¿Por qué los intelectuales se oponen al capitalismo?

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Es sorprendente el hecho de que los intelectuales se opongan al capitalismo como lo hacen. Otros grupos de estatus socio-económico parecido no muestran el mismo grado de oposición en las mismas proporciones. Estadísticamente, por ello, los intelectuales son una anomalía.

No todos los intelectuales están en la “izquierda.” Como otros grupos, sus opiniones se esparcen a lo largo de una curva. Pero en su caso, la curva está inclinada y sesgada hacia la izquierda política.

Por intelectuales, yo no quiero referirme a toda la gente inteligente o de cierto nivel educativo, sino a aquellos que, en su vocación, se dedican a tratar con ideas expresadas en palabras dando forma al flujo de palabras que reciben los demás. Estos forjadores de frases (wordsmiths) son poetas, novelistas, críticos literarios, periodistas en periódicos y revistas, y muchos profesores. Dentro de los intelectuales no incluyo a todos aquellos que se dedican primariamente a producir y transmitir información escrita cuantitativamente o matemáticamente (los forjadores de números, -numbersmiths) o aquellos que trabajan en medios visuales, pintores, escultores, camarógrafos. A diferencia de los forjadores de palabras la gente en esta clase de ocupaciones no está tan desproporcionadamente opuesta al capitalismo. Los forjadores de palabras se concentran en ciertas plazas laborales: la academia, los medios, la burocracia gubernamental.

A los intelectuales forjadores de palabras les va bien en la sociedad capitalista; tienen una gran libertad para formular, encontrar y propagar nuevas ideas, leer y discutir estas ideas. Sus habilidades ocupacionales son demandadas, su ingreso está mucho más arriba que el promedio. ¿Por qué entonces se oponen tan desproporcionadamente al capitalismo? De hecho, algunos datos sugieren que mientras mejor le vaya a un intelectual, es más probable que se oponga al capitalismo. Esta oposición al capitalismo viene principalmente “de la izquierda” pero no solamente de allí. Yeats, Eliot y Pound se opusieron a la sociedad de mercado desde la derecha. (Recuérdese al charro José Alfredo Jiménez)

La oposición de los intelectuales forjadores de frases hacia el capitalismo es un hecho significativo a nivel social. Éstos dan forma a nuestras ideas e imágenes de la sociedad; ellos proponen las políticas alternativas que las burocracias toman en cuenta. De tratados a eslóganes ellos nos dan las oraciones con las cuales nos expresamos. Su oposición es especialmente importante en una sociedad que depende cada vez más sobre la formulación explícita y diseminación de la información.

Podemos distinguir dos tipos de explicación para ésta relativamente alta proporción de intelectuales de oposición al capitalismo. Un primer tipo encuentra  un factor único para dar cuenta de este anti-capitalismo. El segundo tipo de explicación identifica un factor que afecta a todos los intelectuales, la fuerza que los impulsa a ellos hacia posturas anti-capitalistas. El hecho de que– la fuerza de la que se habla—empuje a algún intelectual particular hasta el anti-capitalismo o no, dependerá de otras fuerzas que operen sobre él. De forma agregada, sin embargo, debido a que incrementa la probabilidad del anti-capitalismo de cada intelectual, un factor como éste producirá una proporción más amplia de intelectuales anti-capitalistas. Nuestra explicación será de este tipo. Vamos a identificar el factor que inclina a los intelectuales a adoptar una actitud anti-capitalista sin garantizar esta actitud en ningún caso particular.

El Valor de los Intelectuales

Los intelectuales hoy en día tienen la esperanza de convertirse en la gente más estimada de la sociedad, aquellos que acumulen el mayor prestigio y poder, aquellos que acumulen las más altas distinciones. Los intelectuales se sienten con derecho a recibir estos reconocimientos. Pero, a lo largo y ancho, una sociedad capitalista no honra a sus intelectuales. Ludwig von Mises explica este especial resentimiento de parte de los intelectuales, en contraste con los trabajadores, diciendo que al  mezclarse socialmente con capitalistas exitosos los intelectuales se comparan a la baja con los capitalistas exitosos, y les humilla ese estatus inferior. No obstante, incluso aquellos intelectuales que no se mezclan socialmente con capitalistas exitosos tienen ese mismo resentimiento, de tal forma que la mera mezcla social no es suficiente—los instructores de baile y de deportes que entrenan a los ricos y tienen amoríos con ellos no son notoriamente anti-capitalistas.

