Repensar el libertarismo

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Un hecho que se ha vuelto indiscutible es el aumento de chilenos que se reconocen como liberales, ya sea de tradición clásica o libertaria. Esto ha ocurrido como una reacción a la expansión del discurso estatista en el país. Aun así, son muchos los liberales que han preferido seguir otro camino: no la simple reacción a un discurso específico, sino la reflexión sobre el propio.

Cuestionar las bases y estrategias de la propuesta liberal-libertaria en Chile no es una tarea menor, considerando que no basta con repetir como loros lo que se dice en Estados Unidos o España. No podemos replicar esos discursos, precisamente porque las realidad desde las que emergen son disímiles de la nuestra (quizás la de España es menos distante en cierto modo). Por eso, medios como El Libertario son positivos y necesarios, pues permiten generar debate y fortalecer el discurso libertario ante las propuestas de más estado y menos libertad.

Claro está, esto no significa que yo adhiera a todas las tesis que se presentan en este medio. Mi visión del libertarismo es una no muy coincidente con la que aquí se difunde: el paleolibertarismo. Lo sorprendente es que este también es una reflexión sobre las bases del pensamiento liberal-libertario y un cuestionamiento al rumbo que ha tomado la estrategia de los liberales-libertarios. Permítanme explicarlo.

El paleolibertarismo o libertarismo conservador (quizá anarcoconservadurismo) es una «familia» del pensamiento liberal-libertario que propone la necesidad de fundar una sociedad libre en el marco de los valores tradicionales de la civilización cristiana occidental. No sé si me explico. El paleolibertario ve en el avance del estatismo una degeneración de las instituciones tradicionales, como la familia y las iglesias, y con ello la destrucción de las libertades individuales y el derecho de propiedad (Bertrand de Jouvenel y Hans-Hermann Hoppe explican esto). El paleolibertario afirma, con toda seguridad, que un orden social libertario requiere de estas instituciones tradicionales para existir. Como la libertad política (ausencia de coacción) creció libremente con apoyo de estas instituciones, «es probable que una próspera sociedad libre sea en gran medida una sociedad de ligaduras tradicionales», en palabras de Friedrich Hayek.

Con todo esto ¿qué ofrece el paleolibertarismo a la reflexión sobre el liberalismo-libertario?

Primero, una renovada definición de la libertad que se fundamenta en: a) declarar que el ser humano tiene libre albedrío y b) que ese libre albedrío solo se puede materializar como libertad política cuando existe un marco sólido de tradiciones e instituciones sociales que aseguran la protección de la intimidad individual.

En segundo lugar, una nueva concepción de la emancipación. Esta deja de ser un grito adolescente por hacer lo que se quiera, sino que se transforma en una reclamación por esos espacios de sociabilidad y comunidad que fueron arrebatados por el poder estatal (educación, salud, seguridad social e incluso la misma política).

Por último, el paleolibertarismo puede ofrecer una radical critica al estado. Para el paleolibertario, el Estado ha surgido siempre de la violencia, la conquista y el abuso. Por lo tanto es nuestra responsabilidad desmantelarlo. Para conseguir esto, el camino ideal es la devolución del poder a las comunidades. El objetivo sería que ellas pudieran solucionar las problemáticas comunes. A esta cláusula se le sumaría el derecho de secesión, para que toda asociación política que surja en el futuro sea fruto del verdadero consentimiento de los ciudadanos.

Con lo dicho, creo que he dado las bases fundamentales del paleolibertarismo. Corresponderá en otro espacio y momento hacer referencia a la crítica que tenemos hacia las modas políticas de hoy, así como las que también tenemos al tan cuestionado «modelo» chileno. En toda circunstancia, la intención es una: que siga el debate y que podamos repensar el libertarismo lo más posible.


El original se encuentra aquí.

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