Los 99 y el 1

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“¡Somos el 99%!” Este eslogan de los manifestantes de Ocupa Wall Street se ha convertido en la cita más recordada del pasado año. Quienes siguen este grito lo hacen en oposición al malvado 1%.

Para un puñado de los manifestantes, ser un miembro del 1% significa ser un acaudalado receptor de un rescate público o alguna otra forma de ventaja corporativa. Pero para los igualitarios económicos en sus filas, simplemente significa ser demasiado rico. Dicen que el 1% más rico del país tiene más que la parte justa de la riqueza de la sociedad a costa del 99%.

Piense lo que piense uno de las cargas actuales del 99%, a lo largo de casi toda la historia las cosas fueron mucho peores para la inmensa mayoría de la población. En eras precapitalistas, el miembro medio del 99% económico, si tenía la suerte suficiente como para sobrevivir a la infancia, estaba condenado a una vida de trabajo agotador y pobreza, constantemente al borde del hambre, la enfermedad y la muerte.

Las únicas personas que no tenían esa vida desdichada eran el “1%” de los antiguos. Este 1% económico era prácticamente idéntico al estado. Estaba compuesto por reyes franceses, lores ingleses, senadores romanos, visires egipcios y sacerdotes de los templos sumerios. Los miembros de esta élite vivían en un esplendor olímpico: sirvientes a su entera disposición, tanta comida como pudieran desear, casas espaciosas, abundancia de joyería y una tremenda cantidad de tiempo libre.

Y por supuesto, este estilo de vida se hacía sobre los hombros de las masas. Era el 99% el que fabricaba el pan y alimentaba las bocas del 1%, el que talaba los árboles para erigir sus mansiones y el que excavaba en busca de los metales preciosos y las piedras para adornar sus cuerpos.

Todo lo que dicen los manifestantes de Ocupa Wall Street hoy acerca del 99% y el 1% era entonces completamente apropiado. La riqueza en la sociedad era una tarta de cierto tamaño fijo. Cuanto mayor fuera la porción de la tarta que el 1% se quedara, menos quedaría para el 99%. Toda porción de lujo del que disfrutaba el 1% se tomaba de recursos que podrían haber hecho a algún miembro del 99% menos miserable.

¿Por qué el 99% de los antiguos soportaba que el 1% se les impusiera? ¿Por qué no se alzaban y acababan con sus años? ¿Simplemente se les asustaba con el uso de la fuerza y los sables bruñidos?

No. Como apuntaba Locke, como “los que son gobernados” siempre superan abrumadoramente a “los que gobiernan”, un poder de un régimen no puede basarse solo en la fuerza bruta. Los muchos gobernados deben creer que el poder de los pocos gobernantes es de alguna manera bueno para ellos.

Tal vez los sacerdotes del templo hayan convencido al pueblo de que los dioses se enfadarían si se desobedeciera a los gobernantes: que las lluvias no llegarían y las cosechas no crecerían. O tal vez el populacho crea que los gobernantes son los responsables de la paz y el orden en la sociedad.

No solo el 99% soportaba al 1% gobernante: lo ponía en sus nobles pedestales. El 99% daba su poder al 1%.

Como dejó claro Ludwig von Mises, el poder real, lo que llamaba “poderío ideológico”, reside siempre en el apoyo de la opinión pública. Si la opinión pública se volviera contra el régimen, sus días estarían contados.

Mises iba aún más allá al argumentar que la opinión pública no solo determina quién está al mando, sino el carácter general del orden legal, o como él decía “si hay libertad o esclavitud”.

En definitiva, el único tipo de tiranía que puede durar es la tiránica opinión pública.

La lucha por la libertad es en último término no la resistencia a los autócratas u oligarcas, sino la resistencia al despotismo de la opinión pública.#

Si el 99% está oprimido, también lo están en definitiva sus opresores, debido a la opresiva opinión pública.
Así que esto explica la situación política del viejo orden (y de todos los órdenes, por cierto). ¿Qué pasa con la situación económica? ¿Por qué es tan raro que aumente la “tarta económica”?

Uno pensaría que, con el tiempo, la gente sería más eficiente a la hora de producir cosas y así los niveles de vida mejorarían. Aún así, durante milenios, las cosas apenas mejoraron en absoluto.

Las raíces de este estado económico de cosas han de encontrarse en el orden político antes descrito.

Repito que a lo largo de la mayoría de la historia de la civilización, el 1% gobernante se llevó para sí una enorme porción de lo que producía el 99%. Y si cualquier persona privada acumulaba suficiente riqueza como para resultar notoria, cualquier potentado le arrebataría también eso. Por eso los tesoros enterrados causaban furor allí donde los príncipes eran particularmente codiciosos.

Con tal confiscación rampante del gobierno, nunca había suficientes incentivos para la acumulación de capital a gran escala. Sin acumulación de capital a gran escala no puede haber producción en masa. Y sin producción en masa, no puede haber grandes mejoras en las vidas de las masas.

Y básicamente por eso el 99% tuvo esas vidas mezquinas durante casi toda la historia.