¿Por qué los intelectuales de hoy en día se sienten con derecho a los más altos reconocimientos que ofrecen sus sociedades y están además resentidos cuando no los reciben? Los intelectuales sienten que son las personas más valiosas, aquellas con el mérito más grande, y la sociedad los debería recompensar de acuerdo a su valor y mérito. Pero una sociedad capitalista no satisface el principio de la distribución “a cada uno de acuerdo a su mérito o valor”. Más allá de los regalos, herencias y juegos de apuestas que ocurren en una sociedad libre, el mercado distribuye a aquellos que satisfacen las demandas del mercado percibidas en otros, y la cantidad de lo que reciban dependerá de qué tanta demanda y oferta haya de esos servicios. Hombres de negocios y trabajadores poco exitosos no tienen la misma antipatía en contra del sistema capitalista como lo tienen los intelectuales forjadores de frases. Solamente el sentido de una superioridad no reconocida, del derecho traicionado, produce esta clase de hostilidad.

¿Por qué piensan los intelectuales forjadores de frases que son lo más valioso y que la distribución–de los bienes económicos— debe hacerse de acuerdo a ese valor? Nótese que este último principio no es necesario. Han sido propuestos otros patrones distributivos como la distribución igualitaria, la distribución basada en el mérito moral o la distribución de acuerdo a las necesidades. De hecho, no debe haber ningún patrón de distribución al que una sociedad deba apuntar, incluso para una sociedad que se interese en vivir de forma justa. La justicia de una distribución puede residir en ser el resultado de un proceso de intercambio voluntario de bienes y servicios debidamente (justly) adquiridos. Cualquiera que sea el resultado de una distribución como ésta será justo, pero ese resultado no tiene por qué seguir algún patrón de distribución específica. ¿Por qué, entonces, los forjadores de frases se ven a sí mismos como lo más valioso de la sociedad y aceptan el principio de que la distribución – de bienes económicos— debe hacerse de acuerdo a ese valor?

Desde los comienzos de la historia del pensamiento, los intelectuales nos han dicho que su actividad es la más valiosa. Platón valoró la facultad racional por encima de la valentía y de los apetitos, y consideró que los filósofos debían ser la más alta autoridad; Aristóteles sostuvo que la contemplación intelectual era la actividad más elevada. No es sorprendente que los textos que han llegado a nosotros atestigüen esta evaluación tan elevada de la actividad intelectual. La gente que formuló evaluaciones, quienes las escribieron y dieron razones para apoyarlas, eran, después de todo, intelectuales. Ellos se estaban alabando (praising) a sí mismos. Aquellos que estimaban actividades distintas a usar las palabras para analizar el mundo como actividades más importantes, fueran estas la cacería, el ejercicio de poder o el continuo placer sensual, no se ocuparon de dejar registros escritos duraderos. Sólo los intelectuales desarrollaron teorías acerca de quién era el mejor –de la sociedad.

La Formación Escolar de los Intelectuales

¿Qué factor produjo los sentimientos de superioridad por parte de los intelectuales? Para contestar a esta pregunta quiero enfocarme en una institución particular: las escuelas. Mientras el conocimiento de los libros crecía en importancia, la formación escolar–la educación de los jóvenes en grupos mediante lectura y conocimiento de libros— se extendió. Las escuelas se convirtieron en la institución más grande, fuera de la familia, para formar el carácter de la gente joven, y casi todos aquellos que después se convertirían en intelectuales pasaron por escuelas. En las escuelas los intelectuales eran exitosos. Los intelectuales eran juzgados en comparación con los otros y los consideraban superiores. Recibían lisonjas y recompensas, los predilectos de los maestros. Así las cosas, ¿cómo pueden no verse a sí mismos como seres superiores? Si a diario ellos experimentaban las diferencias en la facilidad para trabajar con ideas y presto ingenio. Las escuelas les decían y les mostraban su superioridad.

Las escuelas, también, lo exhibían – al intelectual en ciernes— y por eso mismo le enseñaron el principio de la recompensa condicionado a mérito (intelectual). A quien era intelectualmente meritorio le eran dadas alabanzas, sonrisas de sus maestros, y las más altas calificaciones. En la vida de las escuelas los más sagaces constituían la clase alta. Aunque no es parte de las curricula oficial en las escuelas, los intelectuales aprendieron la lección de su gran valía comparándose con los otros, y también aprendieron que las cosas de gran valor merecen recompensas mayores.

