Introducción de Mises a Teoría e historia

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1.     Dualismo metodológico

El hombre mortal no sabe cómo observa el universo y todo lo que contiene una inteligencia sobrehumana. Tal vez una mente tan excelsa esté en disposición de desarrollar una interpretación monística coherente y comprensiva de todos los fenómenos. El hombre (al menos hasta ahora) siempre se ha equivocado lamentablemente en sus intentos de tender puentes sobre la distancia entre mente y materia, entre jinete y caballo, entre cantero y piedra. Sería absurdo ver este fracaso como una demostración bastante de la justificación de una filosofía dualista. Todo lo que podemos deducir de ello es que la ciencia (al menos en este momento) debe adoptar una aproximación dualista, no tanto como explicación filosófica, sino como dispositivo metodológico.

El dualismo metodológico evita cualquier proposición respecto de las esencias y las construcciones metafísicas. Simplemente tiene en cuenta el hecho de que no conocemos cómo los eventos externos (físicos, químicos y fisiológicos) afectan a pensamiento, ideas y juicios de valor humanos. Esta ignorancia divide el reino del conocimiento en dos campos independientes, el campo de los eventos externos, comúnmente llamado naturaleza y el campo del pensamiento y la acción humana.

En tiempos más antiguos se veía el asunto desde un punto de vista moral o religioso. El monismo materialista se rechazaba por incompatible con el dualismo cristiano del creador y la creación y del alma inmortal y el cuerpo mortal. El determinismo se rechazaba como incompatible con los principios esenciales de la moralidad, así como con el código penal. La mayoría de lo que se aportó en estas controversias para apoyar los respectivos dogmas no era esencial y es irrelevante desde el punto de vista metodológico de nuestro tiempo. Los deterministas hicieron poco más que repetir sus tesis una y otra vez, sin tratar de probarlas. Los indeterministas negaban las afirmaciones de sus adversarios pero eran incapaces de atacar sus puntos débiles. Los largos debates no fueron muy útiles.

El ámbito de la controversia cambió cuando entró en escena la nueva ciencia de la economía. Los partidos políticos que rechazaban apasionadamente todas las conclusiones prácticas a las cuales llevaban inevitablemente los resultados del pensamiento económico, pero eran incapaces de plantear ninguna objeción sostenible contra su verdad y corrección, cambiaron la discusión hacia los campos de la epistemología y la metodología. Proclamaron que los métodos experimentales de las ciencias naturales eran los únicos modos adecuados de investigación y la inducción desde la experiencia sensorial el único modo legítimo de razonamiento económico. Se comportaban como si nunca hubieran oído hablar de los problemas lógicos que implicaba la inducción. Todo lo que no era experimentación ni inducción era a sus ojos metafísica, un término que empleaban como sinónimo de sinsentido.

2.     Economía y metafísica

Las ciencias de la acción humana empiezan del hecho de que el hombre persigue intencionadamente objetivos que ha elegido. Es esto precisamente lo que todas las ramas del positivismo, el conductismo y el panfisicalismo quieren o negar completamente o ignorar silenciosamente. Ahora bien, sería sencillamente estúpido negar el hecho de que el hombre se comporta manifiestamente como si estuviera realmente persiguiendo fines concretos. Así que la negación de la intencionalidad en las actitudes del hombre solo puede sostenerse si uno supone que la elección tanto de medios como de fines es meramente aparente y que el comportamiento humano está determinado en último término por acontecimientos fisiológicos que pueden describirse íntegramente con la terminología de la física y la química.

Incluso los defensores más fanáticos de la secta de la “ciencia unificada” evitan adoptar sin ambigüedades esta formulación directa de su tesis fundamental. Hay buenas razones para su reticencia. Mientras no se descubra ninguna relación definida entre ideas y acontecimientos físicos o químicos los cuales se produzcan como secuela regular, la tesis positivista sigue siendo un postulado epistemológico que no deriva de una experiencia establecida científicamente, sino de una visión metafísica del mundo.

