Incertidumbre

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[Este artículo está tomado de La acción humana]

Incertidumbre y acción

La incertidumbre del futuro ya está implícita en la misma idea de acción. El que el hombre actúa y que el futuro es incierto no son en modo alguno asuntos independientes. Solo son dos modos distintos de decir una cosa.

Podemos suponer que el resultado de todos los acontecimientos y cambios está determinado de forma única por leyes eternas inmutables que gobiernan la creación y desarrollo de todo el universo. Podemos considerar las conexiones e interdependencias necesarias de todos los fenómenos, es decir, su concatenación causal, como el hecho fundamental y definitivo. Podemos descartar completamente la idea de un azar indeterminado. Pero sea como sea o parezca en la mente de una inteligencia perfecta, permanece el hecho de que para el hombre que actúa el futuro está oculto. Si el hombre conociera su futuro, no tendría que elegir y no actuaría. Sería como un autómata, reaccionando a estímulos sin ninguna voluntad propia.

Algunos filósofos están dispuestos a explotar la idea de que la voluntad del hombre es una ilusión y un autoengaño porque el hombre debe inconscientemente comportarse de acuerdo con las leyes inevitables de la causalidad. Pueden tener razón no desde el punto de vista de la fuerza motriz o la causa de la misma. Sin embargo, desde el punto de vista humano, la acción es lo definitivo. No afirmamos que el hombre sea “libre” para elegir y actuar. Simplemente establecemos el hecho de que elige y actúa y que no podemos usar los métodos de las ciencias sociales para responder a las preguntas de por qué actúa de esta manera y no de otra.

Las ciencias naturales no hacen predecible el futuro. Hacen posible prever los resultados a obtener por acciones concretas. Pero mantienen impredecibles dos esferas: la de los fenómenos naturales insuficientemente conocidos y la de los actos humanos electivos. Nuestra ignorancia con respecto a estas dos esferas crea incertidumbre todas las acciones humanas. La certidumbre apodíctica solo se encuentra dentro de la órbita del sistema deductivo de la teoría apriorística. Lo máximo que puede obtenerse con relación a la realidad es una probabilidad.
No es tarea de la praxeología investigar si es permisible o no considerar como ciertos algunos de los teoremas de las ciencias naturales empíricas. El problema no tiene importancia práctica para las consideraciones praxeológicas. En todo caso, los teoremas de física y química tienen un grado tan alto de probabilidad que podemos calificarlos de ciertos a todos los efectos prácticos. Podemos en la práctica prever el funcionamiento de una máquina que sea solo una parte de un programa más amplio que pretenda proporcionar a los consumidores los productos de la máquina. El que sea o no el plan más apropiado depende del desarrollo de condiciones futuras que en el momento de la ejecución del plan no pueden preverse con certidumbre. Así que el grado de certidumbre con respecto al resultado tecnológico de la construcción de la máquina, sea cual sea, no elimina la incertidumbre propia de toda la acción. Las necesidades y valoraciones futuras, la reacción de los hombres a cambios en las condiciones, el conocimiento futuro científico y tecnológico, las ideologías y políticas futuras no pueden nunca anticiparse con más que un mayor o menor grado de probabilidad. Toda acción se refiere a un futuro desconocido. En este sentido, es una especulación de riesgo.

Los problemas de la verdad y la certidumbre afectan a la teoría general del conocimiento humano. El problema de la probabilidad, por el contrario, es un aspecto esencial de la praxeología.

El significado de la probabilidad

El tratamiento de la probabilidad se sido confundido por los matemáticos. Desde el principio hubo una ambigüedad al ocuparse del cálculo de la probabilidad. Cuando el Caballero de Méré consultó con Pascal sobre los problemas de los juegos de dados, el gran matemático debería haber dicho francamente la verdad a su amigo, a saber, que las matemáticas no pueden valerle de nada al jugador en un juego de puro azar. En su lugar, envolvió a su respuesta con el lenguaje simbólico de las matemáticas. Lo que podía explicarse fácilmente en unas pocas frases de lengua ordinaria se expresó en una terminología con la que no está familiarizada la inmensa mayoría y por tanto se considera con sobrecogimiento reverencial. La gente sospechaba que las misteriosas fórmulas contenían algunas revelaciones importantes, ocultas para los no iniciados; tiene la impresión de que existe un método científico de apuesta de que las enseñanzas esotéricas de las matemáticas ofrecen una clave para ganar. El místico celestial Pascal se convirtió inintencionadamente en santo patrón del juego. Los libros de texto de cálculo de probabilidad sirven gratuitamente como propaganda para los casinos de juego precisamente porque son libros sellados para el hombre medio.

