El libertarismo y la vieja derecha

1

[En febrero de 1999, para una investigación que estaba realizando sobre el libertarismo de posguerra, Brian Doherty entrevistó a Lew Rockwell. La entrevista se publicó en el número del 12 de mayo de 1999 de SpintechMag.com]

Doherty: ¿Cómo y bajo qué circunstancias empezó a interesarse por la filosofía y la actividad política? ¿Fue una orientación individualista/libertaria desde el principio?

Rockwell: Me han interesado los asuntos ideológicos desde muy joven. Mi padre era un republicano seguidor de Taft y me educó bien. También fue bueno que, incluso en la escuela, discutiera con mis profesores sobre el New Deal, las leyes de establecimientos públicos, la entrada de EEUU en la Segunda Guerra Mundial y el interrogatorio de McCarthy de la elites militares (todavía me gustaría saber quién promovió a Peress).

Les decía que “Tailgunner Joe” debería haber atacado a todo el gobierno de EEUU, porque era la amenaza real para nuestras libertades. Eso volvía locos a mis profesores. Ninguno se hubiera sorprendido si me hubiera convertido en tocapelotas a tiempo completo contra la sabiduría convencional.

Influencias

Mis influencias incluían a Taft, Garrett, Flynn, Nock, Mencken, Chodorov, Tansill y la tradición escolástica de la guerra justa. Aunque yanqui, nunca seguí el culto a Lincoln y admiraba a los secesionistas del sur por tomarse en serio el pacto constitucional original.

Un amigo de mi padre me regaló La economía en una lección, de Hazlitt, por mi vigésimo cumpleaños. Ese libro me enseñó cómo pensar en términos económicos y he estado leyendo economía desde entonces, con un especial aprecio por la antigua escuela liberal francesa y los austriacos modernos, de Menger a Rothbard.

Una vez orientado conseguí refuerzos mediante un amplio rango de literatura en el instituto y como licenciado en inglés- Encontré los derechos de propiedad en la literatura alemana, el escepticismo contra el estado en la literatura inglesa y el amor a la libertad en la literatura estadounidense.

También estaba de acuerdo con Cicerón: su amor a la libertad y a la vieja república, su celebración de las élites naturales y su oposición al igualitarismo y sobre todo su espíritu luchador infatigable. Creía que no tenía menos razón porque su postura de principios no prevaleciera. Hay virtud en la lucha independientemente del resultado. La elocuencia y coraje de Tácito me influyeron por las mismas razones.

Con el tiempo me di cuenta de que no solo disentía de la izquierda sino también del establishment conservador, que estaba enredado en la Guerra Fría como primer principio. Me fui haciendo cada vez más escéptico respecto de la derecha oficial especialmente durante la Guerra de Vietnam.

Entonces el establishment significaba National Review. Había buena gente a bordo y no era tan neoconservadora internamente como se convirtió posteriormente, pero la postura de la revista en la Guerra Fría estuvo cerca de reclamar un asesino primer golpe usando armas nucleares. Nunca pude entender cómo una persona que afirmaba entender los valores de la libertad y la propiedad, y mucho menos una persona educada en la ética cristiana, podía imaginar esa fantasía sanguinaria.

De Goldwater al otro McCarthy

En la década de 1960, igual que Murray, mis simpatías estaban con la masa anti-guerra (pero no con la banda no relacionada de la Era de Acuario). Me gustaba la voluntad de resistir, el compromiso con los principios, el tono moral, el desafío a las élites del poder. Yo había sido un partidario reticente de Goldwater en 1964, pero en 1968 trabajé brevemente para Gene McCarthy.

Había algunos escritos antiestatistas muy complejos que venían de la izquierda en ese momento. Eso es lo que distinguía a la Nueva Izquierda de la Vieja Izquierda. La Vieja Izquierda, al menos desde el pacto Stalin-Hitler, se había convertido cautelosamente en pro-imperial y resueltamente en favorable a la burocracia del DC. Creer en cualquier planificación centralizada, como hacía la Vieja Izquierda, es dejar de ser un radical, por supuesto. Significa amar lo que estaba haciendo y aspiraba a hacer la burocracia.

Por eso la Nueva Izquierda era una inspiración de aire fresco. Su orientación era anti-gobierno. Se centraba en un asunto moral fundamental (si el gobierno de EEUU debería guerrear contra pueblos extranjeros) y estaba abierta a investigación históricamente revisionista que demostrara loa males del estado corporativo en la historia estadounidense. El enfoque era también correcto: sobre los beneficios bélicos obtenidos por los fabricantes de municiones, exactamente como había hecho la Vieja Derecha en el periodo de entreguerras. Si lees Liberalismo, de Mises, ves la misma disposición ideológica en marcha en un momento y lugar diferentes.

En cierto modo, había un engarce entre la Nueva Izquierda y lo poco que quedaba de la Vieja Derecha. Por ejemplo, casi nadie recuerda esto, pero la derecha estaba en realidad dividida sobre Vietnam.

Recuerdo cuando Robert Welch, de la John Birch Society, recuperando un alabable impulso americanista, criticó la guerra. Fue entonces cuando National Review dirigió sus armas hacia la JBS, citando un libro que había escrito Welch sobre Eisenhower unos diez años antes. Fue una completa farsa. Buckley toleraba a los disidentes sobre una amplia variedad de temas (incluso se alió con marxistas antisoviéticos, como Max Eastman y Sydney Hook), mientras pudiera consolidar un consenso para la construcción del estado militar.

El movimiento de los derechos civiles de la década de 1960 complica el panorama. Mis simpatías ideológicas estaban y están con los que resistieron los ataques del gobierno federal a la libertad de asociación (por no mencionar la estructura federalista de la Constitución) en nombre de la integración racial. Nunca me gustó Martin Luther King, Jr. Pensaba que era un fraude y un instrumento. Pero me empezó a gustar cuando dirigió su atención a los males de la guerra de EEUU en Vietnam. También fue entonces cuando el establishment se volvió contra él y pronto fue asesinado.

Hoy los necocones dicen que la Ley de Derechos Civiles de 1964 fue un intento de eliminar barreras a las oportunidades y solo más tarde se distorsionó con cuotas. Eso es absurdo. Todos, tanto proponentes como oponentes sabían exactamente qué era esa ley: una medida estatista y centralizadora que atacaba fundamentalmente los derechos de propiedad y daba poder al estado como lector de mentes: para juzgar no solo nuestras acciones, sino también nuestros motivos y criminalizarlos.

El monstruo de los derechos civiles

La gente buena que resistió al monstruo de los derechos civiles no estaba necesariamente motivado ideológicamente. La mayoría se ofendía por las horribles intrusiones en sus comunidades, las calumnias de los medios de comunicación y los ataques a sus libertades fundamentales que representaban los derechos civiles. Las luminarias en el movimiento de resistencia previeron correctamente las cuotas, pero pocos podían haber imaginado monstruosidades como la Ley de Estadounidenses con Discapacidad. Por supuesto fueron y continúan siendo caricaturizados malévolamente por los partidarios del poder central.

Por cierto, he advertido recientemente que críticos ligeramente neocones de la LED están diciendo que esta también se aprobó con las mejores intenciones y solo se torció más adelante. Es una fantasía basada en un impulso por creer siempre los mejor del estado y sus edictos.

A principios de la década de 1920, Mises decía que ningún hombre que hubiera contribuido al arte, la ciencia o las letras había tenido nada bueno que decir acerca del estado y sus leyes. Es rigurosamente cierto. La secesión intelectual del régimen imperante es el primer paso para un pensamiento claro y creativo.

