Larga vida a la laguna legal

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[Este artículo se publicó originalmente en el número de julio de 1988 de The Free Market  y está incluido en la colección Making Economic Sense]

El liberalismo moderno funciona de una manera sencilla pero eficaz: los liberales encuentran problemas. No es una tarea difícil, considerando que en el mundo abundan los problemas esperando a ser descubiertos. En el centro de estos problemas está el hecho de que no vivimos en el Jardín del Edén: de que hay una escasez de recursos disponibles para alcanzar nuestros objetivos. Así que está el problema de un número X (a descubrir por investigación sociológica) de personas por encima de los 65 años con padrastros y el problema de que hay más de 200 millones de estadounidenses que no pueden permitirse el BMW de sus sueños. Una vez encontrado el problema, el investigador liberal lo examina y se preocupa por el hasta que se convierte en una crisis con todas las de la ley.

Un procedimiento típico: el liberal encuentra dos o tres casos de personas con beriberi. En televisión se no muestran retratos gráficos de víctimas sufriendo beriberi y se nos inunda con apelaciones directas para ayudar a derrotar el temible estallido de beriberi. Después de diez años y miles de millones de dólares de los impuestos federales empleados en investigar el beriberi, centros de tratamiento de beriberi, dosis de mantenimiento de beriberi y todo lo demás, una encuesta de los resultados de la gran lucha muestra el hecho potencialmente inquietante de que hay más beriberi que nunca. La idea de que el presupuesto federal dedicado al beriberi haya sido un desperdicio de tiempo y dinero y tal vez incluso contraproducente se rechaza de inmediato. Por el contrario, el liberal llega a la conclusión de que el beriberi es una amenaza mayor de la que pensaba y de que debe triplicarse de inmediato el presupuesto federal en todos los sentidos. Y, además, apunta que ahora tenemos la ventaja en la lucha de tener 200.000 profesionales del beriberi altamente preparados, dispuestos a dedicar el resto de sus vidas, con generosas concesiones federales a su disposición, a la gran causa.

Como vocear la idea de que quizá no sea cosa del gobierno ir por ahí resolviendo problemas sociales les ha sometido a la fulminante acusación de “insensibilidad” y “falta de compasión”, algunos conservadores se aferran a una astuta estrategia de evasión. “Sí, si”, concuerdan, “también nosotros estamos convencidos de la urgencia de vuestra crisis social y os agradecemos que llaméis la atención sobre ella. Pero creemos que la forma de resolver el problema no es mediante el aumento en el gasto público y mayores impuestos, sino permitiendo a personas y grupos privados gastar dinero en resolver el problema, financiándolo mediante exenciones fiscales”.

En resumen, la crisis social se resolvería permitiendo a la gente retener más de su propio dinero, siempre que lo gasten en: ayudar en la investigación de los padrastros, en BMWs o en combatir el beriberi. Aunque el problema filosófico fundamental se haya dejado de lado, al menos a la gente se le permite gastar su dinero y los impuestos bajarían en lugar de aumentar. Es verdad que a la gente seguiría sin dejársele retener su dinero, punto, pero al menos la deducción fiscal era un paso bienvenido de alejamiento del gobierno hacia una acción y operación privadas.

En 1986, sin embargo, todo cambió. Los conservadores se unieron a los liberales en denigrar las deducciones fiscales como una “subvención” (¡como si permitir a la gente gastar su propio dinero fuer lo mismo que darle dinero de otros!) y en rechazar la nueva aproximación a la deducción fiscal por sr una “laguna legal”, una brecha en el noble ideal de una uniformidad monolítica en los impuestos. En lugar de tratar de mantener los impuestos al pueblo tan bajos como sea posible, reduciendo impuestos donde puedan, los conservadores adoptaron entonces el ideal de unos impuestos monolíticos y “justos” de un dolor igual para todos en la sociedad.

La Ley de Reforma Fiscal de 1986 se suponía que traería una dulce simplicidad a nuestros formularios de impuestos y justicia sin cambiar los ingresos totales. Pero cuando los estadounidenses finalmente encontraron el camino a través de la maleza de sus formularios, encontraron todo tan complejo que ni siquiera Hacienda podía entender qué estaba pasando y la mayoría descubrieron que sus pagos en impuestos habían aumentado. Y no había desgravaciones fiscales para traerles consuelo.

Pero hay esperanza. La crisis liberal de 1988, desplazando a los mendigos del pasado año y el hambre del año anterior, es el hecho de que la clase media-alta, las familias con dos ingresos, la misma columna vertebral de la militancia liberal, no puede pagar los servicios de atención a los niños a los que le gustaría acostumbrarse. De ahí la reclamación, atendida por todos los bandos, de muchos miles de millones de dólares del contribuyente federal por el que las familias de ingresos relativamente bajos y con un solo ingreso se verían obligadas a subvencionar a las familias más pudientes con madres trabajadoras. ¡Verdaderamente es el estado del bienestar en acción!

Desesperados y no preparados para decir o bien (a) que este problema no es asunto del gobierno, o (b) que el cuidado de los niños sería más barato y abundante si se abolieran las regulaciones del gobierno requiriendo un espacio mínimo en metros cuadrados, enfermeras tituladas en las instalaciones, etc., los conservadores, en su desesperación, llegaron a nuestro viejo y olvidado amigo de los contribuyentes: la desgravación fiscal. La desgravación se aplicaría, no solo al cuidado profesional de niños, sino asimismo a las madres que decidan cuidar de sus hijos en casa.

Esperemos que la deducción fiscal vuelva con toda su fuerza. Y luego podemos reavivar la táctica perdida, no de “rellenar las lagunas legales”, sino de hacerlas más grandes, ampliándolas tanto que todos podamos pasar un portaviones por ellas, hasta el maravilloso día en que todo el sistema fiscal federal sea una gigantesca laguna.

Publicado el 13 de diciembre de 2012. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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