¿Qué es el dinero?

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[Publicado por primera vez en 1849, este ensayo está incluido en The Bastiat Collection (2011)]

“¡Odioso dinero! ¡Odioso dinero!”, gritaba F…, el economista, con desesperación, mientras salía del Comité de Finanzas, donde se había discutido un proyecto de papel moneda.

“¿Qué pasa?”, dije. “¿Qué significa este repentino disgusto por la más elogiada de todas las divinidades de este mundo?”

F… ¡Odioso dinero! ¡Odioso dinero!

Bastiat Me alarmas. Escucho paz, libertad y vida denigradas y Bruto llegó a decir: “¡Virtud! ¡Solo eres una palabra!” ¿Pero qué puede haber ocurrido?

F. ¡Odioso dinero! ¡Odioso dinero!

B. Ven, ven, hagamos un poco de filosofía. ¿Qué te ha pasado? ¿Te ha afectado Creso? ¿Te la ha jugado Jones? ¿O te ha estado calumniando Smith en la prensa?

F. No tenga nada que ver con Creso; mi persona, por su insignificancia, está a salvo de cualquier invectiva de Smith y respecto de Jones…

B. ¡Ah! Ya lo tengo. ¿Cómo puede estar tan ciego? Tú también eres el inventor de una reorganización social, del sistema F… De hecho, tu sociedad ha de ser mucho más perfecta de que la de Esparta y, por tanto, todo el dinero debe eliminarse de ella. Y lo que te preocupa es cómo convencer a tu pueblo para que se deshaga del contenido de sus bolsas. ¿Qué tendrías? Es la piedra contra la que se estrellan todos los reorganizadores. Cualquiera podría hacer maravillas si pudiera conseguir superar todas las influencias resistentes y si toda la humanidad consintiera en convertirse en blanda cera en sus dedos; pero los hombres están resueltos a no ser blanda cera; oyen, aplauden o rechazan y… continúan como antes.

F. Gracias a Dios que sigo libre de esta manía de moda. En lugar de inventar leyes sociales, estoy estudiando las que la Divina Providencia se ha dignado inventar y me encanta decir que las encuentro admirables en su desarrollo progresivo. Por eso exclamo: “¡Odioso dinero! ¡Odioso dinero!”.

B. ¿Entonces eres un discípulo de Proudhon? Bueno, hay una forma muy sencilla para que te veas satisfecho. Echa tu bolsa al río, reservándote solo una pequeña cantidad en el Banco de Intercambio.

F. Si grito contra e dinero, ¿es probable que deba tolerar su engañoso sustitutivo?

B. Entonces solo me queda una posibilidad. Eres un nuevo Diógenes y vas a convencerme con un discurso sobre el desdén por las riquezas.

F. ¡Dios me libre de eso! Pues las riquezas, no lo ves, no son un poco más o un poco menos dinero. Son el pan del hambriento, las ropas del desnudo, el combustible que te calienta, la petróleo para alargar el día, una carrera abierta para tu hijo, una cierta dote para tu hija, un día de descanso después de la fatiga, un cordial para el desmayo, un poco de ayuda deslizada en la mano de un hombre pobre, un refugio para la tormenta, una distracción para un cerebro agotado de pensar, el incomparable placer de hacer felices a quienes nos son queridos. Las riquezas con educación, independencia, dignidad, confianza, caridad; son progreso y civilización.  Las riquezas son el admirable resultado civilizador de dos agentes admirables, más civilizadores incluso que la misma riqueza: el trabajo y el intercambio.

B. ¡Bueno! ¡Ahora pareces estar cantando las alabanzas de las riquezas cuando, hace un momento, las estaban cargan de imprecaciones!

F. ¿Pero no ves que eso era solo el capricho de un economista? Grito contra el dinero, porque todos lo confunden, como acabas de hacer, con las riquezas, y es esa confusión causa de errores y calamidades sin número. Grito contra él porque no se entiende su función en la sociedad y es muy difícil de explicar. Grito contra él porque confunde todas las ideas, hace que el medio se tome por el fin, el  obstáculo por la causa, el alfa por la omega; porque su presencia en el mundo, aunque sea beneficiosa en sí misma, ha introducido sin embargo una noción fatal, una perversión de los principios, una teoría contradictoria que, en multitud de formas, ha empobrecido a la humanidad y ha inundado la tierra con sangre. Grito contra él porque me siento incapaz de luchar contra el error al que ha dado lugar, sin que sea a través de una larga y aburrida explicación que nadie escucharía. ¡Oh! ¡Si solo encontrara un oyente paciente y que pensara correctamente!

B. Bueno, no debería decirse que por querer una víctima tengas que permanecer en el estado de irritación en el que estamos. Te escucho; habla, enseña, no te limites en modo alguno.

F. ¿Prometes prestar atención?

B. Prometo tener paciencia.

F. No es mucho.

B. Es todo lo que puedo dar. Empieza y explícame primero cómo se encuentra un error en el tema del dinero, si es que lo hay, en la raíz de todos los errores económicos.

F. Bueno, pues ¿es posible que puedas asegurarme conscientemente que nunca hayas confundido riqueza con dinero?

B. No lo sé; pero, después de todo, ¿cuál puede ser la consecuencia de esa confusión?

F. Nada muy importante. Un error en tu cerebro que no tiene ninguna influencia en tus acciones; pues ya ves que, con respecto al trabajo y el intercambio, aunque haya tantas opiniones como cabezas, todos actuamos de la misma manera.

B. Igual que andamos basándonos en el mismo principio, aunque no estemos de acuerdo sobre la teoría del equilibrio y la gravitación.

F. Precisamente. Una persona que es de la opinión de que durante la noche nuestra cabeza y pies intercambian lugares podría escribir buenos libros sobre le tema, pero aún así caminaría igual que todos los demás.

B. Eso creo. Sin embargo pronto sufrirá la sanción por ser demasiado lógica.

F. De la misma manera, un hombre moriría de hambre si, al haber decidido que el dinero es riqueza real, llevara la idea a su extremo. Esa es la razón por la que esta teoría es falsa, pues no hay una verdadera teoría salvo la que resulta de los propios hechos, que se manifiestan en todo momento y en todo lugar.

B. Puedo entender que, en la práctica y bajo la influencia del interés personal, los efectos dañinos de la acción errónea tenderían a corregir un error. Pero si de lo que hablas tiene tan poca influencia, ¿por qué te molesta tanto?

