La vida con la Fed: ¿Sol y piruletas?

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Hemos oído la objeción miles de veces: ¿Por qué antes de que tuviéramos el Sistema de Reserva Federal la economía estadounidense soportó una serie regular de pánicos financieros? Abolir la Fed es una sugerencia impensable y absurda, pues sin la sabia custodia de nuestros banqueros centrales, volveríamos a una horrible tormenta financiera, a cuya ausencia deberíamos estar agradecidos, no engreídos.

Es verdad que el argumento parece superficialmente razonable, pero es erróneo en todos sus aspectos. Lo escuchamos bastante en la prensa financiera hace unos meses cuando se supo que el congresista Ron Paul, un conocido opositor a la Fed, presidiría el Subcomité de Servicios Financieros de la Cámara sobre Política Monetaria interior. Los apologistas de las Fed estaban fuera de sí: ¿un hombre que rechaza la versión de historieta de la Fed tendrá un cargo tan influyente? Debe ser objeto de burla y ridículo.

Mi ejemplo favorito proviene del columnista Joseph N. DiStefano, cuyo artículo sobre el tema está tan desafiantemente en contra de la historia, tan ridículamente distante de hechos fácilmente verificables, que pensé que para fines pedagógicos tendrían que tomar ejemplo de él.

DiStefano dedica la mayoría de su artículo a la crisis actual, pero, habiendo escrito bastante acerca de eso antes, prefiero dedicar la mayoría del mismo a la versión de historieta de la historia monetaria y bancaria estadounidense que parece incluirse en toda réplica enfurecida pro-Fed a los críticos de esta, sin que esta sea una excepción. Parecen informes sobre libros de educación básica. Salvo que DiStefano ni siquiera leyó el libro.

La premisa nos es bastante familiar: Bueno, sin un banco central o su primo pequeño, un banco nacional, no tenemos nada salvo auge, declive y lágrimas, pero desde la creación del Sistema de la reserva Federal, no hay más que sol y piruletas. Realmente es así de simple. La gente que cree en un mercado libre en la banca, frente a estas disposiciones de cártel, está evidentemente tal desinformada o tan ciega de ideología que nunca han oído o internalizado este resumen en un frase de la historia monetaria de los siglos XIX y XX.

Los ciclos de auge y declive del siglo XIX que menciona DiStefano de pasada son constantemente atribuibles a una expansión artificial del crédito, una práctica que el gobierno o bien consentía o bien realmente participaba en ella, mediante los diversos privilegios que concedía al sector bancario.

Primero, consideremos el siglo XIX de DiStefano. Tenemos que creer que los bancos nacionales fuentes indispensables de estabilidad, mientras que su ausencia generaba terribles ciclos económicos. ¿Cómo explica DiStefano el Pánico de 1819, que los contemporáneos atribuyeron a la políticas inflacionistas y luego rápidamente contraccionistas del Segundo Banco de los Estados Unidos, el gran estabilizador? Es fácil: lo omite. (Igualmente omite la Gran Depresión de su explicación del siglo XX, un episodio que uno pensaría que iría contra la Fed y que igualmente se puso en marcha por la inflación del banco central; Benjamin Strong, que dirigía la Fed de Nueva York, dijo a otros banqueros centrales en 1927 que planeaba “dar un golpe de whisky al mercado bursátil”). La explicación estándar es The Panic of 1819: Reactions and Policies, de Murray Rothbard (Columbia University Press, 1962).

DiStefano sí menciona el Pánico de 1837 y para ese episodio se nos pide que culpemos al presidente Andrew Jackson por haber disuelto el Segundo Banco de los Estados Unidos. DiStefano no se digna revelar cuál pudo haber sido el mecanismo causal. La fuerte implicación, basada en el resto de su artículo, es que necesitamos instituciones con privilegios de monopolio para supervisar nuestro dinero y si se vieran alguna vez obligados a cerrar debido a que palurdos estúpidos no comprenden los indispensables que son, la economía se estrellaría. No es una gran explicación, pero es todo lo que DiStefano decide compartir con nosotros.

