Cómo ayudan los talleres inhumanos a los pobres

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Uno de los mitos más antiguos acerca del capitalismo es la idea de que las fábricas que ofrecen bajos salarios a los pobres para sacarlos de las calles (y de vidas de mendicidad, robo, prostitución o cosas peores) o alejarlos del duro trabajo agrícola, de alguna forma los empobrecen y explotan. Se dice que trabajan en “talleres inhumanos” por “salarios de subsistencia”.

Esa era la afirmación realizada por socialistas y sindicalistas en los primeros tiempos de la revolución industrial y hoy siguen realizándola la misma categoría de descontentos, normalmente por gente que ella misma nunca ha realizado ningún trabajo manual ni llegado a sudar mientras trabaja. (No me estoy refiriendo aquí a la falacia de que la mayoría de los “talleres inhumanos” extranjeros utilizan algún tipo de mano de obra esclava. Es una forma descarada de propaganda pensada para calificar a los defensores de los mercados libres como a favor de la esclavitud).

El interés propio de los sindicatos en su campaña anticapitalista ha sido siempre transparente: Los sindicatos no pueden existir sin prohibir de alguna manera la competencia frente a la mano de obra no sindicalizada, esté esta en casa o fuera. Así que desatan campañas de propaganda, intimidación o violencia contra trabajadores no sindicalizados, en Indiana o en Indonesia. No les preocupa lo más mínimo el bienestar de los pobres del Tercer Mundo.

Si los sindicatos tuvieran éxito, los pobres cuyas vidas mejoraron con su empleo en grandes multinacionales serían expulsados de su trabajo y muchos de ellos se verían obligados a recurrir al delito, la prostitución o morirían de hambre. Esa  es la “alta base moral” que se ha apreciado en universidades en todo Estados Unidos en las que los sindicatos han conseguido instigar campañas, seminarios y manifestaciones contra “talleres ilegales”.

El que el movimiento anti-fábrica haya estado siempre motivado o bien por el deseo socialista de destruir la civilización industrial o bien por la propia naturaleza no competitiva del trabajo sindicalizado, se hace más evidente en el hecho de que nunca ha habido un “movimiento contra granjas ilegales”. El trabajo agrícola sigue siendo hoy tan riguroso como trabajo físico como era hace 150 años. De hecho, en los primeros tiempos de la revolución industrial (y hoy en los países del Tercer Mundo) una razón por la que las familias tenían tanto hijos más que en los países más ricos hoy es que se veía a estos como potenciales manos de obra agrícolas.

Abraham Lincoln tuvo menos de un año de educación formal porque sus padres, como la mayoría en la frontera americana de principios del siglo XIX, le necesitaban como mano de obra en la granja. Pero como la agricultura no se consideraba como un forma de capitalismo y no planteaba ninguna amenaza real al trabajo sindicalizado, nunca hubo ninguna protesta social importante por ello.

En un próximo artículo en el Journal of Labor Research, Ben Powell y David Skarbek presentan los resultados de una investigación sobre “talleres inhumanos” en once países del Tercer Mundo. En nueva de los once países, los salarios en fábricas extranjeras allí ubicadas eran superiores a la media. En Honduras, donde casi la mitad de la población trabajadora vive con 2$ al día, los “talleres inhumanos” pagan 13,10$/día. Los salarios de los “talleres inhumanos” son más del doble de la media nacional en Camboya, Haití, Nicaragua y Honduras. Lo que se deduce de todo esto para esos ingenuos alumnos (y miembros de las facultades) universitarios que se han visto engañados para convertirse en manifestantes contra talleres inhumanos es que deberían apoyar más inversión extranjera directa en el Tercer Mundo si les preocupa en absoluto el bienestar económico de la gente de allí.

Nunca son los trabajadores en países como Honduras los que protestan por la existencia de una nueva fábrica construida allí por una Nike o una General Motors. La gente allí se beneficia como consumidores, así como como trabajadores, ya que hay más (y más baratos) bienes de consumo fabricados y vendidos en su país (así como en otras partes del mundo). La inversión de capital de este tipo es infinitamente superior a la alternativa (ayuda exterior) que siempre beneficia a los receptores gubernamentales de la “ayuda”, haciendo que las cosas empeoren para las economías privadas de los receptores de “ayuda”. La inversión de capital basada en el mercado es siempre muy superior a la asignación politizada de capital. Además, si falla la inversión extranjera, la carga económica recae sobre inversores y accionistas, no sobre los pobres del país del Tercer Mundo.

Durante el debate sobre el cálculo socialista de principios del siglo XX, una de las respuestas que dio Ludwig von Mises a los “socialistas de mercado” fue que nunca podría bastar con leer el Wall Street Journal y usar los precios para materias primas y otros bienes revelados por países capitalistas para hacer que funcionara el socialismo, como afirmaban. Tan importante para el capitalismo como la propiedad privada y los precios dirigidos por el mercado, otro ingrediente necesario para el éxito capitalista es una cultura de emprendimiento, gestión, toma de riesgos, mercadotecnia, conocimiento financiero y otras habilidades que se han desarrollado durante varios cientos de años en países capitalistas. Sin esto, los socialistas del mercado solo podían jugar a un falso capitalismo.

Otra virtud de la inversión extranjera en el Tercer Mundo es que tiene el potencial para transferir ese conocimiento a países en donde no existía previamente, o al menos no era muy preponderante. No es solo tecnología lo que necesitan los países pobres, sino cultura de capitalismo. Sin ella, nunca saldrán de la pobreza.

La existencia de fábricas extranjeras en países pobres también crea lo que los economistas llaman “economías de aglomeración”. La situación de una fábrica hará que broten muchos negocios de todo tipo alrededor de la factoría para atender esta, así como a todos los empleados. Así que no solo se crean los empleos de la fábrica. Además, una inversión con éxito en un país pobre enviará una señal a otros inversores potenciales de que hay allí un entorno estable para la inversión, que puede llevar a todavía más inversión, creación de empleo y prosperidad.

La inversión de capital en países pobres haría que los salarios aumentaran con el tiempo al aumentar la productividad marginal del trabajo. Es lo que ocurrido desde el inicio de la revolución industrial y está ocurriendo hoy en todo el mundo. Desanimar esa inversión, que es el objetivo del movimiento contra los talleres ilegales, haría lo contrario y haría que los salarios se estancaran.

Finalmente, tal vez una de las mayores virtudes de los “talleres inhumanos” extranjeros es que debilitan a los sindicatos estadounidenses. Con pocas excepciones, estos han sido desde hace mucho la vanguardia de la ideología anticapitalista y han apoyado prácticamente todas las destructivas políticas fiscales y regulatorias que han sido tan venenosas para el capitalismo estadounidense. Los sindicatos creen que no pueden existir sin que los trabajadores puedan estar convencidos de que los empresarios son los enemigos de la clase trabajadora, si no de la sociedad, y de que ellos (los trabajadores) necesitan sindicatos para protegerlos de estos explotadores.

Si queréis apoyar a los pobres del Tercer Mundo, comprad más productos que fabriquen en las empresas capitalistas que se han ubicado allí.


Publicado el 9 de noviembre de 2006. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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