Crimen organizado – Capítulo 49 – 52

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Este artículo fue extraído del libro Crimen Organizado, escrito por Thomas DiLorenzo y traducido por Juan José Gamón Robres. Descarga el libro aquí.

CAPÍTULO 49.- El bulo de la “información asimétrica” como causa de un fallo de mercado

 

La voluminosa literatura sobre los “fallos de mercado” es, en su mayor parte, una colección de miles de ejemplos ilustrados de la falacia del Nirvana que consiste en comparar mercados del mundo real con un utópico ideal inalcanzable (competencia perfecta) y denunciar después a los mercados porque se quedan cortos y no nos traen la utopía o Nirvana. Habiendo “probado” que los mercados “fallan” el analista propone entonces la intervención estatal dando por sentado que ninguno de esos fallos afectará a la acción del Estado. Puede que los mercados no sean perfectos, pero se asume que los gobiernos, los Estados, sí que lo son. Este método de análisis está generalizado a pesar de la “revolución” que ha supuesto la escuela de la elección pública y su énfasis en los fallos del Estado en materia económica.

Los economistas austriacos entendieron hace tiempo que ese método de análisis es profundamente erróneo por numerosas razones, una de las cuales, y no la de menos peso, es que todo el aparato construido en torno a la imperfección/perfección de la información en un marco de competencia, sencillamente ignora por completo, o casi por completo, lo que es un proceso real de mercado. En competencia perfecta, como Hayek explicó en su libro “Individualism and Economic Order” (“Individualismo y Orden Económico“), no hay competencia ya que todas las características de la competencia del mundo real, como la publicidad, la innovación y las rebajas de precios se ignoran, al asumirse que la información es perfecta.

Un ejemplo especialmente destacado de lo profundamente equivocada que está la teoría de los fallos de mercado es el concepto de información asimétrica, en un principio atribuido al economista Bruce Akerloff. Como por lo general los vendedores tienen una mejor información respecto del producto o servicio que venden de la que disponen los compradores, según esa teoría, pueden timar fácilmente a los consumidores y venderles “limones”. El problema básico de esta teoría es que concibe el mundo económico exactamente al revés: la información asimétrica es esencialmente otra forma de referirse a la “división del trabajo”, que es el fundamento mismo del comercio y de los intercambios y del éxito de los mercados.

En “La Acción HumanaLudwig Von Mises bautizó con propiedad a la división del trabajo como “el fundamental fenómeno social” (junto con la cooperación humana en general). Mises escribió que la acción cooperativa entre individuos es más productiva y eficiente que “individuos auto-suficientes” por varias razones fundamentales: la innata desigualdad de todos los seres humanos con respecto a sus habilidades para el trabajo; la “desigual distribución de oportunidades productivas sobre la superficie terrestre que son causadas por la naturaleza y ajenas a la voluntad del hombre”; y el hecho de que casi todos los procesos de producción requieran algún tipo de trabajo que ninguna persona aislada podría realizar.

Más adelante, al describir la evolución de la división del trabajo y de la especialización en el proceso de mercado, Mises escribió acerca de cómo “intensifica la innata desigualdad de los hombres ya que la práctica de tareas específicas ajusta mejor a los individuos a las exigencias de su rendimiento; los hombres desarrollan algunos de sus talentos en detrimento de otos… La gente se convierte en especialista”. Por ello, para Mises, la división del trabajo es nada más y nada menos que el origen de la civilización humana. “Lo que distingue al hombre de los animales”, escribió Mises, “es que aquél percibe las ventajas que se derivan de la cooperación bajo la división del trabajo”. Sin las ventajas de la división del trabajo, los hombres vivirían como “salvajes primitivos”.

Mises escribió todo eso durante la era de la máquina, cuando era adecuado hablar de “división del trabajo”. La inteligencia aún no había sustituido a la fuerza bruta como primordial aportación humana al proceso productivo, como sucedió después de forma paulatina durante la era de la información de nuestros días. Hayek también vivió casi toda su vida durante la época de la máquina, pero vislumbró la era de la información y dedicó la mayor parte de su vida a estudiar y escribir sobre la utilización del conocimiento en la sociedad. Así pues para Hayek, y para cualquiera en la era de la información actual, la frase “división del conocimiento” podría ser más precisa que “división del trabajo”. Como el mismo Hayek explicó en su famoso ensayo “El uso del conocimiento en sociedad“:

Basta recordar lo mucho que tenemos que aprender en cualquier ocupación después de haber completado nuestra formación teórica, el tiempo de nuestra vida laboral que dedicamos a aprender trabajos concretos y lo importante y valioso que es, en todos los aspectos de la vida, conocer gente, conocer las condiciones locales y las especiales circunstancias … El naviero que se gana la vida aprovechando los viajes de barcos que, de no ser por él, irían vacíos o medio vacíos, o el agente inmobiliario cuyo único saber gira exclusivamente en torno a fugaces oportunidades, o el corredor que gana dinero merced a las diferencias de precios de ciertas materias primas en distintos lugares; todos ellos están realizando funciones muy útiles basadas en el especial conocimiento que tienen de las cambiantes circunstancias del momento y que los demás ignoran.

Hágase estas preguntas: ¿Quién sabe más de construir viviendas: quienes las construyen o quienes las compran? ¿Quién sabe más de suministrar a las carnicerías: los ganaderos o los consumidores en general? ¿Quién sabe más de fabricación de automóviles: los ingenieros que trabajan para los fabricantes de coches o los compradores de coches? ¿Quién sabe más sobre producción y comercialización de ropa: las empresas textiles que la fabrican o quienes compran la ropa?

El propósito de esas preguntas retóricas es poner de relieve que en las economías de mercados (o capitalistas) que funcionan con éxito, la división del conocimiento (y del trabajo) que tiene la gente hace que toda la información sobre todos los productos y servicios sea asimétrica. Si todos tuviésemos información simétrica sobre todas las tareas anteriores, no existiría ninguno de los negocios y ocupaciones mencionados anteriormente. Ni es deseable ni es posible que todos tengan información simétrica. Parafraseando a Mises, lo que distingue al hombre de los animales es que aquél percibe las ventajas derivadas de la cooperación cuando la información es asimétrica y existe división del trabajo en la sociedad.

De hecho, Mises criticó la idea de que la información asimétrica fuera un fallo del mercado, aunque no empleara exactamente esa expresión. “En un sistema económico en el que cada agente está en condiciones de reconocer correctamente la situación del mercado con la misma capacidad de percepción”, escribió, “el ajuste de los precios a cada cambio de los datos sería inmediato. Es imposible imaginar semejante uniformidad a la hora de conocer y anticipar correctamente los cambios habidos en los datos de no ser por la intercesión de algo sobrenatural”. Tendríamos que asumir que “a cada ser humano se le acercaría un ángel para informarle de cada cambio en los datos” continuó diciendo Mises. Es más, aunque quienes participaran en el mercado sí que poseyeran los mismos datos y la misma información, inevitablemente los valorarían de forma diferente.

En efecto, las diferencias en la información, y diferentes interpretaciones sobre el significado e importancia de la información de cada individuo, son la única causa de que existan el comercio y los intercambios. El comercio y los intercambios tienen lugar porque distintos individuos valoran los mismos bienes físicos (o servicios) de forma distinta. Esas distintas valoraciones subjetivas derivan de la diferente información que tienen en mente compradores y vendedores, de información asimétrica, en otras palabras.

Como la mayor parte de los demás ejemplos de “fallos del mercado”, el modelo de la información asimétrica -o de los limones- premeditadamente ignora a los mercados tal como son en la realidad. Incluso el argumento de Akerlofff sobre los “limones”, que se cita profusamente, y, conforme al cual, el mercado de coches de segunda mano acabaría por desaparecer a consecuencia de la creciente desconfianza de los consumidores respecto de los que se dedican a ese negocio, siempre fue totalmente erróneo. Estaba equivocado porque ignoraba la existencia de garantías en los mercados de coches usados del mundo real. Akerlofff afirmó que el mercado de coches de segunda mano acabaría paulatinamente dominado por coches de cada vez peor calidad (si es que no desaparecía por completo) por la facilidad con la que los vendedores de coches usados pueden vender “limones” a los desinformados compradores. Pero incluso en la época en la que Akerlofff hizo por primera vez esa afirmación (en la década de los años 1970) las garantías de 30 días eran bastante corrientes en los mercados de automóviles de segunda mano de los Estados Unidos. Treinta días es un plazo más que suficiente para determinar si un coche es o no un “limón”. En efecto, hay hoy compañías como CarMax que ofrecen políticas comerciales en virtud de las cuales admiten las devoluciones de todos los coches usados que venden en el plazo de los siete días siguientes (a su venta) sin hacer preguntas, con lo que eliminan cualquier posibilidad de tener problemas por los limones. El mercado libre ya había resuelto el “problema de los limones” cuando Akerlofff (y buena parte del resto de la profesión económica) descubrieron su existencia.

