Entendiendo la economía “austriaca”

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[Este artículo apareció originalmente en The Freeman, febrero de 1981]

La economía “austriaca debe su nombre al hecho histórico de que fue fundada y desarrollada inicialmente por tres austriacos: Carl Menger (1840-1921), Friedrich von Wieser (1851-1926)  y Eugen von Böhm-Bawerk (1851-1914).Los dos últimos partieron de Menger, aunque Böhm-Bawerk, en particular, hizo importantes contribuciones adicionales.

La gran obra de Menger, traducida al inglés (¡pero no hasta 79 años después!) bajo el título Principles of Economics [en español, como Principios de economía política], se publicó en 1871. En el mismo año, por coincidencia, W. Stanley Jevons publicaba en Inglaterra su Teoría de la política económica [Theory of Political Economy]. Ambos autores desarrollaron independientemente el concepto ahora conocido como “utilidad marginal”. (Menger nunca usó el término. Jevons lo llamaba “grado final de utilidad”. Fue Wieser quien empleó por primera vez la palabra alemana Grenznutzen, que se traduce como “utilidad marginal”).

Pero como pocos economistas estadounidenses o británicos leen alemán, pasaron años antes de que se percibiera el grado de revolución empezada por Menger fuera de los países de habla alemana. Pues fue Menger, al reconocer más completamente las implicaciones del concepto de utilidad marginal, quien abrió nuevas vías y, por decirlo así, puso patas arriba la vieja economía clásica.

Menger insiste a lo largo de su obra en que el valor es esencialmente subjetivo y en que por tanto la economía debe ser una ciencia principalmente subjetiva. Los bienes no tienen valor propio por sí mismos. Se valoran porque ayudan a satisfacer algún deseo o necesidad humana. Una cantidad o unidad concreta de cierto bien satisfará la necesidad o deseo más intenso de un hombre. Puede asimismo querer un segundo, tercer o cuarto incremento. Pero después de que cada unidad se consuma o utilice, su deseo o necesidad de una unidad más de ese bien puede ser menos intenso y puede llegar finalmente a estar completamente satisfecho.

De esto se deduce que cada incremento de ese bien a su disposición tendrá un valor reducido para él. Pero como ninguna unidad de la cantidad total disponible de ese bien puede tener un valor mayor en el intercambio que ninguna otra (de la misma calidad), de esto se deduce que ninguna unidad valdrá más en el mercado que la unidad “final” de la oferta. Así que en una comunidad concreta el valor de intercambio de un aumento concreto de cada bien se determinará por la relación entre su cantidad disponible total y la intensidad de la necesidad o deseo humano que atienda.

Hasta aquí, esto parece poco más que un refinamiento de la vieja doctrina clásica de que valor y precio están determinados por oferta y demanda. Parece simplemente expresar esa doctrina en términos subjetivos en lugar de objetivos. Pero entonces Menger apunta algunas de sus consecuencias. Las valores de los bienes sin mutuamente interdependientes. El pan se valora porque atiende una necesidad de consumo directo. La harina se valora porque se necesita para hornear pan. El trigo se valora porque se necesita para producir harina. Arados, semillas, tierra y trabajo se valoran porque son necesarios para producir trigo y así sucesivamente.

Los valores son también interdependientes porque, por ejemplo, si falta una materia prima necesaria en combinación para la producción de un producto fina, esa falta reduce la utilidad y valor de las demás materias primas necesarias.

Los bienes deseados y listos para su uso directo son llamados por  Menger “bienes de primer orden”. Las materias primas y otros factores necesarios para producir estos son llamados “bienes de segundo orden”. Materiales, maquinaria, trabajo y otros factores necesarios a su vez para producir estos bienes de segundo orden son llamados bienes de tercer orden y así sucesivamente. Estos bienes de los órdenes segundo, tercero  y “superiores” se valoran debido a los bienes de consumo que producen.

