El mercado de las citas: Anarquía en acción

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Para los defensores del estado, la “anarquía” es un concepto temible. Afirman que necesitamos intervención pública para que nos proteja o puede destararse el infierno.

Pero en realidad vivimos en anarquía cada día, en uno de los aspectos más cruciales de nuestra vida.: en las citas. Todos los días, la gente se conoce, se cita, tiene un rollo, se enamora y rompe, todo sin intervención pública.

Las citas, aunque raramente implican el intercambio directo de dinero por servicios, son sin embargo un mercado igual que el mercado laboral. Las partes interesadas buscan relaciones mutuamente beneficiosas con otros, que tiene lo que necesitan y quieren lo que ofrecen. Por ejemplo, los hombres solteros heterosexuales buscan relaciones mutuamente disfrutadas con mujeres heterosexuales disponibles. Si dos personas quieren una relación con la misma persona, normalmente lucharán por ella, pensad en The Bachelor. Refleja cómo dos empresarios que quieren ambos contratar a la misma empleada podrían luchar por ella, por ejemplo, en una guerra de pujas por su trabajo.

Este mercado de las citas es casi una pura anarquía. Ningún funcionario del gobierno te dice con quién citarte. Las mujeres blancas heterosexuales no están legalmente obligadas a citarse solo con hombres blancos heterosexuales. Aunque está prohibida la conducta sexual con menores, cualquier con más de dieciocho años puede citarse con cualquier otro con más de dieciocho años.

Y una vez que empiezas a citarte con alguien, ningún agente público aparece para decirte como debe progresar la relación. No hay leyes sobre qué restaurantes con “apropiados” para una primera cita, ninguna regla costosa sobre cuántas horas debe durar una cita y cuántas bebidas debe ingerir cada parte.

Y en ausencia de reglas gubernamentales, florecen códigos no oficiales de conducta. Aparecen normas sociales, por medio de colaboración en masa y formadas por la sociedad en su conjunto. Es apropiado que un chico pague la cena de la chica. Emborracharse en la primera cita está mal visto. Citarse con otro al mismo tiempo (engañar) es inmoral y generalmente causa de ruptura.

Ningún funcionario público creó estas reglas. Ningún Departamento de Citas Seguras y Responsables puso esto como ley. Por el contrario, se formaron orgánicamente. La cultura, desde los programas de televisión como Friends a las canciones de amor, da forma de nuestros hábitos sociales. El cómo se comportan nuestros amigos cuando se citan impacta en cómo nos comportamos. Si nuestros amigos dicen que está mal engañar a un chico con el que estás quedando, probablemente lo asimiles como una regla para el romance.

El resultado es la anarquía: no una ausencia de reglas, sino una ausencia de gobernantes dictando cómo debemos comportarnos y metiendo en la cárcel a quienes no obedezcan.

Por supuesto, la religión ha dirigido por lo general nuestros hábitos sobre citas y romance y en la medida en que los gobiernos han reforzado las religiones y extendido su influencia, se podría decir que estos han dado forma por tanto a nuestra sociedad de citas. Por ejemplo, la adopción del cristianismo por el Imperio Romano en los siglos IV y V contribuyó enormemente a que se extendiera esa religión y el cristianismo evidentemente ha dado forma a nuestros códigos sobre matrimonio y, por extensión, citas. Es indudablemente una crítica válida. Solo señalaré en mi defensa que pocos gobiernos modernos son teocracias y por tanto ya no desempeñan este papel en dar forma a nuestras costumbres sobre citas. Las instituciones religiosas, una vez sancionadas por el gobierno, han calado tanto en la cultura popular que ya no se consideran gubernamentales. Además, han aparecido costumbres seculares en las citas que las religiones ignoran o se oponen activamente (Encuentro difícil imaginar al papado aprobando, por ejemplo, un polvo casual), lo que refuerza la naturaleza de abajo arriba de las “reglas” de las citas.