No han hecho menos daño las equivocaciones de los cálculos de probabilidades en el campo de la investigación científica. La historia de todas las ramas del conocimiento muestra ejemplos de mala aplicación del cálculo de probabilidades que, como observaba John Stuart Mill, hicieron de ella “el verdadero oprobio de las matemáticas”.#

El problema de la inferencia probable es mucho mayor que aquellos problemas que constituyen el campo del cálculo de probabilidades. Solo la preocupación por el tratamiento matemático podía generar el prejuicio de que la probabilidad siempre signifique frecuencia.

Un error más confundió el problema de la probabilidad con el problema del razonamiento inductivo aplicado a las ciencias naturales. El intento de sustituir la categoría de la causalidad por una teoría universal de la probabilidad caracteriza un método inútil de filosofar, muy de moda solo hace unos pocos años.

Es posible hacer una afirmación si nuestro conocimiento respecto de su contenido es deficiente. No sabemos todo lo que haría falta para una decisión definitiva entre la verdad y la no verdad. Pero, por otro lado, sí sabemos algo de ella: estamos de disposición de decir más que sencillamente non liquet o ignoramus.

Hay dos clases completamente distintas de probabilidad; podemos llamarlas probabilidad de clase (o probabilidad de frecuencia) y probabilidad de caso (o la comprensión concreta de las ciencias de la acción humana). El campo de aplicación de la primera son las ciencias naturales, completamente dirigidas por la causalidad; el campo de aplicación de la segunda es el de las ciencias de la acción humana, completamente dirigidas por la teleología.

Probabilidad de clase

La probabilidad de clase significa: Sabemos o suponemos saber, con respecto al problema mencionado, todo acerca del comportamiento de toda una clase de eventos o fenómenos, pero acerca de los eventos o fenómenos singulares no sabemos nada más que que son elementos de esta clase.

Por ejemplo, sabemos que hay noventa billetes en una lotería y que cinco de ellos estarán premiados. Así que sabemos todo acerca del comportamiento de toda una clase de billetes. Pero con respecto a los billetes concretos, no sabemos salvo que son elemento de esta clase de billetes.

Tenemos una tabla completa de mortalidad para un periodo concreto del pasado en un área concreta. Si suponemos que no se producirán cambios concretos respecto de la mortalidad, podemos decir que sabemos todos acerca de la mortalidad de toda la población en cuestión. Pero con respecto a la esperanza de vida de los individuos, no sabemos nada, salvo que son miembros de esta clase de gente.

Para este conocimiento defectuoso, el cálculo de probabilidades proporciona una presentación en símbolos de la terminología matemática. Ni aumenta ni profundiza ni complementa nuestro conocimiento. Lo traduce a lenguaje matemático. Sus cálculos repiten en fórmulas algebraicas lo que ya sabemos. No nos lleva a resultados que nos digan nada acerca de los eventos singulares reales. Y, por supuesto, no añade nada a nuestro conocimiento respecto del comportamiento de toda la clase, ya que este conocimiento ya era perfecto (o se consideraba perfecto) al empezar nuestra consideración del asunto.

Es un serio error creer que el cálculo de probabilidades ofrece al jugador cualquier información que pueda eliminar o disminuir el riesgo del juego. Contrariamente a las mentiras populares, es bastante inútil para el jugador, como lo es cualquier otro modo de razonamiento lógico o matemático. Lo característico del juego es que trata con lo desconocido, con el puro azar. Las esperanzas de éxito del jugador no se basan en consideraciones sustanciales. El jugador no supersticioso piensa: “Hay una pequeña probabilidad [o, en otras palabras: ‘no es imposible’] de que pueda ganar; estoy dispuestos a hacer la apuesta requerida. Sé muy bien que al hacerla estoy actuando como un tonto. Pero los tontos más grandes tienen más suerte. ¡En fin!”

