Hayek y el Premio Nobel

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El otorgamiento del Premio Nobel de Economía en 1974 al gran economista librecambista austriaco Dr. Friedrich A. von Hayek llega como una bienvenida y enorme sorpresa para sus admiradores del libre mercado en este país y en todo el mundo. Pues desde la muerte el pasado año del distinguido mentor de Hayek, Ludwig von Mises, Hayek, de 75 años, es el más eminente economista del libre mercado y defensor de la sociedad libre del mundo.

El Premio Nobel resulta una sorpresa por dos motivos. No sólo porque todos los premios Nobel anteriores de  economía hayan ido a progresistas de izquierda y enemigos del mercado libre, sino asimismo porque han ido uniformemente a economistas que han transformado la disciplina en una supuesta “ciencia” llena de jerga matemática y “modelos” no realistas que luego se usarían para criticar al sistema de libre empresa e intentar planificar la economía desde el gobierno central.

F.A. Hayek no es únicamente el principal economista del libre mercado: también ha liderado el ataque a los modelos matemáticos y las pretensiones planificadoras de los supuestos “científicos” y la integración de la economía en una más amplia filosofía social libertaria. Ambos conceptos han sido hasta ahora anatemas para los dirigentes del Nobel.

Sólo podemos especular sobre los motivos del comité del Nobel para este bienvenido, aunque tardío, homenaje a Friedrich von Hayek. Quizá una razón sea la evidente y galopante quiebra de la “macroeconomía” keynesiana ortodoxa, que lleva incluso a los más recalcitrantes economistas a considerar, al menos, teorías y soluciones alternativas. Quizá otra razón fuera un deseo de otorgar un Premio Nobel al notorio socialista de izquierda Dr. Gunnar Myrdal, otorgando uno a Hayek al reconocer la necesidad de mantener un “equilibrio” político. Así, al otorgar premios a dos polos opuestos, la Real Academia Sueca de Ciencias citaba a ambos, Hayek y Myrdal “por su trabajo pionero en la teoría del dinero y las fluctuaciones económicas y sus análisis pioneros de la interdependencia de los fenómenos económicos, sociales e institucionales”.

En todo caso, independientemente de los motivos del comité del Nobel, sólo podemos alabar su muy merecido homenaje a las enormes contribuciones y logros de Friedrich von Hayek. La primera contribución monumental a la economía fue su desarrollo de la teoría “austriaca” del ciclo económico, basada en el esquema pionero de Mises.  Aparecida a finales de la década de 1920, a partir de ella Mises y Hayek estuvieron entre los muy pocos economistas en el mundo que predijeron las Depresión de 1929, las dos grandes obras sobre el ciclo económico fueron La teoría monetaria y el ciclo económico (1929) y la más técnica Precios y producción (1931).

Al inicio de la década de 1930, cuando Hayek había emigrado de Austria a enseñar en la London School of Economics, la teoría del ciclo económico de Mises-Hayek empezó a adoptarse ampliamente en Inglaterra e incluso en los Estados Unidos como explicación de la Gran Depresión; por desgracia, esta teoría austriaca se dejó de lado con la aparición de la revolución keynesiana (1931) sin ser estimada y mucho menos refutada por los estatistas keynesianos. Ahora que el keynesianismo se viene abajo, tanto teórica como empíricamente, el mundo de la economía debería estar maduro para considerar de nuevo seriamente la teoría austriaca, por primera vez en cuarenta años.

Brevemente, la importancia de la teoría de Hayek del ciclo económico es que echa la culpa del ciclo de auge y crisis directamente en los hombros del gobierno y su sistema bancario controlado y, por primera vez desde los economistas clásicos del siglo XIX, absuelve completamente de culpa a la economía de libre empresa. Cuando el gobierno y su banco central estimulan la expansión del crédito bancario, no sólo se causa inflación de precios, sino también aumento de malas inversiones, inversiones específicamente insensatas en bienes de capital e infraproducción de bienes de consumo.

Así que el auge inflacionario inducido por el gobierno no sólo daña a los consumidores aumentando los precios y el coste de la vida, también distorsiona la producción y crea inversiones insensatas. El gobierno se enfrenta por tanto repetidamente a dos alternativas básicas: o detener su inflación monetaria y del crédito bancario, a lo que necesariamente seguirá una recesión, que sirve para liquidar las malas inversiones y volver a una estructura genuina de libre mercado de la inversión y la producción, o continuar inflando hasta que una inflación desbocada destruya totalmente la moneda y traiga el caos social y económico.

La relevancia de la teoría de Hayek al día de hoy debería ser palmariamente obvia, pues cualquier indicio de recesión causa el pánico en el gobierno, que abre de nuevo los grifos inflacionarios. Lo que pasa es que en cualquier auge inflacionista una recesión es dolorosa pero necesaria, con el fin de devolver a la economía a un estado sano.