Así que mientras que la doctrina clásica ricardiana sostenía que el valor “normal” de los bienes de consumo estaba determinado por sus “costes de producción”, la doctrina austriaca sostiene que el propio “coste de producción” se determina en definitiva por el valor de los bienes de consumo.

Estas dos doctrinas pueden reconciliarse en parte en la declaración de que aunque lo que ha costado un bien para producir no puede determinar directamente su valor, lo que costará producirlo determina cuánta cantidad del mismo se fabricará. Es el límite que pone el coste de producción sobre la cantidad total de un bien producido lo que determina su valor marginal y por tanto su precio de mercado. Así que hay una tendencia constante a que el coste marginal de producción y el precio del mercado se igualen, aunque no porque el primero determine directamente el segundo.

Debería decirse algo acerca de la aguda distinción entre el concepto ricardiano del “coste” y el austriaco. El ricardiano (y el empresario moderno) piensa en el coste como un desembolso monetario. Pero el economista austriaco tienen un concepto mucho más amplio, lo que los economistas llaman ahora costes de “oportunidad”  o costes de “oportunidad perdida”. Esos costes existen, por supuesto, no solo en los negocios, sino en todas nuestras decisiones y acciones de la vida. El coste de aprender francés en cualquier periodo concreto es la pérdida de aprender alemán o aprender menos matemáticas o renunciar al tenis o al bridge y así sucesivamente.

Menger destaca la importancia del tiempo y el papel de la incertidumbre en todo el proceso productivo. También apunta que ningún bien individual, no importa lo abundante que sea, puede mantener vida y bienestar, sino que estos dependen de la producción de combinaciones de bienes de distintos tipos en las proporciones adecuadas. Y apunta, finalmente, que el proceso de producción no puede esperarse que vaya a un ritmo adecuado sin que haya una protección adecuada de la propiedad.

El valor económico de los bienes, repito, depende de sus cantidades relativas en relación con las necesidades humanas que atienden. No depende necesariamente de la cantidad de trabajo empleada en su producción. Por citar los Principios de economía política de Menger:

Si hubiera una sociedad en la que todos los bienes estuvieran disponibles en cantidades que exceden los requerimientos de los mismos, no habría bienes económicos ni “riqueza” alguna. (…) Por tanto, tenemos la extraña contradicción de que un aumento continuo de los objetos de riqueza produciría, como una consecuencia final necesaria, una disminución de la riqueza. (pp. 109-110)

(En otras palabras, Menger apuntaba más de un siglo antes una falacia básica en las estadísticas de renta nacional ahora de moda).

El valor de los bienes deriva de su relación con nuestras necesidades y no es propio de los bienes en sí mismos. (p. 120)

La objetivización del valor de los bienes, que es enteramente subjetivo por naturaleza, ha contribuido sin embargo muy grandemente a la confusión acerca de los principios básicos de nuestra ciencia. (p. 121)

La importancia que tienen para nosotros los bienes y a la que llamamos valor es meramente imputada. (p. 139)

No hay relación necesaria y directa entre el valor de un bien y si se aplica o en qué cantidad se aplica trabajo y otros bienes de orden superior a su producción. (…) El que un diamante se encuentre fortuitamente o se obtenga en una mina de diamantes con el empleo de mil días de trabajo es completamente irrelevante para su valor. (p. 146)

Menger continúa explicando cómo obtienen su valor los bienes superiores, incluyendo los bienes de capital:

Es evidente que el valor de los bienes de orden superior está siempre y sin excepción determinado por la perspectiva de valor de los bienes de orden inferior para cuya producción sirven. (p. 150)

Describe una teoría del interés, pero que resulta vaga. En la página 156 de Principios de economía política nos dice: “Hemos llegado a una de las verdades más importantes de nuestra ciencia, la ‘productividad del capital’”

Pero destaca que esta productividad se produce solo mediante el paso del tiempo y que por tanto el valor de mercado de bienes existentes y disponibles ahora mismo es un “descuento” comparado con el valor esperado de bienes equivalentes en el futuro.