El frío razonamiento debe demostrar al jugador que no mejora sus posibilidades comprando dos billetes en lugar de uno en una lotería en la que la cantidad total de ganancias es más pequeña que los ingresos por la venta de todos los billetes. Si comprara todos los billetes, indudablemente perdería una parte de lo apostado. Aun así, todo cliente de lotería está firmemente convencido de que es mejor comprar más billetes que menos. Los habituales en los casinos y máquinas tragaperras nunca se detienen. No piensan en el hecho de que, debido a las normas las probabilidades favorecen al banquero sobre el jugador y de que el resultado más seguro será una pérdida cuanto más tiempo continúen jugando. El atractivo del juego consiste precisamente en su impredecibilidad y sus vicisitudes aventureras.

Supongamos que diez papeletas, cada una mostrando el nombre de un hombre distinto, se ponen en una caja. Se sacará una papeleta y el hombre cuyo nombre aparezca tendrá que pagar 100 dólares. Luego una aseguradora puede prometer al perdedor una completa indemnización si está en disposición de asegurar a cada uno de los diez por una prima de diez dólares. Recaudará 100 dólares y tendrá que pagar la misma cantidad a uno de los diez. Pero si fuera a asegurar a solo uno de ellos a un tipo fijado por el cálculo, no se dedicaría al negocio del seguro, sino del juego. Sustituiría al asegurado por él mismo. Podría recaudar diez dólares y tendría la posibilidad o bien de quedárselos o de perderlos junto con otros noventa dólares.

Si un hombre promete pagar al morir otro una suma concreta y cobra por esta promesa la cantidad adecuada a la expectativa de vida determinada por el cálculo de probabilidades, no es un asegurador, sino un jugador. El seguro, ya sea regido por los principios de los negocios o por el principio de mutualidad, requiere el aseguramiento de toda una clase o lo que pueda considerarse razonablemente como tal. Su idea básica es agrupar y distribuir los riesgos, no el cálculo de probabilidades. Las operaciones matemáticas que requiere son las cuatro operaciones fundamentales de la aritmética. El cálculo de probabilidades es un mero añadido.

Esto se evidencia claramente por el hecho de que la eliminación del riesgo agrupándolo puede asimismo hacerse sin ningún recurso a los métodos actuariales. Todo el mundo lo hace en su vida diaria. Todo empresario incluye en su contabilidad normal de costes la amortización de pérdidas que se producen habitualmente en la actividad diaria. “Habitualmente” significa en este contexto: La cantidad de estas pérdidas se conoce respecto de toda la clase de todas las distintas cosas. El frutero puede saber, por ejemplo, que se estropeará una de cada cinco manzanas en este montón, pero no sabe a qué manzana concreta le ocurrirá. Trabaja con esas pérdidas como cualquier otra cosa en la cuenta de costes.

La definición de la esencia de la probabilidad de clase dada antes es la única lógicamente satisfactoria. Evita la cruda circularidad implícita en todas las definiciones referidas a la igual probabilidad de eventos posibles. Al decir que no sabemos nada acerca de eventos singulares concretos, excepto que son elementos de una clase cuyo comportamiento se conoce completamente, desaparece este círculo vicioso. Además, es superfluo añadir una condición adicional llamada la ausencia de cualquier regularidad en la secuencia de eventos singulares.

Lo característico del seguro es que se ocupa de toda la clase de eventos. Mientras pretendemos saber todo acerca del comportamiento de toda la clase, no parece haber ningún riesgo concreto en la gestión del negocio.

Tampoco hay ningún riesgo concreto en el negocio de quien tenga una casa de juegos o una empresa de loterías. Desde el punto de vista de la empresa de loterías, el resultado es previsible, siempre que se hayan vendido todos los boletos. Si algunos boletos permanecen sin vender, el empresario está en la misma posición con respecto a ellos que la que tienen todos los compradores de un boleto en relación con los boletos que compraron.

