Los mitos de la democracia – Mito 10

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La democracia promueve la paz y ayuda a luchar contra la corrupción

En el ámbito internacional, los estados democráticos son casi por definición buenos, mientras que el resto son malos. ¿No son las democracias amantes de la paz? Bueno, no exactamente. Con demasiada frecuencia, las democracias demuestran ser bastante belicistas. Estados Unidos, la democracia más poderosa del mundo, ha empezado docenas de guerras. El gobierno americano ha instigado numerosos golpes de estado, habiendo derrocado gobiernos, apoyado a dictadores (Mobutu, Suharto, Pinochet, Marcos, Somoza, Batista, el Shah de Irán, Saddam Hussein y otros) y bombardeado civiles inocentes, incluso con bombas atómicas. En la actualidad, Estados Unidos tiene tropas en más de 700 bases militares en más de cien países, gastando en «defensa» aproximadamente tanto como todo el resto del mundo junto.

La democrática Gran Bretaña inventó los campos de concentración (en Sudáfrica) y fue la primera en reprimir la oposición nacionalista en sus colonias mediante bombardeos aéreos y la destrucción de pueblos enteros (en Irak en la década de 1920). El imperio británico democrático suprimió un gran número de revueltas por la independencia en sus colonias, como en Afganistán, India y Kenia. Inmediatamente después de haber sido liberada por los Aliados de los Nazis, la democrática Holanda emprendió una guerra en Indonesia contra la gente que quería ser independiente. Francia hizo lo mismo en Indochina. Países democráticos como Bélgica y Francia han llevado a cabo muchas guerras sucias en África (como en el caso del Congo Belga o Argelia). Los Estados Unidos están actualmente librando guerras en Irak y Afganistán, lo que va acompañado de la tortura de miles de víctimas inocentes.

Una variante de este mito sostiene que las democracias no se declaran la guerra entre sí. Margaret Thatcher, antigua primera ministra británica, dijo eso mismo («las democracias no entran en guerra las unas con las otras») durante una visita a Checoslovaquia en 1990 y Bill Clinton dijo lo siguiente en un discurso al Congreso Americano en 1994: «Las democracias no se atacan entre sí». Esto implica que todas las guerras que las democracias han librado han estado más o menos justificadas, porque no fueron dirigidas contra otras democracias, y que, si todo el mundo fuera democrático, se acabarían las guerras.

Ahora bien, es cierto que desde la Segunda Guerra Mundial un gran número de países «occidentales» –que casualmente también son «democracias»– se han unido a la OTAN y muestran poca tendencia a atacarse entre sí. Pero esto no significa que tenga que ver con la democracia o que, históricamente, las democracias hayan sido pacíficas las unas hacia las otras.

En la antigua Grecia democrática las ciudades-estado entablaban guerras entre sí con regularidad. En 1898, Estados Unidos y España se enfrentaron en una guerra. La Primera Guerra Mundial se luchó contra una Alemania que no era menos democrática que Gran Bretaña o Francia. La India democrática y el Pakistán democrático se han enfrentado varias veces desde 1947. Estados Unidos ha apoyado golpes de estado antidemocráticos contra gobiernos elegidos democráticamente en Irán, Guatemala y Chile. Israel ha estado en guerra con países democráticos como el Líbano y la Franja de Gaza. La Rusia democrática recientemente luchó una batalla contra la democrática Georgia.

La razón por la que las democracias occidentales modernas no han librado guerras entre sí tras la Segunda Guerra Mundial tiene que ver con circunstancias históricas muy específicas, sobre la base de las cuales es difícil derivar conclusiones generales. La razón más importante es que se unieron en una alianza militar, la OTAN.

También existe una «ley» que mantiene que «ningún estado en el que exista un McDonald´s combate en una guerra contra otro». Esto pareció correcto por mucho tiempo, hasta que la OTAN bombardeara Serbia en 1999 (contraejemplos más tardíos son la invasión de Líbano por Israel y el conflicto entre Rusia y Georgia). Pero esto significa tan poco como las declaraciones de Clinton y Thatcher.

Se podría argumentar que la democracia ha llevado a la intensificación de los conflictos armados. Antes de que la democracia se hiciera popular, hasta el siglo XVIII, los reyes combatían en las guerras con ejércitos de mercenarios. No existía el servicio militar obligatorio y la gente no tenía que pelear u odiar a otras naciones.

Con el auge de los estados democrático-nacionalistas esto cambió. En todos los países democráticos, se introdujo el servicio militar obligatorio general, empezando por Francia en la Revolución Francesa. La población entera fue movilizada para pelear contra los pueblos de otros países. Los reclutas podían usarse de forma sencilla como carne de cañón, pudiendo ser reemplazados por nuevos reclutas.

Puede parecer injusto equiparar la democracia al nacionalismo, pero ambas ideologías se hicieron populares de forma simultánea por una razón. Democracia significa gobierno del «pueblo». Esta noción claramente alberga tendencias nacionalistas. Con los «derechos» democráticos vienen los deberes democráticos. Tienes derecho a votar y por tanto, la obligación de pelear por la defensa de tu país.

No hay que olvidar que la desastrosa Primera Guerra Mundial –que allanó el camino para los estados totalitarios del siglo XX y la Segunda Guerra Mundial– fue librada por países democráticos o semidemocráticos. La Primera Guerra Mundial tuvo lugar en Europa después de que el nacionalismo democrático hubiera reemplazado en gran medida al pensamiento liberal clásico.

También en Estados Unidos la tendencia bélica vino con los demócratas progresistas, quienes empezaran a dominar la opinión pública al final del siglo XIX. Estados Unidos participó en la Primera Guerra Mundial bajo el famoso eslogan del Presidente Wilson «para hacer el mundo seguro para la democracia». Si los estadounidenses se hubieran mantenido fieles a los principios liberales «aislacionistas» de los padres fundadores, Estados Unidos no hubiera entrado en la Primera Guerra Mundial. Entonces, la guerra habría probablemente acabado indecisa. En ese caso, los aliados no habrían podido forzar el gravoso Tratado de Versalles a los alemanes, Hitler podría no haber llegado al poder y la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto podrían no haber sucedido nunca.

La democracia tampoco trae necesariamente más «transparencia» o responsabilidad, como se suele afirmar. En efecto, el hecho de que los políticos necesiten votos para ser elegidos fomenta la corrupción. Estos requieren hacer algo por sus constituyentes para ganar votos. Este tipo de corrupción se encuentra particularmente extendido en Estados Unidos, el país de la política pork barrel (una forma de clientelismo). Los políticos estadounidenses normalmente no se detienen ante nada para ganar fondos federales o programas para su estado o distrito. Más aún, tienden a ser peones de lobbies poderosos, de quienes obtienen el dinero para sus costosas campañas electorales. Además, las «puertas giratorias» de Washington se han hecho famosas, con gente poderosa saltando de la política a los negocios (o al ejército) y de vuelta sin ningún tipo de escrúpulo.

Otros países democráticos muestran formas similares de corrupción. En los países en desarrollo, la democracia va casi siempre de la mano de la corrupción. Lo mismo ocurre en países como Rusia, Italia, Francia o Grecia. La corrupción es casi inevitable allí donde el Estado tiene mucho poder, independientemente del sistema político, y eso ciertamente incluye a la democracia.


Traducido del inglés por Celia Cobo-Losey R. Puede comprar el libro aquí.

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