Por un libertarismo reaccionario

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Hace aproximadamente unos dos años, los líderes del Partido Libertario de Estados Unidos le prohibieron a Ron Paul fungir como orador en la Convención Nacional que tuvo lugar en julio de ese mismo año (2018). Dicha decisión fue francamente, indignante. Para quienes aún no lo sepan, el doctor Paul es la persona que mayor cantidad de adeptos ha ganado para el libertarismo. No en vano, es conocido como el Padre del Movimiento de la Libertad.

Es fácil adivinar porqué vetaron a este personaje: es demasiado conservador. Un caballero cristiano y enemigo de lo políticamente correcto; nunca será del agrado de unos presuntos libertarios, que se sienten más cómodos en compañía de gente al servicio del marxismo cultural como Gary Johnson o Clint Eastwood.

Cuando a estos libertarios sólo de nombre –en adelante, me referiré a ellos como LINO (libertarians in name only)– se les habla de marxismo cultural, no dudarán en contestar que este término carece de significado real y que pertenece a la jerga de gente intolerante, fascistas y fanáticos religiosos.

Lo cierto es que el marxismo cultural tiene un propósito muy claro que los defensores de la libertad deberíamos denunciar, en lugar de servir de idiotas útiles. Todo comienza con Antonio Gramsci y Georg Lukács, teóricos marxistas que llegaron a la conclusión de que las tradiciones culturales de Occidente eran las responsables de la “ceguera” de la clase trabajadora con respecto a su lugar en el mundo y sus intereses de clase. Así que, si se quería implementar el comunismo, era necesario acabar con la cultura occidental.

En los años treinta del siglo pasado, la Escuela de Frankfurt se convirtió en la caja de resonancia de ese ideal. Mediante la llamada Teoría Crítica, se dedicó a atacar instituciones tradicionales como la familia heteroparental y monogámica, el credo cristiano y las jerarquías naturales. Cualquiera que creyera en estas cosas era tildado de racista, sexista y mentalmente enfermo.

En los años sesenta, los marxistas culturales inventaron el discurso de lo políticamente correcto para acelerar el logro de sus objetivos, el cual consistía en la promoción (con carácter coactivo) de formas de sexualidad distintas a la heterosexual, de credos o comunidades de fe no cristianos, del ataque a las jerarquías naturales y de la diversidad racial.

Los marxistas culturales han presentado su ideología como un canto a la libertad, es por eso por lo que han podido infiltrar el libertarismo a nivel mundial. Como resultado, éste ha dejado a un lado el estudio del libre mercado y ha volcado todas sus energías en la defensa del feminismo, la agenda LGBTIQ+, la democracia de masas y el multiculturalismo.

Debe generarse una reacción en el movimiento libertario que permita combatir enérgicamente la infiltración marxista y denunciar a los LINO, que no son herederos legítimos de la tradición intelectual de Mises, Hayek o Rothbard, sino “liberal-demócratas” hijos de la corrección política.

¿QUÉ ES EL LIBERTARISMO?

Antes de presentar los puntos que considero necesarios para una reacción libertaria, definiré brevemente qué es el libertarismo, ya que los LINO no tienen ni la menor idea de lo que significa.

El libertarismo es una parte de la filosofía política que se ocupa de esclarecer cuál debería ser el uso adecuado de la fuerza en la sociedad. Para ello, recurre al Principio de No Agresión, según el cual todos los individuos tenemos derechos naturales a la vida, la libertad y la propiedad, además de la capacidad de usarlas de la manera que consideremos más conveniente. Lo que sí no se puede hacer es iniciar la fuerza contra la persona o legítima propiedad de un tercero, ni amenazar con hacerlo. La fuerza sólo puede usarse en defensa propia.

Los derechos libertarios son negativos, en el sentido en que no exigen ninguna acción por parte de los individuos, más allá de abstenerse de interferir físicamente con las libertades de los demás. Dicho de otro modo, los derechos son obligaciones de no agresión, nada más que eso.