La literatura sobre información asimétrica inspirada en Akerlofff también ignora las implicaciones de la naturaleza dinámica de la competencia. Si se sabe que un comerciante de automóviles usados es deshonesto, por serlo, crea una oportunidad de negocio para un competidor. En un mercado competitivo los vendedores de coches que sean más honestos arrebatarán cuota de mercado a los menos honestos, precisamente el resultado opuesto al previsto por Akerlofff. El buen nombre comercial es un valioso activo para cualquier negocio, quizás su más valioso activo, pero la literatura sobre información asimétrica/fallos del mercado, le resta importancia o lo ignora. La competencia no eliminará la deshonestidad, pero sí que la penaliza mientras recompensa a la honestidad en los tratos comerciales. Además de la comunicación boca a boca, publicaciones como “Consumer Reports” y una miríada de fuentes de información disponibles en internet hace que sea cada vez más fácil que los consumidores se eduquen acerca de los vendedores de casi cualquier producto que hay hoy en el mercado.

El verdadero problema de la información asimétrica

La información asimétrica es simplemente otra forma de decir que existe la división del conocimiento y del trabajo en la sociedad humana. Cuando surgen potenciales problemas, como mayores conocimientos de parte de los vendedores de coches usados, la competencia que hay en el mercado facilita una solución, como se ha descrito antes. Sin embargo, tales soluciones no existen en el caso del Estado y es ahí donde existe una gran asimetría de la información y donde se plantea un serio problema. En ese caso estamos tratando con el hecho bien asentado de que, en su condición de votante, la gente tiende a “ignorar  racionalmente” casi todo lo que hace el Estado. De hecho, el Estado es tan grande que no hay mente humana capaz de comprender ni siquiera la más pequeña fracción de un uno por ciento de todo lo que hace en un país del tamaño de los Estados Unidos. En consecuencia, todos los gobiernos democráticos están dominados por los grupos de interés; el gasto, los impuestos, los poderes reguladores y la capacidad para endeudarse que tienen los Estados con esencialmente ilimitados; y la búsqueda de rentas por parte de los agentes económicos por medios extra-comerciales de origen político está generalizada. El resultado de todo ello en años recientes han sido déficits públicos sin precedentes e incluso la inminente bancarrota de Estados, desde California a Grecia.

La política exterior es uno de los supuestos destacados en los que el Estado plantea severos problemas de asimetría en la información: todas las negociaciones, discusiones y sesiones de estrategia que podrían llevar a toda una nación a la guerra siempre las llevan a cabo un número reducido de personas del poder ejecutivo en completo secreto y a espaldas de los ciudadanos. Los ciudadanos deben entonces confiar en lo que les cuente el portavoz del gobierno acerca de las supuestas razones de la guerra. todo el mundo sabe hoy, por ejemplo, que la razón que se dio para justificar la invasión de Irak en 2003 por los Estados Unidos, que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva y que pretendía utilizarlas contra los Estados Unidos, era falsa. Comparado con el vendedor de coches usados más deshonesto del mundo, la ignorancia en la que tienen sumido al pueblo acerca de cuáles son sus verdaderas razones concede a los políticos infinitamente más posibilidades de mentirle.

En los mercados, la gente deshonesta puede ser castigada rápidamente con la pérdida de negocio o la bancarrota (además de perder clientes, los proveedores también abandonarán a los colaboradores o asociados que no sean honestos en los negocios). En el Estado ocurre justo lo contrario. Es virtualmente imposible cesar a un corrupto congresista porque el Congreso de los Estados Unidos ha sido manipulado y los interesados se han concedido a sí mismos tales ventajas monopolísticas (docenas de empleados que son esencialmente asesores permanentes financiados con dinero público; correo postal gratuito; docenas de subcomités que se utilizan para repartir fondos para emplearlos con fines electoralistas) que sus porcentajes de reelección han sido en los Estados Unidos de un noventa por ciento de promedio durante el último medio siglo (www.opensecrets.org/bigpicture/reelect.php).