Una teoría de la preferencia temporal

Esto sugiere que Menger se inclinaba más hacia una teoría de “preferencia temporal” del interés que hacia una teoría de la “productividad”, aunque la distinción entre estas teorías no se moldeó e hizo explícita hasta la publicación de Capital e interés de Böhm-Bawerk en 1884 y su Teoría positivia del capital de 1888. Böhm-Bawerk daba un gran énfasis a la productividad superior de los procesos “indirectos” de producción y por tanto (después de una brillante demolición de las teorías de la productividad del interés) acaba ofreciendo él mismo una teoría del interés que combinaba productividad y preferencia temporal. Sin embargo hoy casi todos los “austriacos”, siguiendo a Frank A. Fetter y posteriormente a Ludwig von Mises, apoyan una teoría pura de la preferencia temporal.

Volviendo a Menger: Sus Principios de economía política presentan después una “teoría del intercambio”. En ella señala que los hombres no compran o venden o intercambian entre sí simplemente por una “propensión de los hombres al trueque”, como deducía Adam Smith, sino porque cada hombre busca maximizar sus satisfacciones intercambiando lo que valora menos por lo que valora más. De esta forma se aumenta la satisfacción de todos. Así que el intercambio es una parte integral de todo el proceso de producción. Lo que se produce es valor. Toda la teoría del precio de Menger, repito, se desarrolla sobre la base del “carácter subjetivo del valor”.

El último capítulo de los Principios de Menger trata de “La teoría del dinero”. Este no explica explícitamente temas como tipos de interés o inflación, sino que se ocupa solo de los fundamentales, especialmente el origen y la evolución del dinero: “El dinero no es el producto de un acuerdo por parte de hombres economizadores ni el producto de actos legislativos. Nadie lo inventó” (p. 262). Evolucionó del trueque. Como pasaba a menudo que A y B tenían y estaban dispuestos a ofrecer exactamente lo que otro quería, empezó a tener lugar el trueque triangular e indirecto. Los hombres ofrecían primero sus bienes especializados a cambio de bienes más “comercializables” más ampliamente deseados, con la esperanza de que podrían a su vez intercambiarlos por los bienes concretos que querían ellos mismos. Como consecuencia, estos bienes más “vendibles” se hacían aún más vendibles debido a su demanda adicional. El más vendible de todos acabó convirtiéndose en “dinero”. Históricamente, han servido como dinero todo tipo de bienes, aunque posteriormente se llegó a monedas de pesos concretos de cobre, plata u oro.

El dinero no es una “medida de valor”, aunque es legítimo calificarlo como una medida de precio. Es el único producto en el que pueden evaluarse todos los demás sin procesos indirectos. Es la forma más apropiada en la que la gente puede ahorrar y almacenar parte de su riqueza. El derecho de acuñación se ha dejado por lo general a los gobiernos, a pesar de que “hayan utilizado incorrectamente tan a menudo y tan grandemente su poder” (p. 283).

Puede parecer que he dedicado una cantidad desproporcionada de espacio a Menger, pero las contribuciones especiales de la economía austriaca pueden apreciarse más claramente, me parece, si empezamos extendiéndonos con algún detalle sobre las de su originador.

El primer sucesor importante de Menger como economista “austriaco” fue Friedrich von Wieser, quien, a partir de 1884, publicó varios libros desarrollando, redondeando y refinando la teoría del valor de Menger, aclarando especialmente problemas de coste, “imputación” y distribución.