F. Porque cuando un hombre, en lugar de actuar por sí mismo, decide por otros, el interés personal, ese centinela siempre atento y sensato, ya no está presente para gritar. “¡Detente! La responsabilidad está mal atribuida”. Es Pedro el engañado y Juan el que sufre; el falso sistema del legislador se convierte necesariamente en la norma de acción de poblaciones enteras. Y fíjate en la diferencia. Cuando tienes dinero y estás muy hambriento, ¿qué teoría sobre el dinero puede haber, qué haces?

B. Voy a un panadero y compro algo de pan.

F. ¿No tienes problemas en usar tu dinero?

B. El único uso del dinero es comprar lo que se quiere.

F. Y si resulta que el panadero tiene sed, ¿qué hace?

B. Va al bodeguero y compra vino con el dinero que le he dado.

F. ¡Cómo! ¿No teme arruinarse?

B. La verdadera ruina sería no comer o beber.

F. ¿Y todos en el mundo, si son libres, actúan de la misma manera?

B. Sin duda. ¿Harías que murieran de hambre por ahorrar unos peniques?

F. Lejos de eso, que considero que actúan sabiamente, solo quiero que la teoría no sea sino la imagen fiel de esta práctica universal. Pero supón ahora que fueras el legislador, el rey absoluto de un vasto imperio en el que no hubiera minas de oro.

B. Me parece bien.

F. Supongamos también que estás perfectamente convencido de esto: de que la riqueza consiste única y exclusivamente en dinero; ¿a qué conclusión llegarías?

B. Debería concluir que no habría otro medio para enriquecer a mi pueblo o para enriquecerse ellos mismos, que no fuera conseguir dinero de otras naciones.

F. Lo que equivale a decir empobrecerlas. Así que la primera conclusión a la que llegarías sería esta: una nación solo puede ganar cuando otra pierde.

B. Este axioma tiene la autoridad de Bacon y Montaigne.

F. No es menos lamentable por eso, pues implica que el progreso es imposible. Dos naciones, igual que dos hombres, no pueden prosperar codo con codo.

B. Parecería que ese es el resultado de este principio.

F. Y como todos los hombres ambicionan enriquecerse, se esto se deduce que todos desean, según la ley de la Providencia, arruinar a sus congéneres.

B. Eso no es cristianismo, sino economía política.

F. Esa doctrina es detestable. Pero, para continuar, tengo hacer de ti un rey absoluto. No debes conformarte con el razonamiento; debes actuar. No hay límite para tu poder. ¿Cómo tratarías esta doctrina: riqueza es dinero?

B. Trataría de aumentar, incesantemente, entre mi pueblo, la cantidad de dinero.

F. Pero no hay minas en tu reino. ¿Cómo te las arreglarías? ¿Qué harías?

B. No haría nada: simplemente debería prohibir, bajo pena de muerte, que un solo franco salga del país.

F. ¿Y si resulta que tu pueblo está hambriento y es también rico?

B. No importa. En el sistema que estamos discutiendo, permitirles exportar francos sería permitirles que se empobrecieran.

F. Así que, por propia confesión, les obligarías a actuar siguiendo un principio completamente opuesto al aquel que seguirías tú mismo bajo circunstancias similares. ¿Por qué?

B. Porque solo me afecta mi hambre y el hambre de una nación no afecta a los legisladores.

F. Bueno, puedo decirte que tu plan fracasaría y que ninguna superintendencia sería suficientemente vigilante, cuando el pueblo esté hambriento, como para impedir que los francos salgan y el grano entre.

B. Si es así, esta plan erróneo o no, no haría nada; no haría no bien ni ml y por tanto no requiere más consideración.

F. Olvidas que eres un legislador. Un legislador no debe descorazonarse con bagatelas, cuando está experimentando con otros. Si la primera medida no ha tenido éxito, tendrías que adoptar otras para alcanzar tu fin.

B. ¿Qué fin?

F. Debes tener mala memoria. Ese de aumentar, entre tu pueblo, la cantidad de dinero, que se supone que es riqueza real.

B. ¡Ah! Es verdad, perdona. Pero verás, como se dice de la música, con un poco basta y creo que debe decirse esto, todavía con más razón, de la economía política. Debo pensarlo. Pero realmente no sé cómo arreglármelas…

F. Piénsalo bien. Primero te hago observar que tu primer plan resolvía el problema solo negativamente. Impedir que los francos salgan del país es la forma de impedir que disminuya la riqueza, pero no es la manera de aumentarla.

B. ¡Ah! Estoy empezando a ver… el grano que se permite entrar… una idea brillante me sacude… el ardid es ingenioso, los medios infalibles; lo estoy viendo.

F. Soy ahora yo el que debe preguntarte ¿qué?

B. Pues un medio para aumentar la cantidad de dinero.

F. ¿Cómo lo harías, por favor?

B. ¿No es evidente que si la masa de dinero ha de estar aumentando constantemente, la primera condición es que nadie debe tomar de ella?

F. Sin duda.

B. ¿Y también que deben producirse añadidos constantes a ella?

F. Claro.

B. Entonces el problema se resolvería, o negativamente o positivamente; si por un lado impido que el extranjero tome de ella y por el otro le obligo a añadir a ella.

F. Cada vez mejor.

B. Y para esto deben hacer dos leyes sencillas, en las que el dinero ni siquiera hay que mencionarlo. Por la primera, se prohibiría a mis súbditos que compraran nada en el extranjero y, por la segunda, se les obligaría a vender mucho.

F. Un plan bien pensado.

B. ¿Es nuevo? Debe patentar el invento.

F. No necesitas hacerlo; alguien se te ha adelantado. Pero debes tener en cuenta una cosa.

B. ¿Qué es?

F. He hecho de ti un rey absoluto. Entiendo que vas a impedir que tus súbditos compren productos extranjeros. Bastaría con que impidieras que entraran en el país. Treinta o cuarenta mil funcionarios de aduanas bastarían.

B. Sería bastante caro. ¿Pero qué significa esto? El dinero que reciban no irá fuera del país.

F. Es verdad, y es lo bueno de este sistema. Pero para asegurar una venta en el extranjero ¿cómo procederías?

B. La estimularía con recompensas, obtenidas por medio de algunos bonitos impuestos sobre mi pueblo.

F. En ese caso, los exportadores, limitados por la competencia entre ellos, rebajarían los precios en proporción y sería como regalar al extranjero los precios o los impuestos.

B. Aun así, el dinero no saldría del país.

F. Por supuesto. Se sobreentiende. Pero si tu sistema es beneficioso, los gobiernos de otros países lo adoptarían. Harían planes similares al tuyo: tendrán sus funcionarios de aduanas, así que en ellos, igual que en el tuyo, la masa de dinero no puede disminuir.