Ahora bien, ¿qué pasaría si el mercado de las citas estuviese regulado como otros sectores? De hecho, lo está en una parte: el mercado del matrimonio. Las normas públicas sobre el matrimonio, en lugar de mejorar a partir del concepto, los hacen caro y excluyente. Las regulaciones crean incentivos perversos: el alto coste de un divorcio legal, por ejemplo, impulsa a gente infeliz a permanecer junta. No hace mucho, los matrimonios interraciales estaban prohibidos, ya que el gobierno apoyaba y estimulaba el racismo. Hoy muchos gobiernos estatales siguen decretando que solo pueden casarse los hombres heterosexuales y las mujeres heterosexuales. Los matrimonios no monógamos son ilegales, los Darger, una familia de tres mujeres y un hombre, que están todos casados, afrontan la amenaza de cárcel por el delito de participar en una relación no aprobada por el gobierno.

Estas regulaciones, como muchas acciones gubernamentales, están supuestamente pensadas para proteger algo: en este caso, la “santidad del matrimonio”. Pero la intervención pública no puede hacer más fuertes o sagradas las uniones privadas. Todo lo que pueden hacer es excluir a amplias categorías de personas del acto del matrimonio y poner burocracia y trabas a las parejas a las que se permitía entrar legalmente en una unión.

Entonces, ¿cuál de estos dos mercados es mejor: el mercado anárquico de las citas o el mercado regulado, limitado y burocrático del matrimonio?

No cabe duda de que hay posibilidad de abuso en el mercado de las citas. Hombres ruines pueden tratar mal a las mujeres, mujeres deshonestas pueden engañar a los hombres. Algunos de emborrachan y hacen cosas que lamentan. Las rupturas pueden causar una inmensa angustia emocional. Como sociedad, reconocemos esto, pero no creemos que este peligro requiera la intervención pública. Por el contrario, las personas actúan para mitigar los daños anteriores. Una chica que se cita con un hombre ruin se lo contará a sus amigas, dando esencialmente una crítica negativa para que otras lo eviten. La gente que bebe demasiado y se comporta de una forma que luego lamenta, aprenderá de sus errores y evitará un comportamiento similar en el futuro. Cometen de nuevo errores similares, pero, en general, el mercado de las citas contiene una serie de mecanismos complejos mediante los cuales se aplica presión social para discriminar a quienes rompen las reglas de las citas al tiempo que favorecen a quienes funcionan dentro de las reglas establecidas.

Citas y otros mercados

¿Entonces por qué los estatistas permiten la anarquía en las citas mientras reclaman intervención pública en lo demás?

En parte, creen que citarse es demasiado personal como para que se impliquen agentes del gobierno. Y lo es. La relación de uno con otro importante refleja aspectos únicos y privados de su vida y no es asunto del gobierno. Pero este argumento cae por su propio peso , porque las citas no son el único elemento en la vida que es personal. Lo mismo pasa con el trabajo de una persona, donde él o ella dedican tiempo a aprender lo que es necesario para crear un producto o servicio de valor. Mucha gente dedica cuarenta horas a la semana (casi un cuarto de su vida) a trabajar. Un carrera, como una relación, a menudo refleja valores e ideas y pasiones únicos. Es en todo tan personal como la vida romántica de una persona.

También lo es la elección de personal de vehículo. También las sustancias ilícitas que algunos eligen ingerir. También la decisión de usar tipos de medicina que la FDA desaprueba. Si aceptamos que los asuntos personales no deberían regularse, entonces debemos aplicar esa lección a la mayoría del comportamiento humano.

En parte, los estatistas creen que las regulaciones públicas en el mercado de las citas harían más mal que bien. Y es así. Pero si las leyes contra rupturas son tan absurdas, ¿son las leyes contra el despido (contra acabar la anterior relación financiera mutuamente beneficiosa entre dos personas) menos absurdas? Si leyes que dicten que debes citarte con un hombre (o una mujer) de cierto calibre aprobado por el gobierno serían insultantes, ¿lo son menos las leyes que dictan que dictan que debes trabajar solo por ciertos salarios aprobados por el gobierno? Ambos obstaculizan la acción humana y restringen nuestras opciones “por nuestro propio bien”.

Intrínsecamente, percibimos que reglas del gobierno sobre las citas serían absurdas. Percibimos que los agentes del gobierno no tiene por qué entrometerse en nuestras vidas privadas y cómo sus intentos de hacerlo en el mercado del matrimonio solo empeoran las cosas. Percibimos lo frágil que es la afirmación de que el gobierno tiene que establecer reglas y regulaciones porque los actores privados no pueden hacerlo. ¿No es el momento de que apliquemos estas percepciones a otros mercados?


Publicado el 8 de agosto de 2014. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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