Conflicto de principios

0

[Incuido en The Bastiat Collection (2011); apareció en Sofismas económicos (1845)]

Hay algo que me confunde y es esto. Publicistas sinceros, estudiando la economía de la sociedad desde el punto de vista del productor han expresado la siguiente fórmula:

  1. “Los gobiernos deberían ordenar los intereses de los consumidores que están sujetos a sus leyes de tal manera que sean favorables para la industria nacional”.
  2. “Deberían dar distancia a los consumidores bajo la sujeción a sus leyes, con el fin de ordenar sus intereses de una forma favorable para la industria nacional”.

La primera de estas fórmulas recibe el nombre de protección; a la segunda le llamamos mercado, o la creación de mercados, o aperturas, para nuestra producción.

Ambas se basan en lo que llamamos la balanza comercial: “Una nación se empobrece cuando importa y se enriquece cuando exporta”.

Pues si toda compra en un país extranjero es un tributo pagado y una pérdida nacional, esto implica, por supuesto, que es correcto restringir, e incluso prohibir, las importaciones.

Y si toda venta a un país extranjero es un tributo recibido y una ganancia nacional, es bastante correcto y natural crear mercados para nuestros productos incluso mediante fuerza.

El sistema de protección y el sistema colonial son por tanto solo dos aspectos de una y la misma teoría. Dificultar a nuestros conciudadanos la compra a extranjeros y obligar a los extranjeros a comprar a nuestros conciudadanos, son solo dos consecuencias de uno y el mismo principio.

Ahora bien, es imposible admitir que esta doctrina, si es cierta, hace de utilidad general basarse en el monopolio o el expolio interno y en la conquista o expolio externo.

Entro en una cabaña en el lado francés de los Pirineos.

El padre de la familia no recibido sino un escaso salario. Sus hijos semidesnudos tiritan bajo el helado viento del norte, el fuego se ha apagado y no hay nada a la mesa. Hay lana, leña y grano al otro lado de la montaña, pero esas cosas buenas están prohibidas para el pobre jornalero, pues el otro lado de la montaña no es Francia. La leña extranjera no está permitida para calentar el centro de la cabaña y los hijos del pastor no podrán nunca conocer el sabor de la castaña vizcaína ni la lana de Navarra podrá nunca calentar sus entumecidas extremidades. La utilidad general lo ha ordenado. Así sea, pero acordemos que todo esto se opone directamente a los primeros principios de la justicia. Disponer legislativamente de los intereses de los consumidores y subordinarlos a los supuestos intereses de la industria nacional es cercenar su libertad, es prohibir un acto, a saber, el acto de intercambio, que no tiene en sí mismo nada en contra de la buena moral; en una palabra, es cometer con ellos un acto de injusticia.

Y aun así es necesario, se nos dice, salvo que deseemos ver a nuestra mano de obra nacional paralizada y a la prosperidad pública sufriendo una sacudida fatal.

Así que los escritores de la escuela proteccionista han llegado a la melancólica conclusión de que hay una incompatibilidad radical entre justicia y utilidad.

Por otro lado, si a todas las naciones les interesara vender, y no comprar, el estado natural de sus relaciones debe consistir en una acción y reacción violentas, pues cada una buscará imponer sus productos a todas y todas se dedicarán a repeler los productos de las demás.

En realidad, una venta implica una compra y como, de acuerdo con esta doctrina, vender es beneficioso y comprar es lo contrario, toda transacción internacional implicaría el mejoramiento de un pueblo y el deterioro de otro.

Pero si lo hombres, por un lado, se ven irresistiblemente empujados hacia lo que es en su beneficio y si, por el otro, se resisten instintivamente a lo que es dañino, nos vemos obligados a concluir que cada nación lleva en su seno una fuerza natural de expansión y una fuerza no menos natural de resistencia, fuerzas que son igualmente perjudiciales para todas las demás naciones o, en otras palabras, que antagonismo y guerra son el estado natural de la sociedad humana.

Así que la teoría que estamos explicando puede resumirse en estos dos axiomas:

  1. La utilidad es incompatible con la justicia en el interior.
  2. La utilidad es incompatible con la paz en el exterior.

Ahora, lo que me deja atónito y me confunde es que un publicista, un hombre del estado, que crea sinceramente en una doctrina económica que va tan violentamente contra otros principios que son incontestables, debería ser capaz de disfrutar de un momento de calma o paz mental.

Por mi parte, me parece que si hubiera entrado en el recinto de la ciencia por la misma puerta, si hubiera dejado de percibir claramente que libertad, utilidad, justicia y paz son cosas no solo compatibles, sino estrictamente relacionadas entre sí y, por decirlo así, idénticas, me habría dedicado a olvidar lo que había aprendido y debería haber preguntado:

“¿Cómo podría Dios haber deseado que los hombres alcanzaran la prosperidad solo mediante la injusticia y la guerra? ¿Cómo podría haber deseado que fueran incapaces de evitar la injusticia y la guerra, si no es renunciando a la posibilidad de alcanzar la prosperidad?

“¿Me atrevo a adoptar, como base de la legislación de una gran nación, una ciencia que me engaña así con falsas luminarias, que me ha conducido a esta horrible blasfemia y me ha dejado con una alternativa tan terrible? Y cuando una larga serie de filósofos ilustres se haya visto dirigida por esta ciencia, a la cual han dedicado sus vidas, a resultados más consoladores (cuando afirman que la libertad y la utilidad son perfectamente reconciliables con la justicia y la paz, que todos estos grandes principios funcionan en paralelos infinitamente extendidos y lo harán durante toda la eternidad, sin ir unos en contra de otros), preguntaría: ¿No tienen a su favor esa presunción que resulta de todo lo que conocemos de la bondad y sabiduría de Dios, manifestada en la sublime armonía de la creación material? A la vista de esa presunción y de autoridades tan fiables, ¿tendría que creer alegremente que a Dios le ha parecido bien implantar antagonismo y disonancia en las leyes del mundo material? No, antes de atreverme a concluir que los principios del orden social van en contra y se neutralizan entre sí y están en una oposición eterna e irreconciliable, antes de atreverme a imponer a mis conciudadanos un sistema tan impío al que mis razonamientos parecerían llevar, debería obligarme a revisar toda la cadena de estos razonamientos y asegurarme de que en esta etapa del viaje no me he perdido”.

Pero si después de un examen franco y penetrante, 20 veces repetido, llegara siempre a esta terrible conclusión de que debemos elegir entre lo correcto y lo bueno, descorazonado, debería rechazar la ciencia y enterrarme en la ignorancia voluntaria; sobre todo, debería rechazar toda participación en asuntos públicos, dejando a hombres de otro temple y constitución la carga y responsabilidad de una decisión tan dolorosa.

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original en inglés se encuentra aquí.

Print Friendly, PDF & Email