Mises explica la guerra contra las drogas

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Los viajeros aéreos se enfurecieron cuando la FAA anunció que habría retrasos en los vuelos porque los controladores del tráfico aéreo tenían que tomar permisos como consecuencia de los recortes presupuestarios. Pero hay otra agencia federal cuyos recortes presupuestarios deberían estar alabando los estadounidenses: la Drug Enforcement Administration.

Según  el informe sobre los efectos del secuestro, de la Oficina de Gestión y Presupuesto del Congreso, la DEA perderá 166 millones de dólares de su presupuesto de 2.020 millones. Otras agencias que son parte del expansivo aparato de la guerra contra las drogas están viendo también recortados sus presupuestos de lucha contra las drogas.

Estos recortes, no importa lo pequeños que puedan acabar siendo realmente, son indudablemente algo bueno, ya que más de 1,5 millones de estadounidenses son arrestados con cargos relacionados con drogas cada año, con casi la mitad de estos arrestos solo por posesión de marihuana.

Pero 18 estados han legalizado la marihuana médica, siete estados han despenalizado la posesión de ciertas cantidades de marihuana y Colorado y Washington han legalizado la marihuana para uso recreativo. En la mayoría de los 50 estados, la posesión de incluso una pequeña cantidad de marihuana aún puede llevarte a la cárcel, libertad provisional o multas. El gobierno federal todavía clasificaba a la marihuana como una sustancia controlada de grado I bajo la Ley de Sustancias Controladas, con un alto potencial de abuso y sin ningún uso médico aceptable.

Como el gobierno federal no ha seguido su propia Constitución, que no autoriza en ningún lugar al gobierno federal a prohibir las drogas o cualquier otra sustancia, no sorprende que no haya seguido el juicio de Ludwig von Mises en lo que se refiere a la guerra contra las drogas.

La guerra contra las drogas es un fracaso. Ha fracasado en impedir el abuso de las drogas. Ha fracasado en mantener las drogas fuera de las manos de los adictos. Ha fracasado en mantener las drogas lejos de los adolescentes. Ha fracasado en reducir la demanda de drogas. Ha fracasado en detener la violencia asociada con el tráfico de drogas. Ha fracasado en ayudar a que los adictos tengan tratamiento. Ha fracasado en tener un impacto en el uso o disponibilidad de la mayoría de las drogas en Estados Unidos.

Nada es to significa que haya necesariamente algo bueno en las drogas ilícitas, pero, como explica Mises, “Es un hecho probado que el alcoholismo, el cocainismo y el morfinismo son enemigos mortales de la vida, de la salud y de la capacidad de trabajar y disfrutar y un utilitario debe por tanto considerarlos como vicios”. Pero, como dice Mises, el hecho de que algo sea un vicio no es razón para su supresión por medio de prohibiciones comerciales, “ni es por ninguna razón evidente que dicha intervención por parte de un gobierno sea realmente capaz de suprimir esto o aquello, incluso si este fin pudiera alcanzarse, podría con eso abrir la caja de Pandora de otros peligros, no menos malos que el alcoholismo y el morfinismo”.

Los otros malos peligros de la guerra contra las drogas que se han dejado salir son legión. La guerra contra las drogas ha saturado el sistema judicial, aumentado innecesariamente la población reclusa, alimentado la violencia, corrompido la aplicación de la ley, erosionado libertades civiles, destruido la privacidad financiera, estimulado registros y confiscaciones ilegales, arruinado incontables vidas, desperdiciado ciento de miles de millones de dólares de impuestos, dificultado el verdadero tratamiento del dolor, convertido a gente que respeta la ley en criminales y molestado la venta inconveniente de forma no razonable. Los costes de la prohibición de las drogas superan con mucho a cualquier posible beneficio.

Pero eso  no es todo, pues una vez que el gobierno asume el control sobre lo que se puede o no poner en boca, nariz o venas o regula las circunstancias bajo las que se puede introducir legalmente algo en el cuerpo, no hay límite a su poder y nada detiene su alcance. Otra vez, como deja claro Mises, “El opio y la morfina son sin duda drogas peligrosas y adictivas. Pero una vez que se admite el principio de que es obligación del gobierno proteger al individuo de su propia estupidez, no pueden darse objeciones serias contra posteriores limitaciones”.

“Tan pronto como renunciamos al principio de que el estado no debería interferir en ninguna cuestión que afecte al modo de vida de las personas”, continúa Mises, “acabamos regulando y restringiendo esta última hasta el más pequeño detalle”.

Mises nos dice a dónde nos lleva exactamente la resbaladiza pendiente de la prohibición de las drogas. Pregunta por qué lo que es válido para la morfina o la cocaína no debería ser válido para la nicotina y la cafeína. De hecho: “¿Por qué no debería el estado prescribir generalizadamente qué alimento pueden autorizarse y cuáles deben evitarse porque son dañinos?” Pero la cosa es peor, pues “si se deroga la libertad del hombre para determinar su propio consumo, se eliminan todas las libertades”.

“¿Por qué limitar la benevolente providencia del gobierno solo a la protección del cuerpo del individuo?”, pregunta Mises. “¿No es el daño que un hombre puede infligir a su mente y alma todavía más desastroso que cualquier mal corporal? ¿Por qué no impedirle leer malos libros y ver malas obras de teatro, ver malas pinturas y estatuas y escuchar mala música?”

En lo que se refería a malas costumbres, vicios y comportamiento inmoral de otro, frente al estado, que hace todo mediante “compulsión y aplicación de fuerza”, Mises consideraba que la norma era la tolerancia y la persuasión.

“Un hombre libre debe ser capaz de aguantar que sus conciudadanos actúen y vivan de manera distinta a la que considera apropiada”, explica Mises. Debe librarse del hábito de llamar a la policía tan pronto como algo no le place”.

Para Mises, hay un camino para la reforma social y “Quien quiera reforma s a sus compatriotas debe recurrir a la persuasión. Es la única forma democrática de producir cambios. Si un hombre fracasa en su empeño en convencer a otros sobre la sensatez de sus ideas”, concluye Mises, “debería culpar a su propia incapacidad. No debería pedir una ley, es decir, compulsión y coacción de la policía”.

En una sociedad libre, no podría haber otra manera.


Publicado el 21 de octubre de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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