El lado oscuro del motín del té

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A medida que el té de los cajones destrozados del famoso motín del té de Boston empezaba a oscurecer las aguas del puerto de Boston, un virus se infiltraba en la corriente sanguínea moral del embrión de nación que se convirtió en Estados Unidos.

Hasta hoy, las opiniones estadounidenses sobre ese asunto siguen tan envenenadas que voces que en otros casos apoyan la paz y la libertad celebran el acontecimiento con razonamientos torticeros que eluden el hecho de que una banda de aproximadamente cien matones privó violentamente a sus conciudadanos del acceso a bienes deseables sobre los que dicha banda no tenía el más mínimo derecho de propiedad, privándoles asimismo al tiempo del derecho a boicotear estas y otras importaciones inglesas, un ejercicio completamente laudable de discreción individual que la banda impidió con su destrucción violenta.

Este incidente fue la respuesta de los contrabandistas americanos de té a la reciente ley del parlamento inglés eximiendo a la Compañía Británica de las Indias Orientales del impuesto de importación de té a Norteamérica, que era tan alto que proporcionaba su modo de vida a quienes traían té de contrabando, evitando el impuesto. Estos Hijos de la Libertad, como acabaron conociéndose a los atacantes por parte de los posteriores hagiógrafos, ya estaban muy acostumbrados a actuar con nocturnidad como hicieron esa noche en Boston, disfrazados de indios mohawk.

La Ley del Té que trajo estas tres cargas navieras de té sin impuestos a Boston amenazaban los beneficios de los contrabandistas, ya que hubieran generado precios más bajos en un bien de lujo para la población en general, algo parecido a la apertura el primer Wal_mart en un pueblo. Por supuesto, esto era tan beneficioso como que Wal-Mart es una organización de caridad: la Compañía de las Indias Orientales tenía un gran exceso de té y un monopolio del té legítimamente importado concedido, como todos los monopolios, por el gobierno de Inglaterra.

En Conceived in Liberty, Murray Rothbard relata el acontecimiento del que apunta exacta y correctamente las extensas transgresiones de los británicos mientras que pasa por alto lo malo de lo perpetrado por los “alborotadores del té” (expresión suya) sobre sus conciudadanos. Pero por muy importantes que sean estos acontecimientos en política, no debemos olvidar su impacto en los principios del libre comercio.

Pues entre las víctimas de esta travesura estaba el propio pueblo americano, entre el cual uno llamado Benjamin Franklin expresó la opinión de que debía indemnizarse a la Compañía de las Indias Orientales por el coste del té arruinado. Respecto de los perpetradores, la lógica egoísta de sus acciones era tan conmovedora que el motín del té tuvo en realidad una repetición en Nueva York al siguiente abril, por parte de un grupo de “capitanes marítimos”.

Los escándalos representados por el Parlamento antes como particularmente en represalia por el incidente llevaron a disfrazar este contra-escándalo como un acto de justificado desafío por los vencedores en la posterior Guerra de Independencia. Igualmente se criticó el origen del té con relatos de la brutalidad de la Compañía de las Indias Orientales en la India y otros lugares, prefigurando las acusaciones que se hacen hoy a los fabricantes asiáticos de mercancías baratas que se encuentran en el Wal-Mart y otros lugares.

Pero la mancha del proteccionismo que infundió en la tela de las percepciones estadounidenses de los bueno y malo ha llevado al saqueo sistemático del bienestar, la riqueza y las mismas vidas de todos los millones de estadounidenses que han vivido en los 233 años que han pasado desde entonces, por no mencionar las mucho mayores cifras de extranjeros a los que se les negó los beneficios del comercio con los estadounidenses.

Todo esto lo anticipó el ministro congregacionista Mather Byles, que en ese mismo Boston, en ese mismo momento, preguntaba a su congregación (refiriéndose al rey Jorge III de Inglaterra): “¿Qué es mejor, ser gobernados por un tirano a tres mil millas de distancia o por tres mil tiranos a menos de una milla de distancia?”

De los miles de tiranos cómodamente ubicados que siguieron con éxito este legado, algunos de los primeros aprobaron la Constitución, que reservaba el poder de imponer importantes tasas al nuevo gobierno federal, prometiendo tasas uniformes en todos los puertos de la nación. Bajo esta disposición, un Connecticut con bajos aranceles no podía superar a un Massachusetts con altos aranceles  en la forma en que se amenazaba contra los contrabandistas americanos de té por el bajo impuesto de la Compañía de las Indias Orientales. Se aseguró aumentar uniformemente los aranceles en todo el territorio, junto con un próspero comercio para contrabandistas de todo tipo. De eso se compusieron las glorias del federalismo.

El saqueo sistemático, ocasionalmente incluso popular, de muchos estadounidenses por pocos estadounidenses acabó llagando demasiado lejos en 1861, cuando se puso en vigor el arancel Morrill, sometiendo a los bienes manufacturados a aranceles de hasta el 46%. Los tiranos locales en Charleston, Carolina del Sur, se rebelaron (de nuevo) contra los tiranos que obtuvieron su poder de los estados manufactureros más al norte, aunque sin fiestas nocturnas de destrucción por tropas de manifestantes disfrazados.

Como el arancel Morrill protegía los sectores manufacturero y del transporte de altos costes del Norte frente a la competencia de las más baratas importaciones navales preferidas por los consumidores del sur, todos los estados sureños de los Estados “Unidos” declararon su independencia (de nuevo) e, igual que ochenta años antes, se produjo una guerra entre antiguos compatriotas. Esta vez, los rebeldes fueron derrotados (con un coste de 630.000 soldados estadounidenses muertos) y la mi9trad del sur de la Unión preservada ha yacido en subyugación económica ante el norte desde entonces.

Así que así se mantuvo el orden proteccionista para marchar adelante hacia triunfos como la Ley de Aranceles Smoot-Hawley de 1930, proporcionado a la incipiente Depresión estadounidense ímpetu y amplitud suficiente como para infectar al mundo entero, incluso cuando profundizaba de forma inconmensurable los propios problemas de Estados Unidos. Los argumentos de que esta depresión mundial generó la Segunda Guerra Mundial están mucho más aceptados que la comprensión de cómo el proteccionismo y el favoritismo empresarial del gobierno que lo define traen pobreza, odio y guerra.

Hoy el gobierno estadounidense, aprovechando la mayor economía del mundo, tiene mucho más espacio y poder para causar estragos en el intercambio voluntario a través de las fronteras, con la prohibición de comercio con Cuba entrando en su cuadragésimo cuarto año de empobrecimiento inútil El embargo de doce años realizado sobre Iraq desde 1991 finalmente estalló en (correcto) una guerra en 2003 y desde hace tres años muestra un vigor y una dificultad fácilmente comparables con los de la Guerra de Secesión en su tercer año. Quienes antes de la invasión de EEUU contrabandeaban sacando petróleo de Iraq hacia un mundo sediento de petróleo más barato serán recordados en la historia iraquí como héroes en la lucha por la libertad, con mayor justificación de la que pueden aportar los Hijos de la Libertad.

Desde 1773, el tóxico brebaje en el puerto de Boston ha aumentado en muchas toxinas duraderas como PCB expulsados por los procesos de las manufacturas bélicas. E igual que los productos químicos industriales que se dice que contaminan el suministro de agua, el motín del té continúa ensuciando la política estadounidense y sus justificaciones.


Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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