El fracaso del anarquismo socialista contado por sus protagonistas

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La Segunda República española y la posterior guerra civil vio nacer varios experimentos de anarquismos colectivistas, especialmente del tipo sindicalista. Desde la otra orilla y aplicando un análisis praxeológico los anarquistas de libre mercado podrían haber pronosticado su fracaso. Pero dejemos que ellos mismos nos cuenten como sus experimentos resultaron en la instauración de un Estado solo cambiando el nombre por eufemismos y viendo como cada uno de sus trabajadores buscaba su interés personal por sobre el del grupo.

Supuestamente los anarquismos socialistas, enemigos del capitalismo, al no existir propiedad privada y ser todo propiedad comunal se organizan en formas de asambleas o comités. Para ellos no resulta obvio que al no haber propiedad privada los conflictos sobre la posesión de bienes físicos aumentaran, no se reducirán. Incluso dentro del propio colectivismo fueron criticados por los comunistas marxistas; así se refería Engels a los seguidores de Bakunin: “¿Cómo estas personas proponen dirigir una fábrica, operar un ferrocarril o dirigir una nave sin tener un último recurso con poder de decisión, sin una gestión única? Por supuesto no nos dicen”.

La perseverancia del sentido de propiedad privada.

Parece que los anarquistas socialistas pensaron que al socializar los medios de producción se iba a terminar el deseo interno natural del hombre de poseer propiedad y mejorar su bienestar, pero se dieron cuenta rápidamente que todo trabajador busca su propio beneficio y el de los suyos antes de pensar en la colectividad.

El anarcocomunista español Jose Peirats desilusionado decía en aquel entonces: “Fortalecidos en sus respectivos colectivos, las industrias no habían más que sustituido a los viejos compartimientos estancos del capitalismo e inevitablemente caído en la burocracia, el primer paso en una nueva sociedad de desiguales. Los colectivos acabarían llevando a cabo la misma guerra comercial contra otros con la misma combinación de celo y la mediocridad que caracteriza los viejos negocios burgueses. Y por lo que trataron de ampliar el concepto de colectivismo a incluir, de manera estructural y permanente, a todas las industrias en un cuerpo armonioso y desinteresado.”

Abad de Santillán de FAI se refería así al resultado de entregar la propiedad de la fábrica a sus trabajadores y el consiguiente caos en el manejo de la empresa: “Habíamos visto en la propiedad privada de los medios de producción, de las fábricas, de los medios de transporte, en el aparato capitalista de distribución, la causa principal de la miseria y la injusticia. Deseábamos la socialización de toda la riqueza para que ni una sola persona pudiera quedar fuera del banquete de la vida. Ahora hemos hecho algo, pero no lo hemos hecho bien. En lugar del antiguo dueño, lo hemos sustituido por media docena de nuevos que consideran a la fábrica, el medio de transporte que ellos controlan como su propiedad, con el inconveniente de que no siempre saben cómo organizar… tan bien… como el antiguo.”

De la misma manera se lamentaba Josep Costa, capataz de la CNT de Barcelona, explicando por qué su sindicato decidió no colectivizar: “Las fábricas individuales colectivizadas actuaron desde el principio como si fueran unidades completamente autónomas, comercializando sus propios productos como pudieron y prestando poca atención a la situación general. Era una especie de capitalismo popular…”

Para el economista libertario Bryan Caplan está claro que pasar la propiedad de la fábrica equivale a un traspaso de accionistas, y estos en última instancia se comportarán como los anteriores “malvados” capitalistas: “Si los trabajadores toman el control de sus plantas y las manejan a su antojo, el capitalismo permanece. La única manera de suprimir lo que los socialistas más desprecian sobre el capitalismo – la codicia, la desigualdad y la competencia – es obligar a los propietarios-trabajadores a hacer algo que es poco probable que hagan voluntariamente.”

Eufemismos para nombrar al Estado

Hans-Hermann Hoppe define al Estado como una entidad que detenta el monopolio de la fuerza sobre un territorio geográfico determinado y obliga a las personas dentro de él a pagar impuestos para financiarse. Tomando este sucinta definición, no solo que las áreas tomadas por los anarquistas establecieron un Estado y solo cambiaron el nombre, sino que también establecieron impuestos y por supuesto las fábricas con sus nuevos dueños (trabajadores capitalistas) buscaron todas las formas para evadirlos.

Por otra parte Bryan Caplan tiene claro que no hay socialismo de ningún tipo sin una entidad que por medio de la violencia o amenaza de ella obligue a los disidentes a ceñirse a los planes o deseos, ya sea de un pequeño grupo de planificadores (marxismo-leninismo) o a la voluntad mayoritaria de una asamblea o comité, así es que nos dice: “Se requiere un Estado, una organización con poder de fuego suficiente para imponer la generosidad, igualdad y coordinación a los trabajadores recalcitrantes. Se puede llamar Estado a un consejo, un comité, un sindicato, o cualquier otro eufemismo, pero sigue siendo la simple verdad: el socialismo requiere de un Estado.”

Así se lamentaba Albert Peres Baro de la CNT sobre la poca solidaridad mostrada por los nuevos dueños de las fábricas: “Esta medida verdaderamente revolucionario [el impuesto del 50 por ciento de las ganancias] – aunque rara vez, o nunca, se aplicó – no fue bien recibida por un gran número de trabajadores, lo que demuestra, por desgracia, que su comprensión del alcance de la colectivización era muy limitado. Sólo una minoría entendió que la colectivización significa el retorno a la sociedad de lo que, históricamente, ha sido apropiado por los capitalistas…” La forma de evadir el impuesto era haciendo desaparecer los beneficios por medio de alzas salariales, esto por supuesto tiene efectos perniciosos en el largo plazo como el consumo de capital y desinversión, pero en el corto plazo era esperable. Hoy sucede lo mismo en menor grado debido a los impuestos a la renta corporativos.

Es increíble como todo experimento colectivista termina emulando el fracaso del primer experimento comunista en tierras americanas: la Plantación de Plymouthentre 1620 y 1623. Los trabajadores sabiendo que el ingreso está asegurado tenderán a producir menos y consumir más, así se quejaba Ricardo Sanz de la CNT: “Las cosas no van tan bien como en los primeros días del movimiento [revolucionario]… Los trabajadores ya no piensan en trabajar largas horas para ayudar al frente. Sólo piensan en trabajar lo menos posible y obtener los salarios más altos posibles”.

Conclusión

Este texto pretende ser un abrebocas al ensayo “The Anarcho-Statists of Spain” de Bryan Caplan, que por cierto recomiendo vivamente. Apenas he repasado solo algunos de los aspectos del fracaso de los experimentos anarco socialistas citados por Caplan. Como hemos visto el anarquismo colectivista ni es anarquista pues depende de un monopolio de la fuerza para ejecutarse, ni es colectivista ya que no puede borrar la individualidad de sus miembros.

Parafraseando la definición de socialismo de Huerta de Soto podríamos decir que en los experimentos anarcosocialistas, la “agresión a la función empresarial” no desaparece solo cambia de nombre. No se ejecuta por una burocracia centralizada de forma tiránica sino que se descentraliza en Estados más pequeños pero con las mismas características y atribuciones, entre ellas la de regular el comercio, establecer impuestos y castigar a los disidentes.

Por otro lado el deseo natural humano de superación espiritual y material no desaparece al experimentar con el anarquismo colectivista, en palabras de Murray Rothbard: “El deseo individual por la propiedad privada, la inclinación del hombre por superarse, por especializarse, por acumular ganancias e ingresos, son despreciadas por todas las ramas del comunismo.”