Los positivistas nos dicen que algún día aparecerá una nueva disciplina científica que cumplirá sus promesas y describirá con todo detalle los procesos físicos y químicos que producen en el cuerpo del hombre ideas concretas. No riñamos hoy sobre cosas del futuro. Pero es evidente que tal proposición metafísica no puede en modo alguno invalidar los resultados de las conclusiones discursivas de que el hombre que actua debe necesariamente sacar de las enseñanzas de la economía. Como no están en disposición de encontrar ningún defecto ni en el razonamiento de la economía ni en las inferencias derivadas de él, recurren a esquemas metafísicos para desacreditar los fundamentos epistemológicos y la aproximación metodológica de la economía.

No hay nada malo en la metafísica. El hombre no podría vivir sin ella. Los positivistas se equivocan lamentablemente al emplear la palabra “metafísica” como un sinónimo de sinsentido. Pero ninguna proposición metafísica debe contradecir ninguno de los hallazgos del razonamiento discursivo. La metafísica no es ciencia y la apelación a nociones metafísicas resulta vana en el contexto de un examen lógico de problemas científicos. Esto es también verdad en la metafísica del positivismo, a la que sus defensores han dado el nombre de antimetafísica.

3.     Regularidad y predicción

Epistemológicamente, la característica distintiva de lo que llamamos naturaleza ha de verse en la comprobable e inevitable regularidad en la concatenación y secuencia de fenómenos. Por otro lado, la característica distintiva de lo que llamamos la esfera humana o historia o, mejor, el ámbito de la acción humana, es la ausencia de esa regularidad universalmente prevalente. Bajo condiciones idénticas, las piedras siempre reaccionan a los mismos estímulos de la misma manera; podemos aprender algo acerca de estos patrones regulares de reacción y podemos hacer uso de este conocimiento al dirigir nuestras acciones  hacia objetivos concretos. Nuestra clasificación de objetos naturales y nuestra asignación de nombres a estas clases es un resultado de este reconocimiento. Una piedra es una cosa que reacciona de una forma concreta. Los hombres reaccionan a los mismos estímulos de distintas maneras, y el mismo hombre en instantes distintos puede reaccionar de maneras distintas de su conducta anterior o posterior. Es imposible agrupar a los hombres en clases cuyos miembros reaccionan siempre de la misma manera.

Esto no equivale a decir que las acciones humanas futuras sean totalmente impredecibles. Pueden, en cierto modo, preverse hasta cierto punto. Pero los métodos aplicados en esas previsiones y su ámbito son lógica y epistemológicamente completamente distintos de los aplicados para prever acontecimientos naturales y de su ámbito.

4.     El concepto de las leyes de la naturaleza

La experiencia es siempre experiencia de hechos pasados. Se refiere a lo que ha sido y ya no es, a acontecimientos hundidos para siempre en el discurrir del tiempo.

La conciencia de la regularidad en la concatenación y secuencia de muchos fenómenos no afecta a esta referencia de la experiencia a algo que ocurrió una vez en el pasado en un lugar y tiempo concretos baja las circunstancias que prevalecían allí y entonces. El conocimiento de la regularidad también e refiere exclusivamente a acontecimientos pasados. Lo más que puede enseñarnos la experiencia es esto: en todos los casos observados en el pasado había una regularidad comprobable.

Desde tiempo inmemorial todos los hombres de todas las razas han dado por sentado que la regularidad observada en el pasado también prevalecerá en el futuro. La categoría de causalidad y la idea de que los acontecimientos naturales seguirán en el futuro el mismo patrón que mostraron en el pasado son principios fundamentales del pensamiento humano, así como de la acción humana. Nuestra civilización material es el producto de una conducta guiada por ellos. Cualquier duda relativa a su validez dentro de la esfera de la pasada acción humana se disipa por los resultados del diseño tecnológico. La historia nos enseña irrefutablemente que nuestros antepasados y nosotros mismos hasta este mismo momento hemos actuado sabiamente al adoptarlos. Son verdad en el sentido de que el pragmatismo se asocia al concepto de verdad. Funcionan o, más precisamente, han funcionado en el pasado.

Dejando aparte el problema de la causalidad con sus implicaciones metafísicas, tenemos que darnos cuenta de que las ciencias naturales se basan completamente en la suposición de que prevalece una conjunción regular de fenómenos en el ámbito que investigan. No buscan simplemente la conjunción frecuente, sino una regularidad que prevalezca sin excepción en todos los casos observados en el pasado y se espera que prevalezca de la misma manera en todos los casos a observar en el futuro. Donde solo puedan encontrar una conjunción frecuente (como pasa a menudo en biología, por ejemplo), suponen que es solo la inadecuación de nuestros métodos de investigación lo que nos impide temporalmente descubrir una regularidad estricta.