Nuestra época es la de los derechos positivos: a la educación, a la salud, a la vivienda, a no recibir ofensas verbales, al matrimonio igualitario, entre otros. Al decir que alguien tiene derecho a la salud, por tomar un ejemplo, se está obligando a los proveedores de este servicio a prestarlo siempre, aún en contra de su voluntad. Este elemento de coacción rompe con la definición libertaria de derecho.

Al libertarismo no le interesa en lo absoluto el uso que un individuo le dé a su libertad. Eso debe quedar muy claro. Él es libre de llevar el estilo de vida que desee, puede ser un libertino, un conservador moral, o cualquier cosa. Nuestra filosofía no emite un juicio valorativo de esas decisiones, únicamente se pronuncia cuando se cruza la línea roja de la no agresión.

El error que cometen los LINO es creer y hacerle creer a todo el mundo que las ideas, actitudes y comportamientos que promueven –inspirados en el marxismo cultural– son los que definen el libertarismo. Eso significa que todo aquello que esté por fuera de esas preferencias personales suyas no es libertario ¡Vaya manipulación! Pero el asunto es aún más complejo…

Resulta que el marxismo cultural, al estar basado en la agresión, es totalmente incompatible con el libertarismo. O se es marxista cultural o se es libertario, pero no se puede ser ambos al mismo tiempo, pues sería una contradicción lógica.

A continuación, presentaré esos puntos del marxismo cultural, particularmente agresivos, que deberían ser desterrados del movimiento libertario en aras de la coherencia ideológica:

1.   Igualitarismo

El marxismo cultural sigue la idea según la cual los seres humanos somos exactamente iguales. Si en la sociedad existe alguna indeseable “desigualdad”; es por culpa de los privilegios de clase o de la discriminación contra determinados grupos sociales. Afortunadamente, la anhelada igualdad puede restaurarse a través de la ingeniería social.

El libertarismo, por el contrario, descansa en el hecho incontrovertible de que las personas son distintas. Basta con mirar alrededor para darnos cuenta de que no tenemos la misma apariencia, formas de ver el mundo, capacidades o virtudesLa desigualdad es el hecho fundamental de la condición humana y resulta crucial para el ejercicio de la libertad.

Por lo tanto, los libertarios deben rechazar el igualitarismo. Los principios que dan vida a una sociedad libre no son posibles bajo la ingeniería social inherente a esta perversa ideología.

2.   Multiculturalismo

Éste es probablemente el punto más importante. Los LINO, influenciados por el abrazo a la diversidad que proclama el marxismo cultural, sueñan con que en Occidente convivan personas de todos los orígenes culturales en un clima de aceptación mutua, flores, abrazos y sonrisas.

Para materializar esta fantasía multicultural es necesaria la inmigración masiva. Los LINO la defienden por dos razones principales: el supuesto derecho al libre tránsito y los beneficios económicos que trae. No perciben el fenómeno en todas sus dimensiones ni tienen en cuenta sus efectos a largo plazo.

Europa Occidental puede brindarles un valioso testimonio. Sus ciudadanos han sido obligados a subsidiar la importación masiva de extranjeros no occidentales; que no tienen ni la más mínima intención de integrarse. Incluso, hay algunos que imponen violentamente sus tradiciones culturales en las sociedades de acogida.

Los beneficios económicos de la inmigración masiva no deberían servir de pretexto para permitirla. Lo poco que se pueda ganar en riqueza material, se conseguirá por un precio demasiado alto: tensiones sociales, expansión del Estado de Bienestar, introducción de enfermedades, e inseguridad y terrorismo.

3.   Antidiscriminación

En el ejercicio de sus libertades, los individuos tienen el derecho de asociarse o no, con quien prefieran. La libre asociación es un componente fundamental del orden social libertario.

Por esa razón, el libertarismo se ha opuesto a las denominadas leyes “antidiscriminación”, que obligan a los individuos a interactuar o hacer tratos con personas que, en condiciones de libertad, no hubiesen escogido nunca.

En 2012, una pareja gay de Colorado acudió a la pastelería de Jack Phillips para que les hiciera el pastel de su boda. Éste les contestó que no hacía pasteles para este tipo de bodas porque eso iba en contra de su fe cristiana.

