La verdad sobre las previsiones económicas

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[Extraído de The Economics of Liberty (1990), editado por Lew Rockwell]

Astrólogos, quiromantes e indagadores en bolas de cristal son desdeñados mientras los economistas profesionales son alabados por sus logros científicos. Pero los académicos no son menos místicos al tratar de predecir la dirección de tipos de interés, crecimiento económico y mercado bursátil.

Hace cuarenta años, Thomas Dewey fue derrotado por Harry Truman, sorprendiendo a los expertos políticos y periodistas que estaban seguros de que Dewey iba a ganar. Aunque naturalmente aparecieron preguntas acerca de las técnicas “científicas” de encuesta, un periodista se centró en lo esencial del asunto. En su columna en Newsweek del 22 de noviembre de 1948, Henry Hazlitt decía que la “preocupación” reflejaba los problemas de predecir el futuro del hombre. Como explicaba Hazlitt:

El futuro económico, como el futuro político, estará determinado por el comportamiento y las decisiones humanas futuras. Por eso es incierto. Y a pesar de la enorme y constantemente creciente literatura sobre ciclos económicos, las previsiones empresariales nunca serán, al igual que las encuestas de opinión, una ciencia exacta.

Sabemos lo bien que predijeron los economistas en los ochenta: desde la recesión de 1982 y el auge del empleo al crash de 1987, ninguna empresa de previsiones se acercó a predecir estos giros en el mercado. Y tras el crash, prácticamente todos los previsores profesionales revisar a la baja sus previsiones económicas, todo porque los datos históricos sugerían que la bolsa era un barómetro fiable de la actividad económica futura. La economía continuó luego expandiéndose y la bolsa acabó llegando a nuevos máximos.

Después del ataque al corazón del presidente Eisenhower el 24 de septiembre de 1955, la bolsa experimentó una caída msiva. La bolsa se recuperó al recuperarse el presidente; como en 1987, 1955 resultó ser uno de mejores estadísticamente en la historia económica.

A pesar del lamentable historial, la mayoría de los economistas siguen siendo defensores radicales de la previsión. La mayoría han dedicado años en la universidad y la escuela de grado a aprender las herramientas de su profesión y no pueden admitir sus propios errores empresariales. Como dijo un consejero de inversiones: “No importa cuántas veces fallen, su confianza nunca se debilita. Su mayor (y único) talento está en hablar con autoridad”.

Sobre sus errores, los previsores contestan que es solo cuestión de tiempo antes de que dominen las técnicas. Aunque nunca llegue ese día, la previsión económica sigue siendo parte integral de la corriente económica principal. El lema original de la Sociedad Econométrica sigue dominando: “Ciencia es predicción”.

Ya use uno una regla o un sofisticado modelo económico con docenas de ecuaciones para extender al futuro una tendencia económica, el problema sigue siendo el mismo: no hay relaciones constantes en asuntos humanos.

La economía, frente a las ciencias naturales, se ocupa de acciones humanas, planes, motivaciones, preferencias, etcétera, ninguno de los cuales puede cuantificarse. Y aunque fuera posible cuantificar estas cosas, cambiar de gustos (y todos los factores que afectan a los gustos) haría a los datos casi inmediatamente inútiles para el previsor. Y además hay millones de cosas “inimaginables” como el ataque al corazón de Eisenhower, que aparecen constantemente, influyendo a la gente de formas imprevisibles.

La estadística económica (es decir, la historia) no implica nada acerca del futuro. El que los datos muestren la relación entre precio y oferta de una manera para un periodo de tiempo no significa que no pueda cambiar. Como apuntaba Mises: “los fenómenos externos afectan a gente distinta de formas distintas” y “las reacciones de la misma gente a los mismos acontecimientos externos varían”.

A algunos previsores económicos les gusta argumentar que la previsión económica no es como predecir el tiempo (y debería ser también igualmente difícil). No solo la naturaleza de estos dos problemas es completamente diferente, sino que uno puede esperar razonablemente que al hacerse los métodos científicos más sofisticados, la predicción del tiempo podría teóricamente acercarse a la perfección. Esto es porque hay relaciones constantes entre acontecimientos físicos y químicos. Al experimentar en el laboratorio, los científico natural puede conocer cuáles son estas relaciones con un alto grado de precisión. Sin embargo, la sociedad humana no es un laboratorio controlado. Este hecho hace imposible el trabajo de pronosticar adecuadamente acontecimientos futuros.

Los previsores tratan de eludir este problema ligando acontecimientos a cadenas históricas y suponiendo aleatoriamente que si se repite una variable, entonces se producirán necesariamente las demás. Pero esto es una versión sofisticada de la falacia lógica post hoc ergo propter hoc (después de esto, luego debido a esto). Esto a llevado a previsores importantes a estudiar seriamente patrones astrológicos y a crear modelos matemáticos que correlacionan patrones de clima con ciclos económicos. Una vez el previsor elimina la lógica económica, todo podría haber causado cualquier otra cosa y todas las variables en el universo están abiertas al estudio. Por ejemplo, una teoría de la previsión ortodoxa se basa en el ritmo al que se multiplican los conejos.

¿Significa esto que no podemos saber nada acerca del futuro? No, los mejores previsores son empresarios de éxito, cuyo juicio empresarial les permite anticipar los gustos del consumidor y las condiciones del mercado. Como apunta Murray N. Rothbard:

Las pretensiones de los econometras y otros “constructores de modelos” de que pueden predecir con precisión la economía siempre tropezarán con la sencilla pero devastadora pregunta: “Si pueden pronosticar tan bien, ¿por qué no lo estás haciendo en bolsa, donde la previsión adecuada genera tan ricas recompensas?”

Los gurús de las previsiones, por el contrario, tienden a desdeñar a los empresarios de éxito.

El mito de que los economistas pueden predecir el futuro no es sin embargo solo palabrería inocua. Los planificadores centrales utilizan las mismas teorías para dirigir la economía. Pero al establecer objetivos de producción con los datos recogidos por los propios planificadores, destruyen el mismo proceso que dirige la producción del mercado libre.

Los planificadores centrales tratan de superar la incertidumbre sustituyendo el juicio empresarial por fórmulas. Creen que pueden reemplazar el sistema de precios con órdenes, pero olvidan todo el propósito de la acción individual en el mercado libre, Como dijo Ludwig von Mises, no hacen “la más mínima referencia al hecho de que la principal tarea de la acción es proveer para los acontecimientos de un futuro incierto”. En ese sentido, los planificadores centrales no son distintos de los previsores profesionales.

Sin embargo, no esperéis desempleo entre previsores. Muchos tienen trabajos cómodos en el Congreso, la Casa Blanca y prácticamente cualquier agencia del gobierno de EEUU y emitirán alegremente predicciones sin fin.

Por otro lado, en la visión austriaca los economistas tienen tres funciones: aumentar nuestra comprensión del libre mercado, identificar posibles consecuencias de las políticas públicas y contestar mitos económicos.

La previsión económica no tiene nada que ver con estos objetivos. De hecho, al presentarse como la única dimensión científica de la economía, la previsión ha ayudado a desacreditar toda la disciplina y alimentado una huida de economistas del más mundano mundo académico al área del control y la coacción del estado, en detrimento de todos los estadounidenses.


Publicado el 8 de mayo de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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