Es divertido que la economía no se estrellara cuando el Primer Banco de los Estados Unidos fue cerrado más de dos décadas antes. Cuando la concesión del Banco de los Estados Unidos original expiró en 181 y la institución comenzó a liquidar sus préstamos y cerrar sus puertas, los DiStefano del mundo hicieron predicciones salvajes de quiebra y colapso económico. No ocurrió nada parecido. Un contemporáneo señalaba en 1816:

Muchas personas vieron una disolución de último Banco de los Estados Unidos como una calamidad nacional: se afirmaba que una quiebra general seguiría a ese acontecimiento. La realidad fue la opuesta: todos los sectores económicos continuaron sin interrupción, ninguna quiebra en la comunidad mercantil fue atribuible a esa circunstancia.

DiStefano no menciona ninguna relación causal entre el cierre del Segundo Banco y el Pánico de 1837, así que le proporcionaré una. El argumento más común es este: sin un banco nacional para disciplinar a los bancos del estado, los bancos de estado que recibieron los depósitos federales después del cierre de dicho  Segundo Banco tuvieron una euforia inflacionista que culminó en el Pánico de 1837 y otra recesión en 1839. Este diagnóstico habitual es parcialmente austriaco, sorprendentemente, en el sentido de que culpa de la expansión artificial del crédito por dar lugar a auges insostenibles que acaban en declives. Pero la supuesta solución a este problema, según los comentaristas modernos, es un banco central fuerte con poderes regulatorios implícitos sobre instituciones más pequeñas.

El senador William Wells, un federalista de Delaware partidario de una moneda fuerte, desde el principio no había estado convencido de que la mejor manera de estimular prácticas sensatas entre bancos más pequeños poco sólidos fuera establecer un gran banco poco sólido. “Esta propuesta”, dijo en 1816,

venía de las manos de la administración supuestamente para el fin de acabar con el exceso de emisiones de papel bancario y aun así venía lista para infligirnos el mismo mal, no siendo ella misma nada más que una simple máquina de fabricar papel y constituyendo, a este respecto, un plan político tan inteligente, en punto a precaución, como el ardid de uno de los héroes de Rabelais que se escondía en el agua por miedo a la lluvia. Se dice que la enfermedad es la fiebre bancaria de los estados y esta se va a curar dándoles la fiebre bancaria de los Estados Unidos.

Otro senador partidario de una moneda fuerte, Samuel Tilden, de Nueva York, se preguntaba igualmente:

¿Cómo podría esperarse que un gran banco, constituido esencialmente sobre los mismos principios, regulara a los bancos inferiores de forma beneficiosa? ¿Ha resultado el poder engrandecido menos culpable de abusos que el poder limitado? ¿Ha resultado el poder concentrado menos culpable de abusos que el poder distribuido?

Una solución mucho mejor recomendada por los defensores de la moneda fuerte del momento era lo que se conocería como el “Tesoro independiente”, en el que los depósitos federales, en lugar de ser distribuidos a bancos estatales privilegiados y utilizados allí como base para rondas adicionales de creación de crédito, eran retenidos por el tesoro y mantenidos completamente fuera del sistema bancario. Los defensores de la moneda fuerte creían que el gobierno federal estaba potenciando (y prestando legitimidad artificial a) un sistema insensato de bancos estatales de reserva fraccionaria al (1) distribuir los depósitos federales entre ellos, (2) aceptando su papel moneda en el pago de impuestos y (3) devolviéndolo de nuevo. Como dijo William Gouge:

Si las operaciones del gobierno pudieran ser completamente separadas de las de los bancos, el sistema se vería liberado de la mitad de sus males. Si el gobierno no pudiera no depositar los fondos públicos en los bancos, ni tomar prestado de ellos y si tampoco en ningún caso pudiera recibir billetes de banco o pagar con billetes de banco, estos se convertirían en meras instituciones comerciales y su crédito y poder se pondrían al nivel de los comerciantes privados.

DiStefano está convencido de que el movimiento contra el Banco estaba liderado por populistas antimercado y antipropiedad. “La última vez que tuvimos un banco central”, escribe, “sus defensores eran empresarios conservadores partidarios de una moneda fuerte y sus opositores eran prestatarios y prestamistas subprime que convencieron al presidente Jackson de que el banco estaba lastrando a la nación”. No puede estar más equivocado, como veremos en un momento. DiStefano a partir de este error llega a la falsa conclusión de que los defensores de la economía mercado entonces y ahora deberían defender al banco central.