Aún en el caso de que esto no fuese posible, los miembros del Congreso de los Estados Unidos permanecen en el cargo durante dos años; los del Senado lo hacen por seis años; y los Presidentes por cuatro. En contraste, cuando un consumidor decide que la publicidad de una empresa es engañosa, puede cambiar de producto en un instante. El verdadero problema de la información asimétrica es un problema que deriva de un fallo del Estado, no de un fallo del mercado.

CAPÍTULO 50.- El auténtico problema ético de América

Bajo la dudosa proposición de que la Gran Recesión fue causada por un aumento repentino de la avaricia (como si la codicia no existiera siempre), un nuevo negocio que hoy está creciendo en los Estados Unidos es la enseñanza universitaria de la “ética en los negocios”. Esto, sin embargo, equivale a recibir instrucción en fidelidad marital de Tiger Woods o un curso de gastronomía impartido por Jeffrey Dahmer, el carnicero de Milwaukee.

Hay algunas excepciones, pero los cursos sobre ética en los negocios tienden a seleccionar ejemplos aislados de comportamientos reprobables y carentes de ética que se dan en el mundo de los negocios y a insinuar que tales conductas son inherentes a todos los negocios. Esto supone ignorar cómo funcionan en realidad los mercados y transmite una información incorrecta a los estudiantes. Los empresarios deshonestos serán castigados económicamente porque sus clientes se pasarán a la competencia y sus proveedores rechazarán tener tratos comerciales con ellos. Es frecuente en casos de negligencia, como cuando se produce un vertido de petróleo, que los directivos pierdan sus empleos, que las compañías sean perseguidas judicialmente y que el precio de sus acciones caiga. Esos mecanismos de retro-alimentación que proporciona el mercado no existen en el caso del Estado y es allí donde se plantean problemas éticos mucho mayores.

Los cursos de ética en los negocios típicamente combinan sermones moralizantes contra las empresas con la defensa y promoción de las regulaciones estatales sobre las empresas y la subsiguiente mayor politización de la sociedad. Al hacerlo, en realidad, animan los comportamientos no éticos puesto que es la política, no los mercados, la que es inmoral en sí misma. Los padres fundadores lo entendieron así y es por eso por lo que Thomas Jefferson dijo una vez que el gobierno “debía estar maniatado por las cadenas de la Constitución”. Para James Madison, la Constitución era necesaria “para contener la violencia de las facciones”. En su “Farewell AddressGeorge Washington ya alertó de que “hombres astutos, ambiciosos y sin principios” tienden a dominar la política. Thomas Paine vio al gobierno como “un mal necesario” en el mejor de los casos.

¿De qué hablaban esos hombres? Bien pues, entendieron que cuando el gobierno utiliza su monopolio legal de la coacción para confiscar la propiedad de una persona y dársela a otra, comete lo que normalmente se llamaría robo. Llamar a este acto inmoral “democracia”, “gobierno de la mayoría” o “progresividad impositiva” no la convierte en moral. En democracia, los gobernantes confiscan la renta de los miembros productivos de la sociedad, la redistribuyen y se la dan a quienes les apoyan con el fin de mantenerse en el poder. El gobierno también se retribuye a sí mismo muy bien con cargo a esos fondos confiscados. Hoy, según el Departamento del Trabajo de los Estados Unidos el típico burócrata del gobierno federal gana alrededor del doble en concepto de salarios y demás ventajas que su contra-parte del sector privado. Los burócratas de los gobiernos estatales y locales ganan una vez y media lo que sus colegas del sector privado.

Para financiar una campaña electoral, un político debe prometer robar dinero (es decir, gravar con impuestos) de quienes lo ganaron y dárselo a otros que no tienen derecho ni moral ni legalmente a él. Con (muy) pocas excepciones, los políticos también tienen que hacer promesas a sabiendas de que nunca las van a cumplir (es decir, mienten). Es por ello por lo que muy pocas personas decentes son elegidas para cargos políticos. Los políticos de más éxito son aquellos que se sienten menos limitados por firmes principios morales. Son quienes tienen menos escrúpulos en confiscar propiedades ajenas para poder mantener su propio poder, beneficios e ingresos. En su libro “Camino de Servidumbre” de 1944, un gran éxito de ventas, el premio Nobel de Economía F.A. Hayek describe este fenómeno en un capítulo titulado “Porqué son los peores quienes alcanzan la cúspide”.

