Crimen organizado – Capítulo 46 – 48

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Este artículo fue extraído del libro Crimen Organizado, escrito por Thomas DiLorenzo y traducido por Juan José Gamón Robres. Descarga el libro aquí.

CAPÍTULO 46.- Las virtudes de las lagunas de las normas que regulan los impuestos

 

Los dos partidos mayoritarios de los Estados Unidos hace tiempo que adoptaron la retórica de la izquierda socialista con respecto a las deducciones fiscales. La deducción de los intereses de los préstamos hipotecarios, la deducción de los impuestos estatales y locales y todas las demás deducciones se critican rutinariamente por ser “lagunas fiscales” que se debe colmar o como fuente y origen de interminable confusión.

Todos  los presidente han dicho durante décadas virtualmente lo mismo sobre las “lagunas fiscales”. En 2004, por ejemplo, la Administración Bush anunció que quería “simplificar la legislación fiscal de la nación” eliminando muchas deducciones de impuestos que beneficiaban a “intereses especiales”. Si traducimos el lenguaje de Washington, “intereses especiales” equivale a “laborioso contribuyente”. Además, el establishment de Washington siempre que habla de reformar los impuestos incluye la expresión “neutralidad fiscal”. “Neutralidad fiscal” significa que el gobierno federal no debe bajo circunstancia alguna dejar de ingresar ni un penique menos en concepto de ingresos tributarios año tras año. Las empresas pueden tener menos beneficios o incurrir en pérdidas, las familias pueden sufrir una pérdida de empleo y de ingresos, pero bajo ninguna circunstancia debe jamás el gobierno sufrir cualquier reducción en el monto del dinero que saquea a la gente que trabaja.

La premisa subyacente a toda esa palabrería es que el Estado tiene un “derecho” respecto de toda la renta que se produce y que las “lagunas legales” le privan de parte de esa renta y tienen que ser por consiguiente eliminadas. Esto es, de hecho, la premisa que hay detrás de todas las formas de imposición directa. Como explicó Frank Chodorov en su obra “The Income Tax: Root of All Evil” (“El Impuesto sobre la Renta: Raíz de Todos los Males“), el Estado está esencialmente diciendo a sus ciudadanos: “Vuestra renta no es exclusivamente vuestra; tenemos un derecho sobre ella y nuestro derecho precede al vuestro; os permitiremos conservar parte de ella porque reconocemos vuestra necesidad, no vuestro derecho; pero nosotros somos quienes decidimos con qué parte de ella os podéis quedar”. Más aún, “el importe de vuestra renta con el que os podéis quedar viene determinado por las necesidades del gobierno, y vosotros no tenéis nada que decir al respecto”.

Cuando se aprobó la enmienda constitucional que introdujo el impuesto federal sobre la renta en 1913, escribió Chodorov, “el derecho absoluto de propiedad fue violado en los Estados Unidos”. Y “éso, por supuesto, es la esencia del socialismo. Por lo demás, el socialismo será lo que será, pero … su primer principio es la negación de la propiedad privada … todos los socialistas, empezando por Karl Marx han abogado por la tributación de la renta, cuanto más mejor”.

Los economistas académicos, incluso los que se autodenominan “economistas pro libre mercado” han aportado gran apoyo intelectual a una política tributaria de corte socialista.  El argumento fundamental que presentan es que mediante las deducciones a los impuestos, los contribuyentes se ven impulsados a dedicar mucho tiempo a aprender cómo aprovechar esas deducciones, lo que con frecuencia exige recurrir a contables y abogados.

Y lo que es aún peor, la existencia de deducciones fiscales hace que grupos organizados de presión (lobbies) se esfuercen por conseguir más deducciones. El problema es que, como dicen los economistas académicos, si lo comparamos con un mundo ideal en el que el tratamiento fiscal fuera el mismo para todos, las deducciones de los impuestos suponen un gran peso muerto, también denominado coste social o despilfarro social. Que viene constituido por todo ese tiempo empleado en intentar eludir impuestos que se podría haber utilizado en producir bienes y servicios, y que es por tanto una carga para la economía, o eso es lo que ellos dicen.

Semejante retórica, a pesar de que los economistas académicos pretendan que viene respaldada por la objetividad científica, lleva una carga ideológica. La premisa subyacente es que el gobierno no se ha apoderado en suficiente medida de la renta de la gente y que de alguna manera sería más “eficiente” “simplificar” el código fiscal para apropiarse de una porción mayor de su renta.

