Por qué las mujeres pagan precios más altos por “los mismos” productos

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Why Women Pay Higher Prices for the “Same” ProductsEstos días parece que todo en nuestras vidas gira en torno a los impuestos. Los impuestos siempre han causado problemas. Los impuestos distorsionan la estructura de la producción y el sistema de precios, reduciendo la riqueza real de la sociedad.

Aun así no todo lo que la gente considera un “impuesto” es realmente un impuesto. Un impuesto es algo que una persona está obligada a pagar, bajo amenaza de castigo, por parte del gobierno. Esto no incluye lo que se conoce como el “impuesto rosa”. El impuesto rosa es la idea de que las mujeres pagan más que los hombres por productos que están pensados para las mujeres. Por ejemplo, los que creen en el impuesto rosa afirman a menudo que las mujeres pagan más que los hombres por hoja de afeitar y que las hojas de mujeres son el mismo producto que las hojas de los hombres.

Hombres y mujeres no son idénticos

Cuando se discute el impuesto rosa, podemos prescindir de la idea de que las mujeres pagan más dinero por exactamente los mismos productos que usan los hombres. Para que los productos sean idénticos deben verse como unidades homogéneos por los propios consumidores.

Está claro que no es el caso y los productos de higiene (incluso los diseñados para hacer cosas similares) son vistos de manera distinta por hombres y mujeres. Para empezar, los productos de hombres y mujeres generalmente huelen distinto. Este hecho por sí solo basta para distinguirlos como productos distintos si los sexos tratan a los productos de forma distinta.

Además, en términos de comodidades físicas, las hojas de afeitar de hombre y mujeres son distintas en varios aspectos. Como se indica aquí, las hojas de las mujeres a menudo son más grandes y tienen más material en torno a las cuchillas para ayudar a las mujeres a afeitar un área mayor.

Las mujeres pagan más por el lavado y corte de pelo. Esto se debe en parte al hecho de que el lavado y corte de pelo de las mujeres toman más tiempo y son más trabajosos. Lo que es más importante, las clientes femeninas de lavado de pelo están dispuestas a pagar voluntariamente los precios más altos. Pero estos hechos no han impedido que algunos reclamen una ley federal que prohíba las diferencias en precios.

Tal vez la mayor “injusticia” relacionada con el impuesto rosa sea el hecho de que las mujeres a menudo pagan más por los seguros sanitarios. Sin embargo, como se apunta aquí, es más probable que las mujeres tengan problemas crónicos de salud. Y, como sugieren los estudios, las mujeres usan los servicios de atención sanitaria de forma diferente de los hombres.

Los precios no son arbitrarios

El coste de producir un bien afectará al precio, pero en definitiva el cómo se valoren los bienes se basa en las valoraciones subjetivas de los consumidores. Esta valoración se manifiesta en forma de precios objetivos en dinero y son los consumidores los que realmente determinan qué productos están en el mercado y cuál será el precio de estos productos de consumo.

En el caso de los productos de higiene, debe recordarse que hombres y mujeres tienen distintos patrones de higiene que llevan a distintas curvas de demanda.

Así que los precios de un mercado que funcione se establecerán en un punto en que intersecten las agregaciones de la oferta y de la demanda. Es decir, se establecerá a un nivel en el que tanto vendedores como compradores puedan acordar intercambiar voluntariamente el dinero por los bienes.

Las empresas deben establecer un precio lo más cercano posible a este precio de equilibrio, porque por encima de este precio la empresa tendrá un exceso de producto a vender y si está por debajo de este precio la empresa tendrá escaseces, causando una pérdida de ingresos. Esto es aplicable también a todos los demás sectores: si los suministradores de productos para mujeres estuvieran realmente cargando un precio superior por un producto idéntico y obteniendo ganancias, entonces otras empresas empezarían a producir productos para mujeres, aumentando así la oferta y, ceterus paribus, impulsando a la baja los precios.

Al continuar comprando bienes con distintos precios para hombres y mujeres, los consumidores han indicado que piensan que no hay nada malo en que haya diferencias de precios entre productos de hombres y mujeres. Por el contrario, esta “discriminación de precios” está logrando la distribución más eficiente de los bienes para quienes más los valoran. Si los dos productos distintos fueran realmente lo mismo, entonces las mujeres sencillamente comprarían la versión masculina de los productos.

Además, nadie obliga a estas mujeres a pagar más por los productos que compran. Estos productos reflejan lo que una mujer considera como su producto del mercado más preferido con precios dados. En un mercado no intervenido, no hay precios correctos ni incorrectos. Solo hay precios que la gente elige libremente pagar. Creer que las mujeres solo compran productos de mujeres que son idénticos a los de los hombres debido a astutas campañas de publicidad sería suponer que las mujeres no tienen cerebro y pueden ser eternamente manipuladas por las empresas. Si este fuera el caso, ¿por qué las empresas no se limitan a aumentar sus precios para todos los productos y dedican la mayoría de sus fondos a la publicidad?

No se trata de igualdad

Los defensores de la abolición del inexistente impuesto rosa lo hacen tras una fachada de “igualdad” y muchos grupos que creen en el impuesto rosa defienden acción legislativa para obligar a las empresas a rebajar el precio de los productos femeninos para igualarlos a los precios cobrados por productos masculinos. No es más que una forma de control de precios, que, como se demuestra aquí, acaba llevando a cosas muy malas.


Publicado originalmente el 19 de febrero de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.