fobia” de Rothbard ahora parece bastante comprensible.

¿Cómo demonios podía el Center for Libertarian Studies planear una celebración como el 100º aniversario del nacimiento de Ludwig von Mises sabiendo que Murray Rothbard no iba a aparecer?

Intenté todo para anular el contrato con Windows on the World y cancelar el evento, pero era demasiado tarde. Richard nos había dejado atrapados con enormes depósitos que no podíamos recuperar. El CLS tenía comprometida la cena en el piso 108 y Murray Rothbard no iba a estar allí.

Y finalmente llegamos a Robert Nozick. Nozick fue nuestra primera “pop star” libertaria. Su premiado libro Anarquía, estado y utopía, publicado en 1974, introdujo en la ortodoxia algunos conceptos libertarios semirradicales.

Muchos creíamos que el libro de Nozick debía mucho a la obra de Murray Rothbard sin suficiente reconocimiento (de hecho, que todo el trabajo era una respuesta de gobierno limitado al anarcocapitalismo de Rothbard), aunque Nozick mencionaba a regañadientes a Murray en los “Reconocimientos” del libro.

En general, el éxito del libro de Nozick fue un hito para el movimiento. Nozick era guapo y elocuente como una estrella de cine y (lo habéis adivinado) el anónimo Sr. Jugador había contratado con Nozick ser el principal orador en la cena de Mises.

Se enviaron las invitaciones cuidadosamente grabadas y Nozick demostró tener un poderoso atractivo. Hubo overbooking en la cena y, aunque el paso del tiempo ha hecho olvidar la tarifa exacta de Nozick, no cabe duda de que llenó la sala.

Al irse acercando la noche de la cena nos fuimos preocupando cada vez más por Murray. Rogamos, imploramos, amenazamos. Incluso consideramos tomarnos todo el día para que subiera a pie las más de 100 plantas.

Nada que hacer. No se iba a acercar a esos ascensores.

La querida Joey Rothbard, compañera de toda la vida de Rothbard, acabó pidiéndonos que no insistiéramos y que dejáramos la cosa en sus manos.

En la elegante recepción anterior al banquete, los camareros con esmoquin derramaban champán francés en las copas de todos. Cada gota desperdiciada que podía manchar la moqueta activaba la caja registradora de mi cabeza.

Los invitados paseaban por las nubes en el piso 108 viendo debajo los viejos rascacielos de Nueva York, el Empire State y el Chrysler.

Pero la alegría era moderada. Murray no estaba.

De repente, todos los ojos se dirigieron a las gigantescas puertas de los ascensores al abrirse. Ahí estaba JoAnn Rothbard con su trofeo, el pobre Murray. Estaba completamente blanco. El aplauso empezó lentamente y se convirtió en aclamación al darse cuenta toda la sala lo que Murray había superado para realizar ese ascenso.

JoAnn le llevó al atril y la sala enmudeció. Murray se inclinó, sujetó el micrófono y dijo: “Os traigo saludos del Planeta Tierra”.

La entrada de Robert Nozick fue casi igual de espectacular. Sin copiar la arrugada aparición de Murray, Nozick vestía un jersey de cuello alto debajo de su chaqueta. Su pelo estaba perfectamente peinado y un crítico de moda podría decir que iba exquisitamente informal. Solo un filósofo de Harvard podría ir así.

No solo era alto y delgado y bien parecido, era elocuente y nacido para deslumbrar a las mujeres. Era como si se derritieran a su paso. Las mujeres hacían cola para presentarse con las llaves de sus habitaciones de hotel.

Pero lo hombres de la sala es más probable que lo hubieran matado.

El resto de la tarde me resulta borroso. El programa fue bien recibido y, tras volver la sangre a fluir por las venas de Rothbard, su discurso resultó ser el éxito de la noche.

Nozick no decepcionó, pero quedaba una sorpresa.

El casi quebrado CLS había proporcionado una limusina para la superestrella Nozick y pagado por adelantado sus gastos de hotel por una noche. Pero nunca usó nuestra reserva y pronto supe por qué.

Semanas después recibí una factura por correo. Era por una suite cara para todo un fin de semana en el hotel más elegante del East Side.

Murray dijo una vez que nunca había conocido a un multimillonario que le gustara. Yo nunca conocía a un filósofo de Harvard al que entendiera. N.B.: Dedicamos buena parte del primer número del Journal of Libertarian Studies a su libro.


El artículo original se encuentra aquí.

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