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La atención sanitaria y la tienda de caramelos llamada socialismo

Hace unos 27 años, estuve dos semanas en Yugoslavia, el supuesto paraíso de los trabajadores aunado por el brazo fuerte del mariscal Tito. Y, si mal no recuerdo, el país era una rebosante tienda de caramelos, una delicia para un estudiante goloso de secundaria. ¿Socialismo como tienda de caramelos? Sin duda. Pero hay que considerar la pregunta y su respuesta en su contexto.

Sabemos apodícticamente que el socialismo no puede asignar recursos eficientemente. Pero también sabemos que el socialismo puede producir y lo hace. Esto es verdad aunque la sociedad se estructure bajo las líneas del socialismo alemán, soviético o democrático. En las tres formas, los bienes se producen para el consumo de las masas. Y algunos de esos bienes son dulces.

Mi estancia en Yugoslavia se centró en un pueblo acerero del norte llamado Ravne na Koroškem, en lo que hoy es Eslovenia. Nos acomodamos con una familia que tenía unos pocos apartamentos a nivel de calle para alquilar, compartiendo todos una pequeña cocina común y un baño. Las condiciones eran (por ser amables con la familia) básicas, como mínimo. La cocina tenía varias sillas pequeñas, una mesa y alguna cubertería. Los pequeños dormitorios no tenían más que una cama demasiado blanda, espejo, cómoda y silla. Los suelos estaban solados y eran fríos. Y las ventanas casi opacas de color amarillento tenían cortinas raídas. Fuera del Partido, esto era una buena vida en el paraíso de Tito. Y apenas era vida.

A un corto paseo desde la casa estaba la tienda local Nama, o más bien diría la tienda de caramelos. El exterior era limpio y blanco, pero el interior era oscuro y sórdido, con una excepción, la zona de confitería. El pan, duro e insulso, se vendía por centímetros y los pocos filetes de carne en el mostrador de carnicería se veían grises e incomibles. ¿Huevos? ¿Papel higiénico? ¿Fruta fresca? No había. ¿Pero quién buscaba eso? Especialmente cuando tienes 13 años y estás delante de estanterías repletas de brillantes cajas de galletas, caramelos y zumos sobreazucarados, y todo delicioso. ¿Y el precio? Muy barato.

Por supuesto, los niños no son los únicos a los que les gustan las cosas dulces. Una y otra vez oigo a los adultos dar su versión de la tienda de caramelos llamada socialismo. Sin embargo, para ellos, no se tratar de confitería. Se trata de atención sanitaria.

Las historias son todas bastante similares, acerca de viajes a salas de urgencia europeas en las que las esperas son cortas y abundan los doctores y las enfermeras. ¿Y el precio? ¿Quién puede quejarse por lago gratis o casi gratis? Bueno, gratis o casi gratis para ellos, en todo caso.

Y dadas estas experiencias reales, ¿sorprende que la gente que vuelve defienda la medicina socializada? ¿Sorprende que un chico de las colinas del norte de Pittsburgh siga recordando un zumo tan deliciosamente dulce y espeso y galletas tan deliciosamente afrutadas y frescas?

Pero los tipos que defienden la medicina socializada siempre están repitiendo historias de visitas para simples casos de gripe u otras enfermedades relacionadas con los viajes. Lo que se ve es la extrema abundancia de atención a ese nivel. Es el azúcar, por decirlo así. Lo que no se ven son otros tipos de atención. La carne, los huevos, etc. Y aquí es donde los fallos de la medicina socializada son tan evidentes como la falta de comida nutritiva en la tienda yugoslava.[1]

Las historias de los viajeros muestran panoramas distintos de las que cuenta la gente que vive en países con medicina socializada. Muchos de estos tipos (los que buscan carne) se quejan o bien de la indisponibilidad de atención o de las listas de espera que exceden la expectativa de vida que quienes sufren la enfermedad.

Así que acabamos oyendo historias contradictorias: unas de los visitantes asombrados por los caramelos y otras de los residentes que se quejan de la falta de carne. Y ambos tienen razón.

¿Puede una sociedad (o un sector de la economía), organizado bajo el socialismo, asignar recursos eficazmente? No. ¿Puede producir estanterías repletas de azúcar en tiendas lúgubres sin productos de primera necesidad? Por supuesto. ¿Y puede sobre dimensionar servicios de urgencia como medio para satisfacer ansias de atención sanitaria a corto plazo, aunque necesidades esenciales a largo plazo se queden sin atender? Indudablemente, con ejemplos abundantes. ¿Puede alguna vez equilibrar ambos? ¿Y puede equilibrar ambos junto con todos los demás bienes y servicios deseados? No en este mundo de escasez. Así que no en este mundo en absoluto.

Bastiat y Hazlitt pusieron por delante la idea de lo que no se ve por razones importantes. Es esencial que lo que no se ve se incluya en cualquier consideración de la situación. Y esto es verdad incluso cuando, como yo a los 13 años, se quiere dejar de mirar las estanterías sucias y vacías para centrarse en el oasis del azúcar.


[1] Nuestra familia anfitriona podía producir un banquete cuando nos invitaba a cenar. Pero esa comida no se compraba mediante medios legales.


Publicado el 8 de mayo de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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