Probabilidad de caso

La probabilidad de caso significa: Sabemos, con respecto a un evento concreto, algunos de los factores que determinan su resultado, pero hay otros factores determinantes sobre los que no sabemos nada.

La probabilidad de caso no tiene nada en común con la probabilidad de clase salvo lo incompleto de nuestro conocimiento. En todos los demás aspectos ambas son completamente diferentes.

Por supuesto, hay muchos casos en los que los hombres tratan de prever un evento futuro basándose en su conocimiento acerca del comportamiento de la clase. Un doctor puede determinar las posibilidades de que se recupere su paciente si sabe que se recuera el 70% de los afectados por la misma enfermedad. Si expresa correctamente su juicio, no dirá nada más que que la probabilidad de recuperación es de 0,7, es decir, que de media de cada diez pacientes no mueren más de tres. Todas estas predicciones acerca de eventos externos, es decir, eventos en el campo de las ciencias naturales, son de este tipo. En realidad no son previsiones acerca de caso en cuestión, sino declaración acerca de la frecuencia de los distintos posibles resultados. Se basan o en información estadística o sencillamente en la estimación bruta de la frecuencia derivada de una experiencia no estadística.

Respecto de dichos tipos de declaraciones probables, no afrontamos una probabilidad de caso. De hecho, no sabemos nada acerca del caso en cuestión, excepto que es un ejemplo de una clase cuyo comportamiento conocemos o creemos conocer.

Un cirujano le dice a un paciente que piensa en someterse a una operación que treinta de cada cien personas que sufren esa operación, mueren. Si el paciente pregunta si este número de muertes ya se ha cubierto, ha entendido mal el sentido de la declaración del doctor. Ha sido presa del error conocido como “falacia del jugador”. Igual que el jugador de ruleta que deduce que tras una serie de diez rojos seguidos la probabilidad de que en el siguiente turno sea negro es ahora mayor de la que había antes de la serie, confunde la probabilidad de caso con la probabilidad de clase.

Todos los pronósticos médicos, cuando se basan en el conocimiento fisiológico general, son probabilidad de clase. Un doctor que oye que a un hombre que no conoce ha contraído una enfermedad concreta, dirá, basándose en su experiencia médica general: Sus posibilidades de recuperación son de 7 a 3. Si el propio doctor trata al paciente, puede tener una opinión diferente. El paciente es un hombre joven y fuerte, tenía buena salud antes de ser presa de la enfermedad. En dichos casos, el doctor puede pensar que las cifras de mortalidad son inferiores: las posibilidades para este paciente no son 7:3, sino 9:1. La aproximación lógica sigue siendo la misma, aunque puede no basarse en una recopilación de datos estadísticos, sino sencillamente en un resumen más o menos exacto de la propia experiencia del doctor en casos anteriores. Lo que sabe el doctor es siempre solo el comportamiento de las clases. En nuestro ejemplo, la clase es de la los hombres jóvenes y fuertes presas de la enfermedad en cuestión.

La probabilidad de caso es una característica particular de nuestra forma de ocuparnos de los problemas de la acción humana. Aquí es inapropiada cualquier referencia a la frecuencia, ya que nuestras afirmaciones siempre se ocupan de eventos únicos que, como tales (es decir, en relación con el problema en cuestión) no son miembros de ninguna clase. Podemos formar una clase “elecciones presidenciales estadounidenses”. Este concepto de clase puede resultar útil o incluso necesario para varios tipos de razonamiento, como, por ejemplo, para tratar el asunto desde el punto de vista del derecho constitucional. Pero si nos estamos ocupando de las elecciones e 1944 (ya sea, antes de las elecciones, de su resultado futuro o, después de las elecciones, de un análisis de los factores que determinaron el resultado) nos enfrentamos con un caso individual, único e irrepetible. El caso se caracteriza por sus cualidades únicas, es una clase en sí mismo. Todo lo que permite submitirlo bajo cualquier clase es irrelevante para el problema en concreto.