Nixonismo

Pero esos fueron días frustrantes y la confusión ideológica estaba por todas partes. Cuando Nixon estaba en el poder, no podía soportarle (aunque admitiré una vez tuve un secreto aprecio por Agnew). Como muchos líderes políticos posteriores de la derecha, hablaba mucho y bien pero expandió el poder del gobierno en formas que la izquierda no podía haber conseguido nunca.

La acción afirmativa, la EPA, la CSPS, la CFTC, la destrucción del patrón oro, la inflación masiva, la ideología del bienestar, los enormes déficits, los controles de precios y muchas otras monstruosidades del DC fueron creaciones de Nixon, por no mencionar los años más sangrientos de la guerra. El bombardeo masivo de Camboya por Nixon, por ejemplo, destruyó la monarquía y puso a los Jemeres Rojos en el poder. Nixon, Kissinger y el resto tienen sangre de millones en sus manos.

En círculos intelectuales puedes encontrar conservadores que escribirían artículos apasionados y darían discursos fascinantes sobre las glorias de la libre empresa. Pero luego asomaría el otro zapato. Nixon es l respuesta, dijeron, porque al menos tenía claras sus prioridades: antes de restaurar la libre empresa en casa, EEUU tenía que ser un imperio mundial para derrotar al ejército ruso. El ejército ruso fue derrotado, o más bien cayó por su propio peso, y todo lo que nos queda en otro imperio malvado. Seguimos esperando a la libre empresa.

Doherty: ¿Cómo se implicó con Arlington House? ¿Cuándo empezó Arlington House, quién la financió, cuál era su filosofía y por qué murió?

Rockwell: A principios de la década de 1930,  la mayoría de la literatura libertaria se publicaba  por editoras generales. No había mucha, pero nuestras idean sí tenían eco. Hazlitt publicaba en The Nation y American Century, Garrett aparecía en el Saturday Evening Post y Nock estaba en Atlantic, mientras que los agrarios del sur estaban en lo más alto de la profesión literaria y Mencken tenía el American Mercury. Economistas austriacos estadounidenses como Benjamin Anderson y Frank Fetter tenían perfiles muy altos en la universidad y los negocios. Y estaba el Chicago Tribune del coronel McCormick.

Perdiendo nuestros puntos de venta

Pero una década de Depresión y New Deal acabarón con la mayoría de los puntos de venta habituales. Oponerse al gobierno federal se convirtió en políticamente incorrecto y los editores no querían arriesgarse a ser amonestados por la policía del control de precios o ser acusados de sedición. La generación que se opuso al estado de bienestar y guerra del New Deal no se reprodujo a ninguna escala seria y los que quedaron no pudieron ser oídos.

Después de que Roosevelt engañara a los japoneses para que hicieran el primer disparo, el Comité América Primero, que había sido un importante foco de resistencia, se cerró y, después de la guerra, las editoriales disidente y pro-libertad solo sobrevivieron en un puñado de lugares.

Nuestros profesores se habían retirado en su mayoría y nuestros periodistas se habían reducido a la categoría de planfletistas. La izquierda disfrutaba ridiculizando los comentarios políticos libertarios porque estaban tan fuera de lo común y era capaz de apuntar a la existencia de esos enrabietados panfletos para probar que no era un material serio. Por supuesto, los panfletos trotskistas nunca eran atacados de manera similar.

Los únicos editores reales que había eran Caxton, Regnery y Devin-Adair, que hicieron un trabajo heroico, pero sus canales de distribución eran limitados y, en el último caso, parte de su material era enrabietado y defectuoso. Piénselo: era casi un milagro que los libros de Mises pudieran llegar a imprimirse en la Universidad de Yale. Pero deberíamos apreciar que hubiera una resistencia interna y externa para cada uno.

Conservadurismo kirkiano

A mediados de la década de 1950, como consecuencia del libro de Russell Kirk, The Conservative Mind, la palabra “conservador” pasó a describir a cualquiera que no fuera un no socialista escéptico ante la política federal. No me gustaba la palabra, porque era consciente de ser un discípulo de la escuela libertaria pre-bélica de Nock-Mencken.

Había una diferencia fundamental entre la vieja y la nueva derecha que creó Kirk. El libro de Kirk homenajeaba a algunos buenos escritores y estadistas. Pero distorsionaba lo que les motivaba, que no era la “política de prudencia”, sino una convicción moral y filosófica implacable. Creo que el principal impulso de la influencia de Kirk fue poner a la derecha en contra de sus mejores instintos prebélicos.

En las manos de Kirk, el conservadurismo se convirtió en una pose, una conducta, un gesto. En la práctica, no pedía a la gente más que adquirir una educación clásica, desdeñar el mundo moderno y añorar en privado los tiempos pasados. Y si había una línea constante en el conservadurismo kirkiano, era la oposición a la ideología, una palabra que demonizó Kirk. Esto le permitía acusar a Mises y a Marx del mismo supuesto error.

De hecho, ideología significa nada menos que pensamiento social sistemático. Sin pensamiento sistemático, el furtivismo intelectual del impulso estatista campa a sus anchas. No puedes luchar contra los poderes masivos y organizados de las fuerzas sociales estatistas, centralistas y generalmente destruccionistas armado solo con una cadena de reloj y un vocabulario anticuado. En último término, la pregunta que debe plantearse y responderse en definitiva en el mundo de las ideas la expresó Lenin en su forma más conocida: ¿Qué hacer?

En la respuesta a esa pregunta se encuentra el destino de la propia civilización. Y si los que creen de entre nosotros en la magnificencia de la visión liberal clásica de la sociedad no la responden definitivamente, perderemos. Viendo esto, hombres como Frank Meyer (que era un libertario en todo menos en la guerra y la paz) acusaron a Kirk de estatista e irracionalista. Al final acabó sin embargo prevaleciendo la moderación y el escapismo de Kirk al ser una vía más sencilla.

Neil McCaffrey

Uno de los que rechazó esta vía más sencilla fue Neil McCaffrey, un hombre extraordinario que posteriormente fue amigo mío y mentor profesional a muchos niveles. Era un buen amigo de Meyer, igual que Murray. Neil había fundado el Conservative Book Club en 1964 y creado un floreciente mercado entre lectores de National Review y Human Events. Pero pronto advirtió que no había libros suficientes para que los comprara la gente.

Por eso Neil fundó en 1965 Arlington House y le dio el nombre de la casa solariega de Robert E. Lee, robada por Lincoln para un cementerio de la Unión. (Todavía espero ver que se devuelva algún día). McCaffrey había esperado crear una gran editora que llevara a los títulos conservadores clásicos y contemporáneos a un público amplio por primera vez en el periodo de posguerra.

Hubo una serie de libros prediciendo el fin del patrón oro y sus consecuencias, de Bill Rickenbacker y Harry Browne, principalmente. El único superventas que tuvo nunca Arlington fue How You Can Profit From the Coming Devaluation, de Harry y yo fui si editor. También edité los libros de Roche y las obras de otros muchos líderes conservadores. Estuve someramente implicado en la publicación de libros de Hazlitt.

Sobre todo trabajé como editor de nuevas ediciones de Teoría e historia, Burocracia y Gobierno omnipotente, de Mises. Leyendo esos libros, me convertí en un acérrimo misesiano. Me emocionó conocerle en una cena en 1968. Ya estaba en serio declive, pero seguía siendo maravilloso. Fue cuando conocí también a su esposa, Margit, que posteriormente me ayudó a fundar el Instituto Mises.