Los dos conceptos de conjunción invariable y frecuente no deben confundirse. Al referirse a la conjunción invariable la gente quiere decir que no se ha observado ninguna desviación del patrón regular (la ley) de conjunción y que está segura, en la medida en que los hombres puedan estar seguros de algo, de que no es posible dicha desviación y se producirá siempre. La mejor elucidación de la idea de la regularidad inexorable en la concatenación de fenómenos naturales la proporciona el concepto de los milagros. Un acontecimiento milagroso es algo que simplemente no puede pasar en el curso normal de los asuntos mundanos como los conocemos, porque su aparición no puede explicarse por las leyes de la naturaleza.

Sin embargo, si se informa de la ocurrencia de un acontecimiento así, se proporcionan dos interpretaciones, pero ambas están completamente de acuerdo en dar por sentada la inexorabilidad de las leyes de la naturaleza. El devoto dice: “Esto no podría pasar en el curso natural de las cosas. Pasa solo porque el Señor tiene el poder de actuar sin estar restringido por las leyes de la naturaleza. Es un acontecimiento incomprensible e inexplicable para la mente humana, es un misterio, un milagro”. Los racionalistas dicen: “No podría pasar y por tanto no pasó. Los que lo cuentas son mentirosos o víctimas de un engaño”. Si el concepto de leyes de la naturaleza no significara regularidad inexorable, nunca se habría concebido la idea de los milagros. Uno simplemente diría: A se ve seguido frecuentemente por B, pero en algunos casos este efecto no se produce.

Nadie dice que las piedras lanzadas al aire con un ángulo de 45º frecuentemente caigan a tierra o que un miembro humano perdido en un accidente frecuentemente no vuelva a crecer. Todo nuestro pensamiento y todas nuestras acciones están guiados por el conocimiento de que en esos casos no afrontamos una repetición frecuente de la misma conexión, sino con una repetición regular.

5.     Las limitaciones del conocimiento humano

El conocimiento humano está condicionado por el poder de la mente humana y el grado de la esfera en que los objetos evocan sensaciones humanos. Tal vez haya en el universo cosas que nuestros sentidos no puedan percibir y relaciones que nuestra mente no pueda comprender. Pueden asimismo existir fuera de la órbita de lo que llamamos el universo otros sistemas de cosas acerca de los cuales no podemos aprender nada porque, de momento, ninguna traza de sus existencia penetra en nuestra esfera de una forma que pueda modificar nuestras sensaciones. Puede ser asimismo que la regularidad en la conjunción de fenómenos naturales  que estamos observando no sea eterna sino solo pasajera, que prevalezca solo en la etapa actual (que puede durar millones de años) de la historia del universo y puede que un día sea reemplazada por otra disposición.

Esos pensamientos y otros similares pueden inducir a un científico consciente a la máxima precaución al formular los resultados de sus estudios. Corresponde al filósofo ser aún más restrictivo al ocuparse de las categorías apriorísticas y la regularidad en la secuencia de los fenómenos naturales.

Las formas y categorías apriorísticas del pensamiento y el razonamiento humanos no pueden remontarse a algo de lo que aparecería como la conclusión lógica necesaria. Es contradictorio esperar que esa lógica pueda servir para algo para demostrar la corrección o validez de los principios lógicos fundamentales. Todo lo que puede decirse acerca de ellas es que negar su corrección o validez parece no tener sentido para la mente humana y que el pensamiento, guiado por ellas, ha llevado a modos de actuar con éxito.

El escepticismo de Hume era la reacción a un postulado de absoluta certidumbre que sea obtenible eternamente por el hombre. Esos divinos que pensaban que solo la revelación podía proporcionar al hombre la perfecta certidumbre tenían razón. La investigación científica humana no puede ir más allá de los límites dibujados por la insuficiencia de los sentidos humanos y la estrechez de su mente. No hay demostración deductiva posible del principio de causalidad ni de la inferencia ampliativa de la inducción imperfecta; solo puede recurrirse a la declaración no menos indemostrable de que hay una regularidad estricta en la conjunción de todos los fenómenos naturales. Si no nos referimos a esta uniformidad, todas las declaraciones de las ciencias naturales parecerán ser generalizaciones apresuradas.