Es verdad que los opositores al Segundo Banco de los Estados Unidos no eran molíticos e incluso ahora el banco central es criticado tanto por los que condenan sus creación de dinero como por los que critican su supuesta mezquindad. Sin embargo, en conjunto, la lucha contra el Segundo Banco fue una campaña del mercado y la moneda fuerte contra un fabricante de papel moneda privilegiado por el gobierno. “El ataque al Banco”, concluía el profesor Jeff Hummel en su revisión de la literatura, “fue un paco completamente racional y altamente ilustrado hacia la consecución de un sistema de moneda metálica de laissez faire”.

Ya hemos citado a senadores de moneda fuerte contra el Banco. Pero para la afirmación de DiStefano de que el movimiento contra el Segundo Banco era un movimiento de bobos sin propiedades que no entendían la banca, también tendría que no haber sido consciente del más importante teórico monetario de todo el periodo, William Gouge (mencionado antes). Gouge era un defensor del dinero fuerte que se oponía al Banco; consideraba que las dos posturas se coordinaban lógicamente, de hecho de forma inseparable.

“¿Por qué debería ejercitarse ingenio en idear nuevas modificaciones en el papel bancario?”, preguntaba. “La economía que prefiere el dinero ficticio al real es, en el mejor de los casos, como la que prefiere un barco que hace aguas a uno sólido”. Aseguraba a los estadounidenses que “el sol brillaría, los ríos fluirían y la tierra produciría sus cosechas si el Banco de los Estados Unidos no existiera”. El conservador Bankers’ Magazine, a la muerte de Gouge, decía que su libro sobre moneda fuerte, A Short History of Paper Money and Banking, era “una exposición muy talentosa y clara de los principios de la banca y de los errores cometidos por nuestras instituciones bancarias estadounidenses”.

DiStefano podría asimismo acudir a la obra de William Leggett, el influyente redactor jacksoniano de editoriales en Nueva York que reclamó memorablemente la “separación de banca y estado”. El economista Larry White, que recopiló los escritos más importantes de Leggett, le llama “el líder intelectual de la rama del laissez faire de la democracia jacksoniana”. Denunciaba al Banco por sus repetidas expansiones y contracciones y por la confusión económica que dicha manipulación dejaba a su paso.

El Pánico de 1819 fue igualmente debido a dicho comportamiento por parte del Banco, decía Leggett, con una actuación igual a mediados de la década de 1820. “Durante los dos o tres años que precedieron a las extendidas y duras calamidades de 1819, el Banco de los Estados Unidos, en lugar de regular la divisa, aumentó sus emisiones a un ritmo tan pródigo que el comercio y la especulación se alteraron de una forma insólita”. Leggett continúa:

Pero para no ocuparnos de acontecimientos cuya recogida  puede haber empezado a borrarse de mucha mentes, no demás más que un vistazo a la forma en que el Banco de los Estados Unidos reguló la divisa en 1830, cuando, en el corto periodo de doce meses extendió sus acomodaciones de cuarenta a setenta millones de dólares. Esta enorme expansión, completamente innecesaria por ninguna circunstancia especial en la condición de los negocios del país, se vio seguida por las consecuencias invariables de una inflación de la divisa. Aumentaron bienes y acciones, se estimuló la especulación, se fundaron una gran cantidad de empresas extensivas, se crearon canales, proyectaron ferrocarriles y todos los negocios del país fueron estimulados en una actividad no natural ni saludable.

Pero tal vez el siglo XIX demuestre que necesitamos una institución capaz de llevar a cabo “estímulos” monetarios para restaurar la salud de la economía después de un crash. Si es así, las pruebas no son evidentes. El presidente James Buchanan se dedicó a un esfuerzo en vano para reflotar la economía tras la crisis bursátil y corrida bancaria que constituyeron el relativamente suave Pánico de 1857, que duró seis meses, y que DiStefano, que se ve algo superado en lo que se refiere a la historia económica del siglo XIX, califica como “una fuerte depresión”. (Por cierto, que esa relativamente suave recesión es atribuible al sistema inflacionista de papel moneda, no al “patrón oro”; como dijo Buchanan en su primer discurso anual: “Es evidente que nuestras desgracias actuales han procedido solamente de nuestro extravagante t defectuoso sistema de divisa en papel y créditos bancarios”).