El siguiente gran sucesor fue Eugen von Böhm-Bawerk, a cuyas innovadoras contribuciones en Capital e interés, de 1884, y Teoría positiva del capital, de 1888, ya nos hemos referido. Además, Böhm-Bawerk escribió una brillante demolición de El capital de Marx en 1896, en una obra comparativamente breve traducida por primera vez al inglés bajo el título Karl Marx and the Close of His System [Karl Marx y el fin de su sistema]. En este ensayo Böhm-Bawerk exponía particularmente las falacias de la teoría del valor trabajo de Marx y sus teorías de la “explotación”, que este había deducido como supuesto corolario a partir de errores de Ricardo. Debería destacarse que fue el análisis de la economía austriaca lo que hizo tan concluyente la refutación de Marx por Böhm-Bawerk. Ninguna refutación basada en supuesto de la vieja economía clásica podría haber sido tan devastadora.

Después de la muerte de sus tres fundadores (Menger, Wieser y Böhm-Bawerk), la economía austriaca estuvo eclipsada durante mucho tiempo. No fue tanto refutada como olvidada. Los economistas de habla inglesa empezaron a dedicarse a asuntos como el tratamiento matemático de problemas de “equilibrio general”. La opinión austriaca se reavivó principalmente por un hombre, austriaco por nacimiento y “austriaco” por convicción: Ludwig von Mises (1881-1973). Hizo que su influencia se sintiera tanto en sus libros escritos como en sus enseñanzas orales. Entre sus primeros alumnos y seguidores ilustres estuvieron Gottfried Haberler, Fritz Machlup, Oskar Morgenstern, Lionel (ahora Lord) Robbins y el más influyente de todos, F.A. Hayek (n. 1899).

Ludwig von Mises fue prolífico, pero sus contribuciones principales se realizaron en tres obras maestras, Fueron La teoría del dinero y del crédito, publicada por primera vez en alemán en 1912; Socialismo, también publicada por primera vez en alemán en 1922 y La acción humana, que derivó de una primera versión en alemán que apareció en 1940, pero no fue publicada en su versión en inglés reescrita por el propio Mises hasta 1949.

Mises, sobre la acción humana

Aunque ahora hay un gratificante número de jóvenes economistas estadounidenses capaces que escriben siguiendo la tradición austriaca, La acción humana sigue siendo la presentación más completa, poderosa y unificada de la economía austriaca en un solo tomo. Mises siempre reconoció generosamente su deuda con sus predecesores. Recordaba en una breve autobiografía (Notes and Recollections, 1978) que en las navidades de 1903 leyó los Principios de economía política de Menger por primera vez. “Fue la lectura de este libro”, escribía, “lo que hizo de mí un ‘economista’”.

Me llevaría mucho espacio detallar y explicar todas las contribuciones a la economía que hizo Mises y me contentaré con mencionar solo dos. Fue el primero en probar que al socialismo le era imposible llevar a cabo el “cálculo económico” e hizo una de las contribuciones más importantes de cualquier economista hacia la solución del problema del “ciclo económico”.

Como Mises rechazaba tan inflexiblemente el intervencionismo del gobierno en todas sus formas, adquirió una reputación de “extremista del laissez faire” durante la mayor parte de su vida y fue escandalosamente olvidado por la mayoría de los economistas académicos. Pero como Hayek desarrolló sus ideas de una manera más conciliadora, sus escritos atrajeron más atención del mundo académico y salto a la fama en 1931 con su propia contribución a la teoría del ciclo económico, Precios y producción, siguiendo líneas similares a las de Mises. El resultado puede llamarse la teoría de “Mises-Hayek”.

Hayek es también un escritor prolífico, pero aunque ha escrito libros sobre dinero, ciclo económico, inflación y Teoría pura del capital (1941), nunca ha intentado escribir un libro completo sobre principios económicos. En los últimos años a dedicado su atención principalmente a los ámbitos de la política, la ética y el derecho y ha escrito tratados profundos y ampliamente discutidos sobre Los fundamentos de la libertad (1960) y una obra en tres tomos, Derecho, legislación y libertad, completada en 1979. Ha sido más ampliamente influyente en toda su vida que Mises y recibió el premio Nobel de economía en 1974.