Pero las personas particulares siempre gastan su propio dinero mejor que los burócratas del gobierno. Por tanto, la absurda premisa del argumento que sostiene la corriente de opinión mayoritaria entre los economistas es exactamente opuesta a la verdad, esto es, que la eficiencia se puede alcanzar dejando que sean los burócratas del gobierno, y no los ciudadanos, quienes gasten una mayor parte de la renta que estos últimos han arduamente ganado.

El tiempo malgastado por los ciudadanos intentando eludir legalmente impuestos es de hecho una buena inversión de su tiempo: es una inversión que les puede permitir conservar, gastar y ahorrar sus propios ingresos. El hecho mismo de que los ciudadanos sigan realizando tales actividades a gran escala, año tras año, es una prueba de la inherente eficiencia que las mismas tienen a ojos de los contribuyentes.

Como Murray Rothbard señaló en su libro, “The Logic of Action Two“:

Cada actividad económica que evita que alguien pague impuestos y le permita eludir controles no solo da aliento a la libertad y a los derechos de propiedad; sino que supone también que un flujo de energía productiva se libera y escapa de la represión parasitaria. Es por ello por lo que hemos de dar la bienvenida a cada nueva laguna fiscal, refugio, crédito o exención y trabajar no para impedirlos sino para ampliarlos de forma que incluyan a todos…

Ludwig Von Mises reiteró esta idea cuando en una reunión de la Mont Pélerin Society celebrada en 1952 dijo: “Mostrémonos agradecidos ante el hecho de que todavía haya cosas como las que los caballeros honorables llaman lagunas legales. Gracias a esas lagunas, este país es aún un país libre y sus trabajadores aún no se han visto reducidos a la condición, ni sufren las penalidades, de sus colegas rusos”.

Quienes se oponen a las deducciones de impuestos no solo niegan el derecho a la propiedad privada -la definición misma de lo que significa ser socialista- sino que también alegan y recurren al igualitarismo, el segundo ingrediente más importante del socialismo. Lo hacen quejándose de la “injusticia” del hecho de que todos y cada uno de los miembro de la sociedad, individualmente considerados, no se beneficien de ciertas deducciones fiscales en particular. Su mantra es: si no se benefician todos, entonces nadie ha de hacerlo.

Rothbard contesta a este argumento diciendo que quienes proponen una sociedad libre nunca se deben quejar de la injusticia de las deducciones de impuestos, sino que, por el contrario, deben trabajar para conseguir que más personas las lleguen a disfrutar. Rothbard también apunta otro fallo de los argumentos de los economistas de la corriente dominante en el ámbito de la Hacienda Pública cuando aducen que si solo se reconocen deducciones fiscales a una sola industria pero no a todas, entonces esas políticas conducirán a que en esas industrias o sectores se empleen más recursos de los que se utilizarían en el caso de que no existieran deducciones impositivas en un mercado que fuera de verdad libre.

Los economistas de la corriente de pensamiento mayoritaria en el campo de la Hacienda Pública omiten un punto esencial, dice Rothbard. ” Y se pregunta por “¿Cuál es la alternativa?” “Si se eliminan las deducciones o créditos fiscales por inversiones, energéticos u otros, los recursos no van a ir automáticamente hacia las áreas más productivas de la economía sino que, por el contrario, irán a parar al gobierno por la vía de mayores impuestos y simplemente se malgastarán, se echarán a perder en la madriguera de ratas en que el improductivo y disoluto gasto del gobierno consiste”.

Los economistas de la corriente mayoritaria generalmente ignoran por completo este argumento e ignoran por lo general todo lo relativo a la vertiente del gasto del presupuesto público cuando discuten de estas cosas. Esto les permite pretender ser “científicos” y “objetivos” cuando de hecho son todo menos eso.

El premio Nobel de Economía Milton Friedman dijo una vez que él era partidario de cualquier tipo de reducción de impuestos, cualquiera que fuera la razón y el momento para llevarla a cabo. En este tema Friedman era “austriaco” ya que opinaba lo mismo que Rothbard y Mises.

 

CAPÍTULO 47.- Los macro-economistas descubren la Economía y desacreditan el New Deal

Costó varias décadas pero los creadores de modelos econométricos, que se consideran a sí mismos la élite de la profesión económica, han descubierto por fin los principios elementales de la Economía y los han empleado para desbancar finalmente al New Deal de Franklin Delano Roosevelt (ya al principio de la década de los años 30 del siglo pasado, un economista de la escuela austriaca de Economía como Henry Hazlitt reconoció cual fue el verdadero logro del New Deal: hizo que la Gran Depresión fuera más profunda y más duradera).