6.     Regularidad y elección

El principal hecho acerca de la acción humana es que el relación con ella no hay tal regularidad en la conjunción de fenómenos. No es un defecto de las ciencias de la acción humana que no consigan descubrir determinados patrones de estímulo-respuesta. Lo que no existe no puede ser descubierto.

Si no hubiera regularidad en la naturaleza, sería imposible afirmar nada con respecto al comportamiento de clases de objetos, uno tendría que estudiar los casos individuales y combinar lo que uno haya aprendido acerca de ellos en un relato histórico.

Supongamos por un momento que todas esas cantidades físicas que llamamos constantes estén en realidad cambiando continuamente y que la inadecuación de nuestros métodos de investigación por sí sola nos impida ser conscientes de estos lentos cambios. No los tenemos en cuenta porque no tienen una influencia perceptible sobre nuestras condiciones y no afectan notablemente al resultado de nuestras acciones. Por tanto uno podría decir que estas cantidades establecidas por las ciencias naturales experimentales pueden considerarse justamente como constantes, ya que permanecen sin cambios durante un periodo de tiempo que excede con mucho la época para la que podemos planear proporcionar.

Pero no es permisible argumentar de forma similar con respecto a las cantidades que observamos en el campo de la acción humana. Estas cantidades son manifiestamente variables. Los cambios que se producen en ellas afectan llanamente al resultado de nuestras acciones. Toda cantidad que podemos observar es un acontecimiento histórico, un hecho que no puede describirse completamente sin especificar el momento y punto geográfico.

El econometra es incapaz de refutar este hecho, que siega la hierba bajo su razonamiento. No puede dejar de admitir que no hay “constantes de comportamiento”. Sin embargo quiere introducir algunas cifras, elegidas arbitrariamente, basadas en un hecho histórico, como “constantes de comportamiento desconocidas”. La única excusa que aporta es que sus hipótesis están “diciendo solo que esta cifra desconocida permanece razonablemente constante a lo largo de un periodo de años”.[1] Ahora bien, si ese periodo de supuesta constancia de una cifra definida sigue funcionando o si ya se ha producido un cambio en la cifra es algo que solo puede establecerse posteriormente.

Mirando atrás puede ser posible, aunque solo en pocos casos, declarar que durante un periodo (probablemente bastante corto) un porcentaje aproximadamente estable (que el econometra decide llamar un porcentaje “razonablemente” constante) prevaleció entre los valores numéricos de dos factores. Pero esto es algo sustancialmente diferente de las constantes de la física. Es la afirmación de un hecho histórico, no una constante a la que pueda recurrirse para intentar predecir nuevos acontecimientos.

Dejando aparte por el momento cualquier referencia al problema de la voluntad humana o libre albedrío, podemos decir que los entes no humanos reaccionan de acuerdo con patrones regulares; el hombre elige. El hombre elige primero fines finales y después los medios para alcanzarlos. Estos actos de elección están determinados por pensamientos e ideas de los cuales, al menos actualmente, las ciencias naturales no saben cómo darnos alguna información.

En el tratamiento matemático de la física, tiene sentido la distinción entre constantes y variables; es esencial en todos los pasos de computación tecnológica. En economía no hay relaciones constantes entre magnitudes diversas. Consiguientemente, todos los datos reconocibles son variables o, lo que es lo mismo, datos históricos. El economistas matemáticos repiten que la tarea de la economía matemática consiste en el hecho de que hay un gran número de variables. La verdad es que hay solo variables y no constantes. No tiene sentido hablar de variables cuando no hay invariables.

7.     Medios y fines

Elegir es optar por una de dos o más posibles modos de conducta y abandonar las alternativas. Siempre que un ser humano está en una situación en la que tiene abiertos varios modos de comportarse, excluyendo unos a otros, está eligiendo. Así que la vida implica una eterna secuencia de acciones de elección. La acción es conducta dirigida por elecciones.