No obstante lo anterior, la sociedad en el mercado, que es más amplia que la de la escuela, enseña una lección distinta. Las recompensas no se dan al más brillante verbalmente. Pero ya adiestrados para creer que son los más valiosos, los que más galardones merecen, los más dignos de recompensa, ¿cómo pueden los intelectuales, en general, no resentir a la sociedad capitalista que les priva de los justos postres [1] a los que su superioridad les da “el derecho”? A estos elementos ¿es realmente sorprendente que los intelectuales escolarizados sientan un profundo y huraño ánimo hacia la sociedad capitalista y que, aunque disfracen ese descontento con razones políticamente correctas, continúe incluso en el caso en el que esas razones particulares se hayan mostrado mal fundadas?

Al decir que los intelectuales se sienten con derecho a las más altas recompensas que la sociedad puede ofrecer como lo son la riqueza económica, el estatus, etc., no estoy queriendo decir que los intelectuales las consideree como los bienes más altos. Tal vez los intelectuales valoren más las recompensas intrínsecas que la actividad intelectual tiene que ofrecer o bien la estima que viene con el reconocimiento de las eras por venir. No obstante, éstos intelectuales también se sienten con el derecho a la más alta apreciación por parte de la sociedad en general, se sienten con derecho a lo más grande y lo mejor que la sociedad pueda ofrecer, por insignificante que sea. No quiero enfatizar aquí especialmente a las recompensas que llegan hasta los bolsillos de los intelectuales o siquiera aquellas que los benefician personalmente. Al identificarse a sí mismos como intelectuales, ellos pueden estar resentidos con el mero hecho de que la actividad intelectual no se considere como la más valiosa y digna de todas ellas.

El intelectual quiere que toda la sociedad sea más contundentemente una escuela, que sea como el ambiente en el que a él le fue tan bien y en el que fue tan apreciado. Al incorporar estándares de recompensa distintos a los que tiene la sociedad en general las escuelas garantizan que algunos de sus estudiantes vayan a sufrir un descenso social más tarde en la vida real. Aquellos que están en la clase más alta de su jerarquía escolar van a sentirse con derecho a ocupar una posición elevada, no sólo en esa micro-sociedad sino en la sociedad general cuyo sistema van a resentir cuando no los trate de acuerdo a esos deseos y derechos auto-asignados. El sistema escolar por ello mismo produce una sensación anti-capitalista entre los intelectuales. Más bien, ese sistema produce una sensación anti-capitalista entre los intelectuales de las palabras. ¿Por qué los forjadores de números (numbersmiths) no desarrollan esas misas actitudes que sí desarrollan los forjadores de frases? Conjeturo que los niños que son brillantes con números, aunque tienen buenas notas en exámenes escolares relevantes, no reciben la misma aprobación y atención cara-a-cara que le dan los maestros a los niños que son brillantes con las palabras. Son las habilidades verbales las que traen aparejadas las lisonjas personales de los maestros, y aparentemente son estas deferencias las que forman especialmente ese sentido de merecimiento.

Planeación Centralizada en las Aulas

Hay un punto más que debe ser añadido. El intelectual forjador de frases (en ciernes) es exitoso dentro del sistema formal (y oficial) de escuelas, donde las recompensas relevantes se distribuyen por la autoridad central del maestro. Las escuelas contienen no obstante otro sistema social que es informal dentro de las aulas, los pasillos, los patios y canchas en donde se distribuyen asimismo recompensas por mecanismos distintos a los de la dirección centralizada (del maestro), éstos mecanismos son espontáneos y a placer de los demás compañeros de la escuela. En éstos, los intelectuales no tienen tanto éxito.

No es sorprendente por tanto, que la distribución de bienes y recompensas a través de una vía centralizada le parezca a los intelectuales como una manera más apropiada que “la anarquía y el caos” de los mercados. A la forma de distribución central y planificada de una comunidad socialista, se opone una forma de distribución capitalista, tal como se opone a la forma de distribución centralizada de los maestros, la forma de distribución en pasillos y patios escolares.