Este nuevo descubrimiento de la élite de la profesión económica se manifestó bajo la forma de un artículo aparecido en el ejemplar de agosto de 2004 de la revista “Journal of Political Economy” (“Revista de Economía Política“), una de las revistas académicas destacadas de la profesión. El artículo llevaba por título: “New Deal Policies and The Persistence of the Great Depression: A General Equilibrium Analysis” (“Las Políticas del New Deal y la Persistencia de la Gran Depresión: Un Análisis De Equilibrio General“), de los economistas de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) Harold L. Cole y Lee E. Ohanian. Escribieron que “el PIB real por persona adulta, que estaba en 1933, en plena depresión un 39 % por debajo de la tendencia, siguió estando un 27 % por debajo de la tendencia en 1939”. Y “De igual modo, las horas trabajadas en el sector privado fueron un 27% inferiores a la tendencia en 1933 y siguieron estando un 21 % por debajo en 1939”. En otras palabras, contrariamente a lo que la propaganda gubernamental de varias décadas ha venido enseñando a los chicos norteamericanos en las Escuelas Públicas, el New Deal nunca estuvo ni siquiera cerca de acabar con la Gran Depresión.

Cole y Ohanian – y el resto del club de los artífices de modelos macro-económicos – parecen sorprendidos, sino asombrados, con semejante descubrimiento. Pero esto no debería sorprender a nadie que hubiese estudiado la realidad de la Gran Depresión (en contraposición al estudio de modelos matemáticos de Depresiones). Las estadísticas de la Oficina del Censo de los Estados Unidos muestran que la tasa de desempleo oficial aún era del 17,2 % en 1939 a pesar de los 7 años que el régimen de FDR llevaba “salvando al capitalismo de sí mismo”. El PIB per cápita, según los datos de la Oficina del Censo, era en 1939 inferior al de 1929 (847 $ frente a 857 $), al igual que los gastos para el sostenimiento o consumo personal (67,6 mil millones de dólares frente a 78,9 mil millones de dólares). Además la inversión empresarial privada neta se redujo en 3,1 mil millones de dólares de 1930 a 1940.

Considerando lo desconcertantes y carentes de sentido que son los modelos macro-económicos “mayoritariamente” al uso, incluso la élite de la profesión económica parece perpleja por sus últimos descubrimientos acerca de lo que de verdad ocurrió con el New Deal. Cole y Ohanian califican de “llamativo” el hecho de que la recuperación de la Gran Depresión durante el régimen de FDR fuera “muy débil” (y se quedan bastante cortos). A ellos les resulta “llamativo” porque “esos datos contrastan marcadamente con la teoría neo-clásica …”. Esto es, han dedicado toda su carrera profesional a darle vueltas al tema en artículo tras artículo apoyándose en sofisticados modelos matemáticos que con frecuencia carecen de la más remota relación con la realidad económica. Y después de hacerlo durante décadas y de recibir numerosos premios y honores de manos de sus compañeros de profesión económica, sempiternos envidiosos de la Física, por fin se aventuraron a echar un vistazo al exterior para intentar descubrir unos pocos hechos del mundo económico ¿Y quién lo iba a decir? Descubrieron lo que los economistas austriacos habían sabido setenta años antes: que el intervencionismo del New Deal agravó la Gran Depresión.

Cole y Ohanian admitieron que la teoría “neo-clásica” de las Depresiones es inútil y reconocieron haberse quedado atónitos al descubrir su inutilidad. Emplean también una versión absolutamente cómica de la lengua inglesa. Podría verse a las depresiones como una especie de monstruo Frankestein. Como explican Cole y Ohanian, “la débil recuperación [de la Gran Depresión] es un enigma porque las grandes sacudidas negativas que para algunos economistas fueron las causantes del declive de 1929-33 -incluyendo la crisis monetaria, la de la productividad y la crisis bancaria- se volvieron positivas después de 1933”. Así pues, según la teoría “neo-clásica” la economía durante una depresión es de alguna manera como una especie de postrado monstruo Frankestein, con economistas en el rol de científico loco recomendando que la bestia sea “devuelta a la vida” con “descargas” de déficit público administradas por el gobierno. Y si esa resucitación de la bestia no funciona, quizás se le pueda inyectar un suero que solucione el problema. Tales “inyecciones” de gasto público o crédito fácil pueden lograr que la economía vuelva a “avanzar con ímpetu”, por utilizar el lenguaje propio de los macro-economistas “neo-clásicos” que construyen esos modelos.

