
Ludwig von Mises fue el economista más importante de la denominada escuela austriaca en el siglo XX. En su tratado de economía corona muchas décadas de investigación y docencia efectuadas primero en Viena, luego en Ginebra y finalmente en la universidad de Nueva York, ciudad en la que falleció en 1973. Frente al análisis del equilibrio que obsesiona a los teóricos neoclásicos (sean de corte keynesiano o de la escuela de Chicago), Mises pone el énfasis en desarrollar la teoría económica en base al estudio de los procesos dinámicos del mercado impulsados por la capacidad creativa y coordinadora de la función empresarial. Este enfoque de Mises no solo es mucho más realista y fructífero, sino que, además, le permitió formular el teorema de la imposibilidad de la planificación y el socialismo: en ausencia de libre empresa y precios de mercado para los bienes de capital es imposible el cálculo económico, pues el órgano de planificación (llámese Gosplan, Oficina de Estadística o, en el ámbito financiero, el Banco Central) es incapaz de hacerse con la información que necesita para dar un contenido coordinador a sus mandatos (y ello no solo por razones de volumen y complejidad, sino, sobre todo, porque la propia coacción que caracteriza al estatismo bloquea el descubrimiento empresarial del conocimiento de primera mano que precisamente necesita “como agua de mayo” el intervencionista estatal para tener éxito con su regulación). La caída del muro de Berlín en 1989 y el desprestigio y crisis creciente del Estado del bienestar han supuesto la confirmación histórica definitiva del análisis de Mises, a la vez que han evidenciado los graves fallos teóricos de otros paradigmas alternativos que, como el de los “liberales” de la escuela de Chicago y el de los macroeconomistas keynesianos, nunca han llegado a entender con sus obtusos modelos de equilibrio lo que de verdad sucede en los mercados del mundo real.
Una aplicación práctica importante del teorema misesiano sobre la imposibilidad del cálculo económico socialista es su teoría del ciclo económico. Este surge de la descoordinación intertemporal inducida en forma de masivos errores de inversión en la economía real (por ejemplo, ahora, en el sector inmobiliario) como resultado de años de laxitud monetaria y expansión crediticia (por ejemplo, hipotecas basura a bajos tipos de interés). Los ciclos económicos tienen su origen, por tanto, en los procesos recurrentes de expansión crediticia que emprende el sistema bancario de reserva fraccionaria orquestado por el banco central (verdadero órgano de planificación central en el ámbito financiero que se encuentra aquejado de los típicos efectos derivados de la falta de información y bloqueo de la creatividad y la coordinación que tan acertadamente diagnosticara Mises en toda agencia estatal intervencionista). El ciclo, por tanto, no es un problema macroeconómico, sino esencialmente microeconómico: surge porque los empresarios, engañados durante años por unas condiciones crediticias demasiado laxas y unos tipos de interés hiperreducidos y manipulados, invierten en proyectos de inversión que no corresponden (en cuanto a su distribución geográfica y maduración en el tiempo) con aquellos que de verdad desean los consumidores. Tarde o temprano, la descoordinación que genera toda agresión (en este caso monetaria) en el mercado se pone de manifiesto cuando se descubre que los proyectos de inversión no son rentables (por ejemplo, centenares de miles de pisos que quedan sin vender) y es preciso iniciar un doloroso reajuste que recoloque los escasos factores de producción allí donde deben estar. Las recesiones y crisis económicas son inevitables una vez que previamente se ha verificado la expansión crediticia: tan solo se pueden prevenir evitando esta, aunque una solución definitiva requeriría un rediseño institucional del sector financiero: libertad de elección de moneda, privatización del dinero y derogación de las leyes de curso forzoso, restablecimiento de un sistema de banca libre con un coeficiente de caja del 100 por 100 para los depósitos a la vista y eliminación del banco central. Mientras no se consideren políticamente aceptables estas reformas, poco puede y debe hacerse en una situación de recesión económica (la fase sana de “resaca” en que se ponen de manifiesto los graves errores cometidos y se inicia el necesario proceso de liquidación de proyectos erróneos y de reasignación de factores de producción) salvo liberalizar y flexibilizar al máximo todos los mercados de recursos productivos y especialmente el laboral (con la finalidad de acelerar en la medida de lo posible el reajuste haciéndolo así menos duradero y socialmente doloroso), reduciendo el peso del Estado sobre la economía a todos los niveles (menor gasto público y bajada generalizada de impuestos).
Como conclusión, puede afirmarse que en La acción humana de Mises se trata la ciencia económica toda con una lógica y un rigor implacables que dan respuesta a los problemas económicos y sociales que agobian al hombre moderno. Solo siguiendo los dictados de la razón frente a los de la emoción y la corrección política podrán superarse los desafíos actuales y asegurar el avance de la civilización con unos fundamentos jurídicos, morales y económicos que son inseparables de los principios de la propiedad privada, la libertad de empresa, y los procesos de mercado libre que constituyen la esencia del sistema económico capitalista.
El artículo original se encuentra aquí.