El presidente Coolidge y la curva de Laffer

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Amity Shlaes ha estado ocupada promocionando su nueva biografía Coolidge y entretanto está desarrollando una argumentación sólida para una verdadera reforma fiscal y presupuestaria para una creciente prosperidad sostenible dirigida por el mercado. Hizo el alegato con mucha solidez en su conferencia del 27 de enero de 2013 en el Hillsdale College, “Calvin Coolidge and the Moral Case for Economy”.

Shlaes explicaba la “imposición científica”, una formulación temprana de la curva de Laffer anticipada por Coolidge y su Secretario del Tesoro, Andrew Mellon. Coolidge argumentaba contra los altos tipos fiscales diciendo: “La experiencia no demuestra que tipos más altos produzcan mayor ingreso. La experiencia es completamente la contraria. Cuando el gravamen a las rentas de 300.000$ o más no era más que el 10% el ingreso era aproximadamente el mismo que al 65%”.

Coolidge estaba verdaderamente interesado en reducir la huella del gobierno en la economía y así tenía sabias reservas acerca de emplear recortes simplemente como herramienta para aumentar los ingresos, como defenderían posteriormente los creyentes del lado de la oferta en la curva de Laffer. Según Shlaes:

Tanto que consideró renunciar [cursivas originales] a los recortes: “Aunque estoy sumamente interesado en reducir impuestos (…) solo puede hacersee como resultado de la economía”, dijo en cierto momento. No pondría los recortes de impuestos antes que la reducciones presupuestarias [cursivas mías] insistiendo en aunar los dos objetivos.

Rothbard, escribiendo en 1982, en su “Introducción a la cuarta edición” de America’s Great Depression (xviii-xix) recordaba mucho la insistencia de Coolidge en recortar gastos, acompañada por recortes en impuestos como una herramienta para encoger el gobierno y expandir la libertad y la prosperidad:

Así que los déficits deberían eliminarse, pero solo recortando el gasto público. Si se recortan ambos, impuestos y gasto público, entonces el saludable resultado será rebajar la carga parasitaria de los impuestos y el gasto público sobre las actividades productivas del sector privado.

Eso nos lleva a un nuevo punto de vista económico que ha aparecido desde nuestra última edición: la “economía del lado de la oferta” y su variante extrema, la curva de Laffer. En la medida en que la gente del lado de la oferta apunta que las reducciones en impuestos estimularán el trabajo, el ahorro y la productividad, están simplemente subrayando verdades conocidas desde hace tiempo por la economía clásica y austriaca. Pero un problema es que la gente del lado de la oferta, al pedir mayores recortes fiscales, defiende mantener el nivel actual de gasto público, de forma que la carga de trasladar recursos del gasto privado productivo al gasto público derrochador seguiría continuando.

La variante de Laffer del lado de la oferta añade la idea de que una caída en los tipos del impuesto de la renta aumentarán los ingresos públicos debido a la mayor producción y rentas de forma que el presupuesto seguirá equilibrado.

Rothbard continúa:

Otro problema es que uno se pregunta por qué el objetivo primordial de una política fiscal debería ser maximizar los ingresos públicos. Un objetivo mucho más sensato sería minimizar los ingresos y los recursos absorbidos por el sector público.

Así que Rothbard defendía con convicción que la forma de atacar el déficit presupuestario era encoger el gobierno, no expandir los ingresos. Ese programa era también una de las acciones positivas que el gobierno podía llevar a cabo para acelerar la recuperación en una economía que sufriera una depresión. Aunque Rothbard argumenta (America’s Great Depression, p. 21) que “el canon más importante de política pública sensata en una depresión, por tanto, es evitar interferir en el proceso de ajuste”, Rothbard (p. 22) también recomienda:

Sin embargo hay una cosa que el gobierno puede hacer positivamente: puede reducir drásticamente su papel relativo en la economía recortando sus propios gastos e impuestos, especialmente impuestos que interfieren con el ahorro y la inversión. Reducir si nivel de gasto fiscal automáticamente cambiará la relación social ahorro-inversión-consumo a favor del ahorro y la inversión, rebajando así grandemente el tiempo requerido para volver a una economía próspera. Reducir impuestos que recaigan más duramente en ahorros e inversiones rebajara más las preferencias temporales sociales. Además, la depresión es un momento de dificultades económicas. Cualquier reducción de impuestos o de cualquier regulación que interfiera con el libre mercado, estimulará una actividad económica sana y un aumento en los impuestos y otras intervenciones deprimirá aún más la economía. [Notas omitidas]

Una lección importante que debería haberse aprendido del experimento de Coolidge es muy coherente con el argumento de Rothbard de 1982. Según Shlaes:

Cuando se establecen y juzgan los tipos impositivos de acuerdo con cuántos ingresos proporcionan debido a la curva de Laffer (que es como los presentan la mayoría de los actuales recortadores de impuestos, estando así de acuerdo con los subidores de impuestos en que el objetivo de la política fiscal es aumentar los ingresos), la política fiscal puede convertirse en un mecanismo para expandir el gobierno. Los objetivos del gobierno legítimo (libertad y prosperidad estadounidenses) se quedan en la cuneta. Así que la mejor defensa para impuestos más bajos es la defensa moral, y como entendía correctamente Coolidge, una política fiscal moral reclama un presupuesto resistente [las cursivas son mías].