Neil y yo estábamos en desacuerdo respecto de la política exterior y era un tema incómodo. Se había opuesto a la entrada de EEUU en las dos guerras mundiales y era sensato respecto de la llamada guerra civil, pero era un completo partidario de la Guerra Fría, como la mayoría de su generación. Sin embargo, en economía, Mises era su guía. Uno de sus temas favoritos era la justificación moral y económica del cobro de intereses. Era asimismo un brillante estudioso de la teología, la literatura y la historia católicas y un hombre santo.

Intelectualmente, yo era un libertario, pero me mantenía fuera del movimiento, principalmente porque tenía otros intereses en el mundo editorial y los libertarios me parecían un grupo extraño a principios de la década de 1970. Parecía ser más un estilo de vida que un movimiento político, un problema que sigue persistiendo. Había entonces una clara distinción entre intelectuales libertarios como Murray Rothbard, a quien yo admiraba, y el movimiento que se estaba desarrollando en su conjunto.

Neil tenía socios en el negocio y perdió el control, con Buckley interpretando un papel malvado. La empresa se vendió a Roy Disney a mediados de la década de 1970 y acabó despareciendo.

Para entonces me había ido a trabajar al Hillsdale College. Había conocido a George Roche mientras estaba en Arlington y admiraba el hecho de que era tanto un antibelicista, habiendo escrito su tesis doctoral sobre la resistencia bélica de la derecha en la década de 1930, como un librecambista con simpatías austriacas. En Hillsdale, fundé Imprimis y Hillsdale College Press, creé una serie de conferencias, supervisé relaciones con movimiento y el público y ayudé a la captación de fondos.

Murray como sucesor de Mises

Entonces tenía claro que Murray Rothbard era el sucesor de Mises y seguía cuidadosamente sus escritos. Le conocí en 1975 y supe inmediatamente que era un alma gemela. Como todos los demás intelectuales vivos que yo respetaba, estaba en la marginalidad, trabajando por una porción del salario que merecía y excluidos de los círculos convencionales de la opinión académica y política.

No puedo recordar el día en que llegué a la conclusión de que el estado es innecesario y destructivo por su propia naturaleza, que no puede mejorar y en realidad solo destruye el sistema social y económico que deriva de los derechos de propiedad, el intercambio y la autoridad social natural, pero sí sé es que fue Rothbard quien me convenció finalmente para dar este último paso.

Por desgracia solo podía admirar sus escritos a distancia. Traté de conseguir que Hillsdale le invitara a hablar, pero se descartó de inmediato. Se me dijo que podía ser un extraordinario economista, pero era una bala perdida, desligado de un aparato organizado de pensamiento conservador.

Pero lo que acabó realmente Rothbard no era su convicción de que el estado era innecesario, sino su postura sobre la Guerra Fría. Se decía que los libertarios eran defensores tácitos de la sovietización del mundo. Era un completo sinsentido, pero este acusación de que Rothbard era un “extraordinario economista” pero nada más le perseguiría hasta el fin. Siempre vi esto como una racionalización para justificar el miedo a repensar fundamentalmente la filosofía política y los asuntos mundiales.

Después de Hillsdale, pasé a editar una revista de socioeconomía de la medicina titulada Private Practice. Trataba de integrar la obra de los austriacos y aplicarla a la economía de la salud y la intervención pública en ese sector. Resultó ser una mezcla fructífera y me demostró las posibilidades de utilizar la tradición austriaca para explicar cómo funciona el mundo en todas las formas prácticas.

Ron Paul

Doherty: ¿Cómo acabó trabajando con Ron Paul?

Rockwell: En aquellos días, al contrario que ahora, me interesaban mucho los asuntos del Congreso: los miembros de cada comité, la legislación que se estaba considerando y cosas así. Ser un asistente en el Congreso siempre había sido mi sueño, por absurdo que pueda parecer hoy. Cuando Ron ganó su primer mandato completo, me pidió que trabajara para él.

Nunca vimos su oficina como convencionalmente política. Era un púlpito peleón para enviar el mensaje. Sacamos cientos de miles de folletos sobre libertad, insertamos magníficos artículos en la Congressional Record y redactamos legislación libertaria con fines educativos.

Respecto de su historial de voto, Ron tenía un patrón claro: si significaba robar dinero de la gente, estaba en contra. Si devolvía libertad y propiedad al pueblo que había tomado el gobierno, estaba a favor. La mayoría de los cabilderos acabaron dejando de visitar nuestras oficinas.

Siempre fue respetado por sus colegas legisladores, pero pensaban de él que era un poco desalineado. Era Mr. Paul Goes to Washington. Los políticos ven su trabajo como comerciar con votos, obtener un parte de la tarta, expandir el gobierno y en general entrar en el juego. Creen que están siendo productivos cuando han ayudado a aprobar más gasto y legislación regulatoria y el precio de su voto se hace de verdad alto.

Ron era lo contrario. Era una reprensión constante, no solo para sus colegas, sino para todo el sistema. Sigue siéndolo.

No mucha gente en DC entendía lo que pretendía Ron. Recuerdo una vez que llegó un cabildero y pidió que Ron se opusiera a la ayuda exterior a Filipinas porque la gente mataba allí a los perros para comer. A Rpn le encantaba apoyar el recorte de la ayuda exterior por cualquier razón. Presentó la propuesta y de la noche a la mañana fue alabado por los activistas de los derechos animales en todo el país.

Por supuesto, la propuesta no se aprobó. Es importante recordar que la ideología tienen un papel pequeño en los asuntos legislativos, salvo como una especie de pátina de relaciones públicas. Si una ley agraria es aprobada en un Congreso republicano, se la llama la “Ley de Libertad de Cultivo”. Si la aprueba un Congreso demócrata, se la llama la “Ley de Familiar de Justicia Granjera”. El texto puede ser idéntico, solo cambia el color.

El engaño de DC

Al ver de cerca este sistema, se confirmaron todas mis peores sospechas acerca del gobierno. Cuando fundé posteriormente el Instituto Mises, juré que no funcionaría en la forma que lo hacen los think tanks de partido en Gran Bretaña: como revestimiento intelectual de un repelente sistema de explotación legislativa.

Washington tiene su propia versión, por supuesto, y si alguien cree que los congresistas o sus asistentes estudian los “informes políticos” de algunos grupos sobre esta o aquella propuesta, no sabe nada acerca de la capital imperial del mundo. La fuerza que le anima no son las ideas, sino el trapicheo, las mentiras y el poder. Esos estudios políticos son para las relaciones públicas. Por otro lado, hay un coste en tratar el juego político como si fuera algún tipo de club intelectual al que todos pertenecemos: imbuye al proceso de una legitimidad moral que no merece.

El engaño se perfeccionó a principios de la década de 1980 entre políticos importantes y think tanks. Un grupo celebraba los supuestos logros de un político a cambio de que el político simulara estar influido por el grupo. Todo es un juego de relaciones públicas. Esta es una razón importante por la que Murray nunca pudo trabajar dentro de ese sistema. Tenía un deseo irreprimible de decir la verdad independientemente de las consecuencias. Es verdad que era una bala perdida, ya que todas las balas deberían estar en el ejército de un estado imperial.

El Instituto Mises

Doherty: ¿Cuál fue la génesis del Instituto Mises? ¿Fue difícil hacerlo despegar?

Rockwell: Cuando estaba en DC, mis momentos más felices eran las llamadas que recibía de estudiantes que querían saber más acerca de Ron y sus ideas. Tenía un enorme apoyo en los campus de Texas. Sorprendía a los estudiantes por ser inteligente, con principios y radical. Pero dar discursos y panfletos a estudiantes solo se ocupaba del asunto hasta cierto punto. Yo quería hacer más, pero al mirar a mi alrededor, no veía ninguna organización libertaria que se centrara en avanzar en la investigación académica centrada concretamente en la Escuela Austriaca.

