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La influencia del Traité de Say

[An Austrian Perspective on the History of Economic Thought (1995)]

J.B. Say fue nombrado miembro del tribunado gobernante durante el régimen consular napoleónico en 1799. Cuatro años después se publicó su Traité, estableciéndole pronto como el principal intérprete del pensamiento de Smith en el continente europeo. El Traité tuvo seis ediciones en la vida de Say, la última en 1829, entonces con el doble de tamaño que la edición original. Además, el Cours complet d’économie politique (1828-30) de Say se reimprimió varias veces y el extracto del Traité impreso como Catéchisme d’Économie politique (1817) fue reimpreso por cuarta vez poco después de la muerte de Say. Todas las grandes naciones europeas tradujeron el Traité de Say a su propio idioma.

En 1802, Napoleón aplicó mano dura sobre los ideólogos, un grupo al que había cortejado un tiempo pero siempre había detestado por sus opiniones económicas y políticas liberales. Reconocía a los ideólogos como los más acérrimos opositores, en la teoría y en la práctica, de su intensificación en la dictadura.[1] Napoleón obligó al senado a librarse a sí mismo y al tribunado de los ideólogos, echando así a J.B. Say de su puesto en el tribunado. Los ideólogos eran filósofos, y los bonapartistas veían a l propia filosofía como una amenaza a un gobierno dictatorial. Como decía Joseph Fievée, director del bonapartista Journal de l’Empire: “la filosofía es un medio de queja acerca del gobierno, de amenazarlo cuando se aleja de los principios y los hombres  de la Revolución”.[2]

Dos años después, poco después de convertirse en emperador, Napoleón fue de nuevo contra Say, rechazando permitir que se publicara una segunda edición del Traité si Say no cambiaba un capítulo ofensivo. Cuando Say rechazó hacerlo, se eliminó la nueva edición. Expulsado del gobierno francés, Say se convirtió en exitoso fabricante de hilo durante diez años. De hecho Say se convirtió en uno de principales fabricantes del nuevo estilo en Francia. Como escribe su biógrafo, Say estaba “íntimamente implicado en la aparición de una industria a gran escala. Fue en la práctica uno de los personajes más notables de estos fabricantes del Consulado y el Imperio, de estos grandes empresarios que buscaron poner en marcha los nuevos procesos tecnológicos”.[3]

Después de la caída de Napoleón en 1814, se publicó finalmente la segunda edición del Traité y en 1819 Say se embarcó en una nueva carrera profesional, primero en el Conservatorio Nacional y finalmente en el Colegio de Francia. Su admirador Jefferson, impregnado él mismo de pensamiento económico de laissez faire, aseguró a Say que encontraría un clima hospitalario en Estados Unidos. A Jefferson se le unió en esos deseos el presidente Madison. De hecho Jefferson quería ofrecer a Say la cátedra de economía política en su recién fundada Universidad de Virginia.

El Traité de Say ejerció gran influencia en Italia. Al principio, La riqueza de las naciones de Smith tuvo poco impacto en la economía italiana. Italia ya tenía una floreciente tradición de libre comercio, notablemente en las sistemáticas Meditaciones sobre economía política (1711) (Meditazioni sull’economia politico) del conde milanés Pietro Verri (1728-97). No hay ninguna mención a Smith en la obra de 1780 de napolitano Gaetano Filangieri (1752-88), ni en los escritos del conde Giovanni Battista Gherardo D’Arco (1785), ni siquiera ya en la obra librecambista de Francesco Mengotti Il Colbertismo (1792), a pesar de que La riqueza de las naciones se había traducido al italiano en 1779.

La extensión del régimen revolucionario francés a Italia llevó la influencia de Adam Smith junto con los soldados. Smiths e convirtió en la principal autoridad económica durante los primeros años napoleónicos. Después de 1810, Say y de Tracy barrienron la economía italiana hacia su campo. La opiniones de Say se presentaban en el lúcido tratado Elementi di economie politica (1813), de Luca De Samuele Cagnazzi de Altamura (1764-1852) y en el tratado de Carlo Bosellini de Módena, Nuovo esame delle sorgenti della privata e della pubblica richezza (1816). El valiente Abad Paolo Balsamo (1764-1816) extendió las ideas de Smith, y luego las de Say por Sicilia, reclamando libre comercio en la agricultura y la liberación de la agricultura siciliana de las restricciones del feudalismo (particularmente en su Memorie economiche ed agrarie, Palermo, 1803, y su Memorie inedite di pubblica economia, Palermo, 1845).