“La base monetaria aumentó más de un 100 por cien entre 1900 y 1939”, escriben esos autores, defendiendo que una “inyección monetaria” de esa magnitud debería haber devuelto la economía a la normalidad. Invocan la autoridad de macro-economistas bien conocidos como Robert Lucas y Leonard Rapping, quienes proclamaron en una ocasión que “los estímulos monetarios positivos deberían haber producido una fuerte recuperación, devolviendo el empleo a sus niveles normales de 1936”. Pero por supuesto que no lo hicieron.

Como demostró Murray Rothbard en su libro, “America’s Great Depression” (“La Gran Depresión Americana“), fueron las políticas monetarias expansivas de finales de los años 1920 las que causaron una burbuja en la economía que eventualmente reventó, causando la Gran Depresión. La única cosa inteligente que se debería haber hecho fue permitir la liquidación de cientos de empresas descapitalizadas, bajar los impuestos y el gasto, y eliminar reglamentaciones. En cambio, la Fed aumentó la oferta monetaria en un 100 por cien en un intento fallido de crear otra burbuja mientras el Presidente y el Congreso implementaban una explosión de intervencionismo gubernamental. Esa fue la primera vez en la Historia de los Estados Unidos que frente a una depresión se reaccionaba con intervencionismo del Estado en vez de un retroceso del Estado y el resultado fue una depresión que duró diecisiete años, la peor de la Historia.

Cole y Ohanian aparentemente decidieron que las lecciones que habían estado impartiendo en las clases de licenciatura a sus alumnos de la Universidad de UCLA no eran a fin de cuentas tan solo inútiles ejercicios para construir modelos, sino que éstos podían emplearse a veces para explicar acontecimientos económicos reales. En particular, recordaron que la micro-economía elemental enseña que los cárteles con grupos de empresas que intentan subir artificialmente los precios mediante acuerdos colectivos dirigidos a restringir la oferta en el mercado. También reconocieron que los austriacos reconocieron desde el principio del New Deal en 1933 que el primer New Deal (1933-35) fue un intento de ‘cartelizar’ a toda la industria y la agricultura con restricciones a la producción impuestas por el gobierno y codificaciones de precios que los fijaban por encima de los un mercado libre.

“Las políticas monopolísticas del New Deal son un factor clave de la débil recuperación”, escribieron, “y representaron alrededor del 60 % de la diferencia entre la producción real y su tendencia”. Traduciendo del lenguaje económico, esto significa que si el gobierno impone restricciones a la producción de bienes y servicios en la economía, habrá menos gente empleada produciendo bienes y servicios en esa economía. Por tanto, las políticas pro monopolio del New Deal hicieron que el desempleo fuera mayor de lo que habría sido en otro caso. Es verdaderamente asombroso que la doctrina dominante en la profesión económica llegara siete décadas más tarde a esta simple conclusión.

A diferencia de los economistas austriacos, entre los que es tradición ser personas ampliamente instruidas en Economía, Historia, Filosofía y otras disciplinas, los economistas de la escuela de pensamiento mayoritaria en la profesión económica muestran una increíble estrechez de miras, en virtud de la cual el típico economista académico se especializa en algún aspecto trivial de un ejercicio elemental de construcción de un modelo matemático. Su “conocimiento” de la Economía tiende a extenderse solamente a los artículos publicados en los últimos dos años en las revistas más destacadas de su trivializada especialidad. Raramente lee, si es que alguna vez lo hace, un libro entero y aún es más raro que lo escriba. A este respecto lo más decepcionante del descubrimiento de Cole-Ohanian es que ni siquiera citan las investigaciones pioneras sobre el tema, a saber, el libro “Out of Work: Unemployment and Government in Twentieth Century America” (“Sin trabajo: El Desempleo Y El Gobierno en La América del Siglo XX“): de Richard Vedder y Lowell Gallaway, publicado por vez primera en 1933. Vedder y Gallaway llegaron a las mismas conclusiones que Cole y Ohanian pero con mucho más detalle y de una manera mucho más informada. Estimaron que a causa del intervencionismo del New Deal, en 1940 el desempleo era ocho puntos porcentuales más alto de lo que habría sido en caso contrario y concluyeron que “la Gran Depresión se vio muy significativamente agravada tanto en duración como en magnitud por el impacto de los programas del New Deal”. Además de las políticas conducentes a la cartelización del Primer New Deal, Vedder y Gallaway explican como “el segundo New Deal” convirtió el empleo en mucho más oneroso para los empleadores con leyes de salario mínimo, leyes que fortalecieron a los sindicatos, y con impuestos sobre los salarios para dar cobertura a las prestaciones por desempleo y la Seguridad Social. Como la ley de la demanda nunca ha sido rechazada, es obvio que las políticas del gobierno que fuerzan el precio del trabajo al alza llevan a una reducción en el número de trabajadores empleados ya que fija un precio para los trabajadores menos productivos que les impide encontrar trabajo. Es cuando menos chapucero que Cole y Ohanian omitan citar el libro de Vedder y Gallaway y escandaloso en el peor de los casos.