También me preocupaba que Mises había estado perdiendo categoría como pensador desde su muerte. El lugar de Hayek estaba asegurado debido al Premio Nobel. Pero el racionalismo de Mises, la calidad resistente y fuerte de su pensamiento y su prosa, la convicción de que la economía es un sistema lógico que puede justamente reclamar estar bajo el palio de la ciencia parecían estar desvaneciéndose.

Los defensores de la libre empresa se estaban dirigiendo hacia pensadores más rebuscados, monetaristas, positivistas e incluso institucionalistas que no tenían ningún interés en el gran proyecto misesiano. Esto parecía ir unido a una falta de voluntad de considerar preguntas difíciles o radicales bajo la excuse de que eran inviables políticamente.

Los neocones

Aquí había una superposición con lo que estaba ocurriendo en la política. Desde principios de la década de 1970, el movimiento conservador estaba cada vez más dominado por antiguos miembros de la Vieja Izquierda que se había abierto paso hacia la derecha. Estos llamados neoconservadores realizaron el cambio en oposición a la política exterior de “aislacionismo” de George McGovern, pero realmente no habían cambiado sus opiniones sobre asuntos internos.

Hay que reconocer que los neocones siempre han admitido que no había abandonado a los demócratas: los demócratas les habían abandonado. Alababan abiertamente los legados de Wilson, FDR y Truman, todos asesinos masivos aspirantes a dictadores.

Esa postura tenía que rebatirse y combatirse, pero, en su lugar, un movimiento conservador con mentalidad militar adoptó a los neocones como aliados sobre el único tema que realmente les interesaba, la expansión del estado del bienestar. No había sitio en este consenso para Mises, cuyos escritos sobre guerra y estatismo eran numerosos y profundos.

Había pocas alternativas a la derecha reaganizada. Los libertarios de la Beltway derivaban cada vez más hacia la política y una preocupación generalizada por la respetabilidad (las dos van de la mano) y alejándose de la economía austriaca y cualquier cosa que tacara al idealismo o a una alta preocupación teórica. Ser anfitriones de Alan Greenspan en un cóctel se convirtió en el objetivo.

Yo advertía una tendencia similar entre las instituciones investigadoras. Parecían interesadas en subvencionar solo a alumnos de la Ivy-League con una cierta inclinación liberal clásica, en lugar de promover el desarrollo y aplicación concretos del pensamiento radical.

Otra aproximación que o rechazaba era la pasividad. Nunca me convenció la idea de que debíamos sentarnos con la satisfacción complaciente de ser los restantes, acabando los demás por unírsenos o no. Indudablemente las ideas sí tienen consecuencias, pero la realidad dicta que necesitan investigadores apasionados para avanzar en todos los frentes.

Una necesidad urgente

Por tanto, Mises, como pensador que había hecho tanto por resucitar el liberalismo duro pasado de moda, estaba cayendo a la cuneta, víctima de un movimiento que rehuía a todos esos pensadores respetables. La teoría y la práctica de Mises estaban desvaneciéndose rápidamente. Yo quería cambiar esto y atender a una generación olvidada de estudiantes. El idealismo es lo que remueve el corazón joven y el único idealismo que parecía estar disponible para los estudiantes en esos años venía de la izquierda. Recordé mi amor eterno por Mises, su brillantez y su valor y hablé con Margit sobre el proyecto. Estaba entusiasmada, me hizo prometer que haría de él la obra de mi vida y nos pusimos manos a la obra.

Cuando pedí a Murray que encabezara los asuntos académicos, estaba tan contento como un niño con zapatos nuevos. Acordamos que el objetivo debería ser proporcionar un sistema de apoyo que reavivaría a la Escuela Austriaca como jugadora en el mundo de las ideas, de forma que pudiera combatirse y derrotarse al estatismo de la izquierda y la derecha.

La principal crítica dirigida contra la economía austriaca en aquellos tiempos era que no era formal o rigurosa, porque rechazaba el uso de matemáticas como herramienta para construir teoría económica. Pero esto es absurdo. De hecho, Murray tenía dos licenciaturas: una en economía y otra en matemáticas. Lo que estaba aquí en juego no era la competencia de los austriacos sino una cuestión metodológica fundamental: ¿pueden importarse los métodos de las ciencias físicas a las ciencias sociales a través de la economía. La respuesta austriaca es que no.

Al mismo tiempo, hay un ápice de verdad en las críticas. La universidad estadounidense no proporcionaba ningún programa formal para estudiar economía desde la perspectiva austriaca. La mayoría de los profesionales de entonces eran autodidactas, así que incluso ellos tenían una perspectiva limitada sobre las posibilidades de crear un sistema formal alternativo de economía.

Quería acabar con esta deficiencia creando un establecimiento universitario en la sombra en el que los alumnos pudieran estudiar economía bajo la generación post-Mises de investigadores austriacos, especialmente Murray.

A Murray le encantaron nuestros programas. Enseñaría todas las tardes y estaría despierto hasta las 3 y las 4 de la madrugada hablando con alumnos sobre ideas. Siempre estaba accesible, reía con facilidad y nunca sentía aprensión. Aprendía de todos los que le rodeaban y rechazaba el personaje de “gurí” que podía haber adoptado tan fácilmente.

Los alumnos que venían esperando un programa serio de teorización sentenciosa se sorprendían a descubrir algo más cercano a un salón en el que la investigación intelectual era libre y abierta. Tenía que ser así para equilibrarse con el rigor del contenido. El espíritu de Murrray sigue animando todos nuestros programas.

Despegando

El problema de la financiación fue algo de lo que tuve que ocuparme desde el principio. Quería dar una plataforma a Murray, pero pronto descubrí que las fundaciones de la vieja escuela no nos ayudarían mientras estuviera en el consejo. Indudablemente no apoyarían una organización que defendiera posturas como la abolición de la banca central o financiara investigación histórica revisionista y estuviera en desacuerdo con el consenso bipartidista en Washington.

Las fundaciones corporativas, entretanto, no estaban muy interesadas por la ideas en general, especialmente por las que amenazaban el status quo. Hoy es un cliché, pero también descubrí que las grandes empresas no son las más fuertes defensoras de la libre empresa.

También descubrí que la mayoría del dinero de fundaciones de la vieja escuela y grandes empresas viene con ases en la manga. Y si había una característica  institucional que deseaba para el Instituto Mises, aparte de su postura ideológica, era independencia.

No quería verme atrapado y apoyar malos proyectos políticos como cheques o polos de desarrollo ni quería verme obligado a destacar algunos aspectos de la teoría misesiana simplemente porque estaban de moda, viéndome al tiempo obligado a dejar de destacar otros. Nunca quise encontrarme censurando a un investigador asociado porque a algún mandamás de una fundación no le gustara lo que estaba diciendo.

Quería ver todo el programa austriaco financiado y representado, coherentemente, sin miedo e independientemente de los efectos secundarios. El Instituto Mises tenía que hacer un trabajo que es profundo y amplio. Tenía que ser libre para apoyar investigación en áreas como metodología económica, que no interesa a las grandes empresas, o reventar el truco político más nuevo,  una postura que no interesa a las fundaciones. Finalmente, el dinero público ni siquiera se consideraba.

Al final, nuestro apoyo ha venido de donantes individuales y casi exclusivamente de ellos. Tenía un Rolodex de buen tamaño, así que empecé por ahí. Ron Paul y otros enviaron cartas sus listas, lo que fue de gran ayuda, y yo tenía suficientes ahorros como para trabajar algunos años sin salario.

