Desinflando el mito de la deflación

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El miedo a la deflación sirve como justificación teórica a toda acción inflacionista tomada por la Reserva Federal y los bancos centrales en todo el mundo. Por eso la Reserva Federal tiene como objetivo una tasa de inflación del 2% y no del 0%. Por eso, en buena medida, la Reserva Federal, ha más que cuadruplicado la oferta monetaria desde agosto de 2008. Y es notable por ser un gran mito, pues no hay nada propiamente peligroso o dañino en la deflación.

A la deflación la temen, no solo los seguidores de Milton Friedman (de la llamada Escuela Monetarista de Chicago), sino también por economistas keynesianos. El ilustre keynesiano Paul Krugman, en un artículo de 2010 en el New York Times, titulado “Por qué es mala la deflación”, citaba a la deflación como causa de una caída en la demanda agregada, ya que “cuando la gente espera que los precios bajen, está menos dispuesta a gastar y en particular menos dispuesta a tomar prestado”.[1]

Supuestamente cree que este retraso en el gasto dura perpetuamente. Pero sabemos por experiencia que, incluso ante caídas de precios, personas y negocios, en algún momento, seguirán comprando el bien o servicio en cuestión. El consumo no puede desaparecer eternamente. Vemos esto todos los días en el sector de la informática y la electrónica: el valor de usar un iPhone durante los próximos seis meses es mayor que el ahorro de retrasar su compra.

Otro argumento común en la difamación de la deflación se refiere a las ganancias. Con los precios bajando, ¿cómo pueden los negocios obtenerlas al apretarse los márgenes de beneficio? Pero los márgenes, por definición, resultan de los precios de venta y los costes. Si los costes (que después de todo, son precios) también caen en la misma magnitud (y no hay razón para que no lo hagan), las ganancias no se ven afectadas.

Si la deflación no afecta ni a la demanda agregada ni a las ganancias, ¿cómo causa recesiones? No las causa. Examinar cualquier periodo recesionista posterior a la Gran Depresión llevaría a esta conclusión.

Además, la experiencia económica estadounidense durante el siglo XIX es aún más reveladora.

Por dos veces, mientras se experimentaba un crecimiento económico sostenido e importante, la economía estadounidense “soportó” periodos deflacionistas del 50%.[2] ¿Pero qué pasa con la “prueba estadística” ofrecida por Friedman en Una historia monetaria de Estados Unidos? Varios economistas de la Reserva Federal han completado un estudio más sólido en el que concluye:

El único episodio en el que encontramos evidencias de una relación entre deflación y depresión es la Gran Depresión (1929-34). No encontramos prácticamente ninguna evidencia de esa relación en ningún otro periodo. (…) Los sorprendente es que en casi el 90% de los casos de deflación no tuvieron depresión. En un contexto histórico amplio, más allá de la Gran Depresión, la idea de que deflación y depresión están relacionadas prácticamente desaparece.[3]

Si la deflación no causa recesiones (o depresiones, como se conocían antes de la Segunda Guerra Mundial), ¿qué las causa? ¿Y por qué se presentó de forma tan destacada durante la Gran Depresión? Según los economistas de la Escuela Austriaca, las recesiones comparten el mismo origen: la inflación artificial de la oferta monetaria. Las consiguientes “malas inversiones” causadas por tipos de interés rebajados sintéticamente se aprecia cuando los tipos de interés retornan a su nivel natural determinado por la oferta y demanda de ahorro.

En la recesión resultante, si se impagan o refinancian préstamos basados en reserva fraccionaria, si un banco central contrae la oferta monetaria o si la demanda de dinero aumenta significativamente, puede aparecer deflación. Sin embargo, lo más frecuente es que se experimente inflación (o al menos no deflación), ya que los banqueros centrales expanden frenéticamente la oferta monetaria a la vista de una recesión. Así que la deflación, un síntoma ocasional, ha sido injustamente calumniada como una fuente recesionista.

Pero los banqueros centrales actuales no comparten esta creencia. En 2002, Ben Bernanke opinaba que “una deflación sostenida puede ser altamente destructiva para una economía moderna y debería resistirse vigorosamente”.[4] La actual presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, comparte sus preocupaciones:

Es concebible que esta muy baja inflación pueda convertirse de una abierta deflación. Peor aún, si la deflación se intensificara, podríamos encontrarnos en una devastadora espiral en la que los precios caen a un ritmo cada vez mayor y la actividad económica se hunde cada vez más.[5]

Ahora, no atados a ninguna limitación por un patrón oro y cargados con una deuda pública masiva, en cualquier escenario posible en que se enfrente al fantasma de la deflación contra los estragos de la inflación, las filias y fobias de los banqueros centrales elegirán esta última. La decisión es tan inevitable como devastadora.


[1] Krugman, Paul. “Why is Deflation Bad?” The Conscience of a Liberal. The New York Times. 2 de agosto de 2010.

[2] McCusker, John J. “How Much Is That in Real Money?: A Historical Price Index for Use as a Deflator of Money Values in the Economy of the United States”. Proceedings of the American Antiquarian Society, Volumen 101, Parte 2, Octubre de 1991, pp. 297-373.

[3] Atkeson, Andrew y Kehoe, Patrick. Federal Reserve Bank of Minneapolis. Deflation and Depression: Is There an Empirical Link? Enero de 2004.

[4] Bernanke, Ben. “Deflation: Making Sure ‘It’ Doesn’t Happen Here”. Comentarios del gobernador Ben S. Bernanke ante el National Economists Club, Washington, D.C. 21 de noviembre de 2002.

[5] Yellen, Janet. A View of the Economic Crisis and the Federal Reserve’s Response Presentation to the Commonwealth Club of California. San Francisco, CA 30 de junio de 2009.


Publicado el 2 de abril de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí:.

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