La investigación de Cole y Ohanian llega en esencia a las mismas conclusiones que Vedder y Gallaway, pero las expresaron con el lenguaje enrevesado de las revistas económicas más punteras, en vez de utilizar el sencillo inglés que puede leerse en “Out of Work“. Concluyeron que:

El empleo y las políticas industriales del New Deal no sacaron a la economía de la Depresión … En cambio, el efecto acumulado de las políticas que, de una parte, aumentaron el poder de negociación de los trabajadores, y de otro, vincularon el pago de salarios elevados a las prácticas colusorias, impidieron una normal recuperación al crear rentas y una fricción ineficiente entre los conectados (‘insiders’) y los no conectados (‘outsiders’) que aumentó los salarios significativamente y restringió el empleo … el abandono de esas políticas coincidió con la fuerte recuperación económica de los años 1940.

Esta última frase constituye también el objeto de un trabajo de otro economista austriaco, Robert Higgs, quién también es ignorado por Cole y Ohanian. Por lo menos, la mayoría de los miembros de la profesión económica está por fin dándose cuenta de lo que los austriacos siempre han sabido: que la intervención del gobierno es lo que causó la Gran Depresión y que es el capitalismo de post-guerra lo que la curó.

 

CAPÍTULO 48.- ¿Te hará más feliz el Socialismo? El caballo de Troya de las “investigaciones sobre la felicidad”

Ahora que nadie cree que ni el Socialismo ni la intervención del Gobierno sirvan para otra cosa que no sea destruir la prosperidad, sigue habiendo en el mundo personas con inclinaciones totalitarias partidarias del Estado y están cambiando su discurso y diciendo que la prosperidad no es lo que importa a fin de cuentas; que lo que importa es lo felices que seamos. Y, dicen, que es en éso en lo que el Estado puede ser realmente bueno, en lograr que todos seamos felices. Por consiguiente, argumentan, no debe haber límites a los poderes del Estado ya que ello limitaría nuestra felicidad misma.

Esta es la temática de un “Informe sobre la la Felicidad Mundial” del año 2012 encargado por las Naciones Unidas y del que es autor el académico de izquierdas Jeffrey Sachs de la Universidad de Columbia. El informe cita al pequeño reino de Bután como el primer país que adoptó (en 1972) un índice de la “Felicidad Nacional Bruta“. Entre las cosas que Naciones Unidas considera aparentemente como causantes de que el pueblo Butanés sea especialmente feliz es la indumentaria aprobada oficialmente por el Estado y su discriminación en el empleo contra los residentes Butaneses no nativos que ha sido allí institucionalizada. El informe de Naciones Unidas también menciona a Grecia como uno de los países más felices de la tierra a pesar del hecho de que cuando se publicó el informe el gobierno griego estaba en bancarrota y había revueltas callejeras en Atenas por ese motivo.

Un amplio cuerpo doctrinal se ha ido desarrollando en el área de la llamada “investigación de la felicidad” y se está utilizando para defender una vuelta a la planificación centralizada socialista. La investigación se apoya en varias afirmaciones, que hace tiempo que fueron descartadas por la profesión económica por ser falacias sin sentido. La asunción de que la utilidad o el bienestar que uno percibe es algo “cardinal” o que se puede medir; que pueden hacerse comparaciones de utilidad interpersonal y que es posible derivar una “función objetiva y mensurable de bienestar social” o “índice de felicidad”.

Tras abandonar hace ya tiempo el argumento de la superioridad del socialismo respecto del capitalismo a la hora de organizar la producción y la actividad económica, algunos investigadores de la “felicidad” afirman ahora que la riqueza es en realidad una “enfermedad” que genera infelicidad a gran escala en la sociedad. Incluso hay un libro pseudo-científico sobre el tema titulado “Affluenza“.