La prescripción política que deriva de la teoría hayekiana es, por supuesto, diametralmente opuesta a la keynesiana: detener el auge inflacionario artificial y permitir que la recesión se produzca tan rápidamente como sea posible con su labor de reajuste. El retraso y los intentos del gobierno por detener o interferir en el proceso de recesión sólo alargarán e intensificarán la agonía de nuestro problema actual y probablemente traerán un futuro de inflación combinada con una larga recesión y depresión. El análisis de Mises-Hayek no sólo es la única teoría convincente del ciclo económico: es la única respuesta integral de libre mercado a la ciénaga keynesiana de la planificación gubernamental y el “ajuste fino” que sufrimos ahora mismo.

Pero Hayek no se limitó a esta monumental contribución a la economía. En la década de 1940 amplió su campo de visión a toda el área de la economía política. En su superventas Camino de servidumbre (1944) desafiaba al clima intelectual pro-socialista y pro-comunista del momento, demostrando cómo la planificación socialista debe llevar inevitablemente al totalitarismo, y mostrando ejemplos de la forma en que la socialista República de Weimar abrió el camino a Hitler. También demostró cómo “los peores siempre llegan a la cima” en una sociedad estatista.

En sus brillantes ensayos de Individualismo y orden económico (1948), Hayek es pionero en la demostración de cómo el socialismo no puede calcular racionalmente por su falta de un sistema de precios de libre mercado, particularmente porque sólo el libre mercado está equipado para transmitir información de cada individuo a todos los demás. Al faltar un sistema genuino de precios, el socialismo está necesariamente desprovisto de esa información esencial.

Además, en la misma obra Hayek diseccionaba brillantemente el irreal modelo ortodoxo de la “competencia perfecta”, demostrando que el mundo real de la libre competencia es muy superior al absurdo calificado como “perfección” por abogados y economistas enemigos de los trust. Como corolario, Hayek en esta obra inicia una serie de ataques devastadores sobre el modelo de los economistas matemáticos de “equilibrio general”, mostrando lo absurdo e irreal que era ese criterio para golpear en la cabeza a la libre empresa.

En 1952, Hayek publicó  La contrarrevolución de la ciencia, que sigue siendo el mejor ataque a las pretensiones de los aspirantes a planificadores para organizar toda nuestra vida en nombre de la “razón” y la “ciencia”. Dos años más tarde, en el muy fácilmente legible El capitalismo y los historiadores, Hayek contribuyó y editó una serie de ensayos que demostraron inapelablemente que la Revolución Industrial en Inglaterra, espoleada por una economía más o menos de mercado, mejoró enormemente en lugar de rebajar el nivel de vida del consumidor y trabajador medio en Inglaterra. De esta forma, Hayek abrió el camino para aplastar uno de los mitos socialistas más difundidos acerca de la Revolución Industrial.

Finalmente en Los fundamentos de la libertad (1960), Estudios de Filosofía, Política y Economía (1967) y Derecho, Legislación y Libertad (1973), Hayek, entre otras notables contribuciones, mantiene el olvidado ideal del gobierno de la ley en lugar del de los hombres y destaca el valor único del mercado libre y la sociedad libre para crear un “orden espontáneo” que sólo puede nacer de la libertad. Como uno cualquiera de sus logros, su antológico artículo “The Non-Sequitur of the ‘Dependence Effect’”, demolía La sociedad opulenta, de J.K. Galbraith al apuntar que no hay nada malo en que los individuos aprendan y absorban unos de otros valores y deseos de consumir . Y en su brillante ensayo “The Intellectuals and Socialism”, F.A. Hayek exponía la estrategia apropiada a seguir por los libertarios: la importancia de tener el coraje de seguir a los socialistas en ser constantes, en rechazar rendirse a los dictados a corto plazo del compromiso y la conveniencia; sólo así seremos capaces de contraatacar y derrotar la marea colectivista.

Podríamos seguir indefinidamente. Pero ya hemos dicho bastante para explicar el gran alcance, erudición y riqueza de las contribuciones de F.A. Hayek a la economía y la filosofía política. Al igual que su gran mentor, Ludwig von Mises, F.A. Hayek ha persistido con gran coraje en su oposición al socialismo y el estatismo de nuestro tiempo. Pero no sólo se ha opuesto inflexiblemente a las modas actuales del keynesianismo, la inflación y el socialismo: ha continuado (con nobleza, cortesía y gran erudición) sus investigaciones para ofrecernos conceptos alternativos de economía libre y sociedad libre.

F.A. Hayek bien merece no sólo el Premio Nobel sino cualquier honor que podamos otorgarle. Pero el mejor homenaje que podemos hacer, a Hayek y a Mises, es dedicarnos a contrarrestar la marea estatista y seguir el camino hacia una sociedad de libertad.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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