El grupo actual de jóvenes fervorosos “austriacos”, aunque todos reconozcan su gran deuda con Mises, no trata su La acción humana como la palabra final sobre el tema, sino que está explorando todo un rango de problemas económicos con nuevo vigor. Murray Rothbard (n. 1926), un alumno de Mises, produjo un tratado en dos tomos, El hombre, la economía y el estado (1962), siguiendo líneas misesianas, con una notable claridad de exposición y haciendo importantes contribuciones propias, apuntando, por ejemplo, las falacias de las teorías prevalecientes del “precio de monopolio”.

Israel M. Kirzner (n. 1930), profesor de economía en la Universidad de Nueva York, otro antiguo alumno de Mises, aunque no haya escritos un libro completo de “principios”, ha explorado problemas individuales en cinco libros distintos: The Economic Point of View (1960), Market Theory and the Price System (1963), An Essay on Capital (1966), Competencia y empresarialidad (1973) y Perception, Opportunity, and Profit (1979). Su obra se distingue por una gran erudición, rigor sistemático y precisión en los términos. Ha proporcionado más claridad a todos los problemas de los que se ha ocupado.

Finalmente, ninguna referencia a escritores individuales sería adecuada si no incluyera al profesor Ludwig M. Lachmann (n. 1906). Aunque es uno de los más originales y profundos de entre los economistas austriacos vivos, su obra aún no se ha aproximado al reconocimiento que merece. Entre sus libros principales están Capital and Its Structure (1956; reimpreso en 1978), The Legacy of Max Weber (1971) y Capital, Expectations, and the Market Process (1977).

Sus escritos son notables por su énfasis en el papel de las expectativas y su completa aplicación de un “subjetivismo radical”.

Las restricciones de espacio solo me permiten listar los nombres de media docena de una grupo creciente de importantes economistas “austriacos”: S.C. Littlechild, Gerald P. O’Driscoll, Jr., Mario J. Rizzo, Hans Sennholz, Sudha R. Shenoy y Lawrence H. White. Pero una lista tan arbitrariamente corta debe omitir injustamente varios nombres.

Los economistas “austriacos”, más coherentemente los de cualquier otra escuela, han criticado casi todas las formas de intervención pública en el mercado, especialmente inflación, controles de precios y planes para redistribución de riqueza o rentas, porque saben que estas siempre llevan a erosiones de incentivos, distorsiones de producción, escaseces, desmoralización y consecuencias similares deploradas incluso por los originadores de los planes. Pero los juicios personales de valor de la política pública, por supuesto, no son una parte esencial de la teoría austriaca.

La actualmente vigorosa Escuela Austriaca no se contenta simplemente con seguir reexponiendo los principios desarrollados por Menger y Mises, sino que se ocupa constantemente de nuevos problemas o explora con más detalle los viejos. Esto es muy evidente en un libro reciente, New Directions in Austrian Economics (1978), editado por Louis M. Spadaro, con contribuciones de 11 escritores. El propio profesor Spadaro, en su ensayo de conclusión, señala algunos de los problemas aún no resueltos que los austriacos tendrían que explorar. Sin embargo, en cierto modo, prácticamente las 11 contribuciones hacen lo mismo.

He oído que alguien (un economista de otra escuela) dijo que no existe la economía austriaca: solo hay economía buena o mala. Pero de la misma manera podríamos decir que no existe la economía ricardiana, la economía marxista, la economía keynesiana y así sucesivamente. Este tipo de declaración, aunque verdad en cierto sentido, es falsa en otro. Es mentirosa en deducir que si algo se clasifica de acuerdo con una característica no puede clasificarse de acuerdo con ninguna otra. Es como decir que no hay personas estadounidenses o japonesas: solo hay hombres y mujeres. Los que se llaman “austriacos” a sí mismos se dan este calificativo debido a sus orígenes históricos, pero resultan también creer que sus tesis fundamentales son ciertas y son  más prometedoras que ninguna otra para un mayor progreso de la ciencia económica.

