Una tradición de impagos

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La reciente quiebra de Argentina y la extensión de las perturbaciones financieras a sus países vecinos son solo los últimos capítulos de la larga historia latinoamericana de deuda exterior e impagos.

La primera oleada de incapacidad de pago internacional se produjo en la década de 1820. Después de que los países latinoamericanos recuperaran el acceso a los mercados internacionales, no pasó mucho tiempo hasta que llegó la segunda oleada de desistimiento de deuda, en la década de 1880. Le siguieron declaraciones de incapacidad de pago antes del estallido de la Primera Guerra Mundial y hube más impagos en la década de 1930. En la década de 1980, casi todos los países latinoamericanos cayeron en impago, y en 2002 tuvo lugar el mega-impago de Argentina, haciendo de los estado latinoamericanos los “impagadores perennes”[1] de los últimos 200 años.

Mientras que las guerras han sido la causa principal de los impagos europeos, la prodigalidad gubernamental y los planes de modernización ilusorios y de largo alcance patrocinados por el gobierno están en el fondo de la tradición de impagos de Latinoamérica. Por experiencia, el acceso a la moneda extranjera se ha visto profundamente asociado a la buena vida y los gobiernos pierden rápidamente su legitimidad cuando dejan de lograrlo.

Incluso a la vista de la actual crisis financiera, que es más grave en Argentina y está a punto de infectar a una serie de países en la región, raras son las voces que apuntan a los riesgos que provienen de la acumulación de crédito extranjero y la expansión del crédito nacional. Todo lo contrario: reciben la máxima atención esos economistas que dicen que los modelos econométricos demuestran que periodos de acumulación de deuda extranjera y expansión del crédito van de la mano con la prosperidad económica, igual que la inflación va con el crecimiento económico. La promesa de una ronda gratis es acogida fácilmente por los políticos. ¿Quién quiere ser culpable de producir estanflación?

Cuando se acabe la fiesta del préstamo, serán la miseria de los países ricos y los avariciosos especuladores los que serán identificados como culpables de otra “década perdida”. Deben ser las malas intenciones las que les llevaron a negar nuevo dinero justamente cuando la región prometía despegar en una nueva etapa de desarrollo. Y fue asimismo el fracaso de los propios gobiernos, porque no consiguieron obtener más préstamos.

Conseguir acceso a nuevo cambio de moneda conforma la base de la relación de amor-odio entre los países deudores de Latinoamérica y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Cuando tienen lugar las negociaciones sobre deuda, el FMI se convierte en la fuente de financiación de emergencia y el catalizador para prestamistas privados; a este respecto, la aprobación del FMI es muy bienvenida. Si las justificaciones profundas de las recomendaciones políticas del FMI pueden estar en las intenciones de los gobiernos, es el acceso a nuevo crédito el objetivo superior durante la mayoría del tiempo.

Basándose en la teoría de que los países de Latinoamérica son “estructuralmente dependientes” del capital extranjero, la política económica recibe su enfoque principal desde el objetivo de manipular las variables fiscales y macroeconómicas que se cree que constituyen el prerrequisito para el acceso a cambio extranjero. Una inacabable serie de medidas intervencionistas, junto con constantes esfuerzos para conseguir líneas de crédito de emergencia del FMI, producen la misma razón por la que va a persistir la dependencia y van a aumentar las cargas deudoras.

Tras el desastre argentino, Brasil se está acercando al impago. Como pasaba en Argentina, la política económica de Brasil se caracteriza por la obsesión en agradar al FMI. Durante casi dos décadas, las medidas de política económica en Brasil han estado casi exclusivamente gobernadas por las propuestas que han llegado del FMI; así, el país podía recuperar su acceso a cambio exterior. Pero jugar al chico bueno ha tenido un alto precio: paso a paso, los niveles de deuda interna y externa se han estado aproximando al umbral en el que la incapacidad de pago se convierte en inminente y el país debe ir al impago.

Tal y como lo promocionan los gobiernos, el concepto de “crédito” ha obtenido connotaciones peculiares en la cultura financiera latinoamericana. El significado del crédito se ha hecho equivalente a regalo. El cálculo de las cargas futuras en términos de intereses y devoluciones se barre fácilmente por una alta preferencia temporal que permea casi todos los aspectos de la vida. El acceso al crédito abre el camino al gasto inmediato; así que se acumula deuda, incluso si (por evaluación prudente) no resulta ser una necesidad tan urgente. La actitud común dice que el dinero presente es real, mientras que el servicio del crédito es algo del futuro y, por tanto, algo irreal. Consecuentemente, cuando haya una posibilidad de obtener un crédito, se aprovechará.

Hay mucha gente seria en Latinoamérica que preferiría acabar con este desastroso juego. Pero siglos de políticas de dinero fácil y expansión del crédito han generado una cultura monetaria que está profundamente arraigada. A quienes prefieren el comedimiento financiero se las ha enseñado una y otra vez las duras lecciones de la inflación y la expropiación. Al final, como dice la lección, los bienes son reales; el dinero es falso de todas maneras. Cuando acaba llegando la crisis de deuda, y siempre lo hace, y cuando el gobierno es incapaz de atender su deuda, la culpa se pone más en quienes prestaron el dinero que en los que lo tomaron prestado. Aunque el prestatario tuvo al menos un periodo de buenos tiempos, el prestamista merece correctamente ser castigado debido a su avaricia y credulidad.

Las lecciones aprendidas por la población son rápidamente adoptadas por los inversores extranjeros. Debido a la permanente inseguridad del valor del dinero y de los derechos de propiedad, incluso aquellos inversores que originalmente puedan haber pretendido mantener una posición a un plazo más largo se convertirán en comerciantes a corto plazo. Luego aparece un juego de intentos de explotación mutua; estrategias para las que no hace falta ninguna teoría de juegos para predecir su fracaso.


[1] Niall Ferguson, The Cash Nexus. Money and Power in the Modern World 1700-2000, p. 142. Nueva York 2001 (Basic Books).


Publicado el 17 de julio de 2002. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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