Los actos mentales que determinan el contexto de una elección se refieren o bien a los fines últimos o a los medios de alcanzar fines últimos. A los primeros se los llama juicios de valor. Los segundos son decisiones técnicas derivadas de proposiciones factuales.

En el sentido estricto del término, el hombre que actúa busca solo un fin último, alcanzar un estado de cosas que la vaya mejor que las alternativas. Filósofos y economistas describen este  hecho innegable declarando que el hombre prefiere lo que le hace más feliz a lo que le hace menos feliz, que busca la felicidad.[2] La felicidad (en el sentido puramente formal que le aplica al término la teoría ética) es el único fin último. Sin embargo es habitual emplear un modo de expresión menos preciso, asignando previamente el nombre a fines últimos para todos aquellos medios que son apropiados para producir satisfacción directa e inmediatamente.

Lo característico de los fines últimos es que dependen completamente del juicio personal y subjetivo de cada individuo, que no puede examinarse, medirse ni mucho menos corregirse por ninguna otra persona. Cada individuo es el árbitro único y final en asuntos que conciernen a su propia satisfacción y felicidad.

Como este conocimiento fundamental se considera a menudo como incompatible con la doctrina cristiana, puede ser apropiado ilustrar su verdad con ejemplos tomados de la historia temprana de la religión cristiana. Los mártires rechazaban lo que otros consideraban delicias supremas, para ganar la salvación y la dicha eterna. No seguían a sus bienintencionados compañeros que les exhortaban a salvar sus vidas inclinándose antes la estatua del divino emperador, sino que elegían morir por su causa en lugar de conservar sus vidas renunciando a la eterna felicidad del cielo.

¿Qué argumentos podría aportar un hombre que quisiera disuadir del martirio a su compañero? Podría tratar de socavar los fundamentos espirituales de su fe en el mensaje de los evangelios y su interpretación por la Iglesia. Sería un intento de sacudir la confianza del cristiano en la eficacia de su religión como medio para conseguir la salvación y la dicha. Si fracasara esto, no valdría nada ningún otro argumento, pues lo que quedaría sería decidir entre dos fines últimos, la alternativa entre la dicha eterna y la condena eterna. Así que el martirio resultaría el medio para alcanzar un fin que en la opinión del mártir garantizaría la felicidad suprema y eterna.

Tan pronto como la gente se atreve a cuestionar y examinar un fin, ya no lo considera como tal, sino que lo consideran como un medio para alcanzar un fin todavía superior. El fin último está más allá de cualquier examen racional. Todos los demás fines no son sino provisionales. Se convierten en medios tan pronto como se comparan con otros fines o medios.

Los medios son juzgados y apreciados de acuerdo con su capacidad de producir efectos concretos. Mientras que los juicios de valor son personales, subjetivos y finales, los juicios sobre los medios son esencialmente inferencias a partir de proposiciones factuales respecto del poder de los medios en cuestión para producir efectos concretos. Acerca del poder de un medio para producir un efecto concreto puede haber discusiones y disputas entre hombres. Para la evaluación de los fines últimos no hay patrón interpersonal disponible.

Elegir medios es  un problema técnico, por decirlo así, tomando la palabra “técnico” su sentido más amplio. Elegir fines últimos es un asunto personal, subjetivo e individual. Elegir medios es un asunto de razón, elegir fines últimos un asunto del alma y la voluntad.


[1] Ver la Cowles Commission for Research in Economics, Report for Period, January 1, 1948-June 30, 1949 (University of Chicago), p. 7.

[2] No hay necesidad de refutar de nuevo los argumentos planteados durante más de dos mil años contra los principios del eudemonismo, el hedonismo y el utilitarismo. Para una exposición del carácter formal y subjetivo de los conceptos “placer” y “dolor” empleados en el contexto de estas doctrinas, ver Mises, Human Action [La acción humana] (New Haven, Yale University Press, 1949, pp. 14-15) y Ludwig Feuerbach, Eudämonismus, en Sämmtliche Werke, ed. Bolin and Jodl (Stuttgart, 1907), 10, 230-293. Por supuesto, quienes no reconocen ninguna “felicidad” sino la que dan orgasmos, alcohol y otras cosas continúan repitiendo los viejos errores y distorsiones.


Publicado el 14 de julio de 2010. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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