B. Tendré un ejército y les obligaré a quitar sus barreras.

F. Tendrán un ejército y te obligarán a quitar las tuyas.

B. Armaré navíos, haré conquistas, adquiriré colonias y crearé consumidores para mi pueblo, que se verán obligados a comer nuestro grano y beber nuestro vino.

F. Los demás gobiernos harán lo mismo. Disputarán tus conquistas, tus colonias y tus consumidores; entonces habrá guerra en todas partes y todo será tumulto.

B. Aumentaré mis impuestos y mis funcionarios de aduanas, mi ejército y mi marina.

F. Los demás harán lo mismo.

B. Redoblaré mis esfuerzos.

F. Los demás redoblarán los suyos. Entretanto, no tenemos ninguna prueba de que tengas éxito vendiendo mucho.

B. Eso es bien cierto. Lo normal es que los esfuerzos comerciales se neutralizaran entre sí.

F. Y también los esfuerzos militares. Y, dime, ¿no son estos funcionarios de aduanas, soldados y navíos, estos impuestos opresivos, esta lucha perpetua por un resultado imposible, este permanente estado de guerra abierta o secreta con todo el mundo, no son la consecuencia lógica e inevitable de que los legisladores hayan adoptado una idea que admites que no actúa sobre ningún hombre que sea su propio amo, que “la riqueza es dinero y aumentar la cantidad de dinero es aumentar la riqueza”?

B. Lo reconozco. O el axioma es cierto, y entonces el legislador tendría que actuar como he descrito, aunque la guerra universal sea su consecuencia; o es falso, e en este caso los hombres, al destruirse entre sí, solo se arruinan a sí mismos.

F. Y recuerda que antes de convertirte en rey, este mismo axioma te ha llevado por un proceso lógico a las siguientes máximas: que cunado una gana, otro pierde, y que el beneficio de uno es la pérdida del otro; máximas que implican un antagonismo intratable entre todos los hombres.

B. Es completamente cierto. Ya sea un filósofo o un legislador, si razono o actúo bajo el principio de que el dinero es riqueza, siempre llego a una conclusión o a un resultado: la guerra universal. Es bueno que hayas apuntado las consecuencias antes de empezar una discusión sobre ello; de otra manera, no habría tenido nunca el valor de seguirte hasta el final de tu disertación económica, pues, para ser sincero, no es muy de mi gusto.

F. ¿Qué quieres decir? ¡Estaba precisamente pensando en ello cuando me escuchaste quejándome contra el dinero! Estaba lamentando que mis compatriotas no tuvieran la fortaleza para estudiar lo que es tan importante que deberían conocer.

B. Y aun así las consecuencias son espantosas.

F. ¡Las consecuencias! Hasta ahora solo he mencionado una. Podría haberte contado otras aún peores.

B. ¡Me pones los pelos de punta! ¿Qué otros males puede haber causado a la humanidad esta confusión entre dinero y riqueza?

F. Me llevaría mucho tiempo enumerarlos. Esta doctrina es parte de una familia muy numerosa. La más antigua, el conocimiento que acabamos de tener, se llama el sistema prohibitivo; la siguiente, el sistema colonial; la tercera, el odio al capital; la última y peor, el papel moneda.

B. ¡Qué! ¿Procede el papel moneda del mismo error?

F. Sí, directamente. Cuando los legisladores, después de haber arruinado a los hombres con guerras e impuestos, perseveran en sus ideas, se dicen a sí mismos: “Si el pueblo sufre, es porque no hay dinero suficiente. Debemos crear más”. Y como no es fácil multiplicar los metales preciosos, especialmente cuando los pretendidos recursos de la prohibición se han agotado, añaden: “Crearemos dinero ficticio, nada más fácil y así todo ciudadano tendrá su bolsillo lleno y todos serán ricos”.

B. En realidad, este proceder es más expeditivo que el otro y además no lleva a una guerra en el exterior.

F. No, pero lleva al desastre nacional.

B. Eres un quejica. Date prisa y llega al fondo de la cuestión. Estoy impaciente, por primera vez, por conocer si el dinero (o su señal) es riqueza.

F. Concederás que los hombres no satisfacen inmediatamente sus deseos con francos acuñados o billetes de franco. Si tienen hambre, quieren pan; si están desnudos, ropa; si están enfermos, deben tener remedios; si tienen frío, quieren refugio y combustible; si han de aprender, deben tener libros; si han de viajar, deben tener medios de transporte y así sucesivamente. Las riquezas de un país consisten en la abundancia y adecuada distribución de todas estas cosas. Por tanto puedes percibir y regocijarte ante la falsedad de esta lúgubre máxima de Bacon: “Los que una persona gana, lo pierde necesariamente otra”, una máxima expresada de una manera aún más desalentadora por Montaigne, en estas palabras: “El beneficio de uno es la pérdida de otro”. Cuando Sem, Cam y Jafet dividieron entre ellos las enormes soledades de esta tierra, sin duda podían cada construir, drenar, sembrar, cosechar y obtener mejor alojamiento, comida y ropa, y mejor educación, perfeccionarse y enriquecerse; en resumen, aumentar sus placeres sin causar una necesaria disminución en los correspondientes placeres de sus hermanos. Pasa lo mismo con dos naciones.

B. No cabe duda de que dos naciones, igual que dos hombres, desconectados entre sí, pueden, trabajando más y mejor, prosperar al mismo tiempo, sin dañarse unos a otros. No es esto lo que niegan los axiomas de Montaigne y Bacon. Solo quieren decir que en las transacciones que tienen lugar entre dos naciones o dos hombres, si uno gana, el otro debe perder. Y esto es evidente, ya que el intercambio no añade nada por sí mismo a la masa de cosas útiles de las cuales estás hablando, pues si, después del intercambio, resulta que una de las partes ha ganado algo, la otra, por supuesto, resultará haber perdido algo.

F. Te has formado una idea del intercambio no muy incompleta, sino falsa. Si Sem se encuentra en una llanura fértil en grano, Jafet en una ladera adaptada al cultivo de viñas, Cam en un lugar rico en pastos, la distinción de sus ocupaciones, lejos de dañar a cualquiera de ellos, podría hacer que todos prosperaran más. En realidad debe ser así pues la distribución del trabajo, introducida por el intercambio, tendrá el efecto de aumentar la cantidad de grano, vino y carne que se produzca y que se va a compartir. ¿Cómo puede ser otra manera, si das libertad a estas transacciones? En el momento en que cualquiera de los hermanos pensara que el trabajo en compañía, por decirlo así, fuera una pérdida permanente, comparado con el trabajo en solitario, dejaría de intercambiar. El intercambio trae su reclamación de nuestra gratitud. El hecho de que se lleve a cabo demuestra que es algo bueno.