Tal vez deba decirse algo acerca de las diferencias principales actuales entre economía austriaca y lo que podemos llamar economía “ortodoxa” o “de la corriente principal”. La dificultad aquí es que la propia economía  “ortodoxa” sería difícil de definir. Los economistas siguen divididos en varias “escuelas” reconocibles: neoclásicos, keynesianos, la Escuela de Chicago, la Escuela de Lausana y así sucesivamente. Los límites de espacio me impiden dedicarme a las doctrinas que distinguen a cada una de estas escuelas. Pero una diferencia destacada de los austriacos frente a todas ellas se encuentra en el método de razonamiento. Los austriacos destacan el individualismo metodológico. Es decir, no solo empiezan destacando acciones, preferencias y decisiones humanas, sino acciones, preferencias e iniciativas individuales. A los economistas ortodoxos les preocupa la “macroeconomía”, con medias y agregados y los de la Escuela de Lausana, tratando de reducir la economía a una ciencia “exacta” y, por tanto, buscando cuantificar todo, se obsesionan con complicadas ecuaciones matemáticas que tratan de estipular las condiciones de “equilibrio general”.

Ahora el “equilibrio general” es definido por estos economistas (cuando lo hacen) en expresiones muy abstractas y oscuras, pero para el hombre medio podría definirse como una condición en la que todas las decenas de miles o millones de productos y servicios se convierten en las cantidades y proporciones exactas en las que son deseadas relativamente por productores y consumidores, de forma que no haya “escasez” ni “exceso”. Todos los precios reflejan costes y no hay más beneficio en fabricar un producto que otro. (De hecho, no hay beneficio “puro” en absoluto). Estos economistas admiten que no existe esta condición en ningún momento, pero responden que hay una tendencia a largo plazo hacia el equilibrio, porque cuando hay un beneficio inusual sobre algún producto, los productores fabricarán más de este y cuando hay una pérdida sobre otro producto, los productores fabricarán manos de este o se trasladarán a fabricar algún otro.

Ahora bien, el concepto de equilibrio (o mejor, el concepto de Mises de una “economía en rotación constante”) puede tener mucha utilidad como una herramienta de pensamiento. A menudo no es más fácil analizar los problemas del cambio si empezamos con la suposición ficticia de un estado de cosas en el que ciertos cambios se eliminan hipotéticamente. Pero es una construcción puramente imaginaria, una ficción útil. Nunca debería confundirse con la realidad.

Mientras que un “equilibrio” entre el coste marginal de producción y el precio de mercado de cualquier producto es una condición que se alcanza raras veces, aunque sea momentáneamente, un “equilibrio general” en producción relativa, precio de oferta y precio de demanda de todos los productos y servicios es una condición que nunca se alcanza, ni siquiera por un instante.

El propio concepto es extremadamente nebuloso. Los economistas neoclásicos parece hoy obsesionados con establecer complicada ecuaciones algebraicas que estipulen las condiciones de equilibrio o relaciones funcionales bajo “competencia perfecta” y similares, pero es difícil especificar precisamente qué significan su x e y. No pueden referirse a cantidades físicas, porque no puedes sumar manzanas a caballos o una tonelada de relojes de oro a una tonelada de arena. Podrían sumarse o compararse cantidades de precios temporales, pero ¿qué significado tendría el total o cualquier de los sumandos? El precio, incluso el de un producto, difiere de hora en hora, de lugar en lugar y de transacción en transacción. El valor del propio dinero fluctúa y cambia constantemente su tipo de cambio por productos. Si simplemente sumamos o comparamos “valores”, debemos reconocer entonces que los valores son puramente subjetivos. Son imposibles de medir o totalizar porque difieren con cada individuo.

Si sobrepasamos estas dificultades fundamentales, ¿a dónde llegamos? Incluso  si suponemos que puede haber una tendencia persistente a largo plazo hacia un equilibrio general, debemos admitir que también hay una persistente a corto y largo plazo hacia la persistencia de desequilibrio.