Shlaes presenta a Coolidge como un modelo alternativo para los conservadores, especialmente comparado con un ídolo más reciente. Ronald Reagan. La crítica de Shlaes al presidente Reagan es muy similar a la de Rothbard. Shlaes apunta que Reagan, “era por supuesto un recortador de impuestos, reduciendo el tipo máximo marginal del 70% al 28%. Pero sus recortes de impuestos (que justificaba la economía del lado de la oferta por aumentar enormemente los ingresos federales) se produjeron en parte mediante una negociación con los demócratas que ansiaban gastar esos ingresos. Reagan no fue un recortador de presupuestos, de hecho el presupuesto federal aumento en más de un tercio durante su administración”.

Rothard diría que Shlaes solo tiene la mitad de la razón. Reagan ciertamente no fue un recortador de presupuestos. Pero tampoco fue un recortador de impuestos. Rothbard apuntaba que:

El muy pregonado recorte de impuestos de 1981 [de Reagan] fue más que compensado por dos aumentos de impuestos ese año. Uno fue la no actualización de los tramos fiscales, con lo que la inflación arrastraba a la gente a tramos más altos, de forma que con la misma renta real (en términos de poder adquisitivo) la gente se encontraba pagando una proporción superior de su renta en impuestos, aunque bajara el tipo fiscal oficial. El otro fue el inusual gran aumento en las tasas de la Seguridad Social, que, sin embargo, no se consideran, en la perversa semántica de nuestro tiempo, como “impuestos”: son solo “primas de seguro”. En años posteriores, la administración Reagan ha aumentado constantemente los impuestos (para castigarnos por el falso recorte de 1981), empezando en 1982 con la mayor subida de un impuesto en la historia estadounidense, que costó a los contribuyentes 100.000 millones de dólares.

Sin embargo los libertarios deberían ser cautelosos en aceptar a Coolidge como un presidente liberal clásico ideal o de inclinaciones libertarias. Algunas de las reservas de Rothbard sobre él pueden encontrase aquí. John V. Denison en su prólogo a Reassessing the Presidency (xxiii) proporciona una evaluación más realista:

Algunos podrían argumentar que las administraciones de los presidentes Harding y Coolidge demuestran un renacimiento del liberalismo clásico, pero yo lo dudo. Indudablemente no parecen tener el compromiso con el liberalismo clásico que tuvo Cleveland y estuvieron muy afectados por el resultado de la guerra del presidente Wilson y su despótica política nacional durante la guerra, confirmando la predicción de Robert E. Lee de que un gobierno federal consolidado se convertiría en “agresivo en el exterior y despótico en el interior”. Las sucesivas administraciones de Harding y Coolidge trataron de devolver a Estados Unidos a la “normalidad” después de acabar la guerra, pero aunque ambos defendieron el principio de reducir el gasto público, así como los tipos excesivos del impuesto de la renta de Wilson, seguían siendo “buenos” republicanos que defendían un arancel proteccionista más alto para ayudar a los negocios. También pusieron al día las ideas de la “era progresista” y apoyaron mucha regulación pública de sectores, como la radio, mientras el gobierno también permanecía como socio de dichos sectores.

Coolidge, sobre gastos e impuestos, era sin embargo muy rothbardiano mucho antes de Rothbarda. Para Shlaes “Coolidge no estaba a favor de recortes de impuestos como medio para aumentar el ingreso o comprar demócratas. Los defendía porque quitaban al gobierno, el servidor del pueblo, fuera del camino del pueblo”. No solo la austeridad del gobierno de Coolidge contribuyó a la prosperidad y crecimiento económico de mediados de la década de 1920, el programa, aunque impopular en Washington, resultó extremadamente popular entre la gente. Coolidge consiguió fácilmente la reelección con una fuerte mayoría de voto popular a pesar de enfrentarse tanto a un candidato demócrata como a un candidato relativamente popular del Partido Progresista, Robert LaFollette.

La lección política de la década de 1920 es una lección para hoy que debería seguirse más ampliamente. La austeridad del gobierno no es austeridad del sector privado. La austeridad del gobierno es una vía a la prosperidad del sector privado. La política correcta es una que combine verdaderas reducciones presupuestarias, auténticas reducciones en el gasto público, con reducción en los tipos fiscales, no algún plan político elaborado que solo ralentice los aumentos en el gasto, continuando así añadiendo a la carga del gobierno en la economía y solo supuestos equilibrios en el presupuesto después de 10 años. La vía definitiva para una vuelta a la prosperidad es descrita por Rothbard (xxiii y xxiv) en septiembre de 1982: “el programa austriaco de moneda fuerte, el patrón oro, la abolición de la Fed y el laissez faire”.

Estados Unidos afronta de nuevo la perspectiva de un futuro infierno económico: estancamiento, alto desempleo y potencialmente una depresión inflacionista, todo consecuencia del resurgimiento de políticas (monetarias y fiscales) de inspiración keynesiana que nos han llevado a la actual crisis de alta deuda y déficit, combinados con un desempleo estancado y un anémico crecimiento económico. Shlaes piensa que las cosas pueden invertirse con la aparición de un líder dispuesto a articular y defender una “combinación de una política de recortes del déficit con una de recortes de impuestos” haciendo “una defensa moral para decir ‘no’”. Su creencia, “Un líder político que haga hoy lo mismo es probable que encuentre un electorado más inclinado a responder ‘sí’ de lo que él o ella esperaría”. Esperemos que tenga razón, aunque sería inteligente dejar de mirar a políticos para adoptar un cambio real.


Publicado el 14 de marzo de 2013. Traducido del inglés por Marian Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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