Dos equipos de fútbol, los Azules y los Amarillos, jugarán mañana. En el pasado, los Azules siempre han derrotado a los Amarillos. Este conocimiento no es un conocimiento acerca de una clase de eventos. Si lo consideráramos como tal, tendríamos que concluir que los Azules ganan siempre y que los Amarillos pierden siempre. No estaríamos inseguros en relación con el resultado del juego. Sabríamos con seguridad que de nuevo ganarán los Azules. El mero hecho de que consideremos nuestra previsión respecto del partido de mañana como solo probable demuestra que no argumentamos de esta manera.

Por otro lado, creemos que el hecho de que los Azules ganaran en el pasado no es irrelevante con respecto al resultado del partido de mañana. Los consideramos como un pronóstico favorable a que los Azules repitan su éxito. Si tenemos que argumentar correctamente de acuerdo con el razonamiento apropiado para la probabilidad de clase, no daríamos ninguna importancia a este hecho. Si no resistimos la errónea conclusión de la “falacia del jugador”, por el contrario, argumentaríamos que el juego de mañana traerá el éxito a los Amarillos.

Si arriesgamos algún dinero a la victoria de un equipo, los juristas calificarían nuestra acción como una apuesta. La llamarían juego si hubiera probabilidad de clase.

Todo lo que fuera del campo de la probabilidad de clase está normalmente implícito en el término probabilidad se refiere al modo peculiar de razonar que implica ocuparse de lo que es único o individual en la historia, la comprensión concreta de las ciencias históricas.

La comprensión se basa siempre en un conocimiento incompleto. Podemos creer que conocemos lo motivos de los hombres que actúan, los fines que persiguen y los medios que planean aplicar para alcanzar estos fines. Tenemos una opinión concreta con respecto a los efectos a esperar de la operación de estos factores. Pero este conocimiento es defectuoso. No podemos excluir de antemano la posibilidad de que hayamos errado en el reconocimiento de su influencia o haber dejado de tomar en consideración algunos factores cuya interferencia no hemos previsto en absoluto o no de la manera correcta.

Juego, ingeniería y especulación son tres modos distintos de ocuparse del futuro.

El jugador no sabe nada acerca del evento del que depende el resultado de su apuesta. Todo lo que sabe es la frecuencia de un resultado favorable de una serie de dichos eventos, conocimiento que es inútil para su empeño. Confía en la buena suerte, ese es su único plan.

La propia vida está expuesta a muchos riesgos. En cualquier momento se corre el peligro de accidentes desastrosos que no pueden controlarse, o al menos no suficientemente. Todo hombre confía en su buena suerte. Confía en que no le alcance un rayo y en que no le muerda una víbora. Hay un elemento de juego en la vida humana. El hombre puede eliminar algunas de las consecuencias crematísticas de esos desastres y accidentes contratando pólizas de seguro. Al hacerlo, apuesta por la posibilidad opuesta. Po parte del asegurado, el seguro es un juego. Sus primas se habrán gastado en vano si no se produce el desastre.# Con respecto a los eventos naturales incontrolables, el hombre siempre está en posición de jugador.

Por el contrario, el ingeniero sabe todo lo que hace falta para una solución tecnológicamente satisfactoria de su problema, la construcción de una máquina. Cuando haya algunos flecos de incertidumbre que quede pueda controlar, trata de eliminarlos adoptando márgenes de seguridad. El ingeniero solo conoce problemas que puede resolver y problemas que no pueden resolverse bajo el presente estado de conocimiento. Puede a veces descubrir por experiencias adversas que su conocimiento era menos completo de lo que había supuesto y que no había reconocido la indeterminación de algunos asuntos que pensaba que era capaz de controlar. Tratará de hacer su conocimiento más completo. Por supuesto, nunca puede eliminar del todo el elemento de juego presente en la vida humana. Pero su principio es operar solo dentro de una órbita de certidumbre. Busca un control total de los elementos de su acción.