No es solo porque haya una tendencia de los empresarios, al aumentar o reducir la producción en respuesta al mercado y las señales de beneficios, a sobrepasar la marca, sino porque los empresarios individuales, lejos de dar respuestas meramente automáticas, están obteniendo constantemente nuevo conocimiento, alerta ante nuevas oportunidades, cambiando métodos o reduciendo los costes de producción, mejorando, productos, innovando, sacando productos o inventos completamente nuevos. Y también los consumidores están constantemente aprendiendo, cambiando gustos, y reclamando nuevos productos para atender nuevos deseos. Así que los economistas austriacos rara vez hablan de equilibrio de mercado, sino más bien de procesos de mercado.

Mi propia sospecha es que la enorme atención de se dedica ahora a estipular las condiciones matemáticas de “equilibrio general” es seguir una quimera, de dudosa ayuda para resolver cualquier problema económico real.

Pero el espacio me impide continuar con contrastes demasiado detallados. Dejadme resumir brevemente las principales tesis austriacas, esta vez no con mis propias palabras o con las de Menger, sino las de dos eminentes “austriacos” vivos.

“Iniciada en la década de 1870 en Viena, Austria”, escribe el profesor Kirzner, “la escuela se distingue por su énfasis en los elementos subjetivos en el análisis económica, en la importancia del tiempo en los procesos de producción y en el papel del error y la incertidumbre  en los fenómenos económicos”. (Las cursivas son suyas).

El resumen del profesor Lachmann es notablemente similar:

La primera y más importante característica en la economía austriaca es un subjetivismo radical, hoy ya no confinado a las preferencias humanas, sino extendido a las expectativas. (…) En segundo lugar, la economía austriaca muestra una aguda conciencia de las muchas facetas del tiempo que implica la compleja  red de relaciones interindividuales. (…) En la revolución subjetiva de la década de 1870, el primer paso en la dirección del subjetivismo se tomó cuando se apreció que el valor, lejos de ser propio de las cosas, constituye una relación entre una mente apreciativa y el objeto de su aprecio. (New Directions in Austrian Economics, pp. 1-3)

Todo el resto de la economía austriaca deriva de estas ideas básicas. Dejadme concluir con mi propia opinión de que ningún análisis económico que no incluya esas ideas puede ser completamente sólido.

Lecturas recomendadas

Quienes no tengan ningún conocimiento previo de la economía austriaca y les gustaría un texto corto y sencillo explicado siguiendo las líneas austriacas podrían empezar con Diez lecciones de economía, de Faustino Ballvé (126 páginas). Una introducción más avanzada y bastante reciente (1979) que explica específicamente el punto de vista austriaco es The Fallacy of the Mixed Economy, de Stephen C. Littlechild (85 páginas; San Francisco, Calif.: Cato Institute).

Sorprendentemente, los Principios de economía política originales, publicados por primera vez en 1871 por Carl Menger, el fundador de la economía austriaca (328 páginas), siguen siendo una introducción excelente. Muy legible y no demasiado técnica a los principios básicos de la escuela.

Por supuesto, la obra más acreditada y completa sobre la teoría austriaca moderna es La acción humana, de Ludwig von Mises. Algunos pueden encontrar difícil de leer. Una obra muy clara en dos tomos escrita 13 años después de La acción humana es El hombre, la economía y el estado, de Murray N. Rothbard.

Para el lector interesado en los últimos avances en la economía austriaca, puedo recomendar sobre todo dos libros: Uno es The Foundations of Modern Austrian Economics, editado por Edwin G. Dolan, que contiene contribuciones de media docena de autores (1976). El otro es New Directions in Austrian Economics, editado por Louis M. Spadaro con contribuciones de 11 autores (1978).

La mayoría de estos libros ya se han mencionado en el texto. El lector puede también consultar con provecho otros mencionados aquí, especialmente los libros de Kirzner y Lachmann.


Publicado el 27 de julio de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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