Nuestra explicación no postula que los intelectuales (en ciernes) constituyan una mayoría incluso de la clase alta académica de las escuelas. Este grupo puede estar constituido predominantemente por aquellos con unas sustanciales (pero no necesariamente prodigiosas) habilidades de ratón de biblioteca (bookish skills) junto con gracia social, una gran motivación de complacer, amigabilidad, modos para conseguir triunfos, e incluso una habilidad para jugar (y aparentar hacerlo) de acuerdo a las reglas. A esta clase de pupilos que van a ser altamente estimados y recompensados por los maestros también les irá extremadamente bien en la vida social más amplia. (Y les irá bien dentro de los confines de la sociedad informal de la escuela. Así éstos mismos no serán tan proclives a aceptar las normas del sistema escolar formal). Nuestra explicación tiene como hipótesis que los intelectuales (en ciernes) están desproporcionadamente representados por esa porción de estudiantes de nivel alto (oficial) que va a sufrir alguna movilidad a la baja. O, más bien, en el grupo que predice para sí mismo un futuro en declive. La hostilidad va a emerger antes de que salgan al mundo que es más amplio que la escuela y antes de que experimenten ya, de hecho, una disminución en su estatus, en el punto en que el buen alumno se dé cuenta de que (probablemente) le irá peor en ese mundo social más amplio de lo que le va dentro de la escuela. Esta consecuencia no deseada del sistema escolar, el ánimo anticapitalista de los intelectuales es, por supuesto, reforzado cuando los pupilos leen a intelectuales o reciben clases de intelectuales que presentan esas mismas actitudes tan anticapitalistas.

Sin duda, algunos forjadores de frases (wordsmiths) fueron pupilos gruñones y cuestionadores, y así recibieron desaprobación por parte de sus maestros. ¿Aprendieron éstos estudiantes la lección de que los mejores tenían que recibir las más altas recompensas y también, en contra de sus maestros, que ellos eran los mejores y en esa medida desarrollaron un resentimiento contra el sistema escolar de distribución de bienes? Claramente, en esta clase de asuntos que se discuten aquí y otros necesitamos datos de las experiencias escolares de parte de los que serán intelectuales forjadores de palabras en el futuro para que nuestra hipótesis sea más refinada.

Puesto como un punto general, es difícil estar en contra de la idea de que las normas de las escuelas van a afectar las creencias normativas de la gente aún fuera de las escuelas. Las escuelas, después de todo, son la más grande sociedad fuera de la familia en la que los niños aprenden a moverse, y es así que la escolarización constituye su preparación para moverse en sociedades extra-familiares. No es sorprendente que quienes resultan beneficiados por las normas del sistema escolar estén resentidos contra la sociedad que funciona con reglas distintas, mismas que no les garantizan el mismo éxito. Tampoco es sorprendente que cuando son ellos mismos los elegidos para formar la imagen que una sociedad tiene de sí misma, su autoevaluación, esa misma porción reaccione verbalmente contra la misma sociedad. Si tú diseñaras un mundo, una sociedad, no buscarías diseñarla de tal forma que los forjadores de frases, con toda la influencia que tienen, recibieran una escolarización exacerbando su hostilidad contra a las normas de la sociedad.

Nuestra explicación del desproporcionado anticapitalismo de los intelectuales se basa en una muy plausible generalización sociológica.

En una sociedad donde un sistema o institución extra-familiar, la primera a la que la gente joven llega, distribuye recompensas, aquellos que se comportan muy bien allí van a tender a internalizar las normas de esta institución y esperar a que la sociedad más amplia opere de acuerdo a estas normas; éstos van a sentirse con el derecho a que se les distribuyan porciones – de bienes económicos— de acuerdo con tales normas (al menos) en una posición relativa a aquella a la que tales normas habrían de llevarnos. Más aún, aquellos que están en la clase alta de la  jerarquía de esta primera institución extra-familiar que experimentan (o prevén que experimentarán) un relativo descenso en la sociedad más amplia van a tender, producto de su sentimiento de frustración de un derecho no respetado, a oponerse al sistema de la sociedad más amplia y a padecer de antipatía contra sus reglas.

Nótese que ésta no es una ley determinista. No todos aquellos que experimentaron un descenso social se van a volcar contra el sistema. Tal movilidad descendente es un factor que tiende a producir efectos en esa dirección, y así va a mostrarse en proporciones diferentes una vez que veamos todo de forma agregada. Podemos distinguir formas en las que la clase alta –escolar— se mueve hacia abajo: puede ser que gane menos que otro grupo o (sin que otro grupo se posicione arriba de ella) puede empatar, fallando en conseguir más que aquellos que eran considerados inferiores. Es la movilidad descendente del primer tipo la que los exaspera y subvierte; el segundo tipo les es más tolerable. Muchos intelectuales (ellos lo dicen) están a favor de la igualdad, mientras que sólo un número pequeño aboga por una aristocracia de intelectuales. Nuestra hipótesis habla del primer tipo de movilidad descendente como un tipo especialmente fructífero para producir resentimiento y hostilidad.