B. Pero el axioma de Bacon es verdadero en el caso del oro y la plata. Si admitimos que en cierto momento existe en el mundo una cantidad dada, está perfectamente claro que una bolsa no puede llenarse sin que se vacíe otra.

F. Y si el oro se considera riqueza, la conclusión natural es que tienen lugar desplazamientos de fortuna entre hombres, pero no progreso general. Es justo lo que dije al empezar. Si, por el contrario, consideras  a la abundancia de cosas útiles, apropiadas para satisfacer tus deseos y gustos, como verdadera riqueza, verás que es posible la prosperidad simultánea. El dinero solo sirve para facilitar la transmisión de estas cosas útiles de uno a otro, lo que puede hacerse igualmente bien con una onza de un metal raro como el oro, con una libra de un metal más abundante como la plata o con un quintal de un metal aún más abundante como el cobre. Según eso, si un país como Francia tiene a su disposición esa misma cantidad de todas estas cosas útiles, su pueblo será el doble de rico, aunque la cantidad de dinero permanezca igual, pero no sería lo mismo si hubiera el doble de dinero, pues en ese caso la cantidad de cosas útiles no aumentaría.

B. ¿La cuestión a decidir sería si la presencia de una mayor cantidad de francos no tiene el efecto, precisamente, de aumentar la cantidad de cosas útiles?

F. ¿Qué relación puede haber entre estos dos términos? Alimento, ropa, casas, combustible, todo viene de la naturaleza y del trabajo, de un trabajo más o menos hábil ejercitado sobre una naturaleza más o menos generosa.

B. Te olvidas de una gran fuerza, que es el intercambio. Si reconoces que es una fuerza, ya que has admitido que los francos lo facilitan, deben también reconocer que tienen un poder indirecto en la producción.

F. Pero he añadido que una pequeña cantidad de metales raros facilita las transacciones igual que una gran cantidad de metal abundante, de lo que se deduce que un pueblo no se enriquece viéndose obligado a renunciar a cosas útiles para tener más dinero.

B. ¿Así que en tu opinión los tesoros descubiertos en California no aumentarán la riqueza del mundo?

F. No creo que, en conjunto, añadan mucho a los placeres, a las satisfacciones reales de la humanidad. Si el oro de California simplemente reemplaza en el mundo lo que se ha perdido y destruido, puede tener su utilidad. Si aumenta la cantidad de dinero, lo depreciará. Los mineros de oro serán más ricos de lo que habrían sido sin él. Pero quienes posean el oro en el momento de su depreciación obtendrán una gratificación menor por la misma cantidad. No puedo considerar a esto como un aumento, sino una reubicación de las verdaderas riquezas, como las he definido.

B. Todo eso es muy posible. Pero no me convencerás fácilmente de que no soy más rico (en igualdad de condiciones) si tengo dos francos que si tuviera solo uno.

F. No lo niego.

B. Y lo que es verdad para mí, lo es para mi vecino y el vecino de mi vecino y así sucesivamente, de uno a otro, en todo el país. Por tanto si todo ciudadano de Francia tiene más francos, Francia debe ser más rica.

F. Aquí cometes el error común de concluir que lo que afecta a uno afecta a todos y confundes así el interés individual con el general.

B. Bueno, ¿qué puede ser más concluyentes? Lo que es verdad para uno debe serlo para todos. ¿Qué somos todos, salvo una serie de individuos? También podrías decirme que todo francés crecería repentinamente una pulgada sin que aumentara la altura media de todos los franceses.

F. Tu razonamiento es aparentemente sólido, lo reconozco, y por eso el engaño que oculta es tan común. Sin embargo, examinémoslo un poco. Diez personas están jugando. Para hacerlo más sencillo, habían adoptado el plan de que cada uno tomara diez fichas y por ellas cada uno pusiera 100 francos bajo una palmatoria, de forma que cada ficha valiera 10 francos. Después del juego se ajustarían las ganancias y los jugadores tomarán de debajo de la palmatoria tantos francos como representara el número de fichas. Visto esto, uno de ellos, quizá un gran aritmético, pero un razonador indiferente, diría: “Caballeros, la experiencia invariablemente me enseña que, al final del juego, gano en proporción al número de fichas. ¿No habéis observado lo mismo respecto de vosotros? Así que lo que es verdad para mí debe ser verdad para cada uno de vosotros y lo que es verdad para cada uno debe ser verdad para todos. Por tanto todos deberíamos ganar más al final del juego si tuviéramos más fichas. Así que no puede ser más fácil; solo tenemos que distribuir el doble de fichas”. Se hace esto, pero cuando el juego acaba y se empiezan a ajustar las ganancias, se descubre que el dinero bajo la palmatoria no se ha multiplicado milagrosamente, según las expectativas generales. Tienen que dividir proporcionalmente y el único resultado obtenido (bastante quimérico) ha sido este: cada uno tiene, es verdad, el doble de fichas, pero cada ficha, en lugar de valer diez francos solo vale cinco. Así que se demuestra que lo que es verdad para cada uno no siempre es verdad para todos.

B. Ya veo; estás suponiendo un aumento general en las fichas, sin un correspondiente aumento en la suma puesta debajo de la palmatoria.

F. Y tú estás suponiendo un aumento general de francos, sin un correspondiente aumento en cosas, cuyo intercambio facilitan esos francos.

B. ¿Comparas los francos con fichas?

F. Desde cualquier otro punto de vista, indudablemente no; pero en el caso que me planteas y contra el que tengo que argumentar, sí. Piensa en una cosa. Para que haya un aumento general de francos en un país, este país debe tener minas o su comercio debe ser tal como para dar cosas útiles a cambio de dinero. Aparte de estas dos circunstancias, es imposible un aumento universal con que solo los francos cambien de manos; y en este caso, aunque pueda ser muy real para cada uno, no podemos llegar a la conclusión a la que llegaste ahora, porque un franco más en una bolsa implica necesariamente un franco menos en otra. Es lo mismo que tu comparación de la altura media. Si cada uno de nosotros creciera solo a costa de otros, sería muy cierto que cada uno, tomado individualmente, sería un hombre más alto si tuviera la oportunidad, pero esto nunca sería verdad para el total tomado colectivamente.