Los políticos que tienen éxito tienden a ser extremadamente egoístas, a tener una imagen inflada de sí mismo, una desmedida sensación de importancia y una desviada inclinación hacia la agresión. Es desviada porque no se dirige a servir a sus conciudadanos, como ocurre con la competencia que rige el mercado, sino a servirse a sí mismos. Son el escaparate de los siete pecados capitales: su orgullo triunfa sobre la humildad; la envidia envenena el corazón de todos esos cruzados de la “redistribución de rentas”; la ira es lo que uno experimenta al oponerse a la élite gobernante; la pereza hace tiempo que se asocia a la burocracia gubernamental; la codicia por dominar a otros es la personificación de la política; la gula, se exhibe con frecuencia en los estilos de vida ostentosos y la llamativa riqueza de la casta de Washington; el impeachment de Bill Clinton y la renuncia de Newt Gingrich como House Speaker por adulterio demostraron una vez más que los líderes de la casta de Washington no son ajenos al séptimo pecado capital de la lujuria (su mayor pecado es el ansia de poder sobre otras personas y gobiernos).

En pocas palabras, las universidades prestan un mal servicio con su relativo desinterés por el auténtico problema ético de América, la politización de la sociedad y la expansión del Estado al tiempo que exagera enormemente los problemas éticos de la empresa privada.

CAPÍTULO 51.- El mito de que el Estado crea empleo

Nuestros políticos perpetuaron un mito peligroso, el de que el Estado, o el gobierno, pueden crear empleo. Y esa fue la causa de que millones de norteamericanos permanecieran desempleados varios años durante la “Gran Depresión”. El gasto público no puede crear empleo neto; solo puede destruir empleos en el sector privado para crear puestos de trabajo en el sector público. La creación de puestos de trabajo por parte del Estado se financia con impuestos, con deuda pública o mediante la creación de dinero inflacionario lo que deprime al sector privado y destruye empleo en éste para poder financiar empleo público. Equivale a robar a Pedro para pagar a Pablo.

Los políticos perpetúan el mito de la creación de empleo por el Estado porque el votante promedio percibe que el Estado está creando puestos de trabajo, mientras que los puestos de trabajo que el sector privado destruye (o nunca crea) no se ven. A mayor abundamiento, no es raro que los costes de funcionamiento del Estado sean tan elevados que tenga que recaudar 100.000 dólares al año del sector privado para financiar la creación de un puesto de trabajo remunerado con 35.000 dólares anuales. Por ello, varios puestos de trabajo del sector privado se ven destruidos para crear un puesto de trabajo político y clientelar.

Es ilegal que los políticos paguen a la gente en metálico por sus votos, pero no lo es que se las arreglen de manera que los votantes reciban cheques del Estado a cambio de su apoyo. Cada empleo público vale muchos votos a ojos de un político ya que la esposa del empleado, sus hijos adultos y sus familiares es seguro que votarán a favor del político que le da trabajo. Cuando un político presume de que un programa “ha creado 200.000 puestos de trabajo públicos”, lo que realmente tiene en mente es que el programa probablemente ha generado medio millón de votos en las elecciones.

El gasto público nunca ha reducido en conjunto el desempleo; más bien todo lo contrario, siempre lo incrementa porque impide mucha creación de empleo en el sector privado. En 1929 el Presidente Herbert Hoover dedicó un 13 % del presupuesto federal al gasto destinado a ejecutar obras públicas “de emergencia”. Esta suma en porcentaje del presupuesto es el doble de lo que la Administración Obama gastó en “estímulos”. Lo único que hizo fue empeorar las cosas.

A pesar de todo el gasto público del New Deal en los años treinta del siglo pasado, incluyendo el empleo de unos diez millones de personas en el sector público, la tasa oficial de desempleo fue del 15,7 % en 1940, en vísperas de la segunda guerra mundial. Eso es más de cinco veces la tasa de desempleo de 2,9 por ciento que había en 1929, al principio de la Gran Depresión. Tampoco causó la explosión de gasto público de la segunda guerra mundial el fin del desempleo. Había alrededor de 5,5 millones de desempleados en Norteamérica en 1940. En 1943 más de 8 millones se habían alistado en los ejércitos y otros 2 millones fueron reclutados en los dos años siguientes. Fue el reclutamiento, no el “estímulo” resultante del gasto público ocasionado por la guerra lo que acabó con el desempleo durante los años que duró la guerra.