Ahora llevamos funcionando durante 17 años y llevó mucho tiempo hacerlo viable. Pero crecimos lenta y cuidadosamente, paso a paso y ahora tenemos un edificio sólido. Y seguimos teniendo nuestra independencia y seguimos teniendo ventaja.

Oposición inicial

Doherty: He oído que los intereses de Koch intentaron obstaculizar el desarrollo del Instituto Mises. ¿Es así y, si lo es, cómo en concreto?

Rockwell: No fue exactamente sutil. A principios de los ochenta, Charles Koch monopolizaba el mundo de los think tanks libertarios dando y prometiendo millones. Eso está bien, pero se estaba alejando gradualmente del pensamiento radical, que incluía a la economía austriaca, y acercándose a la teoría libertaria de la corriente principal (algo contrario a libertarizar la corriente principal), que le atraía desde el principio.

Nunca he entendido esta manera de pensar. Si lo que quieres es ser de la corriente principal, hay formas más fáciles de hacerlo que tratar de rehacer un movimiento intelectual que es hostil al gobierno como un grupo medianamente disidente dentro de la estructura ideológica de la clase gobernante.

Murray y Charles rompieron en este momento y no voy a dar detalles. Pero estaba claro que Koch vio su ruptura como el principio de una larga guerra. Al principio, recibí una llamada de George Pearson, jefe de la Fundación Koch. Dijo que Mises era demasiado radical y que yo no debería ponerle su nombre a la organización o promover sus ideas. Me dijo que Mises era “tan extremista que ni siquiera a Milton Friedman le gusta”. Si insistía en ir contra sus dictados, se me opondrían con uñas y dientes.

Posteriormente tuve noticias de otros hombres de Koch. Uno protestaba por el nombre de nuestro boletín mensual, The Free Market. La idea entonces era que la palabra “libre” era desagradable. Otro dijo que la idea de una revista académica austriaca era errónea, ya que implicaba que éramos una escuela distinta y no deberíamos serlo. Todos me pedían que echara a Murray y luego le rehuyera, si esperaba algún apoyo.

Tomado por sorpresa

Me pilló por sorpresa por lo que interpretaba como una minucia y no tenía ni idea de lo que aún teníamos que afrontar. Negocié un contrato con Lexington Books para una revista anual y reuní una lista bastante buena de consejeros editoriales con Murray como editor. Poco después empezó lo que acabó llamándose “el boicot”. Llegaron cartas y llamadas de los socios de las organizaciones dominadas por Koch. Dimitían y juraban enemistad eterna. Incluso perdimos a algunos grandes donantes. Fue mi bautismo de fuego en el mundo de los institutos de investigación.

Puede parecer absurdo hablar de esto como si hubiera algún tipo de conspiración contra el Instituto Mises. ¿Por qué debería preocuparse un multimillonario de si el Instituto existía o no? Quiero decir, éramos un mosquito comparado con su búfalo. Es un misterio aun hoy sigo sin entender del todo. En todo caso, había sangre por todas partes cuando todo esto acabó.

De entre los programas amenazados, la Review of Austrian Economics casi muere, pero Murray perseveró y el primer número salió en 1986. Llegamos a diez volúmenes de esa revista y fue la clave para construir el movimiento austro-misesiano tal y como hoy lo conocemos. Toda la colección está en PDF en Mises.org y es descargada por estudiantes de todo el mundo. Y ahora tenemos la Quarterly Journal of Austrian Economics, de perfil superior.

Hoy considero estos primeros conflictos como agua pasada. La Fundación Koch utiliza nuestros textos en sus seminarios y las viejas antipatías están desapareciendo. Las organizaciones de Koch ya no se sorprenden al vernos teniendo opiniones distintas en cosas como cheques y tratados comerciales. Ellos siguen un programa con un estilo, aproximación y audiencia concretos y nosotros seguimos otro con un estilo, aproximación y audiencia distintos.

Un apunte acerca de la competencia entre las organizaciones sin ánimo de lucro. De vez en cuando, gente con buenas intenciones sugiere que el Instituto Mises se una con otros grupos con ideas similares. Al aunar nuestros recursos, tendríamos un impacto mayor. Pero este razonamiento es defectuoso. La competencia es tan esencial en el mundo de las organizaciones sin ánimo de lucro como en el de la empresa en general. La temprana oposición nos espoleó para hacer un mejor trabajo, no renunciar y no rendirnos nunca.

De vez en cuando me siguen acosando acerca de algo que ha escrito o dicho alguien relacionado con nosotros. Me dicen que debería hacer algo para callarle y en realidad los institutos políticos pueden ser muy restrictivos en la forma en que tratan a sus investigadores. Si siguen una agenda política, supongo que tienen que serlo. Pero no creo que tenga que decir a cualquiera de nuestros investigadores asociados (y hay unos 200) qué pensar o qué escribir.

Esto lo hago porque fundé el Instituto Mises para proporcionar un lugar para la exploración intelectual sin restricciones siguiendo la tradición austriaca, sin que importe los radicales que puedan ser las conclusiones. No hay control de los discursos en nuestras conferencias. No hay temor a que alguien diga algo que quede fuera de los límites preestablecidos de la opinión respetable.

No puedo tener la tentación de llevarme bien con todos o ajustarme a la agenda estratégica de otro que se interponga en el camino. En los mundos político y académico, los tabúes se acumulan cada día, pero son enemigos del pensamiento serio.

El Instituto Mises tiene un lugar único en la división del trabajo, que es hacer posible una reevaluación radical de los fundamentos intelectuales de la moderna empresa estatista. Nuestros investigadores sénior (Walter Block, Dave Gordon, Jeff Herbener, Hans Hoppe, Guido Hülsmann, Peter Klein, Yuri Maltsev, Ralph Raico, Joe Salerno y Mark Thornton) abren el camino. Alguna gente dice que nuestra aproximación es insensata. Solo puedo esperar que siempre lo sea.

Éxitos del Instituto

Doherty: Cuénteme cuáles piensa que han sido los mayores éxitos del Instituto Mises

Rockwell: De los más recientes, me entusiasma la restauración de La acción humana. Me sorprendió cuando me di cuenta por primera vez de lo mucho que se habían alejado del original las ediciones posteriores de este libro. Quiero decir, la tercera edición tenía a Mises apoyando el servicio militar, cosa que no solo no estaba en el original, sino que Mises había condenado concreta y convincentemente el servicio militar en sus escritos.

Había otros problemas. Se eliminaron pasajes importantes sobre la planificación económica nazi, igual que párrafos completos de la sección sobre el monopolio. En comparación, la primera edición es una red constante y estoy muy contento de que se haya reimpreso en una Edición Investigadora. Está volando de nuestras oficinas.

Por cierto, ¿qué texto económico de 900 páginas sigue vendiéndose bien cincuenta años de aparecer por primera vez? No puedo pensar en ninguno. Cosas como esta me dicen que Mises ha venido para quedarse. En el próximo siglo, estoy convencido de que tendrá un perfil mucho más alto que en este. Fue un profeta y un genio fantástico. No es que su obra no deba nunca mejorarse o criticarse. Tenemos trabajos en todas las sesiones de nuestra Conferencia de Investigadores Austriacos. Pero tenemos que tener disponible el material para aprenderlo antes de poder revisarlo, mejorarlo y reinterpretarlo.

El primer libro que imprimió el Instituto Mises fue Teoría e historia, de Mises, con un prólogo de Murray. Sigue vendiéndose bien. Hemos vuelto a reimprimir La ética de la libertad, de Murray, junto con dos docenas de monográficos sobre la Escuela Austriaca que hemos distribuido por todo el mundo.

