En Suiza el 18 de mayo hubo una votación para establecer un salario mínimo que habría sido un récord mundial de 25$ la hora: el voto fue rechazado abrumadoramente con un voto estimado del 76% en contra.
Como informaba USA Today, ha habido opiniones sonadas en ambos sentidos. Luisa Almeida, un inmigrante portuguesa que trabaja en Suiza, decía que estaba en contra del aumento, porque, según ella, “si mi jefe tuviera que pagarme más dinero, no podría mantenerme y perdería mi empleo”. Además, aunque Suiza no tiene actualmente leyes respecto de los salarios mínimos, Luisa decía que ya ganaba más de lo que habría conseguido en su casa en Portugal (donde el salario mínimo es de 4,19$ la hora).
Por otro lado, el economista sénior en el Grupo de Salarios de la Organización Internacional del Trabajo en Ginebra, Patrick Belser, argumentaba que “la experiencia internacional ha demostrado que los salarios mínimos pueden impedir la explotación laboral sin tener ningún efecto negativo en la economía”, pero que tal vez el nivel propuesto podría ser demasiado alto.
Aparte de ese lenguaje tan cargado emocionalmente (ya que la misma palabra “explotación” es inapropiada cuando se indican relaciones voluntarias entre individuos), Belser no dice cómo puede distinguir entre salarios demasiado bajos o demasiado altos y salarios que estén bien.
De hecho, si se atiende solo a la “experiencia internacional” (una aproximación que apenas es adecuada y que ha sido diseccionada en otro lugar) tendría que concluirse que los salarios mínimos son claramente dañinos para los trabajadores. Así, en EEU, donde el salario mínimo es de 7,25$ la hora, la renta familiar media es de 4.300$ mensuales; en Suiza, donde no hay salario mínimo, la media es de 6.800$.
Sin embargo, para responder positivamente a la pregunta de si las leyes de salario mínimo pueden o no tener éxito en aumentar permanentemente los niveles salariales, las estadísticas llegan hasta donde llegan; para interpretarlas, debe hacerse referencia a una teoría económica sólida.
Según esta última, la única forma de aumentar los niveles salariales reales (que está claro que son más importantes que los niveles salariales monetarios, ya que el dinero se valora solo con respecto a los bienes reales por los que puede intercambiarse) es aumentar la productividad marginal del trabajo. Lo que quiere decir “productividad marginal” es nada menos que la contribución relativa que hace un factor productivo al proceso de producción y aumenta mediante la acumulación de capital, como la fabricación de máquinas más grandes y mejores, etc.
Además, no es el trabajo en sí lo que llevan al mercado los empresarios (ya que la gente no puede comprarse ni venderse), sino más concretamente servicios laborales, cuyo precio está determinado por oferta y demanda (como todos los precios en la economía).
En este sentido, es prudente pensar en las normas de salario mínimo de la misma forma en que se piensa en general en los controles de precios: si un precio concreto se fuerza por debajo del nivel del mercado, se producirán escaseces; si un precio se fuerza por encima del nivel del mercado, se acumularán los excedentes sin vender. La molestia del desempleo, por tanto, ha de explicarse simplemente como un excedente de servicios laborales, el resultado natural de las leyes de salario mínimo, que fuerzan los salarios por encima del precio del mercado.
Respecto a la preocupación expresada por trabajadores de rentas bajas (aquellos a quienes las leyes de salario mínimo se supone que benefician), parece bastante arbitrario e injustificado no estar preocupados también por aquellos que perderán sus empleos.
Pero se ha convertido en una costumbre común de pensamiento entre economistas separar aspectos de la economía en compartimentos netamente separados, llevándoles a disimular las relaciones de causa y efectos antes mencionadas. Un ejemplo es la misma existencia del Grupo de Salarios del que forma parte Belser. Otros ejemplos incluyen subdisciplinas como economía financiera, economía de la información, economía agrícola, etc., ninguna de las cuales está integrada con las demás.
Pero aproximándose al asunto desde esa perspectiva tan cerrada de mente, seguro que se pierde la perspectiva general, que es que la economía de mercado es un sistema complejo e interconectado y que los precios del mercado son interdependientes.
Así que en la medida en que los trabajadores de rentas bajas no sean despedidos y las leyes de salario mínimo parezcan tener éxito en aumentar los niveles salariales, lo que sigue sin verse es la redirección de recursos con conlleva. En otras palabras, los productores sencillamente comprarán menos trabajo, ya que ahora es más caro, y probablemente decidan invertir en otras oportunidades que ahora parecen más rentables que antes.
Volviendo una vez más a esa inmutable ley de la oferta y la demanda, cuando la demanda de un bien o servicio disminuye al tiempo que la oferta para la venta sigue igual, el precio también disminuirá. Así que en la medida en que aumenten los salarios, la demanda empresarial de servicios laborales disminuirá a su vez, lo que tiene el efecto de devolver relativamente a los salarios a sus antiguos niveles.
Aparte de los despidos, todo esto puede verse a través de recortar horas (concretamente horas extra), recortar beneficios (como pensiones o seguro médico) o simplemente externalizando, nada de lo cual beneficia a los trabajadores de rentas bajas.
Merece la pena repetir que la única forma de aumentar los salarios en la economía de mercado, ya sea en Suiza o en cualquier otro lugar, es aumentar la productividad marginal del trabajo, un objetivo que no puede alcanzarse mediante intervención pública, sino solo mediante inversiones sensatas.
Como resumía bastante bien el premio Nobel, F.A. Hayek, los precios contienen información acerca de cursos eficaces de acción. Los precios en este sentido funcionan como señales que ayudan a todos los participantes en el mercado (empresarios, trabajadores, etc.) para satisfacer sus deseos. Sin precios, no habría forma de decidirse entre la rentabilidad de diversas alternativas.
Sin embargo, interfiriendo con el proceso de mercado en cualquier manera, se impide que el sistema de precios funcione como lo haría normalmente y empieza a dar señales no fiables. El resultado inevitable son siempre niveles inferiores de vida para los afectados.
Dejándolo en paz, el mercado siempre asigna los recursos al que más ofrece, es decir, a sus usos más altamente valorados, y mediante este proceso de inversión y reinversión se acumula el capital aumenta la productividad marginal del trabajo. Así, cuando el mercado se mantiene libre, se ve también aumentar los salarios y los niveles de vida.
Publicado el 30 de mayo de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.