Las reducciones masivas del gasto público siempre han creado auténtica prosperidad y verdadera creación de empleo. Al acabar la segunda guerra mundial, el presupuesto federal se redujo de 98.400 millones de dólares en 1945 a 33.000 millones de dólares en 1948 mientras que unos diez millones de hombres y mujeres dejaron las filas. Esto es lo que creó la expansión de la post-guerra mientras que unos diez millones de hombres y mujeres abandonaban filas. Esto es lo que creó la expansión de posguerra. Con semejantes recortes de gasto público, los componentes privados del PIB, el consumo y el ahorro privados, aumentaron un 30 por ciento en 1946, el mayor incremento anual de los componentes privados del PIB que ha habido en la Historia de los Estados Unidos. La eliminación de los controles de precios de tiempos de guerra y los recortes en la fiscalidad de las empresas también espolearon el crecimiento económico.

El gasto público como “estímulo” económico nunca ha sido otra cosa sino un estratagema para comprar votos. Un informe del Comité del Senado sobre los Gastos Electorales de 1938 descubrió que en muchos Estados para obtener un puesto de trabajo en la Works Progress Administration [1] se requería afiliarse al Partido Demócrata, pedir el voto para dicho Partido e incluso donar el dos por ciento del salario para financiar la campaña de reelección de Roosevelt. Es indudable que los Republicanos han jugado al mismo juego a lo largo de los años.

En su libro, “The Political Economy Of the New Deal” (“La Política Económica del New Deal“), los economistas William Shugart y Jim Couch realizaron un estudio estadístico de las pautas a las que se sujetó el gasto público durante el New Deal y concluyeron que el principal determinante acerca de dónde o en qué se gastaba el dinero era el potencial que ese gasto tendría a la hora de favorecer la reelección de FDR. Por ello, la parte más pobre del país, el sur, donde el partido Demócrata estaba sólidamente asentado, recibió relativamente poca ayuda comparado con las áreas donde se encontraba “la maquinaria de las grandes ciudades, donde las fuerzas laborales estaban organizadas y donde había otros grupos de interés con peso electoral” que podrían probablemente ayudar a la reelección de FDR. La fórmula para la recuperación económica es hacer exactamente lo contrario de lo que casi todos los gobiernos han venido haciendo desde 1930, consiste en seguir el ejemplo de Harry Truman y recortar dramáticamente el tamaño y las funciones del Estado.

CAPÍTULO 52.- El mito de la desigual retribución económica entre mujeres y hombres

En lo concerniente a la habilidad para ganar dinero, el matrimonio afecta a hombres y mujeres en distinta medida. Hay excepciones, pero en general, es más probable que las mujeres dejen el trabajo durante cierto tiempo para criar a los hijos y otras tareas (que la mayoría de hombres evitan). En consecuencia, se quedan atrás respecto de sus colegas masculinos en términos de acumulación de capital humano, productividad y salarios. Esto último, mucho más que la discriminación, es la causa de que en promedio las retribuciones de los hombres sean superiores a las de las mujeres.

Pero esa no es la única razón. El libro titulado “Why Men Earn More: The Startling Truht Behind the Pay Gap – And What Women Can Do About It” (“Porqué los Hombres Ganan Más: La Impactante Realidad Del Diferencial De Rentas Y Qué Pueden Hacer Las Mujeres Al Respeto“) de Warren Farrell y el  libro “The Politics Of American Feministm: Gender Conflict in Contemporary Society” (“Políticas del Movimiento Feminista Norteamericano: Conflictos de Género en la Sociedad Contemporánea“) de James T. Bennett proporciona muchos más detalles.

Warren Farrell presume de haber sido elegido tres veces como miembro del Consejo de Directores de la sede que la “Organización Nacional Para La Mujer” (National Organization for Women – NOW) tiene en Nueva York. La autora del prefacio del libro de Farrell, Karen DeCrow, ex-presidenta de NOW, trabaja como abogada especializada en casos de discriminación laboral. Según ella, “los hombres no han urdido una trama vil orientada a mantener bajas las retribuciones de las mujeres”.

En su “Politics Of The American Feminism“, el profesor Bennett parafrasea más de veinte razones por las que los hombres ganan más que las mujeres, que vienen tratadas y documentadas con más detalle en “Why Men Earn More“.

