Centro Mises (Mises Hispano)

¿Por qué fracasan los movimientos contra la guerra?

[Debating War: Why Arguments Opposing American Wars and Interventions Fail. David J. Lorenzo. Routledge, 2016. viii + 233 páginas]

David Lorenzo, catedrático de asuntos internacionales en la Universidad Nacional Chengchi de Taiwán, ha asumido una tarea ambiciosa. Estados Unidos ha entrado en muchas guerras a lo largo de su historia y todas ellas han encontrado posición. Lorenzo en su excelente libro se aventura a clasificar los principales tipos de argumentos que se han planteado por parte de quienes han puesto en duda el camino de la guerra.

Los lectores acabarán el extenso análisis de Lorenzo con una impresión indeleble. Los mismos debates se producen una y otra vez. Sí, por ejemplo, vemos el debate sobre la Guerra de 1812, podría ser Ron Paul hablando de la invasión de Iraq en 2003:

Respondiendo al mensaje de guerra de Madison, [el representante Samuel] Teggart también argumentó que la guerra era ilegítima porque había sido evitable. A pesar de sus afirmaciones en contrario, la administración y sus defensores estaban predispuestos a entrar en hostilidades, viéndose atrapados en un ardor bélico. (…) Este ardor creó una atmósfera psicológica que no solo contaminaba los procesos internos: también afectaba a las relaciones externas. (…) Los que tomaban las decisiones clave y los que las apoyaban en el Congreso, daba a entender Teggart, no estaban en sus cabales.

Otro tema familiar aparece en el debate sobre la Guerra de México:

Los whigs atacaron primero la decisión de ir a la guerra desarrollando un argumento constitucional deslegitimador. Las acciones que llevaron a la guerra se sumaron a una apropiación inconstitucional presidencial de poder, sostenían. Al posicionar al ejército en lo que era en el mejor de los caos un territorio en disputa a lo largo del río Grande, el presidente precipitó una guerra sin la aprobación de Congreso. Permitir a los presidentes ubicar al ejército de una forma dañina (…) es permitir al poder ejecutivo manipular políticamente al Congreso con impunidad.

La defensa contra la guerra a menudo se basa en la prudencia, no en el pacifismo

Los opositores a la guerra deben enfrentarse a una objeción. Concediendo que el ardo bélico y la usurpación presidencial de poder pueda a veces ocasionar guerras innecesarias, ¿invalida esto totalmente la defensa de la guerra? ¿No está Estados Unidos a veces realmente en peligro? En el caso más comúnmente citado por los que critican a los no intervencionistas, ¿no estuvieron los “aislacionistas” anteriores a la Segunda Guerra Mundial voluntariamente “ciegos” ante el peligro que Hitler planteaba a Estados Unidos?

Es una fortaleza del libro de Lorenzo que, habiendo estudiado seriamente a los oponentes de las políticas beligerantes de Franklin Roosevelt, se dé cuenta de que la respuesta a nuestra pregunta es “no”. Por el contrario, los “aislacionistas” como William Borah, Herbert Hoover y Charles Lindbergh temían que los compromisos con las potencias extranjeras debilitaran a estados Unidos. Solo la perspectiva directa de una invasión del país justificaría una guerra.

El problema práctico con las acciones que [Lindbergh] pensaba que llevarían a la implicación de EEUU en la guerra no era que fueran demasiado militaristas (…) sino qe provocarían una guerra innecesaria y al hacerlo desviarían la atención y los recursos de las necesidades de seguridad nacional. (…) EEUU debía mantenerse lejos de los asuntos de otros países porque ese activismo constituía una distracción innecesaria para atender a sus propias necesidades de seguridad.

La guerra afecta a la oposición nacional al poder del estado

Otro argumento aparece constantemente entre los de los opositores a la guerra. Las guerras crean un imperio estadounidense que destruye nuestras instituciones republicanas.

John C. Calhoun usó exactamente este argumento al oponerse a la Guerra de México.

Calhoun sostenía que políticas exteriores agresivas [contra México] no valían la pena desde un punto vista meramente material y utilitarista. Luego Calhoun iniciaba una explicación distinta y deslegitimadora cuando consideraba qué podía hacerse con cualquier territorio tomado de México. (…) El botín de México resultaría ser una fruta envenenada, destruyendo paradójicamente la forma de gobierno y civilización que algunos trataban de extender por medio de la guerra.

Garet Garett, uno de los principales personajes de la Vieja Derecha del siglo XX, usaba una estrategia similar cien años después para oponerse a la Guerra de Corea.

Garett sostenía que los presidentes pueden ahora iniciar rutinariamente hostilidades y comprometer tropas en el extranjero sin aprobación del Congreso y sin que el Congreso se atreva a protestar. (…) el estado y sus secuaces han conseguido subordinar la política nacional a la política exterior. (…) Compromisos remotos también atrapan a Estados Unidos en una política de activismo perpetuo. Para controlar y defender su imperio, debe actuar como la policía del mundo y el garante del orden mundial contra lo que resultan ser fuerzas malévolas y aquellos que amenazarían a la civilización.

Por cierto, que Lorenzo señala correctamente que Lewis Mumford criticaba la Guerra Fría siguiendo la misma línea que Garrett, pero no menciona que Mumford atacó duramente a Charles Beard por su oposición a las políticas belicosas de Roosevelt. Tan grande era la hostilidad de Mumford hacia el aislacionismo de Beard que dimitió del Instituto Nacional de Artes y Letras en 1948 en protesta por su concesión de yuna medalla de oro a Beard.

El libertarismo de Ron Paul contra la guerra

Llevando su análisis hasta los tiempos actuales, Lorenzo dedica un instructivo capítulo a Ron Paul. Entiende correctamente que la base esencial de las convicciones contra la guerra de Paul no es la creencia de que Estados Unidos es “especial” frente a otras naciones. Por el contrario, acepta los principios morales de ámbito universal:

La postura esencial de Paul [es] que la actividad gubernamental equivale al uso de la fuerza. La fuerza es necesaria para mantener el orden en una comunidad y responder a un ataque, pero su uso para cualquier otro propósito (incluyendo proyectos paternalistas o benevolentes en cualquier otro sentido) viola las normas básicas de dignidad, libertad y autonomía individual que se encuentran en la doctrina de los derechos naturales.

Las opiniones de Pul difieren en muchos asuntos de las de Noam Chomsky, pero Lorenzo señala que ambos plantean a menudo la misma pregunta: “En una ocasión [Chomsky] realizó su análisis moral en el lenguaje de la reciprocidad que también usa pul: ¿Qué haría EEUU si otro país invadiera y ocupara países vecinos, estableciera fuerzas militares en la región y amenazara con la guerra si EEUU no renunciara a su arsenal nuclear?” Si Estados Unidos resistiría esas políticas y reclamaciones agresivas, ¿cómo pueden Irán y Corea del Norte tener que soportarlas legítimamente?

Si Paul y Chomsky a veces usan el mismo patrón de argumentos, en otro asunto difieren enormemente. Chomsky cree que el mercado libre es fatalmente defectuoso y tendría que ser remplazado; pero para Paul el mercado libre encarna los principios del derecho natural que desea promover. “Paul el antiintervencionista no es Paul sin su libertarismo, igual que Chomsky el antihegemónico no es Chomsky menos su anarcosindicalismo”.

¿Por qué fracasan los movimientos contra la guerra?

Lorenzo ha escrito un excelente análisis, pero el subtítulo de su libro promete más de lo que da. Solo en el último capítulo el autor intenta determinar “por qué fracasan los argumentos que se oponen a las guerras e intervenciones estadounidenses” y lo que dice ahí está a veces abierto a la objeción.

Mantiene que

Los críticos están desventaja en términos de acción cooperativa cuando se comparan con sus rivales intervencionistas y activistas. Es más fácil para estos últimos crear coaliciones y cooperar porque en el fondo, a pesar de sus diferencias, la mayoría de los que están a favor de intervenciones concretas están de acuerdo en que dichas intervenciones son en definitiva buenas para la seguridad estadounidense y mantener los valores estadounidenses y por tanto tienen pocos problemas en cooperar para impulsar la acción.

La situación, piensa Lorenzo, es distinta para los antiintervencionistas. Aunque los críticos “a menudo están más unidos en términos de oponerse generalmente a todas las intervenciones y guerras de lo que lo están los intervencionistas, la razón para sus objeciones da problemas importantes para la cooperación. Los críticos difieren esencialmente en los objetivos finales que buscan y estas diferencias influyen en su capacidad para cooperar”. El argumento de Lorenzo está expuesto a una objeción. ¿No pasa también que los intervencionistas difieren en sus razones para apoyar la guerra? Si estas diferencias no les impiden cooperar para defender una política común, ¿por qué los oponentes a la guerra tienen mayores dificultades? A pesar de sus distintos objetivos, todos los no intervencionistas están de acuerdo en que evitar la guerra les ayudaría a conseguir el objetivo final, cualquier que sea. Si los agresivos intervencionistas pueden cooperar, dado que comparten un objetivo próximo, ¿por qué no sus oponentes?

A pesar de este problema, recomiendo encarecidamente Debating War. Es un homenaje a la objetividad intelectual del autor, una cualidad rara en estos tiempos, que los lectores no sean capaces de discernir las ideas propias de dicho autor  acerca de los asuntos históricos de guerra y paz que tan bien explica.


Publicado originalmente el 11 de mayo de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

Salir de la versión móvil