No existían los consejos modernos de moda en los tiempos de Buchanan, y se nota. La economía se recuperó en seis meses, aunque cayera la oferta monetaria, aumentaron los tipos de interés, no se aumentó el gasto públicos y no se rescataron empresas ni bancos. Pero Buchanan advirtió a los estadounidenses de que “las revulsiones periódicas que han existido en nuestra pasada historia deben continuar volviendo a intervalos tan largos que prevalezca nuestro sistema actual de créditos bancarios sin limitaciones”.

Buchanan concibió una ley federal de quiebra para bancos que, en lugar de dar autorización legal para la suspensión de los pagos en metálico (es decir su incapacidad de atender las demandas de reintegro de sus depositantes), en la práctica los cerrarían si no cumplían con sus deberes. “El instinto de conservación podría producir una sana contención en su negocio bancario si supieran por adelantado que una suspensión de sus pagos en metálico produciría inevitablemente su muerte civil”.

DiStefano hace una mención específica a la década de 1870, que de nuevo revela la superficialidad de su conocimiento. Desconocido para DiStefano, el consenso moderno sostiene que no hubo después de todo ninguna “larga depresión” en la década de 1870. Incluso en New York Times, que no admite nada, admite esto:

Recientes reconstrucciones detalladas de los datos del siglo XIX por historiadores económicos demuestran que no hubo depresión de la década de 1870, de hecho la década mostró posiblemente el crecimiento sostenido más rápido en la historia estadounidense. El empleo creció con fuerza, más rápido que la tasa de inmigración; el consumo de alimentos y otros bienes aumentó en todas partes. Por cabeza, casi todas las mediciones de producción aumentaron espectacularmente. Al final de la década la gente tenía mejores alojamientos y ropa y vivía en granjas más grandes. Los grandes almacenes florecían incluso en ciudades de tamaño medio. Estados Unidos se estaba transformando en la primera sociedad de consumo de masas del mundo.

Tal vez DiStefano pueda conceder en un momento de sinceridad que aceptó acríticamente una caricatura del siglo XIX, pero sigue teniendo su fuerte impresión de que al menos la Fed acabó con los pánicos financieros. Tampoco. Andrew Jalil, de la Universidad de California en Berkeley, concluía en un estudio de 2009 que “contrariamente a la idea convencional, no hay evidencias de un declive en la frecuencia de los pánicos durante los primeros quince años de la existencia de la Reserva Federal”. Elmus Wicker, en Banking Panics of the Gilded Age (2000), observa que

No hubo más de tres grandes pánicos bancarios entre 1873 y 1907 [incluido] y dos pánicos bancarios incipientes en 1884 y 1890. Pasaron doce años entre el pánico de 1861 y el pánico de 1873, veinte años entre los pánicos de 1873 y 1893 y catorce años entre 1893 y 1907: ¡tres pánicos bancarios en medio siglo! Y solo en uno de los tres, 1893, la cifra de suspensiones bancarias iguala a las de la Gran Depresión.

Por el contrario, hubo cinco pánicos bancarios separados solo en los primeros tres años de la Gran Depresión. (Para estas fuentes, ver Selgin, Lastrapes, and White, “Has the Fed Been a Failure?”)

Incluso durante los pánicos anteriores a la Fed, desde la Guerra de Secesión hasta 1907, la tasa de quiebras bancarias fue pequeña, como fueron las pérdidas que sufrieron los depositantes. Las pérdidas de los depositantes equivalieron a solo e, 0,1% del PIB durante el Pánico de 1893, que fue el peor de todos ellos con respecto a quiebras bancarias y pérdidas de depositantes. Por el contrario, en solo los últimos 30 años de la época de banca central, el mundo ha visto 20 crisis bancarias que llevaron a pérdidas de depósitos por encima del 10% del PIB. La mitad de ellos tuvieron pérdidas por encima del 20% del PIB.

Además, los pánicos posteriores a la Guerra de Secesión en Estados Unidos se debieron en buena parte a las regulaciones de banca unitaria en muchos estados que prohibían las sucursales de todo tipo. Confinados a una sola oficina, cada banco era necesariamente frágil y no diversificado. Canadá no experimentó ninguno de estos pánicos aunque no estableció un banco central, la panacea en la que confía DiStefano, hasta 1934.