Hoy en día es habitual hablar de “ingeniería social”. Como la planificación, este término es sinónimo de dictadura y tiranía totalitaria. La idea es tratar a los seres humanos de la misma forma en que el ingeniero trata los materiales con los que construye puentes, camino y máquinas. La voluntad del ingeniero social sustituiría a la voluntad de la diversa gente que planea utilizar para la construcción de su utopía. La humanidad se dividiría en dos clases: el dictador todopoderoso, por un lado, y los súbditos que van a reducirse al estatus de meros peones en sus planes y piñones en su maquinaria, por el otro. Si esto fuera factible, entonces, por supuesto, el ingeniero social no tendría que preocuparse de entender las acciones de otra gente. Sería libre de ocuparse de ellos como la tecnología se ocupa de la madera y el hierro.

En el mundo real, el hombre que actúa afronta el hecho de que hay otros hombres que actúan en su provecho igual que él. La necesidad de ajustar sus acciones a las de otra gente le hace un especulador para quien el éxito y el fracaso dependen de su mayor o menor capacidad de entender el futuro. Toda acción es especulación. En el curso de los acontecimientos humanos no hay estabilidad y, por consiguiente, no hay seguridad.

Evaluación numérica de la probabilidad de caso

La probabilidad de caso no está abierta a ningún tipo de evaluación numérica. Los que se considera normalmente como tal, cuando se analiza con más cuidado, muestra un carácter distinto.

En vísperas de las elecciones presidenciales de 1944, la gente podría haber dicho:

  1. Estoy dispuesto a apostar tres dólares contra uno a que Roosevelt será reelegido.
  2. Preveo que de la cantidad total de electores, 45 millones ejercerán su derecho al voto, de los que 25 millones votarán por Roosevelt.
  3. Calculo las posibilidades de Roosevelt como de 9 a 1.
  4. Estoy seguro de que Roosevelt será elegido.

La declaración (4) es evidentemente inexacta. Si se le preguntara bajo juramento al testigo si está tan seguro de la futura victoria de Roosevelt como del hecho de que un bloque de hielo se derretirá expuesto a una temperatura de 150º, nuestro hombre habría respondido que no. Habría rectificado su declaración y habría dicho: Estoy personalmente completamente convencido de que Roosevelt seguirá. Esa es mi opinión. Pero, por supuesto, no es certidumbre, solo la forma en que entiendo las condiciones que lo rodean.

El caso de la declaración (1) es similar. Este hombre creía que arriesgaba muy poco al hacer esta apuesta. La relación 3:1 es el resultado de la conjunción de dos factores: la opinión de que Roosevelt será elegido y la propensión del hombre por apostar.

La declaración (2) es una evaluación del resultado del inminente acontecimiento. Sus cifras no se refieren a un mayor o menos grado de probabilidad, sino al resultado esperado de la votación. Una declaración así puede basarse en una investigación sistemática, como una encuesta de Gallup, o sencillamente en estimaciones.

La declaración (3) es distinta. Es una proposición acerca del resultado esperado expresada en términos aritméticos. Indudablemente no significa que de cada diez casos del mismo tipo, nueve fueran favorables a Roosevelt y uno desfavorable. No puede tener ninguna referencia a la probabilidad de clase. Pero ¿qué puede significar si no?

Es una expresión metafórica. La mayoría de las metáforas utilizadas en el lenguaje diario identifican un objeto abstracto que con otro que pueden entender con los sentidos. Aun así, no es una característica necesaria del lenguaje metafórico, sino sencillamente una consecuencia del hecho de que lo concreto nos es en general más familiar que lo abstracto. Como las metáforas buscan una explicación de algo que es menos conocido comparándolo con algo más conocido, consisten en su mayor parte en identificar algo abstracto con algo concreto más conocido. La característica concreta de nuestro caso es que es un intento de explicar un estado complicado de cosas recurriendo a una analogía tomada de una rama de las matemáticas superiores, el cálculo de probabilidades. Resulta que esta disciplina matemática es más popular que el análisis de la naturaleza epistemológica de la comprensión.