Las afirmaciones relativas a la supuesta habilidad de los investigadores de la felicidad de poder por fin medir la utilidad simple y llanamente ignora todas las razones que la profesión económica ha aceptado durante décadas acerca de porqué la utilidad es “ordinal” en vez de cardinal y no mensurable. Como escribió Murray Rothbard en un artículo titulado “Towards Reconstruction of Utility and Welfare Economics” (“Reformulando la Economía de la Utilidad y Del Bienestar”):

El concepto de preferencia demostrada es simplemente el siguiente: que la elección actual revela, o demuestra, las preferencias de un hombre: esto es, que sus preferencias son deducibles de lo que ha elegido con sus acciones. Así pues, si un hombre elige dedicar una hora a escuchar un concierto en vez de ir al cine, deducimos que prefirió lo primero, o que lo valoró más en su escala de valores …  Este concepto de preferencia, enraizado en elecciones reales, forma la piedra angular de la estructura lógica del análisis económico y particularmente del análisis de la utilidad y del bienestar.

Rothbard siguió explicando que era demencial recurrir a encuestas de opinión pública en oposición a las preferencias reales demostradas por las decisiones de los agentes económicos diciendo lo siguiente:

Uno de los procedimientos más absurdos, que se basa en una asunción de permanencia (la asunción de que la gente nunca cambia sus preferencias), ha sido el intento de alcanzar una escala de preferencias de los consumidores, no a través de la observación de sus acciones reales, sino haciéndoles contestar cuestionarios. En abstracto, se pregunta a unos pocos consumidores extensamente sobre qué conjunto imaginario de bienes preferirían a otro conjunto abstracto. Este proceder no solo está viciado por el error de suponer que la gente es constante, el error de constancia, sino porque no se puede extraer ninguna conclusión segura cuando la gente se limita a rellenar cuestionarios pero no se la confronta en la práctica con opciones reales. Las valoraciones de una persona no solo diferirán cuando hable de ellas en vez de cuando tenga realmente que elegir entre ellas, sino que tampoco habrá garantía alguna de que esté diciendo la verdad.

Es improbable que los investigadores de la “felicidad” sometan a la máquina de la verdad  a quienes contesten sus cuestionarios (prescindiendo de que las pruebas de los detectores de mentiras no son al cien por cien fiables).

El economista que puede decirse que lidera el campo de la investigación sobre la felicidad es el profesor Bruno Frey de la Universidad de Zurich. Cuando le pregunté en una conferencia celebrada en el año 2008 en Praga por las críticas, que vienen de lejos, al hecho de que se quiera reemplazar las preferencias realmente demostradas por cuestionarios, su respuesta fue que sus datos no eran “peores” que los del PIB. En otras palabras, no contestó a la pregunta. Pero la verdad es que gran parte de los datos que se manejan en las investigaciones sobre felicidad son mucho peores.

Los socialistas europeos (Frey no es uno de ellos) fuera del campo de la Economía, han ido aún más lejos con sus investigaciones sobre felicidad. Un libro europeo de gran éxito lleva el título: “The Spirit Level: Equality is better for everyone” (“El Nivel Espiritual: La Igualdad es Mejor para Todos“) de Richard Wilkinson y Kate Pickett. Este libro es un ejemplo perfecto de cómo dos epidemiólogos británicos abusan de las estadísticas. Abusan de las estadísticas porque todo el libro se dedica a buscar simples correlaciones entre el grado de desigualdad material que hay en un país y una miríada de otras variables. Los autores ni siquiera intentan llevar a cabo un análisis de regresión múltiple; en cambio, presentan correlaciones estadísticas artificiales que implican que una mayor igualdad material (presumiblemente causada por las masivas redistribuciones de renta que los Estados del Bienestar europeos llevan a cabo) supuestamente conduce a mejoras en la vida comunitaria, en la salud mental, en el consumo de drogas, en la salud física, en los ratios de obesidad, de inteligencia, en el número de partos de madres adolescentes, en el reciclado, la violencia, el número de reclusos, la movilidad social, la disfuncionalidad, la ansiedad y la autoestima. Un crítico de esos estudios se burló de una metodología que consiste “en torturar los datos hasta que confiesen” publicando un gráfico que mostraba una correlación positiva entre ratios de reciclado y ratios de suicidio y concluyendo que cuanto más recicla uno, más probabilidades tiene de suicidarse.

Según las “investigaciones” de Wilkinson y Pickett los más felices de la tierra durante el siglo XX tendrían que haber sido los ciudadanos del imperio soviético, incluyendo a los de todos los países comunistas satélites del Este y de Centro Europa durante la postguerra, ya que la “igualdad” siempre fue el objetivo principal de todas las formas de socialismo. Como F.A. Hayek comentó en “Camino de Servidumbre“, el fin del socialismo siempre fue el igualitarismo; solo los medios cambiaron con el tiempo, empezó asignando al Estado la titularidad de los medios de producción y se transformó en un sistema de redistribución de la riqueza mediante un Estado del Bienestar y un impuesto “progresivo” sobre la renta.

