Bueno, es algo muy relevante cuando el Papa ataca al libertarismo por su nombre. Es aún más interesante cuando mi editor en idioma español cree que el Papa, en un documento académico, estaba atacando un lenguaje que uso yo en lo particular, por implicación, aunque sin citarlo específicamente.
En un pasaje del documento, el Papa dice que libertarismo “engañosamente propone una “bella vida”. La segunda edición de mi libro Beautiful Anarchy (Una Bella Anarquia: Como Crear Tu Propia Civilizacion en La Era Digital) acaba de ser publicado en español (el lenguaje nativo del Papa), con sólidas ventas. No es imposible que mi libro haya sido el atacado, pero usted decide (puede descargar la versión inglesa aquí).
Cuando la Iglesia condenaba ideas en la edad media, los papas eran cuidadosos de citar específicamente las obras a las que se referían, de forma que no hubiera alguna confusión respecto a las opiniones que la Iglesia condenaba. Ya no sucede así. Queda en la incertidumbre la identidad del interlocutor, y por lo tanto el Papa tiene libertad de caracterizar los conceptos en forma incorrecta.
Más aún, desearía que las críticas del Papa tuvieran algo de contenido sustantivo que analizar. Los libertarios siempre estamos listos para un buen desafío. Por desgracia, la declaración consiste básicamente en una caricatura.
He aquí el texto completo de lo que dijo el Papa Francisco:
“Por último, no puedo dejar de mencionar los graves riesgos asociados con la invasión, en los niveles más altos de la cultura y la educación, tanto en las universidades como en las escuelas, de las posiciones del individualismo libertario. Una característica común de este paradigma falaz es que minimiza el bien común, es decir, el “vivir bien”, la “vida buena”, en el marco comunitario, y exalta un ideal egoísta que engañosamente invierte las palabras y propone la “buena vida”.
Si el individualismo afirma que es sólo el individuo el que da valor a las cosas y a las relaciones interpersonales y por lo tanto, solamente el individuo decide lo que es bueno y lo que es malo, el libertarismo, hoy tan de moda, predica que para fundar la libertad y la responsabilidad individual se deben recurrir a la idea de auto-causalidad. Así, el individualismo libertario niega la validez del bien común, ya que por un lado presupone que la idea misma de “común” implique la constricción de al menos algunos individuos, por otro que la noción de “bien” prive a la libertad de su esencia .
La radicalización del individualismo en términos libertarios, y por lo tanto anti-sociales, conduce a la conclusión de que cada uno tiene el “derecho” de expandirse hasta donde su potencia se lo permita incluso al precio de la exclusión y la marginación de la mayoría más vulnerable. Ya que restringirían la libertad, los lazos, serían lo que necesita ser disuelto, equiparando erróneamente el concepto de lazo al de vínculo, se termina por confundir los condicionamientos de la libertad – los vínculos – con la esencia de la libertad realizada, es decir, los lazos o las relaciones con los bienes, precisamente, desde los familiares a los interpersonales , de aquellos de los excluídos y los marginados a los del bien común, y en última instancia a Dios.”
Wow, esto suena desalentador
Una ideología que promoviera estas cosas ciertamente sería terrible. Es difícil imaginar que dicha ideología podría volverse “de moda” en lo absoluto. Sin embargo, por supuesto que el Papa sólo logra salirse con la suya al plantearlo porque define al libertarismo de una forma que lo vuelve increíblemente fácil de atacar -lo cual es una clara señal de que el punto de vista al que se opone ha sido mal reflejado.
Ciertamente, lo que el Papa alega que creen los libertarios no solamente es falso; en algunos aspectos es justamente lo opuesto a lo que los libertarios creemos.
Permítanme plantear mi propia definición del libertarismo. Es la teoría política de que la libertad y la paz sirven al bien común de mejor forma que la violencia y el control del Estado, lo que por tanto sugiere una regla normativa: las sociedades y los individuos no deben ser agredidos en sus asociaciones y tratos comerciales, siempre y cuando ellos no amenacen a otros.