No tiene sentido aplicar la vara de medir de la lógica a una crítica del lenguaje metafórico. Las analogías y metáforas son siempre defectuosas e insatisfactorias lógicamente. Es normal buscar el tertium comparationis subyacente. Pero ni siquiera esto es permisible con respecto a la metáfora de la que nos estamos ocupando. Pues la comparación se basa en una concepción que es en sí misma defectuosa en el mismo marco del cálculo de probabilidades, es decir, en la falacia del jugador. A afirmar que la posibilidades son 9:1, la idea es que Roosevelt está respecto de las inminentes elecciones en la posición de un hombre que tiene el 90% de todos los boletos de una lotería en relación con el premio gordo. Está implícito que esta relación 9:1 nos dice algo sustancia acerca del resultado del caso único en que estamos interesados. No hay necesidad de repetir que es una idea errónea.

No menos intolerable es el recurso al cálculo de probabilidades en relación con hipótesis en el campo de las ciencias naturales. Las hipótesis son explicaciones tentativas basadas conscientemente en argumentos lógicamente insuficientes. Con respecto a ellas, todo lo que puede afirmarse es esto: La hipótesis contradice o no o bien los principios lógicos o bien los hechos establecidos empíricamente y considerados como verdaderos. En el primer caso, es sostenible, en el segundo (bajo el presente estado de nuestro conocimiento experimental), no lo es. (La intensidad de la convicción personal es puramente subjetiva). Ni la probabilidad de frecuencia ni la comprensión histórica se ocupan del asunto.

El término hipótesis, aplicado a modos definidos de comprender acontecimientos históricos, es equívoco. Si un historiador afirma que en la caída de la dinastía de los Romanov, el hecho de que casa fuera de origen alemán tuvo un papel relevante, no plantea una hipótesis. Los hechos en los que se fundamenta no son cuestionables. Había una extendida animosidad contra los alemanes en Rusia y la línea reinante de los Romanov, que se habían casado durante 200 años exclusivamente con descendientes de familias de origen alemán, era considerado por mucho rusos como una familia germanizada, incluso por quienes asumían que el Zar Pablo no era el hijo de Pedro III. Pero permanece la cuestión de cuál fue la relevancia de estos hechos en la cadena de acontecimientos que produjo el destronamiento de esta dinastía. Esos problemas no están abiertos a ninguna determinación que no sea la que proporciona la comprensión.

Apuesta, juego y partidas

Una apuesta es arriesgar dinero u otras cosas frente a otro hombre sobre el resultado de un evento del que solo sabemos todo lo que puede saberse en el campo de la comprensión. Así que la gente puede apostar por el resultado de unas elecciones o un partido de tenis. O puede apostar sobre quién de los que opinan sobre algún contenido de una afirmación concreta tiene razón y quién se equivoca.

El juego es arriesgar dinero u otras cosas frente a otro hombre sobre el resultado de un evento del que solo sabemos todo lo que puede saberse en el campo del conocimiento del comportamiento de la clase completa.

A veces se combinan apuesta y juego. El resultado de una carrera de caballos depende tanto de la acción humana (por parte del propietario del caballo, el entrenador y el jinete) como de factores no humanos (las cualidades del caballo). La mayoría de los que arriesgan dinero en el turf son simplemente jugadores. Pero los expertos creen que saben algo al entender a la gente afectada: en la medida en que este factor influye en su decisión, son apostadores. Además, pretenden conocer de caballos: hacen un pronóstico basándose en su conocimiento del comportamiento de las clases de caballos a las que asignan los diversos caballos competidores. En esto son jugadores.

Posteriores capítulos de este libro se ocupan de los métodos que aplican los negocios al ocuparse del problema de la incertidumbre del futuro. En este punto de nuestro razonamiento solo debe hacerse una observación más.

Echar una partida puede ser un fin o un medio. Es un fin para gente que anhela el estímulo y la excitación que le proporcionan las vicisitudes de una partida o cuya vanidad queda halagada al mostrar su habilidad y superioridad en un juego que requiere ingenio y experiencia. Es un medio para profesionales que quieren hacer dinero al ganar.

Por tanto, disputar un juego puede calificarse de acción. Pero no es tolerable invertir esta expresión y llamar a toda acción un juego o tratar a todas las acciones como si fueran juegos. El objetivo inmediato de disputar un juego es derrotar al contrario según las reglas del mismo. Es un caso peculiar y especial de acción. La mayoría de las acciones no buscan la derrota o pérdida de nadie. Buscan una mejora en las condiciones. Puede ocurrir que esta mejora se obtenga a costa de algunos otros hombres. Pero sin duda no siempre es así. Por decirlo suavemente, no es el caso dentro de la operación normal de un sistema social basado en la división del trabajo.