Nuestro libro The Costs of War ha sido calificado como la obra más importante de investigación revisionista antibelicista en la segunda mitad de este siglo. Nuestro libro Secession, State, and Liberty es un éxito. Volvimos a imprimir El hombre, la economía y el estado, así como una docena de otros libros. Incluso tenemos en proceso una nueva edición de America’s Great Depression, de Murray, con un prólogo de Paul Johnson, y un texto de economía austriaca para alumnos inteligentes de instituto.

Curiosamente, nunca pensé en Instituto Mises como una casa editorial, aunque pueda confundirse fácilmente con una. Financiamos la investigación y redacción de una gran biografía intelectual de Mises, un enorme proyecto en dos tomos. Queremos también una de Rothbard. Y tenemos cinco publicaciones periódicas: un boletín sobre tendencias actuales, una publicación de entrevistas, una crítica de libros, una revista de investigación y una hoja de noticias e información sobre la escuela austriaca.

Entretanto, nuestra Universidad Mises de verano ha ofrecido a varios estudiantes de doctorado en economía un programa rigurosos de que de otra forma no estaría disponible. También hemos formado a muchos historiadores, filósofos, teólogos y otros. También hemos iniciado un Seminario de Grado Rothbard para estudiantes avanzados de doctorado y postdoctorados y nos hemos visto abrumados por la respuesta mundial. También está nuestro Taller de Economía Austriaca semanal.

Renacimiento austriaco

Dedicamos la mayoría de nuestro dinero a estudiantes y programas de estudio. Cuando recibimos a un graduado en economía, le mantenemos hasta seis años. Es una enorme inversión, pero mirad los resultados. Ahora tenemos profesores dispersos por las universidades y han hecho de la economía austriaca una parte vital de sus programas de estudio.

Nuestros seguidores de Mises y Rothbard están demandados y no solo porque los departamentos busquen cada vez más una verdadera diversidad en un momento de renacimiento austriaco. Están entre los mejores economistas jóvenes que trabajan hoy. No solo pueden dirigir grupos sobre la corriente principal con las propias herramientas de esta, sino que su base praxeológica les da una ventaja real para entender los acontecimientos económicos reales. Tienen asimismo la virtud de la vocación de enseñanza, de ser investigadores n la tradición clásica. No hay forma de hacerse rico, y no es para todos, pero, en el mundo secular, no hay vocación más alta.

A largo plazo, aquí será donde el Instituto Mises haga la mayor diferencia. Hace diecisiete años, los austriacos tenían difícil encontrar plazas, mucho menos aferrarse a ellas, pero hoy nos quedamos sin plazas mucho antes de que se acaben las solicitudes. La demanda está sobrepasando a la oferta.

Hazlitt me dijo que pensaba que el gran éxito del Instituto Mises era proporcionar un foro para Rothbard en un momento en el que todos los demás le habían dado la espalda. Estoy de verdad orgulloso de eso. También pienso que el Instituto Mises ha ayudado a levantar un marco intelectual alternativo, ya que la libertad de pensamiento y expresión ha desempeñado un papel cada vez más pequeño en las universidades.

La facultad en nuestras conferencias habla de su alegría por escapar de las atosigantes normas políticas de sus universidades de origen. Nuestros alumnos también lo sienten. Ese tipo de libertad y compañerismo se supone que debe ser una universidad.

Pero creo que el logro clave del Instituto Mises es uno que señaló Rothbard. Antes del Instituto, la economía austriaca estaba en peligro de convertirse en una estrategia de inversión de moneda fuerte o un análisis antirracionalista de procesos, algo verdaderamente paradójico para una escuela basada en el aristotelismo. El Instituto rescató el tronco principal de la escuela, basado en la praxeología y le devolvió su importancia y fecundidad. Así, la Escuela Austriaca de Menger, Böhm-Bawerk, Mises y Rothbard vive y crece y tiene una influencia creciente.

Distracciones

Doherty: Cuénteme acerca de su relación con el Partido Libertario y las razones concretas para su desencanto para con él.

Rockwell: Nunca fui una persona del PL, aunque en general me gusta el programa, que fue en buena parte escrito por Murray. La gente dice que perdió su tiempo en el PL. Ese juicio presupone que a genios como Murray no se les debería permitir tener aficiones y diversión. La gustaba la arquitectura eclesial barroca y el jazz de la década de 1920. Le gustaban las comedias y lo deportes. Le gustaban el ajedrez y los oratorios del siglo XVIII. Y disfrutó, durante muchos años, con sus actividades en el PL, especialmente al ser un pasatiempo que se relacionaba con sus intereses profesionales. Indudablemente n le distrajo de tu trabajo investigador, que continuó sin cesar a lo largo de todo este periodo.

Durante años, aunque estábamos muy cercanos, ignoraba en buena medida lo que estaba haciendo Murray en el PL. Pero Ron Paul decidió buscar la nominación presidencial de 1988 y lo anunció en 1986. Ahí me vi envuelto. Temía que no fuera a conseguir la nominación. Para mi asombro, Russell Means, que no parecía un libertario en absoluto, tenía muchas posibilidades reales. Me puse en acción y ayudé a organizar la solicitud de nominación de Ron. Pero eso me quemó bastante.

No me gustó lo que vi en el partido. Aprecié una falta de interés por las ideas y una absurda obsesión por mínimos detalles organizativos. Se perdía mucho tiempo y dinero. También aprecié que el partido estaba creando una falsa esperanza de conseguir con éxito reformas a través de la política. Y aun así, en todos esos aspectos, supuse que no era distinto de cualquier otro partido.

Sin embargo lo que más me molestaba era una tendencia general entre la gente del partido a rebajar la teoría libertaria en varias áreas. Eran generalmente sensatos en recortes fiscales y política sobre drogas y similares. Pero no había ningún interés en absoluto sobre política exterior. De hecho, la mayor facción en el partido eran realmente halcones en lo bélico y extrañamente convencionales en los detalles políticos. Luego estaba el enfoque perpetuo en llevar una vida de libertad. Una vida de libertad significaba, en primera instancia, no llevar nunca una corbata o una camisa blanca.

Murray es abucheado

La última vez que tuve algún contacto con el PL fue en el verano de 1989 en Phildelphia. El bondadoso Murray, el siempre optimista y de buen corazón Murray, subió al estrado para defender a este presidente por delante de este otro. Olvidé los detalles. En todo caso, le silbaron. Le abuchearon. Le gritaron y criticaron. Pensé: es asombroso.

¿El mayor pensador libertario de la historia y ni siquiera podían tratarle educadamente? Lo más sorprendente es que a Murray no le importara. Para él, así era la vida en el PL. Fue entonces cuando pensé: Eso es. Repetí a Murray mis opiniones sobre esta gente, que él había llegado a compartir, y sugerí que nos fuéramos. Lo hicimos y su esposa Joey nos aclamó.

Repito que esto es agua pasada. Estoy perfectamente contento de que el PL se dedique a sus asuntos. Harry Browne dijo algunas cosas buenas en las últimas elecciones. En general es un hombre similar a mí. Simplemente no estoy hecho para la política y no creo que la política sea una gran esperanza para el futuro de la libertad humana.

El asombroso Murray

Doherty: Cuénteme acerca de sus relaciones con Pat Buchanan y el Club Randolph.

Rockwell: Antes de hacerlo, déjeme que solo destaque que todos esos asuntos políticos fueron solo datos accidentales en la vida de Murray. Su principal proyecto en estos años fue la magistral Historia del pensamiento económico que se publicó justo después de morir. Para la mayoría de los académicos, estos dos tomos serían más que suficientes para valer por toda una carrera. Pero para Murray, eran solo una pieza más en una producción literaria masiva.