Estoy prácticamente seguro de que la mayoría de los pensadores en la tradición liberal estarían contentos con esta definición.
¿Acaso esta idea es extraña o exótica, peligrosa o radical, hasta el punto de que dichos pensamientos constituyan una peligrosa invasión de la cultura?
No lo creo. Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, escribió esencialmente esto en la Summa Theologica (2;96:2):
“La ley no prohíbe todos aquellos vicios de los que se abstienen los virtuosos, sino sólo los más graves, aquellos de los que puede abstenerse la mayoría y que, sobre todo, hacen daño a los demás, sin cuya prohibición la sociedad humana no podría subsistir, tales como el homicidio, el robo y cosas semejantes.”
La Summa fue escrita en el siglo XIII. Su posición en cuanto a limitar al Estado y su defensa de la libertad humana (a pesar de ser inconsistente), marcaron el inicio de una nueva era en la filosofía, la ley y la teología. Señaló el camino para salir del periodo feudal hacia el surgimiento en mundo moderno. Las ideas que hoy son conocidas como “libertarias” fueron bloques esenciales en la construcción de los desarrollos políticos que tuvieron lugar durante los siguientes 600 años.
El libertarismo no es una opinión política arcana, peculiar o extraña; es un destilado de la sabiduría de una poderosa tradición que abarca las experiencias de muchas culturas y los más elevados pensamientos de los más serios pensadores desde la edad media hasta la época presente.
¿Qué pasa con esa palabra?
Parte del problema es la palabra “libertarismo” en sí misma. Pareciera un neologismo que apunta a una nueva invención en décadas recientes, una exótica ideología política con extrañas doctrinas y argumentaciones, algo que requeriría tiempo estudiar y entender. Como sucede con cualquier gran tradición intelectual, es fácil tomar a un pensador, declaración, libro o publicación en Internet, y a partir de ella caricaturizar todo lo demás. Cuando esto sucede, los críticos tienen la ventaja: pueden inventar cualquier atemorizante descripción que quieran y que parezca creíble.
De hecho, el término “libertarismo” se usó a partir de la Segunda Guerra Mundial como una necesidad debido a que el término liberalismo parecía haberse corrompido. Esa generación decidió alejarse de la palabra liberalismo, aunque fuera para distinguir lo que ellos creían, de lo que proponían los partidarios del poder estatal (que se habían apoderado de la palabra “liberal”, como lo siguen haciendo hasta la fecha, n. del. T.).
Un problema inesperado con esta estrategia de lenguaje fue que inadvertidamente cortó al nuevo libertarismo de su larga y reconocida tradición liberal. Por ello, seamos claros: cuando hablamos acerca de libertarismo estamos hablando acerca del sucesor y la viva encarnación del liberalismo en su tradición clásica. Entendido de este modo, no parece tan extraño.
La Iglesia y el liberalismo
No solamente eso: el rol del catolicismo en la historia moderna ha sido el de servir como benefactor de la causa liberal. Desde el tiempo de Santo Tomás y sus sucesores, la Iglesia Católica comenzó una larga transición para alejarse de sus tendencias Constantinas del primer milenio, gradualmente dejando de lado la espiración de unificar la Iglesia y el Estado y avanzando hacia la aceptación de la emergente tradición liberal. Sucedió primero en el ámbito de la banca, donde la Iglesia defendió a los banqueros de la familia Medici en contra de las fuerzas reaccionarias que trataron de detener el amanecer de la moderna vida comercial. La Iglesia liberalizó su regla en contra de la usura, por ejemplo, y defendió los derechos de propiedad y comercio entre las naciones.
El fin de la esclavitud fue quizá el mayor triunfo del liberalismo antes del siglo XX, y ahí la Iglesia Católica sido una fuerza en favor de los derechos humanos y la justicia desde mucho antes que otros tomaran dicha bandera.
