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La continua relevancia de los villanos de Rand

En sábado me llamaron mis padres para decirme que habían conducido durante una hora hasta Reno, Nevada, para ver la adaptación de Johansson de La rebelión de Atlas. A pesar de las críticas fuertemente negativas, la sala estaba llena. Curiosamente, esto se produjo en toda la nación este fin de semana, ya que la película atrajo a más 1,6 millones a pesar de estrenarse solo en 300 salas: una media de 5.600$ por sala, quedando solo por detrás de películas muy publicitadas como Río o Scream 4.

Por desgracia, la calidad de esta adaptación es representativa de su bajo presupuesto y su poco tiempo de producción. La película retiene meticulosamente el argumento original de la obra de Rand, llegando a tomar mucho del diálogo directamente de la novela. Sin embargo, debido a la gran cantidad de material a cubrir, el resultado salta a través de la línea argumental original en una exposición algo desconexa, que puede ser difícil de seguir. Aunque se encomendó a Johansson llevar por fin al cine La rebelión de Atlas tras 40 años de negociaciones, retrasos y dificultades, es decepcionante que el resultado final no sea más digno de admiración.

A pesar de la mediocre calidad de la cinta, su final tuvo una sorprendente respuesta en Reno el sábado. Cuando el personaje principal, Dagny Taggart, sube a una colina rodeada por las llamas para observar la destrucción de los pozos de petróleo del magnate Ellis Wyatt (la sangre de lo poco que quedaba de la economía estadounidense) grita de terror. La cámara se aleja, revelando la despedida de Wyatt: “Lo dejo como lo encontré. Quédatelo. Es tuyo”.

La masa en la sala empezó a aplaudir.

Aunque alguna gente de todas las tendencias políticas, incluyendo a libertarios, encuentran bastante desagradables las peculiares creencias y el oscuro código moral de Ayn Rand. La reacción de la sala muestra la escondida resonancia de su mejor obra sobre bases que ello no hubiera imaginado del todo. De hecho muchas de las dificultades de la película no son tanto del director como de la propia Rand. Los principales protagonistas del libro son industriales sin emociones, acartonados y unidimensionales en sus comportamientos, pensando solo en el metal, los ferrocarriles y las fábricas.

La rebelión de Atlas es convincente, no por sus héroes, sino por sus villanos. Publicada en 1957, la descripción de Rand de los políticos y cabilderos en un tiempo de crisis económica es casi profética. Esos internos de Washington que traman tras puertas cerradas cómo retener y expandir el poder. En alambicadas conferencias de prensa, intentan convencer de su necesidad de legislación al pueblo inocente vilipendiando a las empresas productivas y mostrando sus propios planes destructivos y a su servicio como de interés para la mejora de la igualdad, la estabilidad y el progreso.

Por ejemplo, en La rebelión de Atlas el cabildero Wesley Mouch condena la invención del capitalista Hank Rearden de una aleación maravillosa que es más fuerte que el acero. Y la semana pasada, en el mundo real el representante Jesse Jackson Jr. declaró en la cámara que el iPad de Steve Jobs estaba destruyendo empleos. El Congreso debe, según Jackson, reconocer que Apple está llevando a empresas como Barnes & Noble y Borders fuera del negocio y debería detenerse a la empresa en interés de la justicia.

Jackson condenaba al Congreso por no promover “la protección de empleos aquí en Estados Unidos para asegurar que se da trabajo al pueblo estadounidense”. Es como si quisiera que creyéramos que la imprenta fue dañina para la economía porque disminuyó la demanda de escribientes. Esa condena de un negocio de éxito y una demanda de protección de las industrias en decadencia bien podría haber salido directamente de la novela de Rand.

Sin embargo las similitudes no se limitan a un solo congresista demócrata. Argumentos absurdos similares abundan en ambos lados en debates acerca de políticas que van del Obamacare a los rescates. Se lleva a los estadounidenses a creer que si sencillamente dejan actuar al gobierno con el fin de impedir más cambios en la economía, entonces podría restaurarse la estabilidad.

Es esta mezquina mascarada de políticos simulando acción y otorgándose mayores poderes en nombre de la igualdad y la estabilidad económica la que lleva a los estadounidenses a la historia de Rand. De hecho tanto republicanos como demócratas pusieron en marcha una farsa de actividad la semana pasada, afirmando arreglar los males del presupuesto de nuestra nación. Ambos partidos amenazaron con cerrar el gobierno por una serie de medidas de austeridad para conseguir un ahorro final de 352 millones de dólares este año fiscal. Son 352 millones de un déficit presupuestario total de aproximadamente 1, 6 billones, o sea el 0,2% de lo que haría falta para equilibrar de verdad el presupuesto. Los políticos reñían sobre la financiación de cosas de coste relativamente bajo, como la NPR o la Planned Parenthood, ignorando entretanto la dura realidad de que nuestra deuda pública está en camino de sobrepasar a nuestro PIB.

En otras palabras, republicanos y demócratas se las han arreglado para hipotecar todo el patrimonio familiar de los Estados Unidos. ¿Su remedio para esta tragedia autoimpuesta? Otorgarse mayor poder a través de un aumento en la regulación y aumentando los impuestos.

Con cada repetido fracaso de la acción federal para remediar nuestra situación económica, los políticos se revelan más completamente al pueblo estadounidense como nada más que villanos al servicio de sí mismos. Su estrategia se basa en la aparición de acción unida a una creciente retórica para convencer de sus hazañas a los estadounidenses. Entretanto estos políticos juegan con nuestras vidas y prosperidad, arriesgando el bienestar de personas que trabajan duro con políticas irreflexivas pensadas simplemente para garantizar la reelección.

Es debido a su apropiado retrato de estos villanos al servicio de sí mismos por lo que la novela de Ayn Rand ha ascendido al número cuatro en la lista de los más vendidos en Amazon y que probablemente la película vaya mejor en taquilla de lo que merece su mediocre calidad. Los estadounidenses están cada vez más cansados de políticos jugándose su prosperidad para mantener su propio poder. La gente en Reno aplaudía mientras Ellis Wyatt se iba, no porque fuera algún gran héroe, sino porque entendían el dolor de trabajar incansablemente mientras un gobierno derrochador e improductivo gasta innecesariamente los resultados de tu trabajo y recompensa tu duro trabajo con un montón de regulaciones.

La idea de irse se ha hecho atractiva, y de hecho, los estadounidenses cada vez abandonan más Estados Unidos en busca de oportunidades en el extranjero, con cifras récord de emigrantes a Australia y Asia Oriental.

Mientras los villanos de Ayn Rand continúen recordando a la realidad en Washington, la historia de La rebelión de Atlas seguirá siendo popular. El estadounidense medio puede no ser un poderoso ejecutivo de los ferrocarriles o un magnate del acero, pero la mayoría cree que tiene derecho a los frutos de su trabajo. Muchos están empezando a darse cuenta de que su futuro está en juego por parte de políticos cuyo único riesgo es perder los votos de las personas que lo han perdido todo.


Publicado el 19 de abril de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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