B. Así sea: pero, en los dos supuestos que has realizado, el aumento es real y debes reconocer que tengo razón.

F. Hasta cierto punto, el oro y la plata tienen valor. Para conseguir este valor, lo hombres consienten en dar a otros cosas útiles que también tienen valor. Por tanto, cuando hay minas en un país, si dicho país obtiene de ellas el suficiente oro como para comprar algo útil del exterior (por ejemplo, una locomotora) se enriquece con los placeres que pueda producir una locomotora, exactamente como si la máquina se hubiera fabricado en casa. La pregunta es qué pasa si gasta más esfuerzo en lo primero que en lo segundo. Pues si no exporta este oro, se depreciaría y ocurriría algo peor de lo que ocurre a veces en California y en Australia, pues allí, al menos, los metales preciosos se usan para comprar cosas útiles fabricadas en otro lugar. Sin embargo, sigue habiendo el peligro de que puedas morir de hambre sobre montañas de oro, como pasaría si una ley prohibiera la exportación de oro. Respecto del segundo supuesto (el del oro que obtenemos por el comercio) es una ventaja o lo contrario, según el país tenga más o menos necesidad de este, comparado con sus deseos de cosas útiles a las que debe renunciar para obtenerlo. Esto no lo juzga la ley, sino los que se ven afectados, pues si la ley debe acatar este principio, que el oro es preferible a las cosas útiles, cualquiera que sea su valor, y si debe actuar efectivamente en este sentido, tendería a poner a todo país que adopte la ley en la curiosa posición de tener una gran cantidad de efectivo y nada que comprar. Es el mismísimo sistema que representaba Midas, que convertía en oro todo lo que tocaba y estaba por tanto en peligro de morir de hambre.

B. El oro que se importa implica que se exporta algo útil y en este sentido hay una satisfacción que sale del país. ¿Pero no hay un beneficio correspondiente? ¿Y no será este oro la fuente de una serie de nuevas satisfacciones, al circular de mano en mano y estimular el trabajo y la industria, hasta que posteriormente abandone a su vez el país y produzca la importación de algo útil?

F. Acabas de llegar al centro de la cuestión. ¿Es verdad que un franco es el principal que causa la producción de todos los objetos cuyo intercambio facilita? Está claro que una pieza de oro o plata acuñados estampados como un franco solo vale un franco, pero se nos hace creer que esta valor tiene una característica peculiar: que no se consume como otras cosas, o que se consume muy gradualmente; que se renueva, por decirlo así, a cada transacción y que, por fin, este franco en concreto ha valido un franco tantas veces como ha completado transacciones, que vale por sí mismo todas las cosas por las que se ha intercambiado sucesivamente; y esto se cree porque se supone que sin este franco estas cosas nunca se habrían producido. Se dice que el zapatero habría vendido menos zapatos y consiguientemente habría comprado menos al carnicero; el carnicero hubiera ido menos a menudo al tendero, el tendero al doctor, el doctor al abogado y así sucesivamente.

B. Nadie puede discutir eso.

F. Así que es el momento de analizar la verdadera función del dinero, independientemente de minas e importaciones. Tienes un franco. ¿Qué implica esto en tus manos? Es, por decirlo así, el testigo y prueba de que has realizado, en un momento u otro, algún trabajo que, en lugar de resultarte ventajoso, has realizado para la sociedad representada por tu cliente (empresario o deudor). Esta moneda atestigua que has realizado un servicio a la sociedad y además muestra el valor del mismo. Además, es testimonio de que aún no has obtenido de la sociedad un servicio real equivalente, al que tienes derecho. Para estar en disposición de ejercitar este derecho, en el momento y manera que te plazca, la sociedad, representada por tu cliente, te ha dado un reconocimiento, un derecho, un privilegio de la república, una ficha, un título al equivalente a un franco en propiedad de hecho, que solo difiere de los títulos ejecutivos en que muestra su valor en sí mismo y si eres capaz de leer con los ojos de tu mente las inscripciones estampadas en ella descifrarás claramente estas palabras: “Pagar al portador un servicio equivalente al que ha prestado a la sociedad, siendo el valor recibido mostrado, probado y medido por lo que yo represento”. Ahora, dame tu franco. Mi derecho a él, o es gratuito o es un derecho. Si me lo das como pago por un servicio, el resultado es el siguiente: tu cuenta con la sociedad por satisfacciones reales se enumera, equilibra y cierra. Le habías prestado un servicio por un franco, ahora devuelves el franco por un servicio; en lo que a ti respecta, estás en paz. Para mí, estoy ahora en la posición en la que tú estabas antes. Soy yo quien ahora he adelantado a la sociedad el servicio que acabo de prestar a tu persona. Me he convertido en acreedor por el valor del trabajo que he realizado para ti y que podría haber dedicado a mí mismo. Así que está en a mi quien debería pasar el derecho de este crédito (la prueba de esta deuda social). No puedes decir que soy más rico: si tengo derecho a recibir, es porque he dado. Menos puedes decir que la sociedad es un franco más rica porque uno de sus miembros tenga un franco más y otro un franco menos. Pues si me dejas llevarme gratis este franco, es seguro que yo seré un franco más rico, pero tú serás más pobre por ello y la fortuna social, tomada en masa, no habrá cambiado, porque, como ya he dicho, esta fortuna consiste en servicios reales, en satisfacciones efectivas, en cosas útiles. Eras un acreedor de la sociedad; me hiciste un sustituto de tus derechos y eso significa poco para la sociedad, que debe un servicio, pagando la deuda o a ti o a mí. Esto desaparece tan pronto como se paga al portador del derecho.

B. Pero si todos tuviéramos una gran cantidad de francos, deberíamos obtener de la sociedad muchos servicios. ¿No sería eso muy deseable?

F. Olvidas que en el proceso que he descrito, y que es un retrato de la realidad, solo obtenemos servicios de la sociedad porque le hemos prestado algunos. Quien hable de un servicio, habla al mismo tiempo de un servicio recibido y devuelto, pues estos dos términos se implican uno a otro, de modo que uno debe estar siempre compensado por el otro. Es imposible para la sociedad prestar más servicios que los que recibe y creer lo contrario es la quimera que se busca por medio de la multiplicación de monedas, el papel moneda, etc.