Por ejemplo, los textos de fray Bartolomé de las casas, de 1547, continúan inspirando con su pasión moral en rechazo de las atrocidades cometidas por muchos estados en contra los derechos humanos. Ninguno de los antiguos filósofos se atrevió imaginar un mundo de igualdad universal para todas las personas, pero la Iglesia Católica lo hizo, basada en la convicción de que todos los individuos están hechos a imagen y semejanza de Dios, y por lo tanto son merecedores de ciertos derechos.
La tradición del pensamiento católico social dentro del escolástico tardío, centrada en España, ha sido frecuentemente acreditada como lugar de nacimiento de la ciencia económica. Esto es porque dichos académicos no sólo eran idealistas morales; eran personas eminentemente prácticas, que buscaban entender cómo funciona el mundo real, todo con el interés de comprender la forma en que las personas pueden tener una vida mejor. Ellos gradualmente descubrieron que los intereses de la persona individual y el bien común no estaban en conflicto, sino que ambos podían alcanzarse a través de la liberalización en todas las esferas de la sociedad.
Después de la reforma y el ascenso del nacionalismo, la Iglesia -como institución internacional que no representa los intereses de un Estado en particular – sirvió como baluarte en contra del poder incontestado de los príncipes y en favor de la idea agustiniana respecto a que ningún líder gubernamental puede desplazar la autoridad de Dios y que “una ley injusta no es ley en lo absoluto”- una declaración citada por Santo Tomás y más tarde por Martin Luther King, Jr., en su carta desde la cárcel de Birmingham.
Oposición católica al estatismo
En otras palabras, el largo ethos del catolicismo se ha inclinado hacia favorecer exactamente lo que el Papa acaba de denunciar: o sea, el que presumir que la libertad se encuentra por encima de la coerción debería ser la norma prevaleciente en la vida política.
Es por esta razón que la Iglesia Católica se posicionan contra el socialismo desde el nacimiento de dicha idea en el mundo moderno. En 1878, 40 años antes de la revolución bolchevique, el Papa León XIII escribió en Quod Apostolici Muneris que los socialistas erraban…
…al “atacar el derecho de propiedad sancionado por la ley natural, y por un enorme atentado, dándose aire de atender a las necesidades y proveer a los deseos de todos los hombres, trabajan por arrebatar y hacer común cuanto se ha adquirido a título de legítima herencia, o con el trabajo del ingenio y de las manos, o con la sobriedad de la vida.”
El Papa León XIII declaró firmemente que el catolicismo
“manda, además, que el derecho de propiedad y de dominio, procedente de la naturaleza misma, se mantenga intacto e inviolado en las manos de quien lo posee, porque sabe que el robo y la rapiña han sido condenados en la ley natural por Dios, autor y guardián de todo derecho; hasta tal punto, que no es lícito ni aun desear los bienes ajenos, y que los ladrones, lo mismo que los adúlteros y los adoradores de los ídolos, están excluidos del reino de los cielos.”
Este activismo anti socialista (Jesús no era socialista) continuó a lo largo de la resistencia de la Iglesia en contra tanto del bolchevismo como del nazismo, y llevó al catolicismo a jugar un papel muy importante en el evento al derrocamiento de los regímenes tiránicos en Europa Oriental.
El Concilio Vaticano Segundo
La apoteosis del espíritu liberal dentro del catolicismo fue hermosamente afirmada en los documentos del concilio Vaticano Segundo. Esto representó la conclusión de la aceptación de liberalismo que se había cocinado por muchos siglos. Fue aquí que la Iglesia final y dogmáticamente afirmó el derecho a la libertad religiosa como pilar de los derechos humanos.
Dignitatis Humanae (1965) brinda lo que podría ser considerado como la mejor declaración del liberalismo/libertarismo planteada en la segunda mitad del siglo XX:
“Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos.
Declara, además, que el derecho a la libertad religiosa está realmente fundado en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón natural. Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa ha de ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de tal manera que llegue a convertirse en un derecho civil.
Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas, es decir, dotados de razón y de voluntad libre, y enriquecidos por tanto con una responsabilidad personal, están impulsados por su misma naturaleza y están obligados además moralmente a buscar la verdad, sobre todo la que se refiere a la religión. Están obligados, asimismo, a aceptar la verdad conocida y a disponer toda su vida según sus exigencias. Pero los hombres no pueden satisfacer esta obligación de forma adecuada a su propia naturaleza, si no gozan de libertad psicológica al mismo tiempo que de inmunidad de coacción externa. Por consiguiente, el derecho a la libertad religiosa no se funda en la disposición subjetiva de la persona, sino en su misma naturaleza. Por lo cual, el derecho a esta inmunidad permanece también en aquellos que no cumplen la obligación de buscar la verdad y de adherirse a ella, y su ejercicio, con tal de que se guarde el justo orden público, no puede ser impedido.”
Una aplicación consistente este principio lo llevará exactamente donde los libertarios nos encontramos en materia política, económica, cultural y de relaciones internacionales.
El Vaticano Segundo afirmó además que el buscar una mejor vida a través de la libertad se encuentra en el propio núcleo de la experiencia humana. Esta aspiración requiere ciertas condiciones institucionales, como el derecho a la propiedad privada. El inspiracional y hermoso documento Gaudium et Spes (1965), tradicionalmente visto como una obra maestra de exposición, que sintetiza el espíritu del concilio, señala lo siguiente:
“La propiedad privada o un cierto dominio sobre los bienes externos aseguran a cada cual una zona absolutamente necesaria para la autonomía personal y familiar y deben ser considerados como ampliación de la libertad humana. Por último, al estimular el ejercicio de la tarea y de la responsabilidad, constituyen una de las condiciones de las libertades civiles.
Las formas de este dominio o propiedad son hoy diversas y se diversifican cada día más. Todas ellas, sin embargo, continúan siendo elemento de seguridad no despreciable aun contando con los fondos sociales, derechos y servicios procurados por la sociedad. Esto debe afirmarse no sólo de las propiedades materiales, sino también de los bienes inmateriales, como es la capacidad profesional.
La misma propiedad privada tiene también, por su misma naturaleza, una índole social, cuyo fundamento reside en el destino común de los bienes.”
¿Y el bien común?
La inquietud sobre el “destino común” de los bienes parece encontrarse en el centro de la preocupación del Papa Francisco en cuanto a que libertarismo empuje los derechos e intereses de los individuos en contra del bien común. Éste es una idea tediosa de refutar, porque justamente ha sido uno los principales proyectos de la tradición liberal (desde la ilustración escocesa hasta el presente) el argumentar que los derechos individuales y el bien común no son inconsistentes, que uno no necesita enfrentarse al otro. Buscar el bien de todos no requiere la violación de derechos e intereses individuales, y la defensa de los derechos intereses individuales no requiere entrar en conflicto con el bien de todos.
Considere las palabras del hombre que es ampliamente considerado como el principal genio libertario el siglo XX, Ludwig von Mises. En su libro de 1927 “Liberalismo” él argumentó que sólo el liberalismo busca el bien de todos, en contraposición de los intereses de un grupo de poder u otro.
“El liberalismo procuró acabar con todo ese particular privilegio. La sociedad clasista había de dar paso a un nuevo sistema: todos los ciudadanos debían ser iguales ante la ley. Lo que se discutía no eran los privilegios de determinados estamentos, sino la propia existencia de prerrogativas en favor de estos o aquellos. La política liberal derribó todos los valladares de clase y condición, liberando al hombre medio, al individuo común, de cuantas restricciones el ancien régime habíale impuesto.
Los presentes partidos políticos, o bien siguen defendiendo privilegios de otrora, que el liberalismo no pudo llegar a suprimir, por haber sido incompleta su ascendencia, o bien procuran arbitrar sistemas que instauren privilegiadas nuevas castas. El liberal, en cambio, pro pone un programa que a nadie puede dañar. Prerrogativa alguna ofrece a personas ni grupos, y cuando recomienda a las gentes que, de momento, renuncien a ventajas particulares, evidénciales que tales aparentes sacrificios a todos les serán compensados a través de beneficios mucho mayores. Por el contrario, los partidos políticos, a los que, en general, podemos calificar de «grupos de presión», buscan exclusivamente el bienestar de específicos estamentos, a quienes prometen hacer felices, a costa del resto del país.