Con respecto a fluctuaciones, tanto pasadas como presentes, DiStefano nos da implícitamente la postura clásica pro-Fed: los ciclos económicos se producen espontáneamente y la Fed los arregla. Podríamos llamar a esto la Fed como Espectador Inocente/Buen Samaritano (EI/BS). DiStefano no considera (ni siquiera para refutarlo, como un oponente honrado) el argumento austriaco de que la manipulación del dinero y los tipos de interés de la Fed es lo que da lugar al ciclo para empezar. Las medidas paliativas de la Fed, a su vez, equivalen a más de lo que causó el problema original. Era uno de los puntos de mi libro Meltdown, el superventas del New York Times que el New York Times pretende que no existe y que daba una visión general de libre mercado de la crisis económica frente el extendido distefanismo.

(Mi respuesta es ya más larga de lo que me gustaría, así que para la teoría austriaca del ciclo económico remito a mis lectores a mi página de recursos austriacos y para el argumento “el TARP fue una gran idea” al economista Robert P. Murphy y a David Stockman).

¿Qué haríamos en esas situaciones sin la Fed? Bajo un sistema monetario más sólido, tendríamos fluctuaciones mucho menos violentas para empezar. Y las empresas que no fueran sólidas irían a la bancarrota, como un antiguo presidente de AIG admitió posteriormente que habría sido la mejor manera de actuar después de todo. El mundo no se acabaría. Si se permitiera al mercado reevaluar libremente los activos, que era el fenómeno con el que se nos aterrorizaba para que no quisiéramos que ocurriera, eso no cambia la cantidad de cosas físicas existentes. Los propios activos pueden redistribuirse a nuevos propietarios en procesos de quiebra, pero el mundo tiene tantas cosas como tenía antes. Los títulos de propiedad se transfieren y un grupo más esbelto con un liderazgo más competente empuja a la economía- Se aprende una importante lección para el futuro. O podríamos conformarnos con la solución de DiStefano, que es mantener Wall Street tal y como está, sin esta saludable purga de liderazgo y capital y sin el correspondiente cambio en el carácter empresarial que podría proporcionar un modelo de negocio menos basado en deuda y más en activos y por tanto más estabilidad en el futuro.

Pero el problema clave del análisis de DiStefano es que no es ningún análisis en absoluto. Considera a la crisis como algo dado e irremediable y luego lanza la rutina EI/BS. La Escuela Austriaca argumenta que la manipulación de tipos de interés causa descoordinación en toda la estructura de producción, que esta estructura es insostenible y que el resultado inevitable es el declive. DiStefano no nos da ninguna razón para creer otra cosa o incluso para confiar en que entiende o al menos conoce el argumento, un argumento que hizo ganar a F.A. Hayek el premio Nobel en 1974.

Todos estos temas están explicados con mayor detalle en el capítulo de la Fed de mi nuevo libro Rollback, que responde a las afirmaciones habituales no solo para la Fed sino también para todas las áreas importantes de la vida que se nos dice que no podrían gestionarse sin coacción institucionalizada.

Lo mismo que con la Fed pasa con estas otras cosas: las críticas del status quo se condenan como rarezas y las alternativas al status quo se rechazan como impensables. Pero solo son impensables porque hemos permitido a la opinión de moda impedir que las pensemos. Nos hemos visto encerrados en una caja que limita nuestras alternativas a diversas formas de estatismo. El movimiento para acabar con la Fed es un asombroso y muy bienvenido primer paso para abrirnos camino.


Fuentes adicionales

Charles Calomiris, “Banking Crises and the Rules of the Game”.

H.A. Scott Trask, “The Independent Treasury: Origins, Rationale, and Record, 1846-1861“.

H.A. Scott Trask, “The Panic of 1837 and the Contraction of 1839–43: A Reassessment of Its Causes from an Austrian Perspective and a Critique of the Free Banking Interpretation“.

George A. Selgin, William D. Lastrapes y Lawrence H. White, “Has the Fed Been a Failure?

Thomas E. Woods, Jr., Rollback.


Publicado el 5 de abril de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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