B. Todo eso parece muy razonable en la teoría, pero en la práctica no puedo dejar de pensar, cuando veo cómo funcionan las cosas, que si por alguna afortunada circunstancia el número de francos pudiera multiplicarse de tal manera que cada uno de nosotros pudiera ver duplicada su pequeña propiedad, deberíamos estar todos más cómodos, todos haríamos más compras y el comercio recibiría un poderoso estímulo.

F. ¡Más compras! ¿Y qué compraríamos? Sin duda artículos útiles, cosas para procurarnos una gratificación sustancial, como comida, ropa, casas, libros, cuadros. Deberías por tanto empezar demostrando que todas estas cosas se crean por sí mismas, debes suponer que los lingotes de oro fundidos en la casa de la moneda han caído de la luna o que las imprentas pueden ponerse en marcha en el Departamento del Tesoro, pues no puedes pensar razonablemente que si la cantidad de grano, ropa, barcos, sombreros y zapatos sigue siendo la misma, la porción de cada uno pueda ser mayor porque todos vayamos al mercado con una mayor cantidad de dinero real o ficticio. Recuerda a los jugadores. En el orden social las cosas útiles son lo que los jugadores ponen debajo de la palmatoria y los francos que van de mano en mano son las fichas. Si multiplicas los francos sin multiplicar las cosas útiles, el único resultado será que harán falta más francos para cada intercambio, igual que los jugadores requerían más fichas para cada depósito. Tienes una prueba de esto en lo que pasa con el oro, la plata y el cobre. ¿Por qué el mismo intercambio requiere más cobre que plata, más plata que oro? ¿No es porque estos metales están distribuidos en diferentes proporciones en el mundo? ¿Qué razón hay para suponer que si el oro se hiciera repentinamente tan abundante como la plata, no requeriría tanto de una como de otro para comprar una casa?

B. Puede que tengas razón, pero preferiría equivocarme. En medio de los sufrimientos  que nos rodean, tan perturbadores por sí mismos y tan peligrosos en sus consecuencias, he encontrado algo de consuelo en pensar que había un método sencillo de hacer felices a todos los miembros de la comunidad.

F. Aunque oro y plata fueran verdaderas riquezas, no sería sencillo aumentar su cantidad en un país en el que no hay minas.

B. No, pero es fácil sustituirlos por alguna otra cosa. Coincido contigo en que oro y plata solo pueden prestar unos pocos servicios, salvo como meros medios de intercambio. Pasa lo mismo con el papel moneda, los billetes de banco, etc. Luego si todos tenemos abundancia de esto último, que es tan fácil de crear, todos podríamos comprar mucho y no faltarnos de nada. Tu cruel teoría disipa esperanzas, ilusiones si quieres, cuyo principio es con seguridad muy filantrópico.

F. Si como todos los demás sueños estériles creados para promover la felicidad universal. La extrema facilidad de los medios que recomiendas es bastante para exponer su vacuidad. ¿Crees que si fuera simplemente necesario imprimir billetes de banco para satisfacer todos nuestros deseos y nuestros gustos, la humanidad se hubiera contentado hasta ahora sin recurrir a este plan? Coincido contigo en que el descubrimiento es tentador. Eliminaría inmediatamente del mundo, no solo el saqueo, en sus formas diversas y deplorables, sino incluso el propio trabajo, salvo la Oficina Nacional de Imprenta. Pero aún tenemos que saber cómo los billetes de colores van a comprar casas que nadie habría construido; grano, que nadie habría cultivado; textiles, que nadie se habría tomado la molestia de tejer.

B. Hay una cosa que me sorprende en tu argumento. Tú mismo dices que si no hay ganancia en ningún caso hay tampoco pérdida al multiplicar el instrumento de intercambio, como se ve en el ejemplo de los jugadores, que no se ven en absoluto afectados por un engaño muy evidente. ¿Por qué rechazar entonces la piedra filosofal que nos enseñaría el secreto de cambiar la base material por oro, o, lo que es lo mismo, convertir papel en moneda? ¿Estás tan ciegamente encadenado a la lógica que rechazarías probar un experimento en el que no puede haber riesgo? Si te equivocas, estás privando a la nación de una ventaja inmensa, como creen tus numerosos adversarios. Si el error es suyo, no puede producir ningún daño, como has dicho tú mismo, más allá de la quiebra de una esperanza.  La medida, excelente en mi opinión, en la tuya es únicamente negativa. Probémosla entonces, ya que lo peor que puede pasar no es que se produzca un mal, sino que no se materialice un bien.

F. En primer lugar, el fracaso de una esperanza es una muy gran desgracia para cualquiera. También es muy indeseable que el gobierno deba anunciar la abolición de varios impuestos confiando en un recurso que debe fracasar inevitablemente. Sin embargo tu comentario merecería alguna consideración, si después de la emisión de papel moneda y su depreciación, el equilibrio de valores fuera a tener lugar instantánea y simultáneamente en todo y en todas partes del país. Las medidas tenderían, como en mi ejemplo de los jugadores, a una mistificación universal con respecto a la cual, lo mejor que podría hacerse es mirarse entre sí y reír. Pero las cosas no funcionan así. El experimento se ha realizado y cada vez que un gobierno (sea un rey o un congreso) ha alterado el dinero…

B. ¿Quién habla de alterar el dinero?

F. Bueno, obligar a la gente a aceptar en pago pedazos de papel que se han bautizado oficialmente como francos u obligarlos a recibir, como si pesara un onza, un pieza de plata que pesa solo media onza, pero a la que se ha calificado oficialmente como un franco, es la misma cosa, si no peor; y todo el razonamiento que pueda hacerse a favor del papel moneda se ha hecho a favor del dinero legal falsamente acuñado. Indudablemente, viéndolo como acabas de hacerlo y pareces estar haciendo aún, si se cree que multiplicar los instrumentos de intercambio es multiplicar los mismos intercambios así como las cosas intercambiadas, podría pensarse muy razonablemente que el medio más sencillo sería dividir mecánicamente el franco acuñado y hacer que la ley dé a la mitad el nombre y valor del todo. Bueno, en ambos casos la depreciación es inevitable. Ceo que te he dicho la causa. Debo asimismo informarte de que esta depreciación, que con el papel podría continuar hasta que llegara a la nada, se efectúa creando idiotas continuamente y, de entre estos, la gente pobre, las personas simples, los trabajadores y los granjeros son los principales.