En conjunto, explican en buena medida las razones de esa diferencia aunque ni Bennett ni Farrell creen que la discriminación por sexo sea completamente inexistente. Tampoco queda limitada a la discriminación que los hombres hacen en contra de las mujeres. Las razones, según generalizaciones apoyadas en voluminosas estadísticas, son:

  • Los hombres se interesan en mayor medida que las mujeres por la tecnología y las ciencias puras.
  • Es más probable que los hombres tengan trabajos más peligrosos que las mujeres, y esos empleos están mejor retribuidos que los menos peligrosos y más cómodos.
  • Los hombres están más dispuestos a trabajar en condiciones inclementes y se les compensa por ello (son “diferencias compensables” en el lenguaje económico).
  • Los hombres tienden a coger empleos más estresantes, que no son de “nueve a cinco”.
  • Muchas mujeres prefieren sentirse profesionalmente satisfechas en el trabajo (por ejemplo tener servicio profesional de guardería) a tener un mayor salario.
  • Los hombres tienden a asumir más riesgos en general. Un riesgo mayor supone una recompensa también mayor.
  • Los peores horarios están mejor pagados y es más probable que los hombres los acepten a que lo hagan las mujeres.
  • Los trabajos peligrosos (minería del carbón) están mejor pagados y en ellos predominan los hombres.
  • Los hombres tienden a “actualizar” sus calificaciones laborales con más frecuencia que las mujeres.
  • Es más probable que los hombres trabajen más horas y la diferencia salarial aumenta con cada hora extra por encima de las cuarenta semanales.
  • Es más probable que las mujeres tengan “huecos” en sus carreras o sea períodos de prolongada ausencia del mundo laboral a causa de las exigencias impuestas por la crianza y cuidado de los niños. Una menor experiencia significa una menor retribución.
  • Las mujeres tienen nueve veces más posibilidades que los hombres de abandonar el trabajo por “razones familiares”. Menos antigüedad conlleva una paga inferior.
  • Los hombres trabajan más semanas al año que las mujeres.
  • Los hombres tienen la mitad de absentismo que las mujeres.
  • Los hombres están más dispuestos a tener que hacer largos desplazamientos para ir a trabajar.
  • Los hombres están más dispuestos a mudarse a sitios no deseados a cambio de puestos mejor pagados.
  • Los hombres están más dispuestos a coger empleos que requieran viajar mucho.
  • En el mundo de las empresas, los hombres se muestran más inclinados a elegir puestos mejor retribuidos en campos como las finanzas o las ventas, mientras que las mujeres se decantan en mayor medida por puestos menos remunerados en relaciones públicas o recursos humanos.
  • Aún en los casos en los que los hombres y las mujeres ocupan puestos con la misma denominación, las responsabilidades de los hombres suelen ser mayores.
  • Es más probable que los hombres trabajen a comisión; es más probable que las mujeres busquen la seguridad en el empleo. Los primeros tienen más potencial económico.
  • Las mujeres otorgan mayor valor a la flexibilidad, a disponer de un entorno laboral humano y a tener tiempo para ocuparse de los niños y de la familia que los hombres.

El mensaje que Farrell da a las mujeres es que si realmente quieren ganar más dinero, deben prestar más atención a todos los factores que determinan mayores retribuciones y dedicar menos esfuerzos a quijotescas cruzadas para favorecer una legislación que postule “una misma paga por el mismo trabajo” o “formación en la diversidad” que demonice al empleado varón sin hacer nada por ellas. Este es el tipo de consejo práctico que daría un economista de primera clase, pero ese mensaje con frecuencia es en nuestros días silenciado en los campus universitarios por las muchedumbres de enfervorizados defensores de lo políticamente correcto en busca de alguien a quien linchar; por eso, el profesor Bennett dice de las feministas académicas que “encuentran que es sencillamente mucho más fácil calumniar a quienes denuncian la naturaleza fantasmal de esa diferencia retributiva”.

 


[1] La Works Projects Administrationo WPA era la principal agencia instituida en el marco del New Deal. Se creó el 6 de mayo de 1935, por una orden presidencial (la financió el Congreso, pero no la creó). La misión de la WPA era dar empleo a millones de desempleados recurriendo a vastos programas de obras públicas (N. del T.).

 


Traducido del inglés por Juan José Gamón Robres – mailto: juanjogamon@yahoo.es.

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