Esos investigadores de la felicidad nunca hacen mención alguna de las patologías bien documentadas que crea el Estatismo, como son la destrucción de la ética del trabajo, la desintegración de la familia, el aumento de la disfuncionalidad causada por un Estado del Bienestar que deja a la gente sin trabajo, etc …

Bruno Frey no es conocido por ser socialista, pero en la revisión de un artículo sobre investigación de la felicidad de junio de 2002 publicado en el “Journal of Economic Literature” (“Revista de Literatura Económica“) titulado “What can Economists Learn from Happiness Research” (“Qué pueden aprender los economistas de las investigaciones sobre la felicidad“) (con Alois Stutzer) Frey y Stutzer celebraban lo que creían ser la resurrección de la idea de la función de bienestar social. En el artículo escribieron que “Parece que, a largo plazo, la hasta ahora empíricamente vacía maximización del bienestar social … ha cobrado de nuevo aliento”. Citan “investigaciones” que postulan que aunque la renta ha aumentado enormemente desde la segunda guerra mundial, la “felicidad” no lo ha hecho. Extraen de ello la noción, carente de sentido, de que el trabajo, el ahorro, la inversión y el emprendimiento, o sea los ingredientes de la prosperidad económica, no traen la felicidad, aunque los seres humanos sigan esforzándose con ahínco, día sí y día también, para tener éxito en esas tareas.

Los socialistas siempre abrazaron las ideas de la función de bienestar social y las comparaciones de la utilidad interpersonal porque argumentaron que si el gobierno detrae riqueza de una persona más rica y da parte del dinero así obtenido a una persona menos rica (quedándose con una parte para cubrir los “gastos administrativos”), entonces puede aumentarse el “bienestar social”. Esto se debía supuestamente a la ley económica de la utilidad marginal decreciente. Una persona rica tiene mucho dinero, por consiguiente, otorga al último dólar que gana un valor marginal o adicional relativamente bajo. Un pobre que no tiene mucho dinero, por otra parte, otorga un valor marginal relativamente alto a cada dólar adicional que pueda obtener. Por consiguiente, según ese argumento, quitarle (legalmente) un dólar a un rico puede hacer que pierda, digamos, solo un “útil” o unidad de utilidad, mientras que dando ese dólar a un pobre podría aumentar su utilidad en, pongamos, diez “útiles”. El resultado final es una ganancia neta de nueve “útils” o un aumento del “bienestar social”. Hace tiempo que la profesión económica abandonó este sinsentido, pero Frey y Stutzer parece que se regocijan ante la perspectiva de que resucite la idea de la función de bienestar social disfrazada como “función de felicidad”.

Otra conclusión absurda de la literatura sobre “felicidad” que documentan Frey y Stutzer es la noción de que la gente rica impone un efecto externo negativo sobre la gente más pobre, pero no al revés. Ese supuesto “efecto negativo externo” es la envidia de la gente más pobre. Pero la verdad es que los principales defensores del igualitarismo siempre han sido los intelectuales, no los pobres. Los pobres quieren ser ricos. Son los intelectuales quienes están tan frecuentemente obsesionados con la envidia y el odio a la gente que tiene económicamente más éxito que ellos. Que puedan manipular las preguntas de las encuestas que se utilizan para que parezca que este punto de vista es el “de los pobres”, y no el de ellos, no convierte en falsa esta afirmación.

Es más, los parásitos que viven del Estado del Bienestar de hecho imponen externalidades muy negativas sobre sus laboriosos y productivos huéspedes que son quienes pagan impuestos y a los que el Estado roba en nombre del Estatismo del Bienestar.

Frey y Stutzer también defienden que la planificación central Keynesiana también podría verse reforzada por las investigaciones sobre felicidad. Durante los años setenta del siglo pasado la mayor parte de los profesionales de la Economía del ámbito académico abandonaron el Keynesianismo cuando fracasó a la hora de explicar el fenómeno del “estancamiento con inflación” (stagflation) o sea el simultáneo aumento tanto de la inflación como del desempleo. Los Keynesianos jamás pudieron presentar una explicación basada en ningún modelo económico Keynesiano. El viejo modelo, llamado de la curva de Phillips, que se empleó como argumento de que el gasto público podría “comprar” un desempleo menor a costa de una mayor inflación, estaba muerto.