Su producción fue enorme, incluso aparte de su investigación. En una mañana normal, yo encontraba un artículo sobre política de 20 páginas en mi fax y un artículo de cinco páginas sobre estrategia. Para él, teclear estas joyas era solo una manera de pasar el tiempo entre artículos de investigación de 100 páginas y escribir libros completos. Su producción estuvo más allá de la comprensión humana.

Por eso Burt Blumert y yo empezamos el Rothbard-Rockwell Report, cuyo nombre Rothbard fue lo bastante amable como para sugerirlo. En el instituto Mises podíamos haber dedicado todo nuestro tiempo distribuyendo este material a periódicos y revistas. En su lugar, necesitábamos un sitio fijo para publicar todos sus artículos cortos sobre temas políticos y culturales y (como ha mencionado Joey) fue una de sus alegrías de sus últimos años.

Al mismo tiempo, Murray necesitaba diversión ideológica práctica para hacer posible su trabajo investigador y añadir levadura a su vida. Abandonar el PL quitó una carga de los hombros de Murray, pero me preocupaba que hubiera dejado algún hueco en su vida. Una parte de él amaba la organización ideológica a gran escala.

Nuestros primeros contactos con los paleoconservadores se produjeron después de su enorme ruptura con los neoconservadores, los intelectuales más belicosos y estatistas del país. Murray y Tom Fleming, editor de Chronicles, intercambiaron correspondencia y descubrieron que estaban de acuerdo en los errores intelectuales de la derecha. Algunos dicen que Murray se estaba haciendo más conservador y convencional. Es de una incomprensión increíble.

Destruccionismo cultural

Murray rechazaba lo que Mises llamaba el destruccionismo cultural de la izquierda porque lo veía como una puerta trasera para la construcción estatal. Si atacas la familia afectando a su autonomía, la familia ya no puede servir como baluarte contra el poder del estado. Así es como la retórica izquierdista ridiculiza las costumbres, los prejuicios, las tradiciones y las instituciones que forman la base de la vida comunitaria de la clase media acomodada. Veía los incesantes ataques a estos como abriendo el camino para que los gestores públicos reclamaran más territorio como propio.

Además, Murray estaba convencido de que el poder del gobierno era el mayor enemigo que tenía una rica herencia cultural. No es el capitalismo el que destruye los fundamentos de la vida civilizada, sino el estado. En esto estaba completamente de acuerdo con Mises, Hayek y Schumpeter. Y por cierto, esta línea de argumentación, que Murray había usado desde hacía tiempo, fue asumida por otros libertarios entretanto.

Pero la relación real entre Tom y Murray era su odio compartido por el estatismo, el centralismo y el belicismo global del movimiento conservador. Ambos se alimentaban con un conservadurismo al estilo de Buckley y ahora, por fin, había una posibilidad de hacer algo respecto de esto.

Murray y yo vimos juntos cómo se derrumbaba el Muro de Berlín y se disolvía la Unión Soviética y sentíamos mucha curiosidad sobre cómo responderían los conservadores. ¿Volverían a sus raíces antibelicistas anteriores a la guerra? ¿O continuarían impulsando un imperio americano?  Bueno, tuvimos nuestra respuesta en 1990 con el inicio de la Guerra del Golfo. Parecía evidente que era el intento de Bush de mantener grande y próspero el estado de guerra.

EEUU dio permiso a Iraq para anexionarse Kuwait y luego repentinamente cambió de posición. EEUU pagó a países en todo el mundo para que fueran parte de su “coalición” e inició una sangrienta guerra en Iraq, enterrando a inocentes en la arena y proclamando la victoria contra el agresor.

Esperamos a que los conservadores denunciaran la guerra, pero, por supuesto, eso no ocurrió, aunque siempre preciaré la última carta que me envió Kirk, en la que hablaba de ahorcar al “criminal de guerra Bush” en el jardín de la Casa Blanca. Es una pena que nunca escribiera así en público. Pero los neocones tenían completo control de la derecha y elevaban a Bush a los altares.

Fueron tiempos desagradables. Bush tomó todos sus misiles pagados con impuestos y otras armas de destrucción masiva y los puso en el Mall de Washington DC para que los admiraran los incautos. Había cintas amarillas por todas partes.

Pero los paleos eran otra cosa. Paul Gottfried, Allan Carlson, Clyde Wilson, Fleming y otros asociados con el Instituto Rockford denostaban la Guerra sin paliativos. Llamaban abiertamente a EEUU un poder imperial y daban el argumento que siempre habíamos dado: que la mayor amenaza para nuestras libertades no estaba en el extranjero, sino en el Distrito de Columbia.

Entretanto, nos alarmaba que ni siquiera los libertarios parecían dispuestos a llegar tan lejos. La revista Reason y el Republican Liberty Caucus estaban a favor del Guerra del Golfo y la revista Liberty, para la que había escrito Murray, era ambigua sobre la cuestión. En general, había silencia de las personas que deberían haber sido nuestros aliados naturales. Para nosotros, eso sencillamente subrayaba un problema profundamente enraizado en los círculos libertarios: la extraña combinación de alienación cultural y convencionalidad política.

Los “modales”

Empezamos a escribir acerca de los errores de los “modales”  libertarios. Eran tibios sobre la guerra, optimistas respecto de la centralización del poder y amistosos respecto del auge de los aspectos social-terapéuticos del estado propios del igualitarismo de los derechos civiles. No les interesaba la investigación y no estaban versados en historia. Eran marginales culturalmente y ortodoxos políticamente, precisamente los contrario de lo que eran Murray y Mises. No puedo imaginar la vieja escuela libertaria de Nock, Chodorov, Garrett, Flynn y Mencken de acuerdo en esto.

Por el contrario, los mejor de los paleoconservadores eran los constitucionalistas de la vieja escuela que adoptaban posturas libertarias sobre varios temas. Querían a las tropas en casa y al gobierno fuera de las vidas de la gente. Quería abolir el estado de bienestar y tenían una crítica de este muy convincente. Su crítica no se basaba en derechos, sino que era seria y compleja.

El Centro de Estudios Libertarios co-fundó el Club John Randolph, que bauticé con el nombre de batallador aristocrático y anti-igualitarista activista contra el poder centralizado de principios del siglo XIX. La palabra “paleolibertarios” también era mía y el propósito era recobrar el filo político y el rigor intelectual y radicalismo de la derecha libertaria anterior a la guerra. No había cambios en el núcleo ideológico, sino una reaplicación de los principios fundamentales en formas que corregían los fallos evidentes de la masa de Reason i National Review.

Recuerdo a gente en ese momento diciendo: “¡Oh, no! ¡Te estás encamando con una banda de derechistas religiosos!” Me frotaba los ojos desesperado. En primer lugar, si una persona cree en la libertad y resulta ser también religioso, ¿qué tiene eso de malo? ¿Desde cuándo se convirtió el ateísmo en una opinión obligatoria dentro de los círculos libertarios? Tampoco se trataba de encamarse con nadie, sino de organizar un nuevo movimiento intelectual precisamente para batallar contra los estadistas de ambos bandos.

De esto salieron muchas cosas buenas. Pusimos anuncios en el New York Times atacando la guerra y no se lo pusimos fácil a los neocones. Tuvimos algunas reuniones muy buenas y divertidas y Murray tuvo la posibilidad de un intercambio productivo de ideas con algunos de los pensadores más inteligentes del país.