Luego en los siglos XVIII y XIX pasó algo revolucionario. Un grupo de filósofos empezó a pensar cuidadosamente sobre propiedad, comercio, precios y producción. A estos filósofos se les llamó “economistas”.

A partir de las leyes económicas que descubrieron, los economistas concluyeron que la sociedad es mucho más productiva si se respeta más coherentemente la propiedad privada. “Laissez faire et laissez passer”, dijeron los economistas. Dejemos que la gente controle su propiedad tan completamente como sea posible y todos será más prósperos.

Estos filósofos económicos, gente como Richard Cantillon, Adam Smith y J.B. Say, eran teóricos. Escribían libros brillantes, aunque a veces ampulosos, que cambiaron las ideas de los comunicadores: personas a las que F.A. Hayek llamaba “vendedores de ideas de segunda mano”.

Éstos incluían a comunicadores profesionales: escritores, como Richard Cobden, y oradores, como John Bright. Estos escritores y oradores escribieron panfletos y dieron discursos que cambiaron las ideas de muchas personas inteligentes, aunque menos elocuentes, a los que podríamos llamar comunicadores aficionados. Y este estrato inteligente, a su vez, lideró a los conciudadanos no inteligentes (a quienes, en términos modernos, podríamos llamar “rebaño”) para cambiar sus posturas en asuntos públicos.

Mediante este proceso, la opinión pública pasó a creer que el gobierno debería estar tan limitado como fuera posible y los derechos de propiedad ser tan sacrosantos como fuera posible: a creer en una doctrina llamada “liberalismo”.

Repito que la forma en que se organiza la sociedad depende en último término de la opinión pública. Así que, al cambiar la opinión pública también cambió la política. El capital privado se hizo más seguro. Se eliminaron las restricciones al comercio. Las barreras empresariales fueron abolidas. La propiedad privada era suprema como nunca antes.

Y los resultados fueron  milagrosos. Como nunca antes en la historia, se desataron las energías productivas de la humanidad. Cosas que antes estaban reservadas a la élite del 1% se produjeron pronto en masa para el 99%. Se desarrollaron comodidades que ni siquiera existían antes, primero para mercados pequeños, pero finalmente para el mercado de masas.

La producción de las cosas vitales aumentó. La población en las partes del mundo tocadas por el liberalismo explotó. La gente marginal que de otra forma habría muerto encontró subsistencia. La gente que de otra forma habría vivido al borde del desastre encontró seguridad. Y quienes de otra forma se habrían quedado toda su vida un prosaicos trabajos fueron capaces de llevar vidas de confort y refinamiento.

En el nuevo orden seguía habiendo un 99% y un 1%. Pero el 99% de este periodo vivió mejor que el 1% de los tiempos pasados. Y la mejor manera de ascender al 1% era convertirse en empresario-capitalista de éxito: trabajar para servir al 99% (las masas de consumidores) mejor que tus competidores.

En el viejo orden, la mayoría de los que querían ser del uno por ciento, para progresar en la vida, tendrían que haber aplicado su inteligencia y ambición para convertirse en conquistadores, gobernantes o administradores públicos y en esos papeles explotar a las masas. En el nuevo orden, bajo lo que Mises llamaba la “soberanía del consumidor” del mercado, sus capacidades se dirigían a atender a las masas de consumidores soberanos.

Los maestros se convirtieron en servidores: servidores ricos, pero servidores al fin y al cabo.

La revolución ideológica liberal había engendrado una Revolución Industrial. Y lo que Mises llamó la “Edad del Liberalismo”  duró de 1815 a 1914: un siglo de oro en el que la humanidad por primera vez tuvo un indicio de lo que era realmente capaz.

Trágicamente, la Edad del Liberalismo acabó con un contrarrevolución ideológica: una ola de pensamiento estatista que es la responsable de todos los males del siglo XX, así como de nuestras actuales crisis económicas y geopolíticas.

Hoy el 99%, subyugado por ideas insensatas, se está oprimiendo de nuevo a sí mismo. Gracias al calamitoso estado de la opinión pública, las filas del 1% están de nuevo rellenándose, no con capitalistas-empresario que sirvan al 99%, sino por el estado y sus compinches explotando y empobreciendo al 99%. Y los remedios redistribucionistas del clamor del autodenominado 99% solo acelerarían esta tendencia.

Si hay que rescatar a nuestra civilización (si la marea de la opinión pública va a cambiar de nuevo) será gracias a las ideas sensatas formuladas por teóricos como Mises y los intelectuales que trabajan en su tradición. Pero eso solo puede ocurrir si esas ideas se divulgan eficazmente por una nueva generación de comunicadores.

Por eso el Instituto Mises y Mises.org son tan vitales. Por eso también esta generación de comunicadores aficionados (que divulgan el mensaje de la libertad a través de posts en Facebook, vídeos de YouTube y similares) son también tan enormemente importantes.

Como escribió Mises:

El florecimiento de la sociedad humana depende de dos factores: el poder intelectual de hombres excepcionales para idear teorías sociales y económicas sensatas y la capacidad de estos u otros hombres de hacer estas ideologías asimilables para la mayoría.#

Ojalá las ideas sensatas triunfen y la sociedad humana florezca de nuevo.


[Free Market, enero de 2012]

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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