B. Ya veo, pero espera un poco. Esta dosis de economía política es bastante fuerte como para tomarla de golpe.

F. Así sea. Así que estábamos de acuerdo, en este punto: que la riqueza es la masa de cosas útiles que producimos mediante trabajo o, mejor aún, el resultado de todos los esfuerzos que hacemos para la satisfacción de nuestros deseos y gustos. Estas cosas útiles se intercambian entre sí de acuerdo con la conveniencia de aquellos a quienes pertenecen. Hay dos formas en estas transacciones; a una se la llama trueque: en este caso se presta un servicio a cambio de recibir inmediatamente un servicio equivalente. En esta forma, las transacciones serían extremadamente limitadas. Para que puedan multiplicarse y realizarse independientemente del tiempo y el espacio entre personas desconocidas entre sí y en fracciones infinitas, ha sido necesario un agente intermedio: esto es el dinero. Permite el intercambio, que no es sino un negocio complejo. Es lo que ha de notarse y entenderse. El intercambio se descompone en dos negocios, en dos departamentos, venta y compra, cuya unión es necesaria para completarse. Vendes un servicio y recibes un franco; luego, con este franco, compras un servicio. Solo entonces se completa el negocio; nunca hasta que tu esfuerzo se ha visto seguido por una satisfacción real. Evidentemente solo trabajas para satisfacer los deseos de otros, para que otros puedan trabajar para satisfacer las tuyas. Solo mientras tengas el franco que te han dado por tu trabajo, tendrás derecho a reclamar el trabajo de otra persona. Cuando lo hayas hecho, la evolución económica se habrá completado en lo que a ti respecta, ya que solo entonces habrás obtenido, con una satisfacción real, la verdadera recompensa a tus tribulaciones. La idea de un negocio implica un servicio prestado y un servicio recibido. ¿Por qué no debería ser lo mismo en el intercambio, que es simplemente un negocio en dos partes? Y aquí hay que hacer dos observaciones. Primera: Es una circunstancia muy poco importante si hay mucho o poco dinero en el mundo. Si hay mucho, se requiere mucho; si hay poco, se quiere poco para cada transacción: eso es todo. La segunda observación es esta: como se ve que el dinero siempre reaparece en todo intercambio, ha llegado a considerarse como la señal y medida de las cosas intercambiadas.

B. ¿Seguirás negando que el dinero es la señal de las cosas útiles de las que hablas?

F. Un luis de oro no es más señal que un barril de harina, que un barril de harina es señal de un luis de oro.

B. ¿Qué daño hay en considerar al dinero como señal de riqueza?

F. El problema es este: lleva a la idea de que solo tenemos que aumentar la señal para aumentar las cosas señaladas y corremos el peligro de adoptar todas las falsas medidas que tomaste cuando te hice rey absoluto. Deberíamos ir más allá. Igual que vemos en el dinero la señal de la riqueza, también vemos en el papel moneda la señal del dinero y por tanto concluimos que hay un método muy sencillo y simple de procurar a todos los placeres de la fortuna.

B. ¿Pero no llegarás a discutir que el dinero es la medida de los valores?

F. Sí, sin duda llegaría a ello, pues es ahí precisamente donde está la ilusión. Se ha convertido en costumbre referirse al valor de todo con respecto al dinero. Se dice que vale 5, 10 o 20 francos, como decimos que pesa 5,10 o 20 granos; que mide 5, 10 o 20 varas; que este terreno contiene 5, 10 o 20 acres y por tanto se ha concluido que el dinero es la medida del valor.

B. Bueno, parece como si fuera así.

F. Sí, lo parece y de esta apariencia me quejo, y no de la realidad. Una medida de longitud, tamaño, superficie, es una cantidad acordada e inamovible. No pasa esto con el valor del oro y la plata. Este varía tanto como el del grano, el vino, la ropa o el trabajo y por las mismas razones, pues tiene el mismo origen y obedece a las mismas leyes. El oro se pone a nuestro alcance, igual que el hierro, por el trabajo de los mineros, las inversiones de los capitalistas y la combinación de mercaderes y marinos. Cuesta más o menos, de acuerdo con lo que cueste su producción, de acuerdo con si hay mucho o poco en el mercado y si se solicita mucho o poco; en una palabra, soporta las fluctuaciones de los demás productos humanos. Pero una circunstancia es singular y da lugar a muchos errores. Cuando varía el valor del dinero, la variación se atribuye por lenguaje a los demás productos por los que se intercambia. Así, supongamos que todas las circunstancias relativas al oro siguen igual y que se ha perdido la cosecha de trigo. El precio del trigo aumentará. Se diría: “El barril de harina que valía cinco francos ahora vale ocho” y esto sería correcto, pues el valor de la harina ha cambiado y el lenguaje se acuerda con el hecho. Pero invirtamos la suposición: supongamos que todas las circunstancias relativas a la harina permanecen igual y que ha desaparecido la mitad del oro existente; esta vez es el precio del oro el que aumentará. Parecería que tendríamos que decir: “Este luis de oro que valía 10 francos ahora vale 20”. ¿Sabes cómo se expresa esto? Como si los demás objetos de comparación hubieran caído en precio, se dice: “La harina que antes valía diez francos ahora solo vale cinco”.

B. Todo acaba siendo lo mismo.

F. Sin duda, pero solo piensa en las perturbaciones, que engaños se producen en los intercambios cuando varía el valor del medio sin darse cuenta de ello por un cambio de nombre. Moneda o billetes se emiten mostrando la inscripción de cinco francos y que llevarán esa inscripción en cualquier depreciación subsiguiente. El valor se reducirá a un cuarto, un medio, pero seguirán llamándose monedas o billetes de cinco francos. Las personas listas se cuidarán de no entregar sus bienes salvo por más billetes (en otras palabras, pedirán diez francos por lo que antes vendían por solo cinco), pero se engañará a los simples. Deben pasar muchos años antes de que todos los valores encuentren su nivel apropiado. Bajo la influencia de la ignorancia y la costumbre, la paga diaria de un labrador seguirá siendo por mucho tiempo un franco, mientras que el precio de venta de todos los artículos de consumo a su alrededor estará aumentando. Se hundirá en la miseria sin ser capaz de descubrir la causa. En resumen, como quieres que termine, debo pedirte, antes de que no separemos, que fijes toda tu atención en este punto esencial: Una vez se pone en circulación moneda falsa (bajo cualquier forma que tome), se producirá una depreciación, que se manifestará en el aumento universal de todo lo que puede venderse. Pero este aumento en los precios no es instantáneo e igual para todo. Hombres agudos, intermediarios y hombres de negocios no los sufrirán, pues su negocio es fijarse en las fluctuaciones de precios, observar la causa e incluso especular sobre ella. Pero los pequeños comerciantes, trabajadores del campo y trabajadores en general soportarán todo el peso. El hombre rico no es más rico por ello, pero el hombre pobre se hace más pobre por ello. Por tanto, cosas como esta tienen el efecto de aumentar la distancia que separa riqueza de pobreza, de paralizar las tendencias sociales que están constantemente llevando a los hombres al mismo nivel y harán falta siglos para que las clases que sufren recuperen el terreno que han perdido en su evolución hacia la igualdad de condición.

