El camino de la Francia revolucionaria hacia la hiperinflación

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Hoy, cualquiera que hable sobre hiperinflación es tratado como el pastorcillo que gritaba que viene el lobo. Sin embargo, cuando el lobo acaba apareciendo, advertencias tardías hacen poco por mantener a salvo al rebaño.

La actual estrategia de la Reserva Federal es aparentemente esperar a que aparezca una inflación significativa de precios en el índice de precios del consumo antes de intervenir. Pero la historia nos dice que se trata a la inflación como una insolación. No tienes que esperar a que tu piel se vuelva roja para actuar. Te proteges antes de salir de casa. Una vez la inflación realmente toma fuerza, se hace casi imposible de controlar, ya que la política y economía de la situación se combina para hacer irresistible la urgencia de imprimir.

La hiperinflación de Francia en la década de 1790 ilustra una forma en que una política monetaria inflacionista se convierte en inmanejable en un entorno de estancamiento económico y deuda y a la vista de intereses especiales que se benefician, y reclaman, dinero fácil.

En 1789, Francia se encontraba en una situación de fuerte deuda y serios déficits. En ese momento, Francia tenía las mentes financieras más fuertes y agudas del momento. Eran muy conscientes de los riesgos de imprimir divisa fiduciaria, ya que habían experimentado pocas décadas antes la desastrosa Burbuja del Mississippi bajo la dirección de John Law.

Francia había aprendido lo fácil que es emitir papel moneda y lo casi imposible que es mantenerlo bajo control. Así que el debate sobre la primera emisión de papel moneda, conocido como assignats, en abril de 1790, fue acalorado y solo se aprobó porque la nueva divisa (que pagaba un interés del 3% al tenedor) fue colateralizada con las tierras robadas a la iglesia y la aristocracia fugitiva. Estas tierras constituían caso un tercio de Francia y estaban ubicadas en los mejores lugares.

Una vez se emitieron los assignats, la actividad empresarial aumentó, pero en cinco meses el gobierno francés volvía a tener problemas financieros. La primera emisión se consideró un estimulante éxito, igual que la primera emisión de papel moneda bajo John Law. Sin embargo el debate sobre la segunda emisión durante el mes de septiembre de 1790 fue incluso más caótico ya que muchos recordaban la pendiente resbaladiza hacia la hiperinflación. Se añadieron limitaciones adicionales para satisfacer a los detractores. Por ejemplo, una vez que los ciudadanos franceses compraran tierras, el pago en efectivo iba a destruirse para eliminar de la circulación el nuevo papel moneda.

La segunda emisión causó una depreciación aún mayor de la divisa, pero aparecieron nuevas quejas de que no estaba circulando suficiente dinero como para realizar transacciones. Asimismo, las repletas arcas del gobierno resultantes de todo este nuevo papel moneda llevaron a reclamaciones de un montón de nuevos programas públicos, buenos o malos, por el “bien del pueblo”. La promesa de sacar de la circulación el papel moneda se abandonó rápidamente y diferentes distritos de Francia empezar independientemente a emitir sus propios assignats.

Los precios empezaron a subir y las demandas de más medios de circulación se hicieron ensordecedoras. Aunque las dos primeras emisiones habían sido casi un fracaso, las emisiones adicionales se hicieron cada vez más fáciles.

Muchos franceses se convirtieron enseguida en optimistas eternos, afirmando que la inflación era prosperidad, como el borracho olvida la inevitable resaca. Aunque cada nueva emisión estimulara inicialmente la actividad económica, las mejoras en las condiciones empresariales se hacían cada vez más cortas después de cada una. La actividad económica pronto se convirtió en espasmódica: un fabricante tras otro iba cerrando sus talleres. El dinero estaba perdiendo su función de almacén de valor, haciendo extremadamente difíciles las decisiones empresariales en un entorno de incertidumbre. Se acusó a los extranjeros y se fijaron fuertes impuestos contra bienes extranjeros. Los grandes centros manufactureros de Normandía se cerraron y el resto de Francia les siguió rápidamente, enviando a enormes cifras de trabajadores a las colas de beneficencia. El desplome de la fabricación y el comercio fue rápido y se produjo solo unos pocos meses después de la segunda emisión de assignats y siguió el mismo camino que Austria, Rusia, Estados Unidos y todos los demás países que previamente habían tratado de alcanzar la prosperidad sobre una montaña de papel.

Las normas sociales también cambiaron radicalmente con los franceses dedicándose a la especulación y el juego. Se crearon enormes fortunas especulando y apostando con dinero prestado. Apareció una enorme clase deudora, localizada principalmente en las grandes ciudades.

Para comprar terrenos públicos, solo era necesario un pequeño pago por adelantado, pagan do el resto en cuotas fijas. Estos deudores pronto vieron los beneficios de depreciar la divisa. La inflación erosiona el calor real de cualquier pago fijo. ¿Por qué trabajar para ganarse la vida y arriesgarse a crear un negocio cuando especulando con acciones o tierras puede conseguirse instantáneamente riqueza sin casi ningún esfuerzo? Este creciente segmento de nouveau riche rápidamente utilizó su nueva riqueza para conseguir poder político para asegurarse de que las imprentas nunca se detendrían. Pronto tomaron el control y la corrupción se desbocó.

Por supuesto, la culpa de la consiguiente inflación se atribuyó a todo excepto la causa real. Se acusó a tenderos y mercaderes de los precios más altos. En 1793, se saquearon 200 tiendas en París y un político francés proclamó: “los tenderos solo están devolviendo al pueblo lo que hasta ahora les han robado”. Se acabaron imponiendo controles de precios (la “ley del máximo”) y pronto abundaron las escaseces. Se emitieron tiques de racionamiento sobre productos como pan, azúcar, jabón, lana o carbón. Los tenderos arriesgaban su cabeza si encontraban un precio más alto del oficial. La lista diaria de los ejecutados con la guillotina incluía a muchos propietarios de pequeños negocios que violaban la ley del máximo. Para detectar bienes ocultos por granjeros y tenderos, se estableció un sistema de espías con los informadores recibiendo 1/3 de los bienes recuperados. Un granjero podía ver requisada su cosecha si no la llevaba al mercado y tenía suerte si escapaba con vida.

Todo estaba enormemente inflado en precio excepto los salarios. Al cerrar las fábricas los salarios se desplomaron. Quienes no tenían los medios, la previsión o la capacidad de transformar su papel sin valor en activos reales cayeron en la pobreza. En 1797 la mayoría del dinero estaba en manos de la clase trabajadora y los pobres. Todo el episodio fue una masiva transferencia de riqueza real de los pobres a los ricos, similar a la que estamos experimentando hoy en las sociedades occidentales.

El gobierno francés trató de emitir una nueva divisa llamada mandat, pero en mayo de 1797 ambas divisas prácticamente no valían nada. Una vez se rompió el dique, el dinero se desparramó y la divisa se devaluó sin control. Como dijo una vez Voltaire: “El papel moneda acaba volviendo a su valor intrínseco: cero”. En Francia, llevó casi 40 años devolver capital, industria, comercio y crédito a los niveles alcanzados en 1789.


Publicado el 2 de diciembre de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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