El sistema escolar enseña y privilegia solamente algunas de las habilidades relevantes para el éxito posterior (es, después de todo, una institución especializada) de tal forma que su sistema de recompensas diferirá de aquel que tiene la sociedad en general. Esto garantiza que algunos sufran, al pasar de la escuela a la vida real, un descenso social y las consecuencias que ello tiene. Antes dije que los intelectuales quieren que la sociedad sea más contundentemente una escuela. Ahora vemos que el resentimiento se debe a la frustración de su sentimiento de merecimiento y que éste emerge del hecho de que las escuelas (como el primer sistema especializado y extra-familiar en el que se desempeñan) no agotan la exuberancia de la sociedad.

Nuestra explicación ahora parece predecir que el (desproporcionado) resentimiento de los intelectuales escolarizados contra su sociedad es irrelevante a  la naturaleza que tenga ella, sea capitalista o comunista. (Los intelectuales se oponen desproporcionadamente al capitalismo comparado con otros grupos de estatus socioeconómico similar dentro de la sociedad capitalista. Es otro asunto el de si ellos también se oponen desproporcionadamente en sociedades no capitalistas). Claramente, por tanto, los datos acerca de las actitudes de los intelectuales de los países comunistas hacia los burócratas del partido comunista (apparatchiks) sería relevante; ¿sucederá lo mismo entre los intelectuales de los países comunistas a lo que sucede con los intelectuales de los países capitalistas?

Nuestra hipótesis necesita ser refinada de tal forma que no aplique (o no aplique fuertemente) a toda sociedad. ¿Es así que debe ser que los sistemas escolares en toda sociedad producen inevitablemente un ánimo de hostilidad contra sus sociedades por parte de los intelectuales – en ciernes— que no reciben en esas sociedades la más alta estima? Probablemente no. Una sociedad capitalista es peculiar por el asunto de que parece anunciar que está abierta y responde solamente al talento, la iniciativa individual, el mérito personal. Crecer en una sociedad de castas heredadas o una sociedad feudal destruye las expectativas de recompensa que uno puede esperar de acuerdo al valor personal. A pesar de la expectación creada, una sociedad capitalista recompensa a gente sólo en la medida en la que las personas satisfacen los deseos existentes en el mercado de otras personas; esta sociedad recompensa solamente de acuerdo a la contribución económica, no de acuerdo al valor personal. Sin importar esto, la sociedad capitalista llega suficientemente cerca de recompensar de acuerdo al valor – valor y contribución estarán muy frecuentemente entrelazados—de tal manera que se alimenta la expectativa producida por las escuelas. El ethos de una sociedad más amplia está suficientemente cerca del ethos de las escuelas de tal manera que esa cercanía crea el resentimiento. Las sociedades capitalistas recompensan los logros individuales u ofrecen hacerlo así, y así éstas abandonan al intelectual que se considera el mejor con una sensación particularmente difícil de tragar, amarga.

Otro factor, creo, juega un rol aquí. Las escuelas tenderán a producir estas actitudes anticapitalistas mientras más diversa sea la población en sus aulas. Cuando casi todos aquellos que serán económicamente exitosos asisten a escuelas separadas, los intelectuales no tendrán la idea de que son superiores a los que serán económicamente exitosos. Pero, incluso si muchos hijos de la clase alta van a escuelas distintas, una sociedad abierta contendrá escuelas que incluyan a muchos de los que van a conseguir éxito económico como empresarios, y los intelectuales van a recordar con resentimiento cómo solían ser superiores en comparación con esos compañeros que consiguieron más frutos económicos y más influencia social. La apertura de una sociedad tiene otra consecuencia también. Los pupilos, forjadores de frases en ciernes y otros, no sabrán cómo les va a ir en el futuro. Ellos pueden esperarse cualquier cosa. Una sociedad cerrada, de manera previa a todo esto, destruye estas esperanzas desde muy temprano en la vida de las personas. En una sociedad abierta y capitalista, los pupilos no se resignan pronto a los límites que puede tener su avance y movilidad social – tienen sueños y expectativas realizables—, y la sociedad parece anunciarles que los más capaces y valiosos llegarán muy arriba, sus escuelas van diciéndoles a sus estudiantes más dotados que son los más valiosos y meritorios de grandes recompensas, y después estos pupilos con la más alta motivación y sueños ven a otros de sus compañeros, a quienes sabían menos dignos de éxito, llegar más alto que ellos mismos, quitándoles incluso los mejores lugares que ellos creían que tenían derecho a conseguir. ¿Sigue sorprendiendo que tengan tal hostilidad contra la sociedad?