Pero había limitaciones a lo que podía lograrse. Como burkeanos de la vieja escuela, algo influidos por Kirk, se resistían por principio a la ideología. Eso significaba una impaciencia con el racionalismo de la teoría económica y la teoría política libertaria. Eso acabó causándonos problemas en asuntos como el comercio. Todos nos oponíamos al NAFTA, que era mercantilista, pero no pudimos llegar a un acuerdo sobre la urgencia de eliminar barreras comerciales. Aun así, los debates fueron divertidos. Estábamos de acuerdo en cooperar donde pudiésemos y en desacuerdo donde debíamos.

Buchananismo

Otro problema era la fuerza malvada habitual del mundo: la política. Casi en soledad entre los republicanos, Pat Buchanan fue un fuerte opositor a la guerra en Iraq, denunciándola hasta que las tropas desembarcaron. Luego empezó a ofrecer una crítica radical del estado intervencionista en varias áreas. En 1991 desafió a Bush para la nominación, hablando contra los aumentos de impuestos y la belicosidad de Bush. En ciertos aspectos, parecía que podía convertirse en el candidato soñado, uniendo una preocupación apasionada tanto por la libre empresa como por la paz.

A los libertarios convencionales no les gustaba Pat, en parte porque estaba en contra de abrir la inmigración. Pero parecía evidente que los patrones de inmigración desde 1965 habían aumentado en lugar de disminuir el control del gobierno sobre la economía. Y no hay postura libertaria evidente sobre este tema: si la inmigración es pacífica o invasiva depende completamente de quién posee la propiedad a la que emigran y si se buscan la vida una vez aquí. El estado del bienestar y las escuelas públicas complican enormemente el panorama.

Por desgracia para todos, al ir avanzando la campaña, Pat se fue haciendo cada vez más proteccionista y nacionalista. Murray vio que Buchanan estaba en peligro de deshacerse de todos sus buenos principios. Si el estado puede y debe planificar el comercio para proteger a la nación, ¿por qué no el resto de la economía? Es verdad que en 1996 las teorías proteccionistas de Pat mutaron y se apoderaron completamente de su pensamiento económico. Por ejemplo, defendió un impuesto del 100% en inmuebles por encima de 1 millón de dólares. Pat sigue diciendo cosas buenas sobre política exterior, pero para mí la lección es antigua: nunca pongas las esperanzas de un movimiento en un político.

Chronicles está abierto a los libertarios y el Club Randolph se sigue reuniendo. Pero, para mí, este capítulo en la historia de la organización ideológica se cerró con la muerte de Murray. Con Murray, todo parecía posible. Podíamos charlar de tácticas y estrategia prácticas, escribir sobre cualquier tema bajo el sol y seguir operando las conferencias y publicaciones académicas y de alumnos. Pero sin Murray, tenía que concentrarme en lo que mejor hago, que era y es el desarrollo interno. Al mismo tiempo, el Instituto Mises empezó a desarrollar los recursos para expandir sus horizontes tan ampliamente como Murray siempre había querido.

¿Un nuevo movimiento?

Doherty: ¿Cree que ha tenido éxito en crear el movimiento paleo con el que especulaba cuando se alejó del movimiento libertario “modal”?

Rockwell: Hasta cierto punto, diría que el actual declive en la legitimidad moral del estado ejecutivo representa una paleoización, si usted quiere, una radicalización sistemática de la clase media. Como ha apuntado Frank Rich en el New York Times, todos los disidentes y radicales políticos reales, la gente que está planteando objeciones fundamentales al status quo del proyecto civil estadounidense, están en la derecha.

Hay homeschoolers hartos de la propaganda en las escuelas públicas. Hay ciudadanos medios que temen y recelan de cualquiera con una placa federal y un arma. Los pro-vida están llegando a los límites de la desobediencia civil permisible. Las manifestaciones contra la guerra están tan llenas de constitucionalistas de la vieja escuela como de veteranos de la nueva izquierda.

Entretanto, la izquierda ortodoxa es cada vez más censuradora. Es ahí donde se encuentran los que queman libros, los que aplican tabúes, la policía del pensamiento y los apologistas de la tiranía federal.

Por otro lado, y a pesar del continuo crecimiento del estado, estamos viendo el florecimiento de empresas en todo el país y el mundo, un interés intenso y renovado por el arte de la vida privada y una continua secesión de las instituciones políticas del establishment. Otra forma de decir esto es que el ideal clásico de la libertad y la vida privada está volviendo a ganar actualidad y una razón importante es el éxito que ha tenido una vanguardia intelectual de investigadores austriacos y disidentes políticos a la hora de socavar los fundamentos ideológicos del estado.

Murray preveía todo esto con sus extraordinarios esfuerzos con los conservadores marginalizados. Al contrario de lo que se cree, tenía un extraordinario sentido estratégico. Es solo que estaba siempre por delante de todos los demás en su pensamiento y por eso sufrió ultrajes y calumnias. No es que le importara. Al principio de su carrera decidió seguir cierto camino, inspirado por el ejemplo de Mises, y se mantuvo en él hasta el final.

El futuro de la libertad

Doherty: ¿Qué planes tiene para el futuro?

Rockwell: Hoy en día, tenemos más que suficiente trabajado para hacer en publicar, financiar y apoyar la investigación austriaca y libertaria, estando ambas en una fase de auge. La gente en la izquierda pensaba que el colapso del socialismo significaría que también declinarían las fuerzas intelectuales anti-socialistas. Ha ocurrido lo contrario. Por fin está claro para todos los que se preocupan por la libertad  que el enemigo real es el régimen de quienes mandan en el gobierno y la universidad y que este régimen gobernante está dentro de nuestras propias fronteras.

Internet ha sido un tremendo impulso para la Escuela Austriaca y la perspectiva liberal clásica. Desde la Segunda Guerra Mundial, el mayor obstáculo en nuestro lado ha sido lanzar nuestro mensaje. Por fin la red iguala el marcador. No pasa un día sin que multitud de personas en todo el mundo descubran el mundo de la teoría misesiano-rothbardiana por primera vez, solo porque llegan a nuestro sitio web en Mises.org.

También estamos creando un Centro de Estudios Libertarios en LibertarianStudies.org, que contendrá los números pasados de la Journal of Libertarian Studies y la RRR, así como las revistas clásicas de Murray Libertarian Forum y Left and Right. [Nota: la fundación de LewRockwell.com cambió esto: JLS (ahora publicada por el Instituto Mises) y Left and Right están archivadas en Mises.org; todavía esperamos escanear y cargar la Libertarian Forum en LRC]. Nuestro objetivo es proporcionar los recursos que mantengan la atención de la gente en los fundamentos conceptuales: libertad y propiedad frente al estado y su poder.

Ahora mismo afrontamos una oportunidad histórica. En la universidad, la vieja guardia ya no tiene la misma credibilidad entre los estudiantes. La izquierda ha entregado el testigo del idealismo y el radicalismo. La Escuela Austriaca está perfectamente dotada para ser la nueva y refrescante alternativa. Y en asuntos públicos, tenemos que aprovechar el declinante estatus y legitimidad moral del estado central para dar un impulso importante a las ideas libertarias. La revolución que se produjo en Europa Oriental hace una década ha llegado a casa de formas sorprendentes y tenemos que trabajar para estimular estas tendencias y dirigirlas hacia una posición coherente con la libertad y la propiedad.

Hace muchos años, Hazlitt dio una conferencia en la que dijo que nuestra obligación moral es continuar la batalla sin que importen las posibilidades. Lo que dijo entonces sigue siendo verdad hoy: no se nos amenaza con la quiebra o la cárcel por mantener las opiniones que mantenemos. Todo lo que arriesgamos es que se nos insulte. Sin duda no es un precio muy alto a pagar por defender los mismos fundamentos de la civilización.


Publicado el 5 de agosto de 2006. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/daily/2274.

Print Friendly, PDF & Email