Frey y Stutzer parecen muy contentos ante la perspectiva de resucitar el aparato de planificación central en que la curva de Phillips consiste amparándose en la investigación sobre felicidad. Escribieron que “si el desempleo aumenta en cinco puntos porcentuales la inflación debe descender en 8,5 puntos porcentuales para que la población siga igual de satisfecha”. La falsa asunción de esta afirmación es que, después de todo, es posible que el gobierno pueda modificar las tasas de inflación y de desempleo pulsando algún tipo de botón.

 

La investigación sobre felicidad también nos informa de que “los gastos asistenciales deben incrementarse para compensar a las familias numerosas”, apuntan, “de forma que se pueda mantener el bienestar subjetivo de la familia”. De nuevo, no hay ninguna mención de los severos efectos negativos del Estado del Bienestar sobre la ética de trabajo, la familia, la auto-estima, etc … Ni tampoco hay mención alguna de sus efectos sobre la felicidad de los explotados contribuyentes que tienen que pagar mayores impuestos para financiar un Estado del Bienestar más grande. Para los investigadores de la felicidad, la riqueza es una enfermedad, de manera que cuanto menos rica sea una “sociedad”, más saludable será.

Frey y Stutzer también califican el esfuerzo en el trabajo, el ahorro, la inversión y el emprendimiento como un “despilfarro social” si todo ello resulta en que alguna gente tiene más éxito que otra. Señalan que “los perceptores de altos ingresos, como vencedores en esas carreras, deben tributar mucho más”. Concluyen que “el aumento de los ingresos de todo el mundo no hace que crezca la felicidad de todos mientras que cuando uno mejora sus ingresos en comparación con los de los demás, sí”. No sorprende que Frey y Stutzer digan que un socialista de toda la vida como John Kenneth Galbraith pueda ser considerado como el “padre” de la investigación sobre felicidad.

Muchas de las conclusiones pseudo-científicas de las investigaciones sobre felicidad son extraordinariamente simples cuando no francamente cómicas. Consideren sino los siguientes ejemplos del artículo de Frey y Stutzer:

  • Las personas con ingresos más altos tienen más oportunidades para conseguir lo que desean.
  • Los ganadores de la lotería británicos … al año siguiente de recibir el premio mostraron disfrutar de un mayor bienestar mental.
  • “Para el bienestar subjetivo influyen más cosas que tan solo el nivel de ingresos”. Algo que nunca nadie ha discutido.
  • “En promedio, las personas que viven en países ricos son más felices que las que viven en países pobres”.  Por consiguiente, cualquier investigador sobre felicidad concluirá que se tiene que gravar a los países ricos y enviar el dinero a los gobiernos de los países pobres.
  • “La felicidad de las personas desempleadas es muy inferior a la de las personas que tienen empleo”.
  • “Sufrir desempleo vuelve a la gente muy infeliz”.
  • “La libertad y la felicidad muestran una relación positiva”.
  • “La gente feliz sonríe más en las interacciones sociales”.
  • “La gente que recibió una herencia mostró un mayor bienestar mental al año siguiente”. Chocante.
  • “Las personas con rentas mayores … pueden comprar más bienes materiales y más servicios”. Asombroso.

Una crítica excelente de la investigación sobre felicidad es un libro de Christopher Snowdon titulado “The Spirit Level Delusion: Fact-Checking. The Left’s New Theory of Everything” (“El Engaño del Nivel Espiritual: Comprobando los datos. La Nueva Teoría Universal de la Izquierda“). El autor concluye que:

Los apologistas del Marxismo han expuesto una miríada de excusas para justificar el fracaso de su ideología a la hora de proveer el mismo nivel de vida y de libertad de que disfrutan las naciones capitalistas. Hasta no hace mucho, pocos fueron tan descarados como para reconocer que la reducción en los niveles de vida y la restricción de las libertades fueran consecuencias intencionadamente buscadas, y menos aún para pretender que la gente fuera a ser más feliz con menos o para defender ambos postulados. En este sentido, libros como “The Spirit Level” representan un punto de ruptura frente a la izquierda. Que ahora defiende abiertamente que disponer de menos opciones, ser menos rico y tener menores aspiraciones son objetivos deseables en si mismos.

Por tanto, “la investigación sobre la felicidad” es parte de una cruzada para convencer a la gente de que la pobreza y servir al Estado son preferibles a la prosperidad y a la libertad. Es una nueva versión de lo que los comunistas del siglo XX denominaron como “el socialismo de rostro humano” durante los últimos días de agonía del comunismo totalitario.


Traducido del inglés por Juan José Gamón Robres – mailto: juanjogamon@yahoo.es.

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