Algunas Hipótesis Posteriores

Hemos refinado nuestra hipótesis en cierta medida. No es simplemente que las escuelas formales sean la causa, sino que lo son las prácticas de la escolarización formal en un contexto social específico el que produce una hostilidad anti-capitalista entre los intelectuales forjadores de frases (wordsmiths). Sin duda, la hipótesis requiere una refinación mayor. Pero es suficiente. Es tiempo de pasarla a los científicos sociales, desde este sillón de estudio (armchair) donde se especuló y dársela a aquellos que se sumergirán en hechos particulares y datos. Podemos apuntar, no obstante, a algunas áreas donde nuestras hipótesis pueden tener consecuencias corroborables y predecibles. Primero, uno puede predecir que mientras más meritocrático sea un sistema escolar nacional, más probable será que los intelectuales se inclinen a la izquierda. (Considérese el caso de Francia). Segundo, aquellos intelectuales que “florecieron tarde” en la escuela, no habrán desarrollado el mismo sentido de merecimiento a las más altas distinciones; por tanto, un porcentaje más bajo de los intelectuales que florecieron tarde serán anti-capitalistas, que aquellos que florecieron desde el principio (early-bloomers). Tercero, limitamos nuestra hipótesis a aquellas sociedades (no como el caso de la sociedad India de castas) donde los estudiantes exitosos plausiblemente pueden esperar un éxito posterior comparable en la sociedad en general. En la sociedad occidental, las mujeres no han tenido hasta ahora expectativas de mejoría económica, de tal manera que no deberíamos esperar que las estudiantes que forman parte de la clase alta escolar y que hayan tenido ese descenso social – al pasar de la escuela a la vida real—, exhiban la misma hostilidad contra el capitalismo que exhiben los hombres. Podemos predecir, entonces, que mientras más se mueva una sociedad hacia la igualdad de oportunidades de empleo entre hombres y mujeres, más será que sus mujeres intelectuales exhiban la misma desproporción de anti-capitalismo que exhiben los hombres.

Algunos de mis lectores pueden dudar de esta explicación para el hecho de que los intelectuales sean anticapitalistas. Sea que tengan razón – los críticos de mi explicación—creo que un fenómeno importante ha sido identificado. La generalización sociológica que se ha establecido es intuitivamente atractiva; algo semejante a ella debe ser verdad. Algún efecto importante por tanto debe ser producido en esa porción de la población escolar que es la clase alta académica que en la sociedad más grande sufre un descenso, algún antagonismo hacia la sociedad más grande debe generarse. Y si ese efecto no es la desproporcionada oposición de los intelectuales a la sociedad ¿cuál es el efecto entonces? Empezamos con un fenómeno sorprendente que requería de una explicación. Encontramos, pienso, un factor (que una vez establecido) es tan obvio que seguro debe explicar algunos fenómenos reales.


[1] En el texto original que consulté la frase dice: “Schooled in the lesson that they were most valuable, the most deserving of reward, the most entitled to reward, how could the intellectuals, by and large, fail to resent the capitalist society which deprived them of the just deserts to which their superiority “entitled” them?” (mis negritas). Esta expresión no tiene sentido si se entiende, la palabra en negritas, como literalmente “desiertos”. En Inglés en cambio el vocablo “dessert” denota la idea de algo dulce, disfrutable, postre, más acorde con el contexto de lo que Nozick está hablando aquí: recompensas, halagos, lisonjas, adulaciones.


El artículo original se encuentra aquí. Traducido del inglés por Victor Peralta.

Este artículo es un estracto de su ensayo “Why Do Intellectuals Oppose Capitalism?” que apareció en The Future of Private Enterprise, ed. Craig Aronoff et al. (Georgia State University Business Press, 1986) y que se reimprimió en el texto también de Robert Nozick, Socratic Puzzles (Harvard University Press, 1997).

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