La “ofendida” pareja se quejó ante la Comisión de Derechos Civiles de Colorado, que en nombre del derecho al trato igualitario (un derecho positivo ajeno al libertarismo), obligó a Phillips a que en el futuro debía hacer pasteles para todas las parejas, sin importar los gustos y preferencias de sus integrantes. El pastelero llevó el caso ante la Corte Suprema de Justicia, la cual falló a su favor aludiendo invocar la libertad religiosa.

La defensa de Phillips no radicaría tanto en la religiosidad del asunto, sino en el derecho a discriminar. Si él ha decidido no hacer tratos con determinado individuo o segmento poblacional, por la razón que sea, es legítimo que lo haga. Así mismo, como el pastel es propiedad suya, él es el libre de determinar a quién cedérsela.

4.   Ideología de género y apoyo al lobby LGBTIQ+

La ideología del género postula que el género, valga la redundancia, es un constructo cultural que está totalmente desvinculado de lo biológico. Una persona puede identificarse como hombre, mujer o hasta 112 géneros distintos.

Al libertarismo no le importa qué identidad sexual escoge el individuo o lo ridículos y anticientíficos que puedan ser los argumentos de la ideología de género –que efectivamente lo son–, lo que le interesa es que ésta no se imponga a las bravas, vulnerando la libertad de los individuos. Tristemente, esta ideología se ha convertido en la dictadura moderna, que nos obliga a usar un “lenguaje incluyente” para no ofender a ningún género y a aprobar la autopercepción de los demás.

El gran aliado de la ideología de género es el lobby LGBTIQ+, cuyo presunto objetivo es el de defender los derechos de la población del mismo nombre. Aquí se identifica un error: las poblaciones y/o comunidades no tienen derechos, sólo los individuos. Por otra parte, los derechos que defienden son de carácter positivo, como el “derecho al matrimonio” y el “derecho a la adopción de menores”, los cuales son incompatibles con el libertarismo.

Es lamentable ver cómo algunos “libertarios” se muestran a favor de esos falsos derechos. No son conscientes que cuando se obliga a toda la sociedad a reconocer un “matrimonio” entre homosexuales o la “adopción homoparental de menores”, se está ejerciendo coacción, un elemento que no corresponde a la visión libertaria de los derechos.

El lobby LGBTIQ+ también busca que aceptemos a la fuerza el estilo de vida que promueven sus miembros, y la existencia de modelos familiares distintos al tradicional. Quienes no lo hagan son tildados de intolerantes y en muchas ocasiones, pueden ser penalizados por la ley. Este tufillo totalitario, impide que un libertario pueda congeniar con las acciones de dicho lobby.

5.   Simpatía por la democracia

Al LINO se le hace agua la boca cuando le hablan de democracia. Hablemos claro: quien se proclame libertario y a la vez demócrata es un farsante.

Debido a su espíritu coactivo, la democracia es incompatible con la libertad. Existen varias razones por las cuales uno puede oponerse a este sistema, y aquí señalaré sólo dos. La primera es que está basado en la voluntad de un ente imaginario llamado pueblo. Por lo tanto, es una forma de colectivismo, o como diría el gran Hans-Hermann Hoppe: “La democracia no tiene nada que ver con la libertad. La democracia es una variante suave del comunismo, y rara vez en la historia de las ideas ha sido considerada como otra cosa”.

No obstante, no es la voluntad de todo el pueblo lo que se tiene en cuenta en una democracia, sino la de la mayoría de las personas que se manifiestan con su voto en determinado certamen electoral. Aquí está la segunda razón para oponerse a democracia: la decisión de la mayoría se impone a toda la sociedad.

La perversa alianza entre libertarismo y marxismo cultural debe acabar de una vez por todas. No podemos ser cómplices de aquellos que pretenden extinguir la llama de la libertad, especialmente en Occidente, la misma civilización en la que surgió y echó raíces nuestra filosofía.


El artículo original se encuentra aquí.