No existe la más mínima analogía entre echar una partida y realizar negocios en una sociedad de mercado. El jugador de cartas gana dinero siendo más listo que su antagonista. El empresario hace dinero proporcionando a los clientes bienes que desean adquirir. Puede existir una analogía entre la estrategia de un jugador de cartas y la de un charlatán. No hace falta investigar este problema. Quien interprete la conducta en los negocios como un engaño va por mal camino.

Lo característico de las partidas es el antagonismo entre los dos o más jugadores o grupos de jugadores.# Lo característico de los negocios en una sociedad, es decir, en un orden basado en la división del trabajo, es la concordia en los trabajos de sus miembros. Tan pronto como empiezan a antagonizarse unos y otros, aparece una tendencia hacia una desintegración social.

Dentro del marco de una economía de mercado, la competencia no implica antagonismo en el sentido en que se aplica este término a la lucha hostil de intereses incompatibles. Es verdad que la competencia puede a veces o incluso a menudo evocar en los competidores esas pasiones de odio y malicia que normalmente acompañan la intención de hacer mal a otra gente. Por tanto los psicólogos tienden a confundir combate y competencia. Pero la praxeología debe tener cuidado ante esta diferencia artificial y equívoca entre competencia cataláctica y combate. Los competidores buscan la excelencia y preeminencia de logros dentro de un sistema de mutua cooperación. La función de la competencia es asignar a cada miembro de un sistema social aquel puesto en el que pueda servir mejor a toda la sociedad y a todos sus miembros. Es un método de seleccionar al hombre más capaz para cada labor. Donde haya cooperación social, debe aplicarse algún tipo de selección. Solo cuando la asignación de varios individuos a varias tareas se efectúe solo por decisión del dictador y los individuos afectados no ayuden al dictador tratando de mostrar sus propias virtudes y capacidades desde la perspectiva más favorable, no hay competencia.

Tendremos que ocuparnos de la función de la competencia en una etapa posterior de nuestras investigaciones. En este momento, solo debemos destacar que es equívoco aplicar la terminología del exterminio mutuo a los problemas de la cooperación mutua tal y como funciona dentro de una sociedad. Los términos militares son inapropiados para la descripción de operaciones de negocio. Por ejemplo, es una mala metáfora hablar de la conquista de un mercado. No hay conquista en el hecho de que una empresa ofrezca productos mejores o más baratos que sus competidores. Solo en el sentido metafórico hay aquí una estrategia en las operaciones de negocio.

Predicción praxeológica

El conocimiento praxeológico hace posible predecir con certidumbre apodíctica el resultado de varios modos de acción. Pero, por supuesto, esa predicción nunca puede implicar nada respecto de asuntos cuantitativos. Los problemas cuantitativos no están en el ámbito de la acción humana abiertos a ningún discernimiento que no sea la comprensión.

Podemos predecir, como veremos más tarde, que (en igualdad de condiciones) una caída en la demanda de a generará una caída en el precio de a. Pero no podemos predecir el nivel de esta caída. Esta cuestión solo puede responderse por comprensión.

La deficiencia fundamental en toda aproximación cuantitativa a problemas económicos consiste en olvidar el hecho de que no hay relaciones constantes entre lo que se llaman dimensiones económicas. Tampoco hay constancia ni continuidad en las valoraciones y en la formación de relaciones de intercambio entre diversos productos. Todo nuevo dato genera un nuevo barajado de toda la estructura de precios. La comprensión, tratando de averiguar lo que está pasando en las mentes de los hombres afectados, puede aproximarse al problema de prever condiciones futuras. Podemos calificar a estos métodos como insatisfactorios y los positivistas pueden desdeñar arrogantemente esta calificación. Pero esos juicios arbitrarios no deben ni pueden ocultar el hecho de que la comprensión es el único método apropiado de ocuparse de la incertidumbre de las condiciones futuras.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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