Prohibido el trabajo: El salario mínimo

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[Este artículo apareció originalmente en el número de diciembre de 1988 de The Free Market y también está incluido en la colección Making Economic Sense]

No hay demostración más clara de la identidad esencial de los dos partidos políticos que su postura sobre el salario mínimo. Los demócratas propusieron aumentar el salario mínimo legal de 3,35$ la hora, a lo que se llegó con la administración Reagan durante su juventud supuestamente de laissez faire en 1981. La respuesta republicana fue permitir un salario “submínimo” para jóvenes, que, como trabajadores marginales, son en realidad los más afectados por cualquier mínimo legal.

Esta postura se modificó rápidamente por parte de los republicanos en el Congreso, que procedieron a argumentar un submínimo para jóvenes que duraría solo unos inútiles 90 días, después de lo cual subiría al más alto mínimo demócrata (de 4,55$ la hora). Curiosamente, tocó al senador Edward Kennedy apuntar el ridículo efecto económico de esta propuesta: inducir a los empresarios a contratar jóvenes y luego despedirlos después de 89 días, para recontratarlos al día siguiente.

Finalmente, y como es habitual, George Bush sacó de este hoyo a los republicanos  tirando la toalla y quedándose con el plan demócrata, punto. Nos quedamos con los demócratas proponiendo abiertamente un gran aumento en el salario mínimo y los republicanos, después de una serie de ilógicos rodeos, siguiendo finalmente ese programa.

En realidad solo hay una forma de considerar una ley de salario mínimo: es desempleo obligatorio, punto. La ley dice: es ilegal, y por tanto un delito, que nadie contrate a otro por debajo del nivel de X dólares la hora. Esto significa, lisa y llanamente, que una gran cantidad de contratos salariales libres y voluntarios están ahora prohibidos y por tanto que habrá una gran cantidad de desempleo. Recordemos que la ley de salario mínimo no crea ningún empleo, solo los prohíbe y los empleos prohibidos son el resultado inevitable.

Todas las curvas de demanda están cayendo y la demanda de contratación de mano de obra no es una excepción. Así que las leyes que prohíben el empleo con cualquier salario que sea relevante para el mercado (un salario mínimo de 10 centavos la hora tendría poco o ningún impacto) debe generar prohibición de empleo y por tanto causar paro.

En resumen, si el salario mínimo aumenta de 3,35$ la hora a 4,55$ la hora, la consecuencia es desemplear, permanentemente, a aquellos que hayan sido contratos con salarios entre estos dos niveles. Como la curva de demanda para cualquier tipo de trabajo (como para cualquier factor de producción) e se establece por la productividad marginal percibida de ese trabajo, esto significa que las personas que estarán desempleadas y devastadas por esta prohibición serán precisamente los trabajadores “marginales” (con menores salarios), por ejemplo, negros y jóvenes, los mismos trabajadores a los que los defensores del salario mínimo están afirmando ayudar y proteger.

Los defensores del salario mínimo y su aumento periódico replican que todo esto es echar miedo y que los salarios mínimos nunca han causado ningún desempleo. La respuesta apropiada es proponer aumentarlos aún más: de acuerdo, si el salario mínimo es una medida contra la pobreza tan poderosa y no puede tener efectos de aumento del desempleo, ¿por qué sois tan timoratos? ¿Por qué estáis ayudando a los pobres trabajadores con esas cantidades tan míseras? ¿Por qué detenerse en 4,55$ la hora? ¿Por qué no 10$ la hora? ¿100$? ¿1.000$?

Es evidente que los defensores del salario mínimo no siguen su propia lógica, porque se lo llevaran a esas alturas prácticamente toda la fuerza laboral estará desempleada. En resumen, puedes tener tanto desempleo como quieras, simplemente elevando lo suficiente el salario mínimo legal.

Es habitual entre los economistas ser educados, asumir que una mentira económica es únicamente resultado de un error intelectual. Pero hay veces en que el decoro es gravemente erróneo, o, como escribió una vez Oscar Wilde, “cuando dejar hablar a su mente se convierte en más que una obligación: se convierte en un verdadero placer”. Pues si los defensores del mayor salario mínimo fueran sencillamente gente equivocada de buena voluntad, no se detendrían en 3$ o 4$ la hora, sino que de hecho llevarían su propia lógica idiota hasta la estratosfera.

El hecho es que siempre han sido lo bastante astutos como para detener sus demandas de salario mínimo en el punto en el que solo se vean afectados trabajadores marginales y no hay peligro de dejar sin empleo, por ejemplo, a trabajadores masculinos adultos miembros de sindicatos. Cuando vemos que el más ferviente defensor de las leyes de salario mínimo ha sido el AFL-CIO y que el efecto concreto de las leyes de salario mínimo ha sido impedir la competencia de los bajos salarios de los trabajadores marginales frente a trabajadores con salarios más altos pertenecientes a sindicatos, se hace evidente la motivación real de las campañas de salario mínimo.

Este es solo uno de un gran número de casos en los que una persistencia aparentemente miope en una mentira económica solo sirve para enmascarar un privilegio especial a costa de quienes supuestamente son “ayudados”.

En la campaña actual, la inflación (supuestamente contenida por la administración Reagan) ha erosionado el impacto de la última subida del salario mínimo en 1981, reduciendo el impacto real del salario mínimo en un 23%. Como consecuencia parcial, la tasa de desempleo ha caído del 11% en 1982 a menos del 6% en 1988. Posiblemente disgustado por esta caído, el AFL-CIO y sus aliados están buscando corregir esta situación y aumentar el salario mínimo en un 34%.

De vez en cuando, los economistas de AFL-CIO y otros progresistas conocidos dejan caer la máscara de la mentira económica y admiten cándidamente que sus acciones causarán paro; luego proceden a justificarse afirmando que es más “digno” para un trabajador recibir una prestación de desempleo que trabajar por un salario bajo. Por supuesto, esta es la doctrina de mucha gente que cobra estas prestaciones de desempleo. Es verdaderamente un extraño concepto de “dignidad” el que se ha inculcado por el engranaje del sistema salario mínimo – bienestar.

Por desgracia, este sistema no da a esos numerosos trabajadores que siguen prefiriendo ser productores a ser parásitos el privilegio de tomar sus propias decisiones.


Publicado el 15 de febrero de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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