B. Bueno, me tengo que ir. Meditaré sobre la lección que me has dado.

F. ¿Has acabado tu disertación? En cuanto a mí, apenas he empezado la mía. Aún no había hablado del odio popular al capital, del crédito gratuito (préstamos sin interés), una idea desafortunada, un deplorable error, que deriva de la misma fuente.

B. ¡Qué! ¿Esta espantosa conmoción del populacho contra los capitalistas deriva de que el dinero se confunda con la riqueza?

F. Es el resultado de diferentes causas. Por desgracia, ciertos capitalistas se han arrogado monopolios y privilegios que son bastantes como para justificar este sentimiento. Pero cuando los teóricos de la democracia han querido justificarla, sistematizarla y darle la apariencia de una opinión razonable y ponerla en contra de la misma naturaleza del capital han tenido que recurrir esa falsa economía política en cuya raíz siempre se encuentra la misma confusión. Han dicho a la gente: “Tomad un franco; ponedlo bajo un vaso; olvidadlo un año; luego id a buscarlo y os convenceréis de que no ha producido diez centavos, ni cinco centavos, ni ninguna fracción de un centavo. Por tanto, el dinero no produce intereses”. Luego, sustituyendo la palabra dinero su pretendida señal, el capital han hecho que se produzca por su lógica esta modificación: “Luego el capital no produce interés”. Luego deducen esta serie de consecuencias: “por tanto quien presta capital no tendría que obtener nada de él; por tanto quien te preste capital, si gana algo con ellos, te está robando; por tanto todos los capitalistas son ladrones; por tanto, la riqueza, que tendría que darse gratuitamente a quienes la tomen prestada, pertenece en realidad a aquellos a los que no les pertenece; por tanto no existe la propiedad, por tanto todo pertenece a todos; por tanto…”

B. Esto es muy serio; más porque el silogismo esté tan admirablemente formado. Me gustaría mucho aprender sobre el tema. ¡Pero, ay! Ya no puedo prestar atención. Hay tal confusión en mi cabeza de palabras como moneda, dinero, servicios, capital, interés, que realmente apenas sé dónde estoy. Si te parece, continuaremos la conversación otro día.

F. Entretanto, he aquí una pequeña obra titulada Capital y renta. Tal vez pueda resolver algunas de tus dudas. Léela cuando quieras un poco de diversión.

B. ¿Para divertirme?

F. ¿Quién sabe? Un clavo saca a otro clavo; una cosa aburrida saca a otra.

B. Todavía no estoy convencido de que tus opiniones sobre dinero y economía política en general sean correctas. Pero de tu conversación, esto es lo que he entendido: Que estas cuestiones son de la máxima importancia, pues la paz o la guerra, el orden o la anarquía, la unión o el antagonismo de los ciudadanos, están enraizados en la respuesta a ellas. ¿Cómo es que en Francia y la mayoría de los países que se consideran como altamente civilizados, una ciencia que nos toca a todos tan de cerca y cuya difusión tiene una influencia tan decisiva sobre el destino de la humanidad, es tan poco conocida? ¿Es que el estado no la enseña lo suficiente?

F. No exactamente. Pues, sin saberlo, el estado se aplica a cargar los cerebros de todos con prejuicios y el corazón de todos con sentimientos favorables al espíritu de desorden, guerra y odio, de forma que, cuando se presenta una doctrina de orden, paz y respeto, es inútil que tenga la claridad y la verdad de su lado: no puede conseguir que se admita.

B. Decididamente eres un quejica espantoso. ¿Qué interés puede tener el estado en mistificar los intelectos de la gente a favor de revoluciones y guerras civiles y extranjeras? Debe sin duda haber una gran cantidad de exageración en lo que dices.

F. Piénsalo. En el periodo en que nuestras facultades intelectuales empiezan a desarrollarse, en la edad en que las impresiones son más vívidas, cuando los hábitos mentales se forman con la mayor facilidad, cuando podríamos mirar a la sociedad y entenderla, en una palabra, tan pronto como tenemos siete u ocho años de edad, ¿qué hace el estado? Nos pone una venda sobre nuestros ojos, nos lleva amablemente al medio del círculo social que nos rodea para lanzarnos, con nuestras facultades susceptibles, nuestros corazones impresionables, en medio de la sociedad romana. No mantiene allí al menos durante diez años, lo suficiente como para dejar una impresión indeleble en el cerebro. Observa ahora que la sociedad romana se opone directamente a lo que tendría que ser nuestra sociedad. Ellos vivían de la guerra; nosotros tendríamos que odiar la guerra; ellos odiaban el trabajo; nosotros tendríamos que vivir del trabajo. Allí los medios de subsistencia se basaban en la esclavitud y el saqueo; aquí deberían proceder de la libre industria. La sociedad romana estaba organizada en consecuencia con este principio. Necesariamente admiraba lo que la hizo próspera. Consideraban como virtud lo que hoy consideramos vicios. Sus poetas e historiadores tenían que exaltar lo que nosotros tendríamos de desdeñar. Las mismas palabras libertad, orden, justicia, pueblo, honor, influencia, etc. no podrían tener el mismo significado en Roma del que tiene, o tendrían que tener, en París. ¿Cómo puedes esperar que todos estos jóvenes que han estado en universidades o escuelas conventuales con Livio y Quinto Curcio para su catecismo, no entiendan la libertad como los Gracos, la virtud como Catón, el patriotismo como César? ¿Cómo puedes esperar que no sean facciosos y belicistas? ¿Cómo puedes esperar que se tomen el más mínimo interés por el mecanismo de nuestro orden social? ¿Crees que su mentes se han preparado para entenderlo? ¿No ves que para hacerlo deben librarse de sus impresiones actuales y recibir otras completamente opuestas?

B. ¿Qué concluyes de eso?

F. Te lo diré. La necesidad más urgente no es lo que el estado deba enseñar, sino que deba permitir educar. Todos los monopolios son detestables, pero el peor de todos es el monopolio de la educación.


Publicado el 27 de mayo de 2011. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original en inglés se encuentra aquí.

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