El amigo y colega de Say, Destutt de Tracy también tuvo una enorme influencia en Italia. Sus Elementos fueron traducidos en una edición de diez tomos (Milán, 1817-19) por el exsacerdote Giuseppe Compagnoni (1754-1833). Además, en lo alto del gobierno revolucionario de Nápoles en la década de 1820 estaban el anciano estadista y filósofo Melchiorre Delfico, jefe de la junta revolucionaria provisional y corresponsal y admirador de de Tracy, y el seguidor de de Tracy, Pasquale Borelli, presidente del parlamento revolucionario napolitano.

España y los nuevos países latinoamericanos también fueron influidos por de Tracy. Uno de los líderes de la revolución liberal española de 1820 contra la monarquía absoluta fue Manuel María Gutiérrez, el traductor del Traité al español (1817) y profesor de economía política en Málaga. Además, un miembro de las cortes revolucionarias españolas de 1820 fue Ramón de Salas, el traductor del Comentario de de Tracy, que volvió del exilio en Francia para tomar parte en la lucha. Y otro mimebro más de las cortes, J. Justo García, había traducido el libro de de Tracy sobre Lógica. En Latinoamérica, el admirador y seguidor de de Tracy, Berardino Rivadavia, se convirtió en presidente de la recién independizada República de Argentina.[4] Tracy fue asimismo muy popular en Brasil, así como en Argentina, y en Bolivia su “ideología” se convirtió en doctrina oficial de las escuelas públicas en las décadas de 1820 y 1830.

Apenas sorprende que la segunda ola de escritores smithianos en Alemania estuviera fuertemente influida por el Traité de Say. Ludwig Heinrich von Jakob (1759-1827) era, como Kraus, un filósofo kantiano, así como economista. Estudiando en la Universidad de Halle, se convirtió allí en profesor de filosofía. Von Jakob publicó un tratado smithiano sobre principios económicos generales, el Grundsätze der Nationalökonomie (Principios de economía) (Halle, 1805). Ediciones posteriores, hasta la tercera, publicada en 1825, incorporaron enmiendas inspiradas por Say. Además, von Jakob estaba tan impresionado con la obra de Say que tradujo el Traité al alemán (1807) y al ruso. De hecho von Jakob ayudó a extender opiniones ilustradas en Rusia de más maneras que publicando una traducción de Say. Enseñó durante un tiempo en la Universidad de Járkov y fue consultor en varias comisiones oficiales en San Petersburgo.

El más interesante y cabal seguidor de Say en Alemania fue Gottlieb Hufeland (1760-1817). Hufeland había nacido en Danzig, donde se convirtió en alcalde, y estudió en Gotinga y Jena, donde se convirtió en profesor de economía política. En su Neue Grundlegung der Staatswirtschaftskunst (Giessen, 1807–13), Hufeland adoptaba todas las innovaciones importantes de J.B. Say, o más bien su vuelta a la tradición continental francesa anterior a Smith. Así, Hufeland recuperaba al empresario y diferenciaba cuidadosamente sus beneficios puros de afrontar riesgos, de su rendimiento de intereses y de la renta o salario por sus habilidades directivas. Además, Hufeland adoptaba una teoría del valor utilidad-escasez, destacando que la causa del valor como las valoraciones de unas existencias de bienes por consumidores individuales.

La influencia de Say y Tracy en Rusia tiene un toque irónico. En 1825, uno de los principales decembristas liberales, Pavel Ivanovich Pestel, que consideraba el Comentario de de Tracy como su biblia, trató de asesinar al gobernante absoluto, el zar Nicolás I. Nicolás, a su vez, procedió a hacer que Pestel fuera ahorcado, aunque él mismo fue educado con el Cours d’Economie Politique de Heinrich Freiherr von Storch, influido por Smith y Say.[5]

La tradición al inglés de la cuarta edición del Traité de Say apareció en Londres en 1821, como The Treatise on Political Economy. La revista librecambista de Boston, North American Review, reimprimió el Treatise en Estados Unidos el mismo año, con anotaciones estadounidenses del defensor del libre comercio, Clement C. Biddle. El Treatise de Say se convirtió rápidamente y se mantuvo como el libro de texto sobre economía más popular en Estados Unidos a lo largo de la Guerra de Secesión.[6] De hecho, se seguía reimprimiendo como texto universitario en 1880. Durante este periodo, el Treatise ha tenido 26 ediciones estadounidenses, en contraste con las solo 8 de Francia.

Los escritos no traducidos de los ideólogos tuvieron una influencia inesperada en Gran Bretaña. Thomas Brown, amigo y sucesor de Dugald Stewart en la cátedra de filosofía moral en Edimburgo, entendía con soltura el francés y estaba muy influenciado por la filosofía de de Tracy. Además, James Mill era un discípulo filosófico del Dr. Brown y era él mismo admirador de Helvetius, Condillac y Cabanis. No sorprende, por tanto, que Mill deba haber sido el primero en Gran Bretaña en apreciar la importancia de la ley de los mercados de Say.

No sorprende que la versión de Smith de Say se convirtiera en la obra de economía más popular en el continente europeo y en Estados Unidos. No pudiendo calificarse como fisiócrata, Say se calificaba como seguidor de Smith, pero en buena medida solo lo era en el nombre. Como veremos, sus opiniones eran realmente post-Cantillon y pre-austriacas en lugar de smithianas clásicas.

Una diferencia crucial entre Say y Smith era la límpida claridad y lucidez del Traité de Say. Say calificó justamente a La riqueza de las naciones como un “vasto caos” y una “recopilación caótica de ideas justas lanzadas indiscriminadamente entre una serie de verdades positivas”. En otro momento, califica a la obra de Smith como “un promiscuo ensamblado de los principios más sensatos (…) una masa mal digerida de opiniones ilustradas e información certera”. Y de nuevo, con gran perspicacia, Say acusa “a casi todas las partes de ella [La riqueza de las naciones] les falta método”.

De hecho fue precisamente la gran claridad de Say la que, al tiempo que le hizo ganar popularidad en todo el mundo, lo que rebajó su cotización entre los escritores brotánicos que desgraciadamente dirigieron el gallinero del pensamiento económico. (El hecho de que no fuera británico sin duda se añadió a este desprecio). Frente al rudimentario Smith o el tortuoso y prácticamente ilegible Ricardo, la claridad y alegría de Say, la misma facilidad de leerlo, le hacían sospechoso. Schupmeter lo explica muy bien:

Sus argumentos fluyen con tan fácil limpidez que el lector casi nunca se detiene a pensar y casi nunca experimenta una sospecha de que podría haber coas más profundas por debajo de esa suave superficie. Esto le trajo [a Say] una éxito arrollador con los muchos; le costó la buena voluntad de los pocos. Algunas veces sí vio verdades importantes y profundamente asentadas, pero cuando las había visto, las apuntaba en frases que parecían trivialidades.

Como era un escritor espléndido, como evitaba la prosa áspera y tortuosa de Ricardo, como, en expresión de Jefferson, su libro era “más corto, más claro y más sólido” que La riqueza de las naciones, los economistas de entonces y posteriores tendían a confundir la suavidad superficial con superficialidad, igual que a menudo confunden vaguedad y oscuridad con profundidad. Schumpeter añade:

Así que nunca obtuvo lo que merecía. El enorme éxito como libro de texto del Traité (en ninguna parte mayor que en estados Unidos) solo confirmó las críticas contemporáneas y posteriores de que era solo un divulgador popular de Smith. De hecho, el libro se hizo tan popular precisamente porque parecía ahorrar a los lectores apresurados o mal preparados el problema de navegar por La riqueza de las naciones. Este era sustancialmente la opinión de los ricardianos, que (…) lo menospreciaron como un escritor (ver los comentarios de McCulloch sobre él en Literature of Political Economy) que simplemente había podido llegar a la altura de la sabiduría de Smith, pero no fue capaz de llegar a la altura de Ricardo. Para Marx es simplemente el “insípido” Say.[7]


[1] Así, en un famoso discurso en febrero de 1801, Napoleón denunció a los ideólogos como la clase más dañina de hombres. Eran “charlatanes e ideólogos. Siempre han luchado contra la autoridad existente”, tronaba. “Siempre recelando de la autoridad, incluso cuando estaba en sus manos, siempre rechazaron darle la fuerza independiente necesaria para resistir a revoluciones”. Ver Kennedy, op. cit., nota 2, pp. 80 y ss.

[2] O, como comentaba Emmet Kennedy, “no podía tolerarse la teoría política en un estado donde no había política”. Ibíd.

[3] Ernest Teilhac, L’Oeuvre economique de Jean-Baptiste Say (París: Librairie Felix Alcan, 1927), pp. 24-26. Citado y traducido en Leonard P. Ligglio, “Charles Dunoyer and French Classical Liberalism”, Journal of Libertarian Studies, 1 (Verano de 1977), pp. 156-157.

[4] Durante un tiempo, Rivadavia también trabajó en una traducción de Bentham.

[5] El Cours de Storch, publicado en Rusia en 1815, fue reimpreso en París en 1823, con notas añadidas por Say. Storch acusó a say de robo al publicar la edición francesa sin su consentimiento, a lo cual respondió Say que Storch tomó la mayoría de su trabajo de él, de Tracy, Bentham y Sismondi.

[6] La sexta y última edición estadounidense de 1834, editada por Biddle, incorporaba cambios realizados en la edición final francesa de 1826.

[7] J.A. Schumpeter, History of Economic Analysis (Nueva York: Oxford University Press, 1954), p. 491. [Historia del análisis económico]


Publicado el 10  de abril de 2012. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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