Proclamaron siempre los liberales que de la eliminación de castas y estamentos, de la abolición de privilegios y del establecimiento de la igualdad ante la ley, surge ineludiblemente la pacífica cooperación social, al coincidir entre sí, pronto, los auténticos intereses de todos los interviniente”
Mi recientemente fallecido amigo Michael Novak quedó tan impresionado por estos pasajes que escribió un libro entero acerca del tema de liberalismo y el bien común, entendido precisamente de la misma forma que la tradición católica ha celebrado durante tanto tiempo.
Individuo y comunidad
La era digital nos ha brindado oportunidades sin precedente para que los individuos redefinen sus asociaciones, fuentes de entretenimiento, influencias espirituales y elecciones profesionales. Mientras leo la declaración del Papa Francisco, el parece pensar que celebrar dichas oportunidades (como lo he hecho frecuentemente) necesariamente significa despreciar las normas comunitarias y el bien general. Por implicación, él parece responder que las necesidades de la comunidad han de considerarse antes que los deseos individuales.
Sin embargo, he aquí el problema. Es un hecho de la vida humana que cada individuo es diferente. Uno podría decir que fue diseñado para hacer de este modo. El gran descubrimiento de liberalismo fue el observar que es posible para los individuos el buscar sus intereses de un modo que no corte sus vínculos con la comunidad, sino que, por el contrario, los fortalezca. El que esto es cierto se vuelve cada vez más obvio nuestros tiempos. La tecnología lo ha hecho así. Las vidas refinadas han coincidido con cada vez más conexiones comunitarias a través de grupos y naciones.
Es la gran carga de la tradición liberal el explicar una y otra vez que el camino hacia la comunidad pasa por la búsqueda de los intereses individuales en cooperación voluntaria con otros. Hemos tratado de explicar esto durante cientos de años, pero pareciera que el mensaje requiere permanentemente ser expresado y explicado.
Ciertamente, el liberalismo no puede y no pretende prometer la salvación de las almas; ese es el terreno de las grandes religiones. El liberalismo no busca desplazar el rol de la religión en la sociedad. Sólo pretende brindar las mejores condiciones posibles para el florecimiento de la sociedad humana en un sentido material a través del desarrollo de la libertad como marco esencial para el bien de todos.
Como Mises señala, el liberalismo “no promete nada que exceda lo que puede lograrse en la sociedad y a través de la sociedad. Busca brindarle a las personas sólo una cosa, el desarrollo pacífico del bienestar material para todos, con el objetivo de escudarlos de las causas externas de dolor y sufrimiento, en la medida en que hacer esto yace dentro del poder de las instituciones sociales. Disminuir el sufrimiento, incrementar la felicidad: ese es objetivo.”
El enemigo incorrecto
En resumen, el libertarismo busca un mundo más libre, un mundo de derechos universales, pretende la construcción instituciones que pongan a la dignidad humana en la mejor ventaja posible respecto poderosos intereses, mayoritariamente asociados con el Estado, que buscarían violar esos derechos y disminuir esa dignidad. La libertad no puede garantizar una “vida hermosa” pero dicha vida hermosa sería imposible de imaginar o alcanzar sin libertad. Notar esto no es “engañar” sino una descripción de las maravillosas oportunidades disponibles en nuestro tiempo.
Para ser claros, no estoy diciendo en absoluto que la tradición política Católica equivalga a libertarismo. Hay demasiadas anomalías y contradicciones para hacer dicha aseveración. Lo que estoy diciendo es que la Iglesia ha demostrado ser capaz, a lo largo de una larga historia, de hablar acerca de la libertad y la política en una voz libertaria, y esto tiene una razón: la fe genuinamente cree que la verdad liberar al mundo.
Los libertarios no somos invasores inoportunos, sino campeones del progreso continuo en el mundo que la propia Iglesia Católica busca servir y apoyar.
Este artículo se publicó originalmente en